11.11.24
Elecciones en EEUU: Dudas de última hora (I)
Por Michael Moore, Andrew O'Hehir, Branko Marcetic, Rick Perlstein (*)
Carta de Michael Moore a los que no votan
Michael Moore
Hey, aquí Michael Moore. El de la gorra de béisbol, el de Flint, el agua envenenada, Columbine, el que predijo la presidencia de Trump/publicó una advertencia/nadie le hizo caso. El que abuchearon en los Oscar por decir que no había armas de destrucción masiva en Irak. ¡Ese soy yo! ¡Hola!
Ahora, vamos a hablar de ti. Eres de los que no votan. Tal vez es que no te importa la política. Quizás es que estás harto de que te digan que tienes que votar, como si tuvieras que cambiarte de ropa interior o ver Eternal Sunshine of the Spotless Mind [Olvídate de mí, película de 2004]. No tienes que ver ni hacer nada, ¡tampoco votar! Hay una serie de votantes que están a favor de que no votes, porque si no te preocupas lo suficiente por lo que está pasando -o por saber qué es lo que está pasando- eso te convierte en un votante peligroso. Creen que votas sin tener en cuenta los hechos y sin pensar. Eres un comodín total. Eres impredecible. Y de hecho, los lectores que estén leyendo esto ahora mismo estarán pensando: «¡No les digas que voten a los que no votan! ¡Son de los que no piensan! Quizá es mejor que volemos solos sin ellos».
Pero eso no es lo que yo creo.
Creo que muchos de vosotros no votáis, igual que creo yo que no bebo. Pero si me pusierais ahora mismo un White Russian en la mano, podría ser el chico más feliz de esta casa. Entonces, ¿por qué dejo que la gente piense que no bebo? Porque nunca me ha gustado estar en una «cultura del beber» y nunca me he encontrado con nadie que, estando borracho, fuera interesante... lo cual es mi forma de decir: te entiendo. Del mismo modo que a mí no me gusta formar parte de una cultura del beber, a ti no te gusta formar parte de la cultura de la política.
Entonces, ¿por qué recibes esta carta? Probablemente te la ha enviado uno de tus amigos o familiares. O quizá es que la has visto en las redes sociales. O ha sido tal vez la sencilla magia de los algoritmos tóxicos de Elon Musk y Mark Zuckerberg. Sea lo que sea, aquí estamos.
En las noticias y en Internet hay mucha gente que habla de «los que no votan» como si fuesen extraterrestres. Como si no les «importase» esto que a «todos los demás» nos importa. Como si fueran miembros de algún grupo marginal que anda acechando en los márgenes de la sociedad.
¡Pero no lo sois! ¡No! Y yo estoy aquí para contaros un pequeño secreto que no quieren que sepan:
Vosotros, amigos míos, SOIS EL PARTIDO POLÍTICO MÁS GRANDE Y PODEROSO DE LOS ESTADOS UNIDOS.
Es verdad. No lo son los republicanos ni los demócratas. Son los que no votan.
Mirad estos números. En 2020, fue a votar el 66,8% de los norteamericanos mayores de 18 años. Eso significa que dos tercios de nosotros votamos, y un tercio no lo hizo, ¿verdad? Dejadme que os lo formule de una manera distinta.
Estos son los resultados electorales de 2020 sobre la base del VOTO POPULAR:
1er puesto: Demócratas / Joe Biden - 81 millones de votos
2do puesto: Los que no votan - 80 millones de Votos
3er puesto: Republicanos / Donald Trump - 74 millones de votos
¡Tenéis más votos que Donald Trump!
Y en el 2016, ¡vuestro partido, el de los que no votan, obtuvo resultados aún mejores!
1er puesto: Los que no votan - 100 millones de votos
2º puesto: Demócratas / Hillary Clinton - 65 millones de votos
3er puesto: Republicanos / Donald Trump - 62 millones de votos
¡Los que no votan no son impotentes! ¡Tenéis todo el poder! Sois la fuerza política más poderosa de Norteamérica, y lo que decidáis hacer con ese poder definirá el curso de la historia de este país.
