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11.11.24

Filosofía natural del arte. Programación y Ciencias Computacionales

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Por Fernando Velázquez (*)

Programar requiere mucha creatividad

«People think that computer science is the art of geniuses but the actual reality is the opposite, just many people doing things that build on each other, like a wall of mini stones».

(Donald Knuth)

Existen varias definiciones sobre lo que es el Arte, pero en todos los casos, la definición utiliza elementos puramente subjetivos. En lo personal, pienso que no se limita en expresiones y no requiere patrones o cánones obligatorios para diversificarse.

Pero, ¿podríamos decir que practicar una ciencia es arte, aunque esto sea lea contradictorio? ¿Es posible que seguir un método formal para llegar a una hipótesis o resultado, sea producto de una manifestación artística y no solamente de una «cuadratura mental» pura y dura?

La forma en la cual se solucionan problemas a través de las Ciencias Computacionales podría ser casi como escribir un poema, pero con un giro práctico operativo, ya que utiliza un cierto lenguaje para escribirse, no tiene una forma preconcebida de dar solución al asunto, y muchas veces presenta un desafío intelectual.

Aquí no basta sólo con saber el problema y dar una solución, ya que se pierde la esencia de todo este arte, lo cual gira en torno a una idea original.

Tal vez sería irresponsable de mi parte decir que la computación se ha convertido actualmente en un verdadero arte, y sobre todo en un medio para crearlo, pero así lo creo. Veámoslo por todas partes: el software se está comiendo al mundo literalmente. Pero solo es el comienzo. Dentro de poco, quizá un pintor «posmoderno» utilice un pincel de realidad aumentada, con el cual dibuje una Mona Lisa 2.0, sobre un lienzo que persiste de manera ubicua, en una galería de arte virtual, que deberemos admirar accediendo a una especie de «Matrix», donde tendremos una segunda identidad bien definida que nos permita viajar a esa segunda realidad. The Matrix is everywhere...

Bienvenidos al mundo real

Todos los aspectos de nuestra vida cotidiana están rodeados de código computacional (y por las Ciencias de la Computación en general). Sin embargo, el hecho de aceptarlo, no significa que toda la gente deba ser una experta en la materia, sino simplemente entender conceptos de propósito común y comprender el impacto real en sus vidas cotidianas.

Materias como la Física, las Matemáticas o la Historia nos pueden mostrar cómo acercarnos a las ciencias y muchas de ellas conforman las herramientas necesarias para justamente entender adecuadamente el arte de la computación. Por ejemplo:

La Física te puede ayudar a entender que la idea de cómputo actualmente se encuentra muy relacionado a los estados de un electrón y traerá consigo un nuevo paradigma revolucionario (cómputo cuántico).

Las Matemáticas traen consigo toda la lógica preconcebida que existe para desarrollar notaciones y entender los métodos formales de desarrollo de software.

Y, por último, la Historia nos explica cómo la Computación se ha desarrollado a través del tiempo, su evolución, su impacto en las sociedades y hasta su probable futuro.

Ahora bien, normalmente cuando hablo acerca de las Ciencias Computacionales invariablemente viene a colación el concepto de programar, que yo visualizo como un puente uniendo al creador con su creación. Esta actividad se asemeja mucho a la música, no existe algún estándar para crear o hacer música; si bien está el pentagrama para escribir las notas y el tiempo en que esas notas se tocarán, no es una regla al momento de crear una pieza, sino más bien una herramienta para poder plasmarla. En consecuencia, puedes tomar tu instrumento y sólo tocarlo sin siquiera escribir una nota y será música.

La programación pasa por un mismo proceso «artístico» en donde cada «pincelazo» que se da tiene un «sentido» y cada «color» que se usa tiene un «propósito», brindándonos satisfacción emocional e intelectual, porque es un gran logro indudablemente derrotar a la complejidad y dar vida a nuestra creación. Nuestra paleta son algoritmos que pintamos en la memoria de un sistema y sus combinaciones/permutaciones nos llevan a crear en varias ocasiones algo sublime o hasta evocativo. Incluso cuando leemos el arte de los demás (el código de otros), podemos reconocer que muchos programas son genuinas piezas de arte: algunos son elegantes, otros son hermosos, algunos otros impactantes, aunque también los hay exquisitos.

