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13.7.06

Perdiendo la batalla cultural

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Por Esteban Valenti (*)

Nadie duda que la izquierda ganó la batalla política en las dos últimas elecciones. Las nacionales y las municipales, era un objetivo que perseguíamos desde hace décadas y representó un gran cambio en la historia política nacional.

Hoy tenemos el gobierno, ocho gobiernos departamentales, mayoría en el parlamento y muy amplias posibilidades de aplicar nuestro programa. Y la oposición sigue desorientada y lo que es peor enojada, que en política es siempre una gran desventaja.

Esta victoria política estuvo cimentada en una firme base cultural, en avances permanentes en los diversos sectores de la sociedad y en particular en los sectores culturales y generadores de ideas. Hasta nuestros propios adversarios reconocen esa hegemonía.

Recientemente el Presidente Vázquez expresó sus opiniones sobre algunos órganos de prensa y se desató el vendaval. Yo creí - sinceramente - que algún lúcido exponente de la derecha habría dicho: ''si soy opositor ¿y qué?''. Nada, ni eso. Todos pusieron el grito en el cielo, mientras le reconocían al presidente todo el derecho a opinar desataron todas las furias. Tiene derecho a opinar pero que no opine. ¿Por qué?

Es muy simple, casi pueril, porque temen los métodos del pasado, porque están acostumbrados y ''educados'' a que cuando el Olimpo truena caen rayos en forma de discriminación publicitaria, en buen romance una distribución todavía más arbitraria y clientelística de la publicidad oficial o lo que sería mucho peor menos favores y privilegios en el manejo de las ondas concedidas según ellos de por vida a unos pocos privilegiados. En otros casos temen represalias crediticias, luego de décadas de mantener un ojo cerrado y el otro también ante los prestamos bancarios rigurosamente oficiales a ciertos medios de prensa y encarpetados entre las carteras pesadas.

Los rayos y centellas olímpicas no se anuncian públicamente, no se desata una polémica de cara a la opinión pública, se ejecutan con nocturnidad y descampado. Y es eso lo que extrañan algunos personajes que engolan la voz para hablar de la libertad de prensa, luego de haber construido con sus gobiernos una concentración de medios de prensa con pocos antecedentes en un país democrático y haber usado sistemáticamente la presión oculta.

Espero que esta polémica continué y tengamos todos la oportunidad de discutir en serio sobre libertad de prensa y de información y sobre el derecho de las ciudadanos, que son en definitiva los sujetos principales de la información y sobre todo de la libertad. Porque asumamos que este debate es insuficiente, deberíamos conocer la estrategia del progresismo sobre este tema fundamental para la democracia y para cualquier proyecto que coloque al ciudadano como el protagonista de la economía, de la política y de la vida social y cultural. Nos queda un largo y empinado camino por recorrer.


¿Con quién estamos perdiendo?
La izquierda debería reflexionar seriamente sobre esta polémica, no sólo sobre sus debilidades en la comunicación, sobre sus incapacidades para tener iniciativa y creatividad desde el gobierno, desde las instituciones y sobre todo desde su fuerza política el Frente Amplio. Deberíamos reflexionar sobre la batalla cultural que estamos perdiendo estrepitosamente, no con nuestros adversarios políticos - que están ausentes y no producen más que balbuceos - sino con nosotros mismos y con las ideas dominantes, viejas y superadas.

¿Dónde se promueve en Uruguay un debate serio sobre el país posible pero sobre todo necesario de la próxima década? No me refiero sólo al proyecto de desarrollo o la política de este gobierno, que está bastante delineada y definida con sus posibilidades y sus limitaciones, me refiero a una reflexión seria y valiente sobre las tendencias dominantes en el mundo y nuestras ideas, las líneas de desarrollo probable para el país, los cambios estructurales más allá de las reformas actuales. ¿Alguien tiene alguna idea sobre eso? Me incluyo en la pregunta.