Porque así va la cosa: todos los días -lo sepas o no, te guste o no- la política toma decisiones que afectan a tu vida. Tener que pagar la deuda de un préstamo estudiantil hasta bien entrados los 50 = política. Estar obligado a conducir ocho horas hasta otro estado para recibir atención médica vital tras un aborto espontáneo = política. Que el salario mínimo federal se mantenga en 7,25 $/h = política. Que tu factura de la compra se dispare porque se les permite a las empresas subir los precios sin control de supervisión = política. Recibir una carta de la Guardia Nacional (en la que ingresaste sólo para que te ayudara a pagar la universidad) que te dice que ahora te destinan a morir en una guerra innecesaria en un país lejano = política.
Quizá por eso algunas personas de los medios de comunicación y de los partidos políticos te menosprecian: porque tienen miedo de lo que puedas hacer si empiezas a prestarle atención a la política.
Tienen miedo de lo que eres capaz de hacer.
Tienes el poder y la capacidad de influir.
Así que mienten, enturbian las aguas e inventan cosas para que la gente se grite y luego la gente normal, la gente de verdad, TÚ, se desentienda. Y yo creo que eso es lo que quieren.
Pero yo no quiero eso. Creo que tu voz importa. Creo que te mereces un sitio en la mesa y un trozo del pastel. ¡A quién no le gusta el pastel! Así que quería mostrarte una breve lista de temas en los que Kamala Harris ha tomado posición. Pero antes de hacerlo, déjame que te aclare algunas cosas: no soy miembro del Partido Demócrata. No trabajo para esa campaña. No soy un experto que recibe dinero de alguna red y nunca aceptaré un centavo por ir a las noticias por cable para compartir contigo lo que pienso.
Estos son los temas que creo que realmente te importan a TI y a tu familia. Y sería bueno saber exactamente cuál es la postura de Kamala Harris. Como yo he mismo me he dedicado a investigarlo, te puedo asegurar que nuestra actual vicepresidenta defiende firmemente lo siguiente:
Sólo las mujeres tienen derecho a controlar su cuerpo.
Gravar fiscalmente a los ricos.
Prohibir las armas de asalto.
Que todo el mundo pueda permitirse una casa propia.
Duplicar o triplicar el salario mínimo.
Acabar con los precios abusivos de las empresas.
Alto el fuego en Gaza.
Ampliar el ObamaCare.
Ampliar la Seguridad Social y Medicare.
Cubrir los cuidados a domicilio de los ancianos.
Crédito fiscal por hijos.
Permitir que los trabajadores se afilien a un sindicato.
Permiso médico y familiar remunerado.
Y en estos temas, estoy firmemente a su lado.
Donald Trump, no.
¿Y tú?
Así de sencillo.
Si la respuesta es que sí, por favor, haz que se oiga tu voz, sólo por esta vez. Eso cuenta.
¿Puedo pedirte que lo hagas sólo como favor personal? Es así de importante para mí. Hay, sinceramente, una parte demasiado grande de mí que cree que podemos acabar de verdad en nuestro final.
De verdad que no te voy a molestar con nada más. Pero sí me acordaré de que hiciste algo que realmente no querías hacer. Y que lo hiciste por todos los demás.
Gracias por este acto desinteresado, amigo/a.
Mike
Fuente: michaelmoore.com, 2 de noviembre de 2024
El verdadero problema de Kamala Harris: Pero, ¿quiénes son los demócratas?
Andrew O´Hehir
Puede que dé sus frutos el giro a la derecha de última hora de la campaña de Harris, pero lo que revela sobre el partido es desagradable.
Acusar a la campaña de Kamala Harris de repetir reflexivamente los errores de la campaña de Hillary Clinton en 2016 -como hizo recientemente Branko Marcetic, de Jacobin- puede sonar a sarcasmo de izquierdas, con un trasfondo de sexismo desafortunado (y presumiblemente no intencionado). Pero también refleja una ansiedad más profunda y más amplia que se siente en todo el espectro liberal-progresista: las encuestas muestran un empate, diez días antes de lo que se ha anunciado (con razón o sin ella) como unas elecciones presidenciales históricas. Tras la euforia del cambio Biden-Harris y el júbilo de la convención demócrata, el futuro es difícil de afrontar.
Entre los medios de comunicación y la clase política, la suposición operativa en este momento es que Donald Trump -que, de acuerdo con cualquier criterio normativo, es un candidato desastrosamente indisciplinado y errático- tiene probabilidades de ganar estas elecciones, incluso sin recurrir a hacer trampas o a la violencia popular. Esa «corazonada» tiene un valor predictivo nulo, para ser claros, y puede que no sea más que el persistente estrés postraumático de 2016.
