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30.12.24

Rusia-Ucrania: ¿Sirven de algo los asesinatos selectivos? Dossier.

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Por Peter Rutland, Olga Chyzh (*)

Una modesta proposición: Que paren los asesinatos. Todos.

Peter Rutland

El 17 de diciembre fue asesinado el teniente general Igor Kirilov, jefe de las Tropas de Defensa Radiológica, Química y Biológica de Rusia, junto con un ayudante, mediante una bomba colocada en un patinete eléctrico frente a su casa, en un barrio del extrarradio de Moscú. El Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) se ha atribuido el asesinato.

Al día siguiente, se detuvo a un uzbeko en Moscú y, al parecer, confesó el crimen, por el que Ucrania le había prometido 100.000 dólares.

Desde la invasión rusa a gran escala en 2022, Ucrania ha llevado a cabo varias docenas de asesinatos fuera de las zonas de combate, con víctimas entre las que se cuentan comandantes militares rusos en Sebastopol, funcionarios políticos en el Donbás ocupado y propagandistas civiles como Daria Dugina, hija de Aleksandr Dugin, que fue asesinada cerca de Moscú en 2022. El bloguero Vladlen Tatarsky fue asesinado en 2023, víctima de una explosión, durante la presentación de un libro en San Petersburgo.

Por asesinato se entiende generalmente matar mediante un ataque secreto o inesperado. En tiempo de guerra, se refiere a ataques fuera de la esfera normal de las operaciones militares activas. Mary Ellen O'Connell, profesora de Derecho de [la Universidad de] Notre Dame sostiene que «el asesinato es siempre ilegal», una postura que ha quedado respaldada por tribunales como el Tribunal Internacional de Justicia de la ONU y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Esta prohibición se remonta al menos a la Convención de La Haya de 1907, que prohibía matar «a traición o pérfidamente» a personas que no supieran que estaban en peligro inminente.

La Convención de Ginebra de 1949 declaró que «está prohibido matar, herir o capturar a un adversario recurriendo a la perfidia», como «fingir la condición de civil, no combatiente».

A pesar de esta prohibición, muchos países han recurrido al asesinato. Rusia se ha mostrado notoriamente activa en este sentido. En agosto, los rusos canjearon al periodista Evan Gerskovich y a otras personas por varios rusos, entre ellos Vadim Krasikov, que mató a tiros a un separatista checheno en Berlín en 2019 y fue condenado y encarcelado por ese delito en Alemania.

Los mismos Estados Unidos tienen un largo historial de asesinatos de líderes extranjeros. Renunciaron oficialmente a los asesinatos en 1976, pero los retomaron tras el 11-S.

Israel ha sido el más prolífico y competente a la hora de llevar a cabo lo que de modo eufemístico denominan «asesinatos selectivos.» Ronan Bergman, en su libro de 2018 «Rise Up and Kill First» ("Levántate y mata primero"), sostiene que la confianza de Israel en el asesinato ha resultado en su mayoría contraproducente. Los agentes israelíes eliminaban a menudo a los líderes moderados, haciendo descarrilar las conversaciones de paz y dejando a Israel atrapado en un estado de guerra interminable. Israel llegó a ser muy bueno matando gente, pero se olvidó de preguntarse si tenía algún sentido. La destrucción por Israel de la cúpula de Hezbolá este otoño es un raro contraejemplo: destrozó la capacidad militar de Hezbolá, obligándola a retirarse del sur del Líbano y a abandonar a Bashar Al-Asad a su suerte.

Sin embargo, los asesinatos de funcionarios rusos por parte de Ucrania no se acercan ni de lejos a la escala y eficacia del asalto de Israel a Hezbolá.

Ucrania argumenta que estas matanzas desmoralizarán a la sociedad rusa y a la cúpula militar rusa. Sin embargo, en la práctica parecen tener el efecto contrario: enfurecen aún más al enemigo y le animan a cometer aún más crímenes de guerra.

Tal como es bien sabido que hizo notar el príncipe Talleyrand después de que Napoleón ejecutara a Luis de Borbón en 1804: «Es peor que un crimen, es un error».

