16.9.24
Elecciones presidenciales norteamericanas: Supresión del voto, fraude y participación. Dossier.
Por Robert Kuttner (*)
En defensa de unas elecciones libres y justas.
¿Hasta qué punto deben preocuparnos las tácticas para obstaculizar el voto? ¿Y qué hay que hacer para resistir?
Hay dos grandes campos en las que la derecha trumpista intentará una vez más socavar la democracia. La primera es la supresión del voto ["voter suppression", literalmente "supresión del votante", medidas promovidas por los republicanos en diversos estados o condados encaminadas a impedir votar o disuadir de acudir a hacerlo a determinados grupos], en la cual hay ecos de tácticas familiares de 2020, entre ellas la limitación de los centros de votación, hacer que sea más arduo el voto por correo, imponer un doble rasero en los requisitos de identificación con foto (las licencias de armas valen, los carnés de estudiante, no), requerir purgas excesivas de las listas de votantes, convertir en delito recoger el voto por correo de otra persona u ofrecer incluso un vaso de agua a un posible votante que espera en una larga cola, y conceder a los observadores electorales derechos exagerados para desafiar o intimidar a los votantes.
La segunda estrategia consiste en idear medidas para retrasar el recuento de votos, permitir impugnaciones después de que se hayan emitido los votos y rechazar la certificación de los resultados. Este fue el desesperado juego final al que recurrió Trump y que culminó en los sucesos del 6 de enero de 2021, y también puede ocurrir tanto en los estados como en los condados.
Según el último onforme del Centro Brennan, 28 estados han añadido nuevas medidas de supresión del voto desde 2020. Esto es preocupante. Pero algunas de esas medidas son triviales y casi todas se registran en estados que no son clave para el resultado presidencial.
Sin embargo, dificultar el voto e intimidar a los votantes es sólo una de las formas de subvertir la democracia. La otra -y ésta es la cuestión pendiente- consiste en manipular el recuento de votos y negarse a certificar el resultado.
En los principales estados indecisos, el gobierno está mayoritariamente en manos de funcionarios que cumplirán los deseos de los votantes y realizarán un recuento rápido y certificarán quién es el vencedor. Pero los condados controlados por los republicanos, en los que los funcionarios del condado están a cargo de la administración electoral, todavía pueden causar perjuicios.
La zona cero de esta historia es el estado de Georgia. La Junta Electoral del Estado, controlada por aliados de Trump, publicó nuevas normas claramente destinadas a ayudar a los negacionistas de los resultados electorales a manipular los resultados. Entre ellas se encuentra una norma que permite a las juntas electorales de los condados llevar a cabo «averiguaciones razonables» antes de certificar una elección si tienen dudas sobre el resultado o el proceso. Una segunda norma faculta a los miembros de la junta a «examinar toda la documentación relativa a las elecciones antes de certificar los resultados». Los tres miembros conservadores de la junta celebraron una reunión secreta para discutir la estrategia, violando los requisitos estatales de transparencia, lo que ha dado lugar a denuncias por razones éticas.
Brad Raffensperger, republicano y secretario de estado de Georgia, que en 2020 ya rechazó las presiones de Trump de encontrarle 11.780 votos, ha calificado de desastre a la Junta Electoral. Y el gobernador republicano Brian Kemp, que tuvo un intercambio superficial de besos y reconciliaciones con Trump después de que Trump presentara un candidato perdedor de las primarias MAGA contra él y luego lo insultara, ha solicitado ahora al fiscal general del estado una opinión consultiva sobre si puede anular las reglas de la junta o despedir a sus miembros. Así que hasta Georgia está lejos de ser una causa perdida para el voto honesto.
La integridad del proceso electoral es más importante en los siete estados indecisos en los que se decidirán las elecciones: Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin. La buena noticia es que cinco de los siete estados (Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Arizona y Carolina del Norte) tienen gobernadores demócratas comprometidos con unas elecciones justas. Nevada tiene un gobernador republicano, pero un secretario de estado y un fiscal general demócratas (uno latino y el otro afroamericano), apasionados defensores ambos del derecho a voto. Y ni siquiera en Georgia, donde todos los funcionarios estatales clave son republicanos, los tiene Trump en el bolsillo.
La asamblea legislativa de Wisconsin, controlada por los republicanos, aprobó varias medidas de supresión, pero las vetó el gobernador demócrata, Tony Evers. Además, con el salto del Tribunal Supremo de Wisconsin de un 4-3 republicano a un 4-3 demócrata, los buzones electorales, que había prohibido el anterior Tribunal Supremo, vuelven a ser legales. Se trata de una opción local, y al menos dos zonas fuertemente republicanas del estado no las permiten, pero sí la mayoría de las localidades.
