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16.9.24

¿Cuándo terminará la guerra en Ucrania?

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Por Anatol Lieven (*)

Algunos partidarios occidentales de Ucrania han ido presentando la incursión ucraniana en la provincia rusa de Kursk como una gran victoria que cambiará significativamente el curso y el r

Aunque legal y moralmente justificado, el ataque ha fracasado en todos sus objetivos principales, y de hecho puede haber perjudicado gravemente la posición de Ucrania en el campo de batalla. Un analista estadounidense lo ha comparado con la invasión confederada del Norte que condujo a la batalla de Gettysburg: un golpe táctico brillante que, sin embargo, se saldó con pérdidas que paralizaron al Ejército del Norte de Virginia.

El ataque ucraniano no ha capturado ningún centro de población o de transporte ruso significativo. Le ha sacado los colores a Putin, pero no hay pruebas de que haya hecho tambalearse significativamente su control del poder en Rusia. Puede que haya servido para levantar el ánimo de la población ucraniana en general, pero, tal como dejan claro las informaciones occidentales desde el este de Ucrania, no ha hecho nada por elevar la moral de las tropas ucranianas.

Es comprensible que se centren en la situación de su propio frente, que se está deteriorando drásticamente, en parte, al parecer, porque muchas de las mejores unidades ucranianas fueron desviadas al ataque contra Kursk, y los nuevos reclutas ucranianos están insuficientemente entrenados y poco motivados.

«Uno de los objetivos de la operación ofensiva en la dirección de Kursk era desviar importantes fuerzas enemigas de otras direcciones, principalmente de las direcciones de Pokrovsk y Kurakhove», declaró el comandante en jefe ucraniano, el general Alexander Syrsky.

De hecho, parece haber ocurrido precisamente lo contrario, lo que está provocando una intensificación de las críticas tanto al presidente Zelenski como al alto mando ucraniano por parte de los soldados rasos y los ciudadanos.

El ejército ruso avanza rápidamente hacia el importante centro logístico ucraniano de Pokrovsk. En palabras de uno de los defensores ucranianos: «Durante mucho tiempo, se ha descrito acertadamente la situación en el Donbás como 'difícil, pero controlada'. Sin embargo, hoy está fuera de control. Ahora mismo, parece que nuestro frente en el Donbás se ha derrumbado».

Si cae Pokrovsk, o cuando lo haga, significará que Rusia controla casi todo el sur del Donbás, y podría atacar hacia el norte, las posiciones ucranianas que quedan en el norte de la provincia de Donetsk, o hacia el este, con vistas a arrollar todo el frente sur ucraniano.

No hay ahora perspectivas de que, incluso con suministros militares occidentales, pueda Ucrania infligirle una aplastante derrota a Rusia y recuperar por la fuerza sus territorios perdidos. Existe el peligro de un derrumbe militar ucraniano, lo que podría provocar presiones en Occidente para una intervención directa. Esto es algo de lo que pretende disuadir el cambio señalado por el gobierno ruso en su doctrina nuclear.

La actual doctrina nuclear rusa establece que las armas nucleares se emplearán en respuesta a un ataque nuclear contra Rusia, o a un ataque convencional que «amenace la existencia del Estado». En palabras del Viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Riabkov;

«[E]xiste una clara intención de introducir una corrección [en la doctrina nuclear], provocada, entre otras cosas, por el examen y análisis del desarrollo de los conflictos recientes, incluyendo, por supuesto, todo lo relacionado con el curso de escalada de nuestros adversarios occidentales en lo que respecta a la operación militar especial».

Si una intervención directa de la OTAN en Ucrania condujera a la derrota rusa en ese país, sin duda amenazaría la supervivencia del actual gobierno ruso y daría paso a un período de profunda inestabilidad y debilidad nacional, que posiblemente conduciría incluso a la desintegración de la Federación Rusa. Hay pocas razones para dudar de que, ante esta amenaza, Rusia intensificaría su acción hasta llegar al uso de armas nucleares, aunque inicialmente sólo a escala limitada y local.

Por supuesto, la declaración de Riabkov también pretende disuadir a los Estados Unidos y a la OTAN de ceder a las presiones de Kiev, y de algunos gobiernos y políticos de la OTAN, y permitir que Ucrania utilice los nuevos misiles de largo alcance y aviones de combate F-16 suministrados por la OTAN para atacar objetivos en el interior de Rusia. No es que tales ataques provoquen represalias nucleares rusas; pero si tienen éxito, es fácil predecir que Rusia devolvería el golpe a Occidente mediante el sabotaje de las infraestructuras europeas. Los rusos creen que la destrucción del gasoducto Nord Stream 2 les ha dado el derecho moral y legal de hacerlo.