Pero el estrés y el desconcierto liberales no mejoran presumiblemente al ver que los demócratas hacen exactamente lo que siempre hacen en las últimas etapas de una campaña nacional: inclinarse bruscamente hacia la derecha para recalcar su compromiso con la seguridad nacional y los beneficios empresariales, a la búsqueda supuestamente de independientes «persuadibles» y republicanos vacilantes (o quizás sólo en busca de la clase de los donantes, lo que técnicamente no es lo mismo).
Hemos visto a Harris mostrarse como poseedora de un arma en una entrevista con Oprah, adherirse a políticas económicas favorables a Wall Street y hacer campaña con la ex congresista republicana Liz Cheney, que apoyó literalmente todos los aspectos de la agenda de Trump antes de su intento manifiesto de subvertir las elecciones de 2020. Todo esto, por supuesto, refleja la sabiduría convencional impartida por consultores muy bien pagados, y no es intrínsecamente ilógico: si se elimina incluso a un puñado de votantes conservadores a los que no les gusta mucho Trump, pero que son reacios a votar por alguien de quien les han dicho que es una negra socialista radical que quiere convertir a todo el mundo en trans, se podría marcar una diferencia crucial en varios de los estados más importantes.
La respuesta de la izquierda también es lógica, siguiendo sus propios términos: los demócratas ya lo han intentado antes, al estilo rueda de hámster, sin derrotar de forma concluyente a la derecha, cada vez más irritada. Así que quizá sea hora de dejar de hacer eso mismo que no funciona una y otra vez -noción radical, hay que reconocerlo- e intentar algo distinto, como apoyarse en políticas socialdemócratas ampliamente populares en cuestión de sanidad, fiscalidad, deuda estudiantil y transición a la energía verde, y confiar en ganar elecciones impulsando una alta participación entre votantes más jóvenes, gente de color, votantes LGBTQ, etcétera (no entremos en la cancelación del cheque en blanco expedido a Benjamin Netanyahu, pero claro, quizá eso también).
Personalmente, simpatizo con el argumento sobre esa senda que no se ha seguido, pero por reciclar otro de los temas cuatrienales de la rueda de hámster del Partido Demócrata, nada de eso importa ante una emergencia existencial. En cualquier caso, nada de los mensajes alarmistas y agotadores del partido ni de su turbia imagen de sí mismo va a cambiar drásticamente en la última semana antes de unas elecciones nacionales a vida o muerte.
Hay indicios de que la campaña de Harris tiene intención de insistir en el derecho al aborto en los últimos días -un tema potencialmente decisivo-, junto con el giro hacia Cheney y la decisión estratégica de etiquetar directamente a Trump con la palabra que empieza por «F» ["fascista"]. Pero no se trata de pequeños ajustes tácticos a finales de octubre. El Partido Demócrata es lo que es, una coalición fundamentalmente inestable de blancos metropolitanos acomodados y gente de color de clase trabajadora, cuyos intereses están empezando a tirar de ellos en diferentes direcciones.
Ahora mismo, la cuestión primordial -para mucha gente, comprensiblemente, es la única cuestión- es si la estrategia de campaña de los demócratas va a funcionar esta vez, o va a funcionar al menos un poco mejor que hace ocho años. Para que no lo olvidemos, Hillary Clinton obtuvo 2,8 millones de votos más que Donald Trump en 2016, pero la distribución de esos votos resultó ser un problema insalvable: si restamos California, Illinois, Massachusetts y Nueva York del total general, Trump ganó en el resto del país por 5 millones de votos.
La mayoría de los que nos dedicamos a esto nos hemos cuidado de no hacer predicciones seguras basadas en «cómo funcionan las cosas», porque hoy en día nada funciona como antes, o no funciona en absoluto. El tiempo corre en círculos planos, la investigación científica ha quedado subyugada por eso de «llevar a cabo tu propia investigación» y un candidato presidencial puede decirle al país, en directo por televisión, que los inmigrantes se están comiendo sus mascotas sin sufrir daño político significativo. Ni usted, ni yo, ni nadie tiene la menor idea de si el tumulto de la campaña de Harris en liza por el punto medio patriótico conseguirá los votos electorales potencialmente decisivos de Michigan, Arizona o Carolina del Norte (es seguro afirmar que el candidato que consiga ganar dos de esos tres estados tiene muchas probabilidades de ser el próximo presidente).
