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El extraño triángulo: Trump, Flynn y Putin

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Dossier. Por Melvin A. Goodman y Binoy Kampmark (*)

Flynn, Rusia y el mundo del pensamiento conspirativo

Por Melvin Goodman

El ex asesor de Seguridad Nacional Michael Flynn tiene una reputación bien merecida de conspirador. Es de suponer que creerá que la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, incluida la Agencia Central de Inteligencia, la Oficina Federal de Investigaciones, y el ex director de Inteligencia Nacional, han llevado a cabo una campaña para forzar su dimisión de la administración Trump. Irónicamente, el Kremlin, que ha vivido históricamente en un mundo de pensamiento conspirativo, verá la dimisión de Flynn como parte de una campaña del establishment de Estados Unidos para evitar una mejora en las relaciones ruso-estadounidenses.

En este mundo de conspiraciones, es importante reconocer desde el principio que Flynn era probablemente el candidato menos cualificado y más cuestionable en la historia de los 70 años del Consejo Nacional de Seguridad para ser seleccionado como sherpa para la política de seguridad nacional del presidente. Su comportamiento durante la campaña presidencial fue bastante poco profesional y una fuente de vergüenza tanto para los militares como para el Partido Republicano. Su retiro del ejercito hace varios años fue preparado por la Casa Blanca y el Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos a causa de su fracaso al frente de la Agencia de Inteligencia de la Defensa. En la DIA se le consideraba un polemista, y muchos de sus pronunciamientos eran ridiculizado como "hechos Flynn" porque no tenían ninguna base en la realidad.

Las mentiras de Flynn al vicepresidente Pence han hecho inevitable su dimisión. Donald Trump ya estaba impaciente con Flynn, porque el general, que no es precisamente un genio en asuntos geopolíticos y geoeconómicos, no era capaz decirle al presidente las consecuencias internacionales de un dólar fuerte o débil para la economía mundial. El hecho de que Flynn no estuviera al tanto o no le preocupase que sus conversaciones con el embajador de Rusia en Washington fuesen gravadas por el FBI y la Agencia de Seguridad Nacional no dice mucho a favor de su capacidad como un veterano profesional de inteligencia. Y el hecho de que, según él, no recordase sus conversaciones con el embajador de Rusia no es una recomendación para cualquier puesto de alto nivel en la comunidad de la toma de decisiones, y mucho menos para el consejero más cercano al presidente sobre la política exterior. La promoción inusual de Steve Bannon al NSC hace dos semanas sugiere que el presidente quería que su propia fuente de las maniobras y maquinaciones de Flynn estuviera en el órgano decisorio clave de la política de seguridad nacional.

El Kremlin tendrá su propia manera de descifrar estos acontecimientos extraños y caóticos dentro de una nueva administración que parece desorientada a la hora de conceptualizar y desplegar su política exterior. En el pasado, los líderes soviéticos interpretaron los grandes acontecimientos en la historia de Estados Unidos desde el punto de vista de las implicaciones para las relaciones de Moscú con Estados Unidos. El asesinato de John F. Kennedy fue interpretado como un intento de silenciar a un presidente que se había manifestado a favor de la distensión con la Unión Soviética y acababa de negociar el Tratado de prohibición parcial de ensayos nucleares. La destitución de Richard Nixon fue vista como un esfuerzo por detener el progreso en el control de armas y el desarme. La inicial dureza de la administración de George HW Bush fue vista como un intento de revertir los acuerdos alcanzados entre Gorbachov y Ronald Reagan a finales de 1980.

Irónicamente, Gorbachov y su ministro de Asuntos Exteriores Eduard Shevardnadze tuvieron sus propios problemas con la nomenklatura soviética en la década de 1980 cuando trabajaban con ahínco para mejorar las relaciones con los Estados Unidos, incluyendo la aceptación de distintas medidas de control de armas en los términos de Washington y la retirada unilateral de las fuerzas soviéticas de Europa central y varias zonas en el Tercer Mundo. El "nuevo pensamiento" de Gorbachov y Shevardnadze era un desafío al viejo pensamiento dentro del Politburó, y los líderes rusos llegarán a la conclusión de que el establishment de Estados Unidos ha desafiado a Donald Trump y Michael Flynn por su interés en mejorar las relaciones ruso-estadounidenses. Flynn engañó al vicepresidente Pence y a los medios de comunicación, pero es poco probable que no hubiera comentado sus conversaciones con el embajador de Rusia con el presidente electo Trump.

Nunca sabremos si Trump y Flynn buscaban realmente un gran acuerdo con Rusia y Vladimir Putin, pero sin duda parece que el líder ruso quiere revertir el deterioro de las relaciones bilaterales. Putin, presumiblemente, no está dispuesto a ir tan lejos como Gorbachov y Shevardnadze respecto a unos acuerdos que se suponen mutuamente beneficiosos, pero desde luego quiere revertir la espiral descendente. No dejará de ser una ironía si la eliminación de Flynn conduce a nuevas fricciones en las relaciones ruso-estadounidenses.


Melvin A. Goodman profesor del Centro para Política Internacional y Administración Pública de la Universidad Johns Hopkins. Ex analista de la CIA, Goodman es autor de "El fracaso de la inteligencia: la decadencia y caída de la CIA", " Inseguridad nacional: el coste del militarismo en América" y "El camino a la Disidencia: un informante de la CIA" ( City Lights Publishers, 2015). Goodman es columnista de seguridad nacional de counterpunch.org .





