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5.8.24

La historia escrita por un revolucionario sin partido (I)

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Por Adelheid von Saldern, Jaume Raventós, Daniel Raventós (*)

¿Quién nos protege ante el derrumbamiento? El proletariado armado

 Una crítica histórico-científica al libro sobre la república de Weimar de Arthur Rosenberg. Así se podría resumir en una frase el capítulo 8 -el segundo que ofrecemos en SP, el primero aquí- del libro Arthur Rosenberg zwischen Alter Geschichte und Zeitgeschichte, Politik und politischer Bildung, (Arthur Rosenberg, entre la historia antigua y la historia contemporánea, la política y la formación política), y subtitulado "Klassische" Antike und moderne Demokratie (Antigüedad clásica y democracia moderna). El libro es un conjunto de artículos de diferentes autores y autoras alrededor de la obra y el pensamiento de Rosenberg principalmente, pero también incluye capítulos con contenidos que dan nombre al subtítulo. Se publicó en 1986 en la editorial Muster-Schmidt de Gotinga.

La autora del texto, la historiadora alemana Adelheid von Saldern, analiza algunos aspectos de las fases que considera más importantes de la historia de la república de Weimar y la interpretación que hace Rosenberg de las mismas. Y lo hace con impecable rigor. Donde Rosenberg se equivocaba -a la luz de los resultados de las investigaciones de los años 80 del siglo pasado sobre el tema, cuando fue escrito el texto- la autora lo expone y critica sin contemplaciones. Pero también reconoce en el libro de Rosenberg lo que permanece como explicaciones válidas según las evidencias empíricas o porque no se ha visto superado por mejores argumentos. 

Por lo tanto, es un texto en el que no se encontrarán críticas a la "Historia" de Rosenberg por defender posiciones de más o menos izquierda, o por si estaba más o menos en línea con el bolchevismo o por cuestionar el rumbo de la Liga Espartaco o por sus discrepancias  con las posiciones de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht en determinados momentos de los primeros días del período revolucionario, o incluso por cuestionar la misma naturaleza de la revolución alemana, que según él de socialista tenía poco, por poner algunos ejemplos en los que se puede caer y malinterpretar a Rosenberg si no se lee su historia de Weimar con la mente alejada de dogmas. Sus descripciones de las políticas de los distintos gobiernos de Weimar son clarísimas. Valgan dos ejemplos referidos al primer gobierno de Weimar de noviembre de 1918. Sobre la política económica: "no tenía ninguna política económica y [el gobierno] se limitaba a dejar que las cosas siguieran su curso" (p. 330 de la edición castellana de Verso). Y dejar que las cosas sigan su curso no parece ser la manera más efectiva de dirigir una revolución, lo que motiva, entre otros factores, la caracterización aludida de Rosenberg sobre lo poco socialista que era esta revolución. Sobre la política militar: "Toda revolución seria que brota de las masas populares crea también una fuerza militar propia". (...) "Esto es lo que ocurrió en la gran revolución inglesa, en la gran revolución francesa y en la gran revolución rusa. Pero la revolución alemana, es decir, el levantamiento de unos políticos socialistas necesitados de paz, no produjo ningún Cromwell, ningún Carnot y ningún Trotsky". (...) En cambio, los hombres de este gobierno "ni siquiera creían que pudieran traer las tropas a casa sin la ayuda de los generales imperiales" (p. 331 y 332).

Fue militante y temporalmente dirigente del ala "ultraizquierdista" del KPD, pero eso no influyó especialmente en sus análisis e interpretaciones de la historia. La rigurosidad histórico-científica la aprendió en la escuela del helenismo alemán -de la que fue un destacado miembro- de comienzos del siglo XX. Su maestro, el reputado helenista y políticamente muy reaccionario Eduard Meyer, fue "quien le transmitió una concepción del desarrollo de los acontecimientos históricos de grandes y largos períodos. Rosenberg, historiador de la antigüedad, trató de distanciarse de los acontecimientos y de las personas que tomaban parte en ellos y seguir líneas concretas en el transcurso de un proceso histórico, para poder establecer la continuidad que se ha puesto de manifiesto en la historia de los partidos políticos alemanes en su relación con los grupos dominantes en el transcurso de 50 a 60 años", como dice el editor, escritor y publicista alemán Kurt Kersten en la introducción a la primera compilación de los dos libros de Rosenberg que comprenden su historia de Alemania desde 1871 hasta 1930 y que la editorial Verso ha editado recientemente y traducido por primera vez al castellano con el título Origen e Historia de la República alemana.