Estas operaciones de sabotaje parecen haber comenzado ya, aunque a pequeña escala y como si parecieran ser disparos de advertencia, más que una campaña. Sin embargo, si esto se convirtiera en una campaña a gran escala, podría provocar a su vez duras respuestas occidentales que llevarían a un ciclo de escalada que acabaría en una catástrofe. Los rusos también creen -no sin razón- que las autoridades ucranianas tienen gran interés en crear una escalada de este tipo para poner a la OTAN de su lado, y que por tanto hay que presionar a la OTAN para que siga poniendo límites al uso de armamento de la OTAN por parte de Ucrania. El hecho de que Ucrania se sintiera capaz de invadir territorio ruso utilizando armamento de la OTAN ha intensificado los temores rusos a este respecto.

Una vez más, es necesario separar aquí lo que Ucrania tiene derecho a hacer, de lo que es prudente que Ucrania haga y Occidente permita. Porque hay que reconocer que, al igual que el ataque a Kursk, una campaña ucraniana de bombardeos de objetivos en Moscú y otros lugares en lo más profundo de Rusia con misiles de la OTAN sería esencialmente una apuesta cuyo resultado resulta muy dudoso.

Tras el fracaso de la ofensiva ucraniana del año pasado, la administración Biden abandonó las esperanzas de una victoria ucraniana completa y, en su lugar, empezó a decir que el apoyo a Ucrania pretendía «fortalecer a Kiev en una eventual mesa de negociaciones». En los últimos meses, el gobierno ucraniano ha virado también hacia esta postura, y se ha alejado de su anterior negativa a negociar con la administración Putin y de su insistencia en la retirada completa de Rusia de Ucrania como condición previa a las conversaciones con Rusia.

Hace tiempo que expertos y funcionarios occidentales reconocen cada vez más en privado que, en realidad, es imposible que Ucrania recupere sus territorios perdidos mediante una victoria en el campo de batalla. Sin embargo, esto no ha llevado hasta ahora -ni siquiera estrictamente en privado- a sugerir que Ucrania y Occidente puedan proponer términos que el pueblo ruso (y mucho menos el gobierno) pueda aceptar como base para las negociaciones.

Mientras tanto, la evidencia sugiere que es Rusia, y no Ucrania, la que está reforzando su posición militar de cara a eventuales negociaciones; y no está nada claro que los ataques ucranianos en las profundidades de Rusia cambien significativamente esta tendencia.

Lo mismo ocurre con la ayuda occidental. Antes incluso de la aplastante derrota en las elecciones locales de los partidos de la coalición gobernante alemana por parte de quienes se oponen a seguir apoyando a Ucrania, el Gobierno alemán había anunciado que la ayuda directa alemana a Ucrania se reduciría casi a la mitad, y en más de un 90% en 2027. En ese año, Francia celebrará elecciones presidenciales, las cuales, tal y como están las cosas, parece que ganará el Rassemblement National de Marine Le Pen, que también se opone a seguir apoyando a Ucrania. Una reducción drástica de la ayuda europea no pondría fin por sí misma a la ayuda norteamericana. Sin embargo, obligaría a una administración norteamericana a aumentar en gran medida esa ayuda si quisiera evitar un derrumbe del presupuesto y la economía ucranianas.

Por tanto, no hay razón para pensar que el tiempo está de parte de Ucrania en este conflicto y que tiene sentido retrasar el inicio de las negociaciones. Sin embargo, eso no significa que todas las cartas estén en manos de Rusia y que lo único que tiene que hacer el Kremlin es esperar el colapso ucraniano. La economía ha funcionado mucho mejor de lo que Occidente esperaba, pero el propio Banco Central ruso está avisando de graves problemas el año que viene. En cuanto a la situación en el campo de batalla, si bien los soldados ucranianos están agotados, también parece ser este el caso de muchas tropas rusas.

El ejército con el que Rusia comenzó esta guerra ha quedado destruido. El número exacto de bajas no está claro, pero los muertos y discapacitados superan casi con toda seguridad los 200.000. La Flota del Mar Negro ha quedado inutilizada. Tal como me han reconocido interlocutores del establishment ruso, Rusia no dispone probablemente de tropas para capturar las principales ciudades ucranianas, a menos que el Presidente Putin lance una oleada intensificada de reclutamiento, algo que está claro que no está dispuesto a hacer.

Esto significa que, si se les diera a elegir claramente entre lo que podrían considerar una paz razonable y una continuación de la guerra hasta la victoria completa, parece probable que la mayoría de los rusos optaría por la paz, y que, por lo tanto, sería muy difícil para Putin continuar la guerra, si hacerlo significara el reclutamiento de muchos más hijos y maridos rusos. Esa paz de compromiso estaría muy lejos de lo que esperan los gobiernos ucraniano y occidental. También estaría muy lejos de lo que Putin esperaba cuando lanzó esta guerra en febrero de 2022.

 

(*) Anatol Lieven, periodista y analista británico de asuntos internacionales, es profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry". Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Ha trabajado también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.

Fuente: Responsible Starecraft, 5 de septiembre de 2024

Traducción: Lucas Antón


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