Estamos discutiendo lo inmediato, lo episódico pero por debajo de las narices nos pasa la historia. Estamos perdiendo seriamente la batalla cultural. Y la derecha ni siquiera debe incomodarse, le alcanza con esperar y dejar que la realidad, los prejuicios, los miedos acumulados, la costumbre y la idea de una fatalidad pesimista y sin futuro nos gane a todos. Y sobre esa base reconquistar el poder y restaurar su dominio.

La derecha tiene de su lado las tendencias duras de la economía, una batería casi ilimitada de prejuicios y sobre todo tiene de su lado la pobreza de la elaboración y de audacia de la izquierda. Me incluyo.

Las fuerzas de la conservación y por lo tanto de la derecha (aunque para algunos este concepto esté superado) despliegan su batalla cultural global. Su objetivo es fortalecer a todos los niveles una idea de ''supervivencia'' ante toda idea de progreso, el pesimismo histórico quiere ser utilizado para asustar a sus antagonistas, conservar la iniciativa y, al mismo tiempo, empieza a ser también una bandera de cierta izquierda, para concienciar sobre la criminalidad de un sistema que nos lleva al desastre con tal de conservar su tasa de beneficios, su capacidad acumulativa.

A la pesadilla utópica de Orwell, de una humanidad totalitarizada en 1984, podemos llegar por la fuerza del miedo a no sobrevivir, por la insolidaridad del sálvese quien pueda. Pero lo peor es una idea que Orwell resumía así: ''está tan inculcado en ti que hay ciertas cosas que no podrías pensar.'' Y no las estamos pensando. Me incluyo.

Ese es el gran triunfo sobre la idea del progreso, los límites impuestos, las barreras que no se pueden sobrepasar, no en la tecnología, sino en las formas de organización social y del poder. La respuesta ensayada por algunos de reiterar formulas y métodos deterministas, con actores sociales y culturales precocidos y con paraíso asegurado son la peor respuesta. La que ya fracasó.


El nivel de los debates
Asistí en silencio al proceso de elección del nuevo rector, incluso a anteriores debates universitarios. En un ambiente donde toda la responsabilidad es nuestra, porque aún cumpliendo rigurosamente con las normas universitarias, existe la posibilidad y sobre todo la necesidad de un debate realmente removedor, de profundo sentido crítico. No pasamos de los enunciados y de las pequeños retoques y ha dejado totalmente indiferente a la sociedad y a la política.

No es responsabilidad principal de los intelectuales - aunque también la tienen - que cada día la fractura entre ellos y la política sea más profunda y el debate y la elaboración académica esté menos presente en la conducción nacional. Es un círculo profundamente vicioso y perverso, que empequeñece al país, a la izquierda y a los intelectuales.

Sven Birkerts En su libro Elegía a Gutenberg referido al paso de la cultura de la imprenta a una cultura electrónica afirma: ''me parece evidente que el proceso ya se ha iniciado y es probable que no se detenga''.... ''me siento como si un tren hubiera pasado a toda velocidad por la estación dejándome en ella viendo el revoloteo de las envolturas de papel de los caramelos...''

Así me siento yo viendo los cambios en el mundo y los envoltorios de caramelos que ocupan nuestras discusiones. Ya no podemos dudar de las avasalladoras dimensiones de los cambios que están afectando nuestra época. Más que un ejercicio de futurología, las descripciones de estas mutaciones muestran la manera vertiginosa como se están conmoviendo los distintos órdenes culturales de nuestro mundo.

Si miramos nuestra historia el ejemplo de procesos políticos y culturales revulsivos, como el de Batlle y Ordóñez son evidentes. Pero aquí se trata de mirar el mundo y el país de hoy, donde la inteligencia, la cultura son la fuerza principal de la civilización y de la economía, nuestro déficit principal es prospectivo, es atreverse a pensar ese país y a diseñar las estrategias necesarias para los cambios más profundos.