Pero hay algo que sí sé: no hay que confiar en las declaraciones seguras de personas supuestamente obstinadas cuyas biblias de Realpolitik han pasado demasiadas veces por la lavadora. La semana pasada leí el artículo de opinión de James Carville en el New York Times en el que predecía una victoria de Harris, y sentí una tenue pero clara nostalgia, en algún lugar de mi interior, por un mundo desaparecido de sabiduría tranquilizadora. Luego sentí una añoranza mucho más profunda: el deseo de pasar las próximas dos semanas bebiendo whisky y viendo películas antiguas, porque ese tipo no ha apoyado a ningún demócrata que hays ganado en este siglo. Si eso no es el beso de la muerte, es una simulación terriblemente buena.
Y una cosa más que sé con certeza es que si no funciona la triangulación a lo Liz Cheney de la campaña de Harris y los supuestos políticos e ideológicos subyacentes de la casta de la élite de los barrios residenciales se revelan una vez más como algo fatalmente fallido, las consecuencias van a ser feas. Para el Partido Demócrata, para el futuro de nuestra llamada democracia y para la trayectoria del mundo entero en este siglo.
No solo porque Donald Trump gane las elecciones y se convierta en presidente, aunque ya eso es bastante malo. Sino por cómo ha sucedido y en qué circunstancias, y porque el único partido político norteamericano que pretende defender la democracia constitucional, el gobierno racional y una igualdad más amplia volverá a culpar a sus propios votantes, o a los rusos, o a la ignorancia y el fanatismo de personas a las que ve con desprecio, de las catastróficas consecuencias de su propia incoherencia e incertidumbre, y del hecho de que no pudiera evitar que todo el sistema que dice apreciar se derrumbara en una anarquía payasesca.
Fuente: Salon, 27 de octubre de 2024
¿Kamala 2024 es Clinton 2016?
Branko Marcetic
Siempre he tenido la sensación de que al Partido Demócrata le molestaba tener que aprender algo de la derrota de 2016.
No hay duda de que todas las excusas que siguieron -culpar a Rusia, a James Comey [exdirector del FBI], a los medios de comunicación, a cualquiera menos a Hillary Clinton y su campaña- fueron un intento desesperado del partido por evitar asumir la responsabilidad de dejar ganar a Donald Trump y calmar la ira de sus bases, para que no responsabilizaran a la dirección del partido.
Pero tú di una mentira incesantemente y empezarás a creértela. Y no se puede evitar tener la impresión de que los demócratas de verdad se creen que hicieron una gran campaña que habría ganado y debería haber ganado, de no haber sido por los ruines villanos que le segaron la hierba bajo los pies. Este año parecen decididos a demostrar esa tesis.
Al principio, hubo esperanzas de que el ascenso de Kamala Harris a la candidatura demócrata fuera a aportar algún tipo de visión nueva y emocionante a la liza electoral, combinando posiblemente el temprano y vacilante populismo económico de Joe Biden con el carisma personal, el optimismo y los aspectos históricos de la campaña de Barack Obama en 2008. Atrás quedaba la «estrategia del sótano» de esconder al candidato de los medios de comunicación que venían sin guión. También quedaron atrás las ya rancias advertencias sobre la amenaza de los republicanos a la democracia y la dictadura, en favor de la nueva y desmoralizante etiqueta de «raros». El eslogan de Harris de «no vamos a volver atrás» sugería que ella conduciría al país no sólo fuera del marasmo del trumpismo, sino con un rumbo distinto del de los dos últimos años desastrosos de Biden.
Hasta aquí hemos llegado. Desde hace semanas, está claro que la campaña de Harris ha decidido que va a repetir la estrategia de Clinton en 2016 con la remota posibilidad de que ese año fuera realmente una casualidad, y que Trump sea realmente tan odiado que los norteamericanos no tengan más remedio que votar a su oponente. No funcionó en 2016, pero esta vez... .