Programar requiere mucha creatividad, además de los conceptos abstractos, herramientas y técnicas que podamos sintetizar; toda esa teoría representa sólo una pequeña fracción de lo que se necesita para hacer a un buen desarrollador.

Y aunque algunos acepten la programación como una forma de arte, no todos los artistas son iguales. Como las personas poseen diversas naturalezas, nuestras motivaciones, metas y desafíos siempre serán distintos, desde un primer momento. Pero al igual que los pintores o los músicos, hay muchos programadores que sólo replican cosas, nunca crean algo original.

Los artistas genuinos son diferentes. Se les ocurren cosas nuevas, re-definen los estándares del futuro, cambian el entorno actual para mejorarlo. No tienen miedo de las críticas. Porque quieren crear, porque quieren expresarse a través del código. Porque son simplemente libres de hacerlo, incluso si no se trata de algo grande que vaya a cambiar el mundo. Y porque hasta en este lugar existen virtuosos incomprendidos:

«No entiendo tu código. ¿Para qué son esas líneas justo después de tus lambda expressions dentro de tu Súper Clase?»

«¿Qué no ves? Esos objetos que van a ser creados mediante polimorfismo expresan mis sentimientos internos».

Los programadores son artistas.

 

(*) Fernando Velazquez es especialista en Seguridad de la Información y Hacking Ético, así como temas relacionados con Tecnologías de Información y Ciencias Computacionales.

 

Editorial. Valencia y la ultraderecha incompetente

Por J.R. Mora-CTXT

Cuando ya son más de doscientas las personas fallecidas y cientos  más permanecen desaparecidas, la terrible sensación que deja la gestión previa y posterior de la DANA es que la Generalitat valenciana es una administración incompetente, dolosa y fallida, incapaz de utilizar los recursos necesarios para proteger a la gente y al territorio en el que se desenvuelve la vida.

La desgracia es política, además de climática, y se viene gestando desde hace tiempo. La ultraderecha que arrastra a la derecha al trumpismo se instala en el bulo, el negacionismo, el autoritarismo, la mentira y la generación de odio. Llama ideología a la ciencia, culpa al hombre del tiempo del cambio climático y critica las alarmas que sirven para detonar la precaución y poner en marcha los sistemas de protección. A la vez que desde posiciones racistas denigran los conocimientos de otras culturas, ignoran, ridiculizan y desprecian los conocimientos de la propia. Sus brazos civiles, como Manos Limpias, denuncian a la directora de la Agencia Española de Meteorología, en otro intento de distraer y escurrir el bulto de la responsabilidad.

Pero las cortinas de humo no engañan. Fueron Vox y el PP quienes cerraron la Unidad Valenciana de Emergencias cuando llegaron al poder, para ahorrar 38 millones y disparar después la financiación a la tauromaquia. Fue la derecha ultramontana la que criticó la creación de la UME en tiempos de Zapatero. Son ellos quienes cambian bomberos por toreros y quienes borran tuits del presidente Mazón asegurando a mediodía que todo estaba bien porque la DANA se iba a Cuenca. Y son sus medios afines los que ignoraron la catástrofe en sus portadas al día siguiente del desastre, porque había que hablar de la esposa del presidente.

El magufismo y la conspiranoia son ya un problema estructural. Tiene sus propios canales de difusión masiva

Unos inventan supuestas voladuras de presas, otros echan la culpa a aviones fabricantes de DANAS. El magufismo y la conspiranoia son ya un problema estructural. Tiene sus propios canales de difusión masiva. Es necesario hacer un ejercicio de pedagogía, sí, de pedagogía, que llegue hasta el último rincón. Si no, lo hacen ellos.