Pero en Nebraska, que asigna los votos electorales según los distritos para el Congreso, los demócratas esperan una victoria en el competitivo Segundo Distrito, que Biden ganó en 2020. Los republicanos han estado tratando de cambiar el sistema a una asignación del estado. Y el secretario de estado y el fiscal general republicanos paralizaron recientemente la aplicación de una ley que permitía a las personas con delitos previos registrarse inmediatamente para votar, embrollando el derecho de voto de miles de ciudadanos de Nebraska. En 2022, según The Sentencing Project, se negó el derecho de voto a un total de 2,2 millones de norteamericanos en 48 estados con condenas previas por delitos graves.
Además, aunque la democracia parece relativamente segura en seis de los siete estados indecisos en las presidenciales, la presidencia no es lo único que importa. En los 28 estados identificados por el Centro Brennan que han añadido nuevas formas de supresión del voto desde 2020, hay batallas electorales por el control de todo, desde las juntas escolares a las asambleas legislativas y cargos estatales como los de gobernador y fiscal general, así como los escaños para el Congreso.
Habrá elecciones al Senado reñidas en Ohio, Montana, Nevada, Maryland y Michigan, que determinarán si los demócratas mantienen el control del Senado, lo que permitiría a la presidenta Harris conseguir el triplete que necesita para gobernar con eficacia. (Texas, donde Colin Allred se enfrenta a Ted Cruz, es una posible ganancia si se permite votar a los votantes de tendencia demócrata. Pero Texas se encuentra entre los peores casos de burda supresión del voto).
Si un fiscal general o un secretario de estado protector de la democracia ordenaran a un condado infractor que dejara de hacer necedades y respetara los procedimientos exigidos por el estado, la disputa acabaría en un tribunal estatal o federal. Si las elecciones son muy reñidas y un número suficiente de condados controlados por los republicanos hacen de las suyas en estados como Michigan, Wisconsin, Nevada o Arizona, aún es posible que se retrase la proclamación del ganador.
David Becker, director ejecutivo del Center for Election Innovation and Research, advierte: «En unos pocos estados, como Texas, parece haber esfuerzos, como investigaciones agresivas muy cerca de las elecciones, que pueden estar destinados a hacer que la gente tenga miedo de votar, para que se autosupriman». El fiscal general de Texas, Ken Paxton, ha creado una Unidad de Integridad Electoral, con la esperanza de intimidar a posibles votantes que podrían mantenerse alejados de las urnas por temor a ser procesados por violaciones inventadas mediante algún tecnicismo. La unidad acaba de emitir múltiples órdenes de registro supuestamente para investigar el «fraude y recogida de votos» en las elecciones de 2022, tras un retraso de casi dos años.
A pesar de estos esfuerzos de supresión, hay varias tendencias compensatorias que han fortalecido la democracia. Becker, que ha sido abogado litigante en la División de Derechos Civiles del Departamento de Justicia durante siete años y dirigió luego el programa para las elecciones del Pew Research Center [prestigioso centro demoscópico y de información pública], señala que, en casi todas partes, tanto la inscripción como la votación nunca han sido tan fáciles. En 2000, afirma, sólo el 40% de los norteamericanos vivían en estados que permitían el voto anticipado sin excusas. Hoy lo permite el 97%.
Los esfuerzos republicanos por emular la presión de Trump para bloquear el recuento final de votos en el Colegio Electoral y pasarle las elecciones a la Cámara de Representantes también se verán bloqueados por la Ley de Reforma del Recuento Electoral de 2022, el único ejemplo de legislación de reforma bipartidista que surgió del intento de golpe del 6 de enero. La ley deja claro que el gobernador de un estado u otro ejecutivo autorizado, como el secretario de Estado, es el único certificador de qué candidato ha ganado los votos electorales de un estado, y establece un plazo estricto para esa certificación. De este modo, se evitan los intentos de crear listas de electores rivales como en 2020. También aclara que el vicepresidente (en el caso del 6 de enero de 2025, Kamala Harris) no puede rechazar a los electores, y establece un listón más alto para las objeciones al recuento electoral.
Rick Hasen, un profesor de derecho de la UCLA que dirige el Proyecto de Salvaguarda de la Democracia [Safeguarding Democracy Project] y escribe un blog de derecho electoral, señala que en 2020 los tribunales rechazaron una frívola demanda republicana tras otra. Hasta ahora, en 2024, los intentos republicanos de utilizar los litigios para descalificar a probables votantes demócratas no han encontrado jueces comprensivos.
Justin Levitt, un destacado estudioso constitucional del derecho de voto, está de acuerdo. Prácticamente en todos los casos de intentos de retraso e impugnaciones frívolas que han llegado a los tribunales, dice Levitt, «los tribunales, ya sean estatales o federales, o republicanos o demócratas, han actuado como tribunales y han hecho cumplir la ley electoral».
Por ejemplo, la asamblea legislativa de Carolina del Norte ha aprobado una ley que retira al gobernador el poder de nombrar a los principales funcionarios electorales del estado. Hasta ahora, la medida ha quedado bloqueado por los tribunales del estado.
Levitt, que fue asesor principal del presidente Biden en materia de derechos de voto y ahora enseña Derecho en la Universidad Loyola Marymount, añade que 2020 también fue más problemático porque el Covid y los recursos de voto por bloqueo aumentaron los retrasos y la incertidumbre. Este factor no estará presente en 2024.
Y hace Levitt otra observación que a menudo se pasa por alto. La sabiduría convencional en la ciencia política y los círculos de campaña ha sido que los votantes menos proclives a votar tienden a hacerlo por los demócratas cuando se molestan en votar. Pero Trump, tanto en 2016 como en 2020, reunió también a muchos votantes poco propensos a votar. En muchos estados, afirma Levitt, los republicanos apoyan ahora reducir las barreras al voto. «Al Partido Republicano ahora le gusta el voto por correo», dice.
Pero no todo son buenas noticias. La supresión de votantes por motivos raciales sigue siendo una amenaza. El Congreso no ha aprobado la Ley John Lewis de Avance del Derecho al Voto ni la Ley de Libertad de Voto, que entre otras cosas restaurarían las protecciones de la Ley del Derecho al Voto original de 1965 que fueron vergonzosamente trituradas por el Tribunal Roberts en 2013 en el caso Shelby County v. Holder. Así que todavía hay mucho espacio para trastadas antidemocráticas con objetivos raciales.
Como se ha señalado, el punto débil serio en los logros conseguidos desde 2020 es el papel potencial de los condados profundamente republicanos. Dado que los condados suelen controlar los procedimientos de votación, los funcionarios de un condado podrían intentar toda una serie de trucos, del tipo propuesto a escala estatal por la Junta Electoral del Estado de Georgia, para retrasar la certificación de los resultados.
Aún más ominosa es la amenaza de violencia dirigida a los trabajadores electorales, con el objetivo de retrasar el recuento. Trump y sus aliados ya han dicho que es imposible que pierda unas elecciones limpias. Si la noche de las elecciones parece que va perdiendo, hará correr la voz de que las elecciones han sido amañadas. Eso, a su vez, activará a las huestes de sus partidarios más extremistas, que ya han sido preparados para llevar a cabo acciones de vigilantismo.
«Aunque no me preocupa tanto que el perdedor se instale en el cargo», dice Becker, "me preocupa mucho que las mentiras sobre las elecciones por parte del perdedor puedan incitar a la violencia, sobre todo contra los funcionarios electorales, en todo el país, especialmente en los condados más republicanos".
En conjunto, la democracia electoral está mucho mejor defendida que en 2020. «El mayor crédito pertenece a los equipos legales y las organizaciones de base que han luchado durante años contra la supresión del voto», afirma Miles Rapoport, que dirige el proyecto 100 Percent Democracy (y es miembro de la junta de nuestra revista, The American Prospect). «Pero Trump y sus facilitadores no dejan de inventar nuevas tácticas, así que la lucha por proteger la integridad de las elecciones de noviembre no será nada fácil».
¿Qué más pueden hacer los ciudadanos? Becker señala que, en casi todos los estados, los votos más tempranos en persona se escanean y se cuentan antes de la noche electoral, y luego pasan a formar parte del total oficial justo después del cierre de las urnas. Cuanto mayor sea el número de estos votos, menos sobrecargados de trabajo estarán los funcionarios electorales locales y menos vulnerables serán al acoso de los vigilantes.
El mejor remedio es que los activistas del derecho al voto y los litigantes se mantengan alerta, que los ciudadanos voten pronto y que los demócratas ganen por una mayoría aplastante más allá del margen de robo.
The American Prospect, 3 de septiembre de 2024
El debate sobre la participación
A medida que las encuestas muestran la carrera presidencial de 2024 como algo obstinadamente reñido, pese a la unidad y euforia mostradas en la Convención Nacional Demócrata, muchos progresistas se han consolado a sabiendas de que una gran variable que explicó el éxito demócrata en 2018, 2020 y 2022 fue la participación. Los grupos demográficos que tienden a votar a los demócratas cuando sea que voten, como los jóvenes y los afroamericanos, acudieron a las urnas en mayor número de lo habitual en esas tres elecciones, debido al terror que causaba el trumpismo.
Las encuestas más tempranas, como las que siguen mostrando unas elecciones muy competidas, son pésimas a la hora de captar la variable de la participación. Así que puede que la participación nos salve. O quizás no.
Publicaba yo ayer una columna [véase el artículo anterior] sobre varios aspectos de la "supresión" del voto. Uno de los respetados expertos en votaciones que yo citaba, Justin Levitt, me sorprendió con la observación de que la premisa habitual de que una alta participación tiende a ayudar a los demócratas puede resultar errónea en la era Trump. Trump, afirmó, también estaba impulsando substancialmente la participación en la base de MAGA [Make America Great Again], la cual, si no, se queda en casa por desafección con los políticos en general.
Pero, ¿cuál es el balance neto? En definitiva, ¿a qué partido ayudan más unas elecciones con alta participación? En busca de ideas, he recurrido al estudioso mejor informado que conozco sobre la maximización de la participación, Michael Podhorzer, antiguo director político del sindicato AFL-CIO. El reciente y extenso artículo de Podhorzer, «A Cure for Turnout Terror» ["Una cura para el terror a la participación¨], sigue siendo el documento de investigación más autorizado sobre el tema.
Tal como muestran los datos, según me recordó Podhorzer, la participación ha aumentado en las tres últimas elecciones. Y aunque también ha aumentado entre los trumpistas, en general ha favorecido a los demócratas, especialmente en estados y distritos indecisos.
«Durante los tres últimos ciclos, afirmaba Podhorzer, «el éxito de la mayoría anti-MAGA ha dependido de una participación históricamente alta y una oposición desigual [a Trump] de los votantes jóvenes y los votantes de color, los grupos demográficos en los que Biden había perdido más terreno en las encuestas.» Es de suponer que Harris los recupere, y algo más.
Así que volví a ponerme en contacto con Levitt. ¿Se equivocó usted - le pregunté- o de algún modo tanto usted como Podhorzer llevaban razón? Su respuesta, en un correo electrónico, fue esclarecedora:
«Los datos de Mike [Podhorzer] muestran que, a la postre, hay más votantes menos proclives a votar que se decantaron por los demócratas, sobre todo en esas tres elecciones. Pero el recuento de votantes no es una muestra aleatoria del electorado total menos proclive. En particular, los datos no son buenos para analizar si había más votantes de los menos proclives que fueran demócratas, o si los demócratas eran mejores ayudando/animando/motivando a sus votantes con menor propensión a votar».
En otras palabras, en términos de ciencia política, hay votantes menos proclives en ambos bandos. Pero que voten realmente no es sólo una variable pasiva. Depende del éxito relativo de ambos partidos a la hora de persuadir a su electorado potencial para que vote.
Así que movilizar a los votantes menos proclives a votar será, en efecto, clave para una victoria demócrata en 2024. Aún no sabemos si toda la energía y el entusiasmo mostrados en la convención servirán para motivar a los votantes reales. Lo que sí sabemos es que, en igualdad de condiciones, los votantes demócratas menos proclives propensión tienen más posibilidades de ganar que los republicanos.
También sabemos que el entusiasmo de la convención es un gran motivador para los organizadores que llevan a cabo la auténtica labor de persuadir a la gente para que se inscriba y vote. Y sabemos que la infraestructura demócrata de base para la inscripción y la captación del voto es mejor que la de su homólogo MAGA.
Por supuesto, no sabremos qué diferencia marcará esto en la práctica hasta mucho más avanzado el otoño, cuando empecemos a ver más estadísticas de inscripciones y cuando recibamos informes sobre el voto por correo y la organización sobre el terreno. Esto empezará a reflejarse lentamente en las encuestas.
Todo este conocimiento está lejos de llevarnos a dormir tranquilos, y debería motivar a los demócratas a trabajar como nunca lo habían hecho. Pero es demasiado pronto para que cunda el pánico.
The American Prospect, 3 de septiembre 2024
(*) Robert Kuttner cofundador y codirector de la revista The American Prospect, es profesor de la Heller School de la Universidad Brandeis. Columnista de The Huffington Post, The Boston Globe y la edición internacional del New York Times, su último libro es "Going Big: FDR's Legacy, Biden's New Deal, and the Struggle to Save Democracy" (New Press, 2022).
Fuente: The American Prospect, 03/09/24
Traducción: Lucas Antón