Trump, Flynn y el Kremlin

Por Binoy Kampmark

Se necesita poco en estos días para que el enrarecido aire del Kremlin tenga impacto en la política de otros países. En todos los continentes, la pregunta es donde será el siguiente golpe de un Vladimir Putin montado en su corcel indomable. Su impacto, se alega, casi nunca es cuantificable, pero su influencia, después de un tiempo, es la de una persona que cree en brujos.

El último informe de toxicología sobre la influencia de Rusia en la diplomacia de Estados Unidos recoge revelaciones sobre la conducta previa del ya dimitido asesor de seguridad nacional, el general Michael Flynn. Según el Washington Post Flynn habría sido un poco travieso y habría hablando con el embajador ruso, Sergei Kislyak sobre las sanciones en vigor contra Rusia antes de que Trump tomase posesión. (Las sospechas ya estaban sobre la mesa desde que el 12 de enero el columnista pro-CIA David Ignatius se hiciera eco de ellas en el Washington Post.

La charla -que tuvo lugar en la estela de la orden del presidente Barack Obama de 29 de diciembre de expulsar a 35 diplomáticos rusos sospechosos de espionaje-, supuestamente sirvió para dar garantías al embajador ruso (el calificativo de "adversario" se usa repetidamente en los relatos) de cambios en el régimen de sanciones. El relato posterior a los colegas, entre ellos el vicepresidente Mike Pence, fue falseado (¿hechos alternativos?). Según el expediente publicado, Pence no se habría enterado de nada.

La charla habría tenido lugar en circunstancias relajadas. Flynn estaba de vacaciones en la República Dominicana. El sol, la arena y la victoria le habrían soltado la lengua. Fue el tipo de comentarios ocasionales que despertó el interés de algunos funcionarios, algunos de los cuales puede presumir a su vez con justicia de tener la lengua suelta.

Antes de la publicación del Washington Post, la Fiscal General en funciones Sally Yates, una de las primeras víctimas del nuevo régimen Trump calla o la calle , afirmó que Flynn había engañado a funcionarios de la administración sobre los temas  tratados con el embajador ruso. Al hacerlo, se hizo "potencialmente vulnerable al chantaje ruso". Esa información particular fue transmitida al abogado Donald McGahn de la casa Blanca, pero que pasó con ese lingote de oro no está claro.

Unas horas antes de la renuncia de Flynn, el confidente de Trump Kellyanne Conway contaba a Steve Kornacki, de la cadena MSNBC, que el presidente tenía plena confianza en el director de seguridad nacional. Para Trump, las realidades políticas son meras realidades comerciales. Nada más importa.

Esta confianza no fue suficiente para mantener a Flynn en su puesto. Como el mago y portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer ha explicado, el presidente estaba convencido de que no existía una situación jurídica de la que hablar. "Llegamos a un punto en el que no se trataba de un tema legal, sino de una cuestión de confianza."

La confianza es la palabra clave, a pesar de su notable acto de desaparición desde las elecciones de noviembre pasado. Ni siquiera el personal de Obama estuvo particularmente interesado en esclarecer la situación con Rusia con el equipo de transición de Trump.
Un anónimo (por supuesto) funcionario del gobierno citado por el Washington Post señala cómo decidieron "no compartir con ellos algunas cosas sobre Rusia. Pensamos, ¿quién sabe la verdad? ¿Sería información segura?" Incluso el anuncio de imponer una nueva ronda de sanciones a Rusia por su pretendida intromisión electoral se dejó fuera en su mayor parte de la información ofrecida al equipo de Trump.

Trumpland es un lugar tremendamente confuso, con funcionarios a ciegas que buscan argumentos para sus  ruedas de prensa. "Tres semanas después de la llegada de la Administración Trump," afirma el New York Times , "los miembros del personal del consejo se levanta por la mañana, leen los mensajes de Twitter del presidente Trump y hacen lo que pueden para elaborar una política que sea compatible con ellos. La mayoría no recibe la menor información acerca de lo que Trump habla con los líderes extranjeros en sus llamadas telefónicas".

Trump, el presentador de reality shows que ocupa la Casa Blanca, está descubriendo cómo su visión del culto de América Primero es incoherente y disfuncional. Tratar con Rusia sigue siendo un negocio peligroso en un sentido político, aunque algunos políticos han evitado la acusación de ilegalidad, sobre todo para el comportamiento de Flynn.

El incidente Flynn también hará que las cosas más difíciles para los intentos de Trump de revisar la firme postura de Washington hacia Moscú. Su posición más abierta al levantamiento de las sanciones contra Moscú ha quedado debilitada, sino bloqueada. Los representantes y senadores del GOP no van a ablandarse después de esto.

Este último giro de los acontecimientos revela cómo el gobierno está convirtiendose rápidamente en un tamiz de revelaciones deliciosas. Como ha señalado Glenn Greenwald, la filtración de inteligencia tiende a ser uno de los delitos más graves, con penas de hasta 10 años de prisión y fuertes multas. En esta ocasión, las brigadas anti-filtraciones están calladas como una tumba.

Por lo que respecta a la propia interpretación de Trump de esta debacle, bastará un tweet: "Lo que de verdad importa es ¿por qué hay tantas filtraciones ilegales en Washington? ¿seguirán ocurriendo cuando tenga que ocuparme de Corea del Norte?". Los habitantes de la Tweetesfera están a la espera.


Binoy Kampmark fue becario de la Commonwealth en Selwyn College. Es profesor de la Universidad RMIT, Melbourne.
Fuente: Counterpunch, 15 y 16 de febrero 2017
Traducción: Enrique García


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