Existieron alarmas clarísimas desde la mañana y el gobierno de la Generalitat, que tiene la obligación de velar por la seguridad de la ciudadanía, primero las minimizó y finalmente emitió la alerta cuando ya había personas en los árboles viendo pasar a sus vecinos flotando, muertos, en el agua que no había forma de contener. En ese momento la ideología ya no importaba. La ideología es lo que sucedió antes y después. La de que las vidas no importan y se supeditan a otros intereses.

La ciencia viene alertando de que estos eventos -que siempre se han producido- son ahora más y más violentos. Alguien decente, incluso aunque tenga dudas, aplicaría principios de cautela y se prepararía por si acaso. El por si acaso es un ejercicio de amor y de cuidado. En las culturas del odio y el beneficio económico a toda costa no hay cabida para la solidaridad, la prudencia y la cautela. Por eso se construye en zonas inundables, se cementa e impermeabiliza el territorio y no se lanzan a tiempo las alarmas que hubiesen hecho que la gente estuviera algo más a salvo cuando llegaron las aguas. Por eso no se prepara a la población para que sepa qué ha de hacer en estos casos. Por eso las empresas no permiten que sus trabajadores se vayan a casa cuando hay riesgos evidentes para sus vidas. Y por eso no reparten agua y comida cuando llega el desastre.

Luego viene lo de después. Hay que rescatar y los servicios públicos autonómicos están desmantelados. Como nadie se quiere responsabilizar, no se aceptan los ofrecimientos de los cuerpos de bomberos de otras provincias o se solicita la ayuda del ejército con cuentagotas. Tres días después puede que queden personas vivas atrapadas en coches o garajes, hay familias angustiadas esperando a saber qué pasa con su gente, y no hay luz, ni agua ni comida en algunos de los pueblos más afectados. La memoria de muchas personas está enterrada en el fango. El mundo, su mundo, ha desaparecido y estarían solas si no fuese porque, como siempre, brota la solidaridad.

La gente denuncia, con razón, que las instituciones públicas están fallando

La gente denuncia, con razón, que las instituciones públicas están fallando. Falla la Generalitat, que no ha solicitado el máximo nivel de catástrofe, para mantener su doble juego: mantener el control de la crisis y a la vez poder descargar el barro y la mierda sobre el Gobierno central. El Gobierno ha sido un rehén de Carlos Mazón, y debería haber tomado la gestión en sus manos para evitar que quienes han demostrado de sobra ser unos imprudentes temerarios, mentirosos e incompetentes sigan causando daños. Pero eso hubiera supuesto declarar el estado de alarma y abrir un conflicto político gigantesco. Los contendientes políticos solo aplican el principio de precaución para librarse de las consecuencias de sus actos y poder endilgársela al adversario. Como si fuese una partida de ajedrez en la que cada movimiento es estudiado cuidadosamente.

Mientras tanto, van cayendo peones y caballos. Se llamaba a mucha gente catastrofista, y lo que estamos viendo es una realidad distópica, en la que solo la gente organizada en tiempo récord ofrece esperanza. Pero no se les puede dejar solos. La administración pública tiene obligaciones, los Gobiernos tienen obligaciones. ¿Cuál ha sido el acto más llamativo de la lucha frontal del Estado contra la crisis ecosocial y climática? Procesar como si fueran una banda criminal a los activistas que denunciaron la inacción política tirando agua con remolacha a la fachada del Congreso. 

La extrema derecha está aprovechando el caos del servicio de emergencias valenciano para decir que España es un Estado fallido. Valencia es desde luego una administración autonómica incompetente, y si Mazón no dimite pronto, va camino de ser fallida. Por eso nos gustaría lanzar, una vez más, esta alerta: si el trumpismo ultraliberal y miserable que gobierna en Valencia llegara a gobernar el país, nos espera un futuro aterrador.

 

 

Competencias. / J.R. Mora


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