Algunos sostienen que la campaña de asesinatos del SBU está impulsada en parte por su competencia con la agencia de Inteligencia de Defensa de Ucrania (GUR).

Es más probable que esté motivada por un deseo de venganza y una preocupación política por demostrar que Ucrania puede devolverle el golpe a Rusia. Eso significa que es un signo de debilidad, no de fortaleza, y que es instintivo, y no algo basado en un cálculo pragmático sobre si es o no una táctica eficaz.

Un ejemplo destacado es la decisión británica de asesinar a Reinhard Heydrich, Protector del Reich en Bohemia y Moravia, que fue asesinado por dos comandos entrenados por los británicos en Praga en junio de 1942. En ese momento de la guerra, con los alemanes a las puertas de Stalingrado, parecía que los nazis iban a vencer. Winston Churchill estaba desesperado por demostrar que Gran Bretaña seguía en liza. Los asesinos de Heydrich fueron perseguidos y asesinados, pero los nazis fueron más allá y arrasaron el pueblo de Lidice, donde se creía que se habían escondido los comandos.

Más de 5.000 civiles murieron en la oleada de represalias. En retrospectiva, es difícil decir que el asesinato sirviera para algo.

Rusia es responsable de crímenes de guerra en Ucrania, y el peor de ellos es, en primer lugar, la decisión de Putin de lanzar la invasión. Pero si Ucrania sigue cometiendo actos que violan las leyes de la guerra, socava la legitimidad de su causa y le proporciona a Rusia munición adicional en su guerra propagandística contra Occidente, una guerra que va ganando en el Sur Global.

La táctica del asesinato selectivo de funcionarios rusos es ilegal e imprudente. Estados Unidos debería presionar a Ucrania para que desista de ella.

 

Una serie de asesinatos, una economía tambaleante, escasez de trabajadores: se intensifica la presión sobre Putin

Olga Chyzh

El asesinato el martes pasado [17 de diciembre] del general ruso y teórico de la conspiración Igor Kirillov en el centro de Moscú es una operación más en una serie de pequeñas acciones para elevar la moral por parte de Ucrania y sus simpatizantes. El mes pasado, Valery Trankovsky, un oficial naval de alto rango, murió en un atentado con coche bomba en Crimea. Sergei Yevsyukov, antiguo jefe de la prisión de Olenivka, en manos de  Rusia, y que las fuerzas rusas volaron en 2022, matando a muchos prisioneros de guerra ucranianos, murió en un ataque similar este mes en Donetsk. Los tres hombres habían sido acusados por Ucrania de crímenes de guerra.

Estos asesinatos son algo más que actos de castigo; forman parte de un esfuerzo calculado para señalar la determinación de Ucrania frente a la agresión rusa. Sirven de advertencia a la cúpula militar de Moscú y ofrecen un mínimo de justicia a una opinión pública ucraniana enfurecida por las atrocidades cometidas por las fuerzas rusas. Sin embargo, la eficacia de estos asesinatos no resulta tan clara. En los regímenes autoritarios que carecen de mecanismos para una transición ordenada en el poder, la eliminación de altos cargos puede desestabilizar las estructuras de liderazgo. Un vacío repentino en la cúpula puede desencadenar luchas intestinas entre las élites y socavar la cohesión del régimen.

Por supuesto, esto no parece suponer un problema en el nivel medio de generales y oficiales. Entre estos rangos, la sucesión suele ser sencilla, porque los substitutos suelen estar listos para llenar ese vacío. Los militares como Kirillov ascienden por lealtad más que por méritos, lo que les convierte en intercambiables y, en términos de éxito en el campo de batalla, prescindibles. Aunque cualquier éxito menor merece una celebración, lo probable es que Rusia derrame pocas lágrimas por hombres como Kirillov.

Aun así, el momento de estos asesinatos es importante. Enfrentada a la realidad de un inminente cambio de poder en los Estados Unidos, de una administración Biden que ofrece su apoyo, aunque sea indeciso, a a una presidencia Trump abiertamente prorrusa, Ucrania parece estar luchando por asegurarse cualquier ventaja de última hora.