La batalla cultural es sobre todo un conflicto democrático que refuerza el protagonismo del ciudadano y de la ciudadanía, que se esfuerza por elevar el debate político obligándonos a todos a superarnos, que establece la relación con la oposición política y de ideas en sus justos términos de confrontación, pero también de negociación y de búsqueda de impulsos comunes. Estas escaramuzas permanentes y mínimas no ayudan a nada y a nadie, nadie sale favorecido y todos perdemos porque pierde el país.

El trabajo como eje de todas las transformaciones, el trabajo como valor económico pero también cultural y moral, como la mejor política social, la más sustentable no se resuelve sólo con inversiones - que son imprescindibles - se gana arrinconando la burocracia y el ventajismo que ocupa tanto espacio en el Estado y la sociedad uruguaya. A todos los niveles.

Gramsci decía en Notas sobre Maquiavelo que ''El hecho de que en el desarrollo histórico de las formas políticas y económicas se haya venido formando el tipo del funcionario de ''carrera'', técnicamente adiestrado en el trabajo burocrático (civil y militar), tiene una importancia primordial en la ciencia política y en la historia de las formas estatales.''...''El problema de los funcionarios coincide en parte con el problema de los intelectuales.'' Por lo tanto no es sólo ni principalmente una batalla administrativa, de gestión, es una batalla cultural. ¿Qué estamos haciendo para formar los nuevos servidores públicos? ¿O nos resignamos a que la prioridad del aparato estatal profesional será su propia supervivencia como corporación?


Gobierno, izquierda y talento
Una cosa ha quedado demostrada de manera muy clara en estos meses de gobierno, que por otro lado confirman también experiencias de anteriores gobiernos: sin talento, con falta de ideas y de capacidades no se gestiona bien la compleja máquina del Estado. También es cierto que se necesita trabajar duro, muchas horas y mucho empeño - es bueno siempre recordarlo - pero además se necesita capacidad, ideas, talento, sentido del Estado. Y estos no son dones divinos, se forjan, se desarrollan de acuerdo al clima cultural-político de exigencia y de estudio. Son parte importante del clima y de la batalla cultural. El poder no hace capaz a nadie, ni de derecha ni de izquierda, aunque para cambiar se requiere más talento que para conservar.

La batalla cultural tiene directa relación con el proyecto nacional de desarrollo que no es la suma de los proyectos sectoriales y/o corporativos, es también una nueva dimensión de la confianza de los uruguayos en su propio destino como Nación. Para algunos esto puede parecer una abstracción, pero cuando se comparan los 71.040 pasaportes expedidos en el año 2002 y los 47.746 que se expidieron en el 2005, comprobamos que las expectativas se traducen en cambios de tendencias muy peligrosas y negativas que todavía no hemos derrotado del todo, pero hemos avanzando. El derrotismo nacional en cualquiera de sus expresiones es una de las manifestaciones más explosivas de la derrota cultural.


Educación: ¿Hacia dónde vamos?
¿Alguien puede creer que un auténtico debate sobre la educación se puede dar en la interna de la izquierda de forma aislada? No, debe ser de cara al país y apelando a todo su capital intelectual y a sus diferencias y coincidencias. Sino no es debate es parodia. La izquierda que no se ha logrado poner de acuerdo sobre sus propias ideas y sólo logrará avanzar si coloca este debate en la agenda nacional. Es allí donde cada uno debe asumir sus posiciones, sus corporativismos, sus fortalezas y debilidades.

¿Es posible un proyecto nacional de desarrollo sustentable y con visión estratégica sin una educación adecuada? No y mil veces no. ¿La necesaria reforma de la educación en todas sus ramas, todas, sólo tiene que referir a los cambios tecnológicos y del mercado laboral? No puede desconocerlos, pero si el debate entre Batlle y Figari entre el liceo y el politécnico era importante en ese momento, ahora se multiplica exponencialmente. En definitiva es parte central del proyecto de desarrollo: ¿produciremos a nivel tecnológico y cultural comodities o apostamos al valor agregado?, para usar la jerga más dura de la economía. La izquierda está demostrando más capacidad para gestionar la pesada herencia del pasado, incluso para incorporar las buenas tradiciones nacionales, que para proyectar el futuro.

Cuando hablamos de innovación no me refiero sólo a las tecnologías de la información, hoy los grandes cambios ya no se reducen a un espectro tecnológico determinado. Estoy hablando por ejemplo de la revolución ''verde'' que se producirá en el mundo y con fuerte impacto en nuestro país a partir de nuevos descubrimientos genéticos que desplazan los transgénicos o de la otra revolución, la de los bio combustibles. ¿Cómo impactará en la economía, en el uso del territorio, en nuestra sociedad? Partiendo de la base que nadie descubrió otro sistema de justicia social que distribuir en forma más justa la riqueza y sus oportunidades aunque la izquierda cada día más deberá incorporar no sólo de manera instrumental sino de base, en su propia identidad el concepto de sustentabilidad y de un consumo responsable social y ambiental.

Además de la formidable batalla institucional democrática que ha librado este gobierno para incorporar plenamente las fuerzas armadas al Estado y a la sociedad, eliminando sombras y miedos - tarea que seguirá exigiendo grandes esfuerzos - hay una batalla cultural civil y militar que tiene que ver no sólo con el amplio concepto de defensa nacional, sino con valores civilizatorios muy amplios, fundacionales de nuestra Nación. A la democracia como fundamento cultural y de identidad de la Patria le queda mucho camino por recorrer en el seno de nuestras fuerzas armadas, tiene que ver con la educación militar y con la propia doctrina que las rige, la que está escrita y la que anida en el fondo del alma.

La propia promoción de la política, de los partidos como ámbitos fundamentales de participación ciudadana, el cada día más complejo entramado de la sociedad civil son parte esencial de la batalla cultural. La izquierda, sus organizaciones políticas no pueden resignarse o ser meras cronistas del empobrecimiento creciente de la participación política de la gente. Los cambios renovadores en la participación de las mujeres en los diversos niveles del poder y de la decisión y la renovación generacional tiene expresiones organizativas, pero sobre todo exige cambios culturales.

La política a nivel universal está cada día más despojada de idealismo y de épica, ya no nos emociona, excita sólo el poder. Es muy peligroso, y aunque parezca y posiblemente sea irreversible, no analizar estos procesos, no incorporar otras sensibilidades, en particular las de los jóvenes y las mujeres con su propia visión es una trababa fundamental para combatir. ¿Cuales son hoy en día y para las nuevas generaciones las causas realmente motivadoras y donde ellos se sienten aportando y no copiando, construyendo sus identidades y sus sensibilidades? ¿Incluso las generaciones cansadas no deberíamos construir una nueva épica de la democracia, del cambio, de la ética y a nivel intelectual de la batalla por el neo modernismo? Un nuevo impulso a la idea de progreso.

La batalla cultural no es cosa de intelectuales, aunque ellos tienen un papel muy importante porque trabajan con ideas, se avanza y se va ganando si logramos transformarla en comportamientos cotidianos, en nuevas formas de convivencia, en audacias y riesgos en nuestras vidas, en nuestros trabajos, estudios y creaciones.

Con la etapa anterior de la batalla cultural desde la oposición llegamos hasta aquí, si por cualquier razón perdemos esta batalla los límites de la caída son imprecisos, pero el más terrible es comprometer nuestra propia condición de transformadores, de renovadores, de revolucionarios. Ese temido día en que la derecha perciba que no hay ni siquiera necesidad de debatir a fondo y todo se reduzca a buenas costumbres y al color del poder.

(*) Periodista, coordinador de Bitácora. Uruguay.

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