Al hablar del tratamiento de largos períodos históricos, viene a colación el comentario del editor de Geschichte der deutschen Sozialdemokratie (Historia de la socialdemocracia alemana) -que abarca de 1830 a 1891- de Franz Mehring en su introducción a la edición de 1960: "Emprendió aquí el primer intento de una obra monumental de historia que utiliza el método del materialismo histórico y tiene como objeto de investigación la historia del movimiento obrero. Hasta entonces, el materialismo histórico sólo se había aplicado a periodos más breves de la historia. Mehring logró un avance verdaderamente pionero en la ciencia histórica marxista al emprender la penetración científica con el nuevo método en grandes secciones de la historia que aún no habían sido trabajadas por otros marxistas". Rosenberg, quien también pasó por la "escuela" de Franz Mehring, también escribe para explicar lo que sucedió en el periodo de la república de Weimar fundamentándose en el materialismo histórico. Es significativo que el historiador alemán y primer biógrafo de Rosenberg Helmut Schachenmayer titulara su obra de 1964 Arthur Rosenberg als vertreter des historischen Materialismus (Arthur Rosenberg como defensor del materialismo histórico). La lucha de clases, como dice la autora del texto que sigue, es su base teórica. Alguien podrá objetar que "fundamentarse en el materialismo histórico" es algo que han intentado muchísimos autores que se han autodefinido como marxistas. Y es verdad. Sin ir más lejos, toda la producción histórica estalinista, no caracterizada por su fidelidad a los hechos ni, en consecuencia, a la pretensión de verdad, así lo reclamaba. Rosenberg, en claro contraste, lo hace con una competencia envidiable.

La historiografía de Rosenberg no ha sido nunca del gusto de ninguna corriente de la izquierda, ya no digamos la estalinista. Su interpretación de los hechos del periodo de Weimar no defiende líneas ideológicas o partidistas y huye de los tópicos y la mitificación de mucha de la historiografía oficial sobre aquella época, aunque fue "una de las mentes más brillantes que pasó por el KPD" -como militante, como miembro de la ejecutiva de la Komintern y como diputado en el Reichstag- en palabras de Antoni Domènech. Con respecto a esto, cabe destacar el comentario del mismo Rosenberg en su introducción a su "Origen de la República alemana" recogido en la biografía de Schachenmayer: "Escribí este libro sin tener en cuenta ninguna opinión partidista ni ningún prestigio partidista... Al escribir este libro, siempre vi un solo enemigo ante mí: la leyenda histórica, independientemente de si procedía de la "derecha" o de la "izquierda". Rosenberg, dice Schachenmayer, no se cansó de afirmar su imparcialidad en todas sus obras posteriores. "La tarea que intento resolver aquí es científica y no partidista" (...). El historiador del movimiento obrero alemán y especialista en los consejos obreros revolucionarios alemanes, Ralph Hoffrogge, en un artículo publicado en estas páginas en el que, entre otras cosas, se quejaba de la tergiversación de la historiografía oficial sobre los hechos y los grandes nombres de la revolución alemana, destaca a Rosenberg por hacer "un análisis marxista independiente de la revolución de noviembre y sus consecuencias".  

Rosenberg escribió todas sus obras de historia moderna después de abandonar la militancia política. Fue durante el periodo militante en el KPD cuando sí se pronunció a favor de una línea política partidista y la mantuvo convencido. Su antigua camarada y dirigente del ala "ultraizquierdista" del KPD, Ruth Fischer, afirma -según Schachenmayer - que cuando Rosenberg se unió al KPD junto con algunos centenares de miles de militantes del USPD como resultado de la escisión en este partido en 1920, "(...) no se identificó ideológicamente dentro del movimiento socialista ni con el grupo de los partidarios de Rosa Luxemburg ni con el de partidarios de Paul Levi. Si alguna escuela seguía Rosenberg era la de Lenin". Escribe Schachenmayer: "(...) Se había convertido en partidario de Lenin, a quien es posible que solo conociera de nombre antes de la Revolución Rusa de 1917. El bolchevismo le parecía ahora la dirección socialista que '... más ortodoxa y estrictamente revitalizaba la vieja doctrina marxista'. En su opinión, la lucha revolucionaria final por el socialismo había comenzado".

Y fue un ferviente militante "ultraizquierdista" revolucionario y leninista hasta 1927, cuando abandonó el KPD después de ver como, por un lado, las condiciones para la revolución en Alemania se habían esfumado después del "octubre" fallido de 1923 y con la posterior estabilización que trajo el Plan Dawes y, por otro, por la "bolchevización" del KPD, es decir, la obediencia a Moscú, así como por su crítica a la línea de la misma Komintern tras el XIV congreso bolchevique, que dio inicio a la concepción estalinista del "socialismo en un solo país". Como dice Schachenmayer: "Sólo unas semanas más tarde [del Congreso del KPD de Essen en 1927] estaba firmemente convencido de que el bolchevismo y la línea dominante del KPD no perseguían los intereses del proletariado mundial, sino los del 'Estado ruso'". Hizo su renuncia con una carta dirigida al comité central del KPD y otra, similar, a Stalin. Reproducimos una parte de la primera: "El total derrumbe de la política de la Komintern en China inmediatamente después de la grave derrota [de la huelga general] en Inglaterra [1926] exige una revisión de la forma organizativa del movimiento obrero internacional. Cada vez es más claro que las incesantes derrotas de la III Internacional no pueden explicarse por causas externas, sino que estamos en presencