30.12.24
Un Oriente Medio deshecho, no rehecho. Dossier. (I)
Por Anatol Lieven, Alberto Negri, Annelle Sheline, Peter Van Buren (*)
La caída de Asad es una derrota para Rusia, pero no una "victoria" para los EE. UU.
Anatol Lieven
La caída del Estado Baaz en Siria es una grave derrota para Rusia (y un desastre para Irán). Sin embargo, sería un grave error suponer que esto lo convierte necesariamente en un éxito para los Estados Unidos.
Es posible que Moscú y Washington se enfrenten ahora a retos similares en Siria.
Tres cuestiones llevaron a Rusia a intervenir en la guerra civil siria para salvar al régimen de Asad. En primer lugar, el deseo general de preservar un Estado que era socio suyo, uno de los pocos que le quedaban a Rusia tras el derrocamiento por los Estados Unidos de los regímenes de Irak y Libia, que contribuyeron a apuntalar la influencia internacional de Moscú. En segundo lugar, el deseo de conservar las únicas bases navales y aéreas de Rusia en el Mediterráneo.
En tercer lugar, el profundo temor ruso a que una victoria islamista convirtiera a Siria en una base para el terrorismo contra Rusia y sus socios de Asia Central. Esa ansiedad se vio incrementada por la presencia de numerosos combatientes de Chechenia y otras regiones musulmanas de Rusia en las filas de las fuerzas islamistas en Siria e Irak.
La esperanza de Moscú de conservar un socio estatal se ha derrumbado irremediablemente. En cuanto a la amenaza terrorista, habrá que ver. Dados los enormes retos a los que se enfrentará para reconstruir el Estado sirio, parecería una locura que el nuevo régimen liderado por el Hayat Tahrir al-Sham [Organización para la Liberación del Levante] (HTS) patrocinara el terrorismo internacional; y, como parte de su estrategia general de renegar de su pasado en Al Qaeda, su líder, Abu Mohamed Al Yolani, ha prometido no obrar así.
Sin embargo, habrá un interrogante sobre la capacidad del HTS para controlar a sus aliados, y a algunos de sus propios seguidores. En Afganistán, los talibanes prometieron no apoyar el terrorismo internacional cuando volvieron al poder, y al parecer han cumplido su palabra. Sin embargo, el Estado Islámico de Jorasán (ISK), con base en Afganistán, sigue haciéndolo; y debido a una mezcla de ausencia de control sobre algunas partes de Afganistán y falta de voluntad de entrar en nuevos conflictos, los talibanes no han podido impedirlo del todo.
Queda la cuestión de la base naval rusa en Tartus y la base aérea cerca de Latakia. Al parecer, la escuadra rusa con base en Tartus ha abandonado el puerto. Podría tratarse de una evacuación definitiva o de una medida de precaución para mantenerlos en el mar hasta que se aclaren las relaciones con el nuevo régimen. Se dice que la base aérea rusa está rodeada por fuerzas del EIIL, pero no ha sido objeto de ataques. Se ha informado de que se ha cerrado un acuerdo entre Moscú y el HTS para garantizar la seguridad de las bases, pero, de ser así, este arreglo podría ser puramente temporal.
Dada la naturaleza extremadamente complicada e incierta de sus relaciones con todos los vecinos de Siria, podría tener sentido que el nuevo régimen de Damasco permitiera la permanencia de las bases (quizá a cambio de suministros rusos de petróleo y alimentos) para equilibrar sus opciones diplomáticas y económicas.
Sin embargo, esta cuestión está íntimamente ligada a la de la política del nuevo régimen hacia las minorías étnico-religiosas de Siria, que en general apoyaron al régimen del Baaz por miedo a la opresión islamista suní (un miedo ampliamente justificado por el brutal destino de sus comunidades en Siria e Irak que cayeron en manos del ISIS).
Donde se ubican las bases rusas, a lo largo de la costa mediterránea, se encuentra el corazón de las minorías cristiana y alauita de Siria. La dinastía Asad procede de la secta chiíta alauita y, a lo largo de los últimos cincuenta años, el Estado Baaz de Siria ha sido en gran medida alauita. Las milicias alauitas desempeñaron un papel crucial en el bando gubernamental en la guerra civil, y cometieron numerosas atrocidades contra sus oponentes.
Al Yolani ha prometido que no habrá venganza por ello, que se respetarán los derechos de las minorías y que no se impondrá una severa ley islamista suní. Sin embargo, aunque sea sincero en estas promesas, sus seguidores pueden pensar de otra manera.
Un régimen dirigido por el HTS en Damasco que desee tranquilizar a los alauíes y cristianos podría ver interés en permitir la permanencia de las bases rusas. Sin embargo, un régimen temeroso de una revuelta de las minorías (y del apoyo exterior a dicha revuelta) probablemente vería en las bases rusas un posible apoyo a dicha rebelión.
Para que Rusia mantenga sus bases en contra de la voluntad del nuevo gobierno sirio, y con el apoyo de las fuerzas alauitas y cristianas locales, no sólo sería necesaria la intervención de buques y aviones rusos, sino también el despliegue de un número significativo de fuerzas terrestres. Teniendo en cuenta la guerra en Ucrania, es muy poco probable que Rusia disponga de tales fuerzas.
Por otra parte -al igual que ocurrió con el derrumbe igualmente rápido del Estado afgano que substituyó a los Estados Unidos- la forma en que las fuerzas estatales sirias se deshicieron ante las fuerzas insurgentes dirigidas por el HTS difícilmente animará a Rusia a continuar la lucha en Siria.
De modo distinto, estas cuestiones afectan asimismo a la política norteamericana en Siria. ¿Intentará Washington mantener sus propias bases en Siria (desde las que ha atacado tanto objetivos del ISIS como del régimen del Baaz)? ¿Hará el nuevo régimen la vista gorda o intentará expulsarlas?
La cuestión más importante que han de considerar los Estados Unidos es el destino de los kurdos sirios. Durante la guerra civil siria, con la ayuda masiva de los Estados Unidos y del Estado kurdo semiindependiente del norte de Irak, las fuerzas kurdas sirias (el Partido de la Unión Democrática o PYD) ocuparon una enorme franja del noreste de Siria, considerablemente más allá de su territorio étnico central. Los Estados Unidos disponen de varias bases y centros logísticos en la región.
Quien fuera del país parece haber sido decisivo para la victoria del HTS, y haberse beneficiado incuestionablemente de ella, es Turquía y el gobierno turco del presidente Recep Tayyip Erdogan. La ofensiva del HTS surgió de la zona del norte de Siria controlada por Turquía y difícilmente podría haberse producido sin el apoyo. El exitoso uso de drones por parte del HTS apunta claramente a la ayuda turca.
Turquía tiene dos intereses fundamentales en Siria: el primero es crear una situación en la que los tres millones de refugiados sirios que huyeron de su patria durante la guerra civil puedan regresar a sus hogares. Esto puede lograrse ahora, si el nuevo gobierno de Damasco puede establecer la paz y el orden básicos y recibir alguna ayuda internacional. Al parecer, cientos de refugiados ya están haciendo cola para cruzar de nuevo a Siria desde Turquía.
El segundo interés turco es reducir el poder y el territorio de los kurdos sirios, a los que ha acusado de estar aliados con los rebeldes kurdos del PKK en Turquía. Simultáneamente a la ofensiva del IHT contra el régimen del Baaz, los rebeldes del «Ejército Nacional Sirio» respaldados por Turquía y apoyados por la aviación turca lanzaron una ofensiva contra el PYD kurdo (designado oficialmente por Turquía como «terroristas»), capturando la ciudad de Manbij. Esto crea una situación en la que los apoderados respaldados por un miembro de la OTAN (aunque uno cada vez más distanciado) están atacando a un apoderado norteamericano, sin que parezca que los Estados Unidos puedan hacer mucho al respecto.
Si Turquía empuja al nuevo régimen de Damasco a unirse al ataque contra los territorios controlados por los kurdos en el noreste de Siria, esto le creará dilemas a Washington similares a los que enfrenta Rusia en el oeste. ¿Abandonaría la administración Trump a sus aliados kurdos, de acuerdo con la declaración de Trump de que «Esta no es nuestra lucha. Dejemos que se desarrolle. No nos impliquemos»? ¿O las exigencias de «credibilidad» obligarían a Washington a acudir en su ayuda, aun a costa potencialmente de desencadenar una profunda crisis con Turquía?
Oriente Medio se parece a una mesa de billar, en la que el movimiento de una bola puede hacer que las demás salgan volando en distintas direcciones y, a su vez, reboten entre sí. La diferencia es que, a diferencia del billar, ni siquiera el experto más perspicaz puede predecir en qué dirección se moverán las bolas; y ningún jugador externo ha sido capaz de controlarlas.
En conjunto, el planteamiento más sensato con diferencia parece ser el de los chinos, que importan gran parte de su energía de la región al tiempo que evitan decididamente intervenir y tomar partido en sus conflictos.
Pues, tal como me dijo un diplomático chino hace muchos años: «¿Por qué íbamos a querer meternos en ese lío?».
La antigua partición de Siria no se ha mantenido, y la nueva ya ha comenzado
Alberto Negri
Nadie puede salir sin esqueletos en el armario de la guerra civil en Siria que ha destrozado el país en mil pedazos, con millones de refugiados: más de 12 millones de sirios han tenido que abandonar sus hogares en los últimos años, y la mitad de ellos ha huido a través de las fronteras.
Algunos de los países más fuertes y ricos del mundo árabe se han desintegrado en una generación, y en Siria el régimen se desmoronó sin resistencia: un signo positivo -pocas bajas- pero también negativo, pues significa que el Estado se derrumbó cuando sus principales patrocinadores, Rusia, Irán y Hezbolá, lo abandonaron. Significa que su ejército no combatió porque sabía que luchaba por un clan, el de Assad, y no ya por una nación y un Estado. El ejército se había disuelto, como el iraquí en 2014 frente al ISIS, antes incluso de la ofensiva de HTS y sus aliados pro-turcos: había perdido la motivación, humillado por los servicios de inteligencia que trataban a los generales como sirvientes rastreros al servicio del clan gobernante.
Siria ha quedado reducida a una caja vacía, tan desertizada como los pasillos abandonados del palacio de Assad, tan devaluada como los montones de billetes saqueados en el Banco Central de Damasco.
Es un final triste, porque junto al régimen, el Partido Baaz ha quedado confinado a la Historia. Fundado en Siria después de la II Guerra Mundial por un greco-ortodoxo, Michel Aflaq, y un suní, Salah Bitar, el Partido Baaz acabó en las sangrientas manos de los Assad después de que el iraquí de Sadam Husein fuera disuelto por los Estados Unidos junto con el ejército del país. Casi nada quedó de su ideología socialista y panárabe originaria -que en los años 60 sacó a los más pobres de las cadenas de las instituciones feudales-, salvo el principio de laicidad del Estado. Algún día, alguien volverá a recordarlo.
Ahora se plantea el mismo problema urgente que hemos visto anteriormente muchas veces: el cambio de régimen implica reconstruir el Estado, la sociedad civil y la sociedad política en un país ya reducido a una especie de mosaico militar que alberga grandes potencias y un millar de facciones. Ya ha comenzado una nueva partición, después de que la anterior no se haya mantenido.
Israel quiere su «franja de seguridad» y ha empezado a moverse en el lado sirio del Golán, al sur -lo que no ocurría desde 1973- y a bombardear todo objetivo «útil»: primero fueron los pasdarán iraníes y Hezbolá, ahora son cuarteles, bases aéreas y depósitos de armas, alegando que no deben caer en manos de grupos «hostiles». Entre los hostiles, Israel no ha mencionado al HTS, el movimiento salafista dirigido por Al Yolani y patrocinado por Turquía, pero está claro lo que piensa el Estado judío: Siria, al igual que Irak y como Libia -y algún día, tal vez, Irán- no debe disponer de una maquinaria bélica que pueda amenazar a Israel en lo más mínimo.
Israel está maximizando la guerra lanzada tras el 7 de octubre: dejó fuera de combate a la media luna chií, Hezbolá se ve martilleada a diario en el sur del Líbano y los israelíes acabaron con las defensas aéreas de Irán con el ataque del 26 de octubre. Esta fue una de las razones de la caída de Asad, y los efectos pronto se dejarán sentir en Líbano.
La caída de Asad ha provocado fuertes reacciones en Líbano, país con una larga historia de complicadas relaciones con su vecino sirio. Políticos y líderes religiosos libaneses han comentado el acontecimiento con declaraciones que reflejan no sólo las reacciones emocionales surgidas tras el fin del régimen sirio, sino también las implicaciones que esto puede tener para el futuro. Con un frágil alto el fuego, Líbano aún no ha salido de la guerra y, como en el pasado, podría verse absorbido por la vorágine de los conflictos internos.
En la partición de Siria desempeñará un papel destacado Turquía, patrocinador desde hace tiempo de los rebeldes yijadistas. Erdogan, al igual que Israel, quiere ampliar su «franja de seguridad» al menos en 40 kilómetros hasta las afueras de Alepo y atacar a los kurdos, los cuales, en su opinión, no deben tener un Estado, ni siquiera autonomía, en Rojava.
En el norte de Siria, en la frontera con Turquía, se están produciendo intensos enfrentamientos armados entre facciones pro-turcas y opositores kurdos. Estos últimos fueron también aliados de los Estados Unidos en la lucha contra el Califato, pero Trump -que antes los había abandonado a merced de los turcos- dice que no quiere involucrarse. Pero los Estados Unidos, que cuentan con un contingente propio en Siria, son siempre un actor importante en Oriente Medio, y Turquía es un país de la OTAN, mientras que Israel es el mayor aliado de los Estados Unidos. Sólo alguien completamente despistado podría creer que puede contemplar Oriente Próximo desde lo alto de un rascacielos, limitándose a observar el desarrollo de los acontecimientos.
¿Qué controla realmente hoy Al Yolani, que nombró a Mohammed al Bashir nuevo primer ministro prometiendo que las mujeres no tendrán que llevar velo y amnistía para los soldados? Controla una gran parte de Siria, pero no a las milicias alauitas, drusas y del ISIS, ni a los kurdos. Y lo que es más importante, tendrá que saldar su deuda con Erdogan. Siria se enfrenta a retos de enormes proporciones, desde su relación con las potencias extranjeras hasta el retorno de los refugiados en un país donde el 80% vive por debajo del umbral de la pobreza. El riesgo es que los nuevos gobernantes sólo encabecen una mini-Siria, siempre sometida a la pesadilla de la rivalidad entre facciones y a la partición.
Jordania se prepara mientras se avecina la anexión israelí de Cisjordania
Annelle Sheline
Tras la victoria electoral de Donald Trump, el ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich, informó a su personal de que se preparase para anexionarse Cisjordania.
Smotrich declaró que esperaba trabajar con la Casa Blanca de Trump en la consecución de este objetivo clave de la extrema derecha israelí, que extinguiría la posibilidad de un Estado palestino. El optimismo de Smotrich de que la administración Trump apoyaría la anexión parece justificado por los nombramientos de Trump, como su elección del apasionado sionista cristiano Mike Huckabee como embajador de los Estados Unidos en Israel.
Mientras tanto, el senador Tom Cotton (republicano por Arkansas) presentó una ley que exigiría al gobierno de los EE.UU. referirse a Cisjordania como «Judea y Samaria», apelativo favorecido por el gobierno israelí -basándose en una ley similar presentada por la representante Claudia Tenney en la Cámara a principios de este año-, en un movimiento aparentemente destinado a señalar el apoyo a la reclamación ilegal de Israel sobre el territorio.
Sin embargo, este apoyo a un proyecto muy apreciado por la extrema derecha israelí no se limita a los republicanos. Durante un discurso en Dearborn, Michigan, en nombre de la campaña de Harris, el ex presidente Bill Clinton se refirió también a Cisjordania como «Judea y Samaria», repitiendo como un loro los temas de conversación preferidos por los sionistas cristianos y los judíos de extrema derecha.
El discurso de Clinton, en el que también afirmó que estaban justificados los ataques de Israel contra civiles en Gaza, fue muy criticado por considerar que, en realidad, perjudicó el acercamiento de la campaña a los votantes de la mayor ciudad de mayoría árabe del país. La declaración de Clinton contradice directamente la postura oficial de los Estados Unidos -que mantiene un compromiso nominal con la solución de dos Estados-, así como el Derecho internacional, que sostiene que un Estado no puede anexionarse o transferir su población a un territorio que ha ocupado ilegalmente, como dejó claro la CIJ en su sentencia sobre la presencia ilegal de Israel en los Territorios Palestinos Ocupados en julio.
El hecho de que hasta Bill Clinton -que ayudó a negociar los Acuerdos de Oslo de 1993 que supuestamente conducirían a un Estado independiente de Palestina- haya hecho suyo el lenguaje de la derecha israelí indica que gran parte de la política exterior norteamericana parece dispuesta a apoyar la anexión de Cisjordania por parte de Israel, sin tener en cuenta el caos que se produciría y el modo en que ello socavaría los intereses de los Estados Unidos en la región.
El país que se vería más directamente afectado por la anexión de Cisjordania a Israel es Jordania. Jordania, uno de los principales aliados de los Estados Unidos fuera de la OTAN, fue considerada durante mucho tiempo por Washington como un país que desempeñaba un papel central en el conflicto palestino-israelí y en la seguridad regional, tras el tratado de paz que Jordania firmó con Israel en 1994.
Durante la ocupación norteamericana de Irak y la Guerra contra el Terrorismo, Jordania continuó siendo un socio clave de los Estados Unidos, colaborando tanto con el ejército estadounidense como acogiendo a cientos de miles de refugiados iraquíes. Tras la Primavera Árabe, la posterior guerra civil siria y el auge del ISIS, Jordania absorbió a más personas que huían de la violencia; el reino sigue acogiendo a aproximadamente 1.3 millones de refugiados.
Las dificultades de Jordania para acoger a civiles desplazados por múltiples conflictos regionales en el siglo XXI palidecen en comparación con los 750.000 refugiados palestinos que huyeron de la violencia que acompañó a la creación del Estado de Israel en 1948, y que triplicó la población de Jordania en aquel momento. Se calcula que la mitad de la población actual de Jordania es originaria de Palestina.
Dado que tanto los políticos israelíes como los norteamericanos señalan cada vez más su intención de que Israel se anexione Cisjordania, los funcionarios jordanos han declarado explícitamente que esto supondría una amenaza existencial. El ministro de Asuntos Exteriores, Ayman Safadi, declaró en septiembre que cualquier intento israelí de desplazar a los palestinos de Cisjordania hacia Jordania se interpretaría como «una declaración de guerra». Durante su discurso en la Asamblea General de la ONU en septiembre, el rey Abdalá de Jordania dejó claro que Jordania rechaza la anexión, declarando: «Nunca aceptaremos el desplazamiento forzoso de palestinos, que es un crimen de guerra.»
Durante mi reciente viaje a Jordania, entrevisté a ex ministros, funcionarios de la ONU y del gobierno, líderes de partidos islamistas, así como a periodistas y otros expertos para un informe, publicado hoy, sobre el modo en que ha afectado la guerra de Gaza a Jordania. Muchas de las personas que entrevisté mencionaron su temor de que Israel se anexionara Cisjordania. Hay tres millones de palestinos en Cisjordania; si Israel se anexionara el territorio, una parte significativa, si no la totalidad de esa población, huiría a Jordania, o bien Israel intentaría forzarlos a cruzar la frontera.
Esto equivale a más de una cuarta parte de la población actual de Jordania; si esto ocurriera en los Estados Unidos, equivaldría a que más de 80 millones de refugiados cruzaran la frontera. Jordania ya se enfrenta a importantes retos: carece de agua suficiente para su población actual; el 22% de los jordanos están desempleados, cifra que se eleva al 46% entre los jóvenes, y la deuda de Jordania asciende al 90% de su PIB.
Desde el 7 de octubre y la guerra de Israel en Gaza, las presiones no han hecho más que aumentar. Los jordanos exigen que su gobierno haga más para apoyar a los palestinos, pero el rey Abdalá puede hacer poco más allá de proporcionar ayuda y acoger a muchas de las organizaciones humanitarias que intentan desesperadamente hacer llegar ayuda a Gaza, la mayor parte de la cual bloquea Israel.
Los jordanos demostraron su frustración votando a los islamistas en las elecciones parlamentarias de septiembre: el Frente de Acción Islámica, afiliado a la rama jordana de los Hermanos Musulmanes y el mayor partido político del país, obtuvo una porción de 31 de los 138 escaños. El FAI hizo campaña para poner fin al tratado de paz de Jordania con Israel, impopular desde hace tiempo; sin embargo, incluso con escaños adicionales en la asamblea legislativa, tales decisiones siguen siendo competencia del rey.
Algunos jordanos se han tomado la justicia por su mano: en septiembre, un camionero jordano mató a tres israelíes cerca del paso fronterizo entre Jordania y Cisjordania. En octubre, dos jordanos cruzaron la frontera al sur del Mar Muerto y abrieron fuego contra soldados israelíes, hiriendo a varios antes de morir. En noviembre, un hombre armado disparó contra la policía cerca de la embajada israelí en Ammán, hiriendo a tres personas antes de ser abatido.
Sin embargo, estos actos esporádicos de violencia no son nada comparados con el caos que provocaría la anexión de Cisjordania. Ante la violación por Israel del tratado de paz de 1994, el rey Abdalá podría responder agresivamente, lo que podría provocar una nueva escalada del ejército israelí y posiblemente desencadenar una guerra. Es mucho más probable que Abdalá pida ayuda a los Estados Unidos para hacer frente a la oleada masiva de nuevos refugiados y al consiguiente revuelo popular.
Sin embargo, bajo la primera administración Trump parecía feliz de ignorar a Amán en favor de Tel Aviv, Abu Dhabi y Riad. Si Jordania se enfrentara a una verdadera crisis sin el apoyo de los Estados Unidos, podría caer la monarquía hachemita. Con el conflicto en curso en Líbano, la guerra en Gaza y el reciente derrocamiento de Bashar al-Asad en Siria, Jordania sigue siendo el único país de Levante que aún no está desgarrado por la violencia.
Trump hizo campaña a favor de restaurar el orden, pero permitir que Israel se anexione Cisjordania conseguiría todo lo contrario. Si Trump desea cumplir su promesa electoral, o espera lograr lo que Biden no pudo y convencer a Arabia Saudí de que normalice sus relaciones con Israel, debe frenar a Netanyahu y a su gobierno antes de que se anexionen Cisjordania y desestabilicen aún más la región.