Mientras tanto, Rusia contiene la respiración. Su economía se tambalea bajo la tensión combinada de la guerra y las sanciones occidentales. Los aumentos salariales impulsados por la guerra para el personal militar y las industrias de defensa contiguas, que en conjunto emplean a 5 millones de personas, han desencadenado un círculo vicioso de inflación y posteriores subidas de los tipos de interés. El país también sufre una escasez crónica de trabajadores, debido al envejecimiento de su población y al éxodo de unas 700.000 personas en edad de trabajar al comienzo de la guerra.

Una combinación de salarios más altos y tipos de interés al alza ha provocado estanflación, ahogando la inversión nacional y dejando a las empresas en una situación peligrosa en la que son incapaces de hacer frente a sus propias obligaciones de pago o de cobrar el dinero de sus deudores. Los datos sugieren que estas tendencias están creando un efecto dominó de impagos y quiebras. Las élites económicas rusas se sienten cada vez más agraviadas por la situación, y han recurrido a críticas sexistas contra la gobernadora del banco central, Elvira Nabiullina. Ella no es responsable de estos males económicos y, en realidad, muchos le atribuyen la sorprendente resistencia económica de Rusia hasta la fecha. Entonces, ¿por qué las élites empresariales rusas no culpan a su líder, Vladimir Putin?

La respuesta está en la estructura deliberada del gobierno de Putin. En su sistema, las élites económicas actúan como fideicomisarios que supervisan las operaciones diarias de diversos sectores de la economía rusa. Sirven a discreción a Putin y no influyen en sus decisiones políticas. Su posición en la sociedad rusa depende totalmente de su relación con el presidente. Si pierden su favor, hay muchos substitutos deseosos de ocupar su lugar. Y la presidencia de Trump les ofrece un rayo de esperanza de que haya un alivio a sus esfuerzos que puede atisbarse en el horizonte. Por ahora, sólo tienen que agachar la cabeza y esperar a que pasen las próximas semanas hasta su investidura.

Es probable que la reelección de Trump marque un antes y un después en la guerra, un acontecimiento que muchos esperan que no favorezca a Ucrania. El presidente entrante es un aislacionista con estrechos vínculos con Putin. Ya ha señalado su intención de revocar la autorización de Biden sobre el uso de armas norteamericanas para atacar el interior de Rusia. Pero Trump también es conocido por resultar decepcionante. Su plan de paz, como muchas de sus medidas políticas, carece de detalles e ignora el hecho de que ambas partes preferirían combatir a recurrir a una paz inaplicable. Mientras tanto, el agotamiento de los arsenales de armas norteamericanas limita su influencia. No puede retener suministros que para empezar no se estaban proporcionando, y sus amenazas de forzar la mano de Putin proporcionando milagrosamente a Ucrania «más[armas] de las que ha tenido nunca» son igualmente vacuas.

Dicho esto, Ucrania tiene muchas razones para estar preocupada. Mientras que los asesinatos de criminales de guerra rusos les sirven de distracción a sus ansiosos ciudadanos, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, sabe que el tiempo es crucial antes de la toma de posesión de Trump. Ucrania debe centrarse en conseguir compromisos más firmes de los aliados europeos, que puede que tengan que llenar el vacío dejado por una administración norteamericana en retirada. En última instancia, la mejor esperanza de Ucrania es apostar por sí misma. Invertir en la producción nacional de armas y aprovechar la inestabilidad económica de Rusia son sus estrategias más viables para sobrevivir.

 

(*) Peter Rutland, catedrático de Gobierno en la Universidad Wesleyan y asociado del Davis Center for Russian and Eurasian Studies de la Universidad de Harvard. Fue con anterioridad profesor en la Universidad de Texas, en Austin, y en las universidades de York y Londres, en el Reino Unido.

(*) Olga Chyzh, investigadora sobre violencia política y regímenes represivos; es profesora adjunta del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Toronto.

Fuente: Responsible Statecraft, 19 de diciembre de 2024; The Guardian, 19 de diciembre de 2024

Traducción:  Lucas Antón


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