¿Qué significa eso en la práctica? Es algo parecido a abandonar la etiqueta «negativa» de raro y en su lugar llegar [por parte de Walz] a un desacuerdo civilizado. Es parecido a renunciar a entusiasmar al flanco progresista del partido -de hecho, a despreciarlo activamente- y, en su lugar, llevar a cabo un giro explícito para intentar ganarse a los republicanos. Es parecido a presentar libros blancos y posiciones políticas que pocos van a leer, mientras que rara vez se habla públicamente, cuando se tiene la oportunidad en un foro público, de lo que realmente se haría. Como postularse a la derecha de Trump en inmigración y política exterior, denominando incluso a Irán, absurdamente, el adversario más peligroso del país y sugiriendo que podría lanzar un ataque preventivo contra él.
De acuerdo, dirían los demócratas, pero ¿qué pasa con algunos de los anuncios políticos de Harris? ¿Su plataforma de vivienda, por ejemplo, que promete construir tres millones de casas y dar a los compradores de su primera vivienda una subvención de hasta 25.000 dólares? ¿O su reciente anuncio de que ampliará Medicare para cubrir los servicios de atención domiciliaria, visión y audición? ¿No apunta esto a un rumbo político diferente y más progresista que el de Clinton en 2016, aunque apenas hable de ello?
La respuesta es de verdad que no, porque este programa es en realidad un gran paso atrás respecto a los años de Biden. Es cierto que el presidente en funciones parecía a menudo reacio a presentar con fuerza el programa populista que había adoptado como forma de quedar bien con los votantes de Bernie Sanders, pero ese programa era bastante ambicioso: entre otras cosas, incluía el preescolar universal, colegios universitarios [community college] gratuitos (durante dos años), subvenciones para el cuidado de los niños, permisos retribuidos, ampliación de Medicare y una desgravación fiscal por hijos más generosa. Todo, excepto las dos últimas cosas, ha quedado fuera de la agenda de Harris desde el primer día.
Hasta la ampliación de Medicare supone un paso atrás respecto a las ambiciones de anteriores portaestandartes demócratas: Biden había prometido ampliar Medicare también a la atención dental y rebajar la edad de acceso a los 60 años, mientras que hasta [Hillary] Clinton había ofrecido que los mayores de 50 años pudieran acogerse al programa (algo que su marido [Bill Clinton] había propuesto casi veinte años antes).
Más allá de eso, Harris no tiene una política real de asistencia sanitaria para los que no tienen 65 años, lo que ha llevado a escenas como las del ayuntamiento [simulado] de la cadena [hispana] Univisión de la semana pasada, donde personas desesperadamente pobres y con dificultades le preguntaron cómo arreglaría el disfuncional sistema sanitario del país, basado en la codicia, o cómo les ayudaría a conseguir un seguro, mientras que Harris respondía con largas no-respuestas u ofreciendo que no dejaría que sus deudas médicas contaran en su puntuación crediticia.
Harris dice que está a favor de subir el salario mínimo, pero se niega obstinadamente a decir cuánto lo subiría. Y ni ella ni su compañero de candidatura han hablado de ello en sus respectivos debates, a diferencia de Biden. Eso por no hablar de la forma de su campaña de cortejar a la industria de las criptomonedas y a las grandes empresas norteamericanas, su abandono de la subida del impuesto sobre plusvalías propuesta por Biden y su aparente coqueteo con el despido de la presidenta de la Comisión Federal de Comercio, Lina Khan, mientras se codea con las fuerzas empresariales a las que Khan está demandando.
El resultado de todo esto ha sido predecible: varias encuestas de gran calidad muestran ahora que la carrera se ha hecho más apretada en los estados en disputa, en los que Harris va por delante por poco o va incluso perdiendo frente a Trump en estados como Michigan, Pensilvania, Wisconsin y Nevada, mientras que mantiene unos resultados gravemente decepcionantes entre los principales electores demócratas.
Es ciertamente posible que Harris logre la victoria con esta estrategia perezosa y complaciente: Trump es extremadamente antipático e inestable, y su programa político es extremista y alienante. Pero se trata de una elevada apuesta que ya fracasó una vez en tiempos de memoria reciente, y en la que los demócratas están, como siempre, utilizando como garantía las vidas de los trabajadores y los norteamericanos más vulnerables.
Fuente: Jacobin, 10 de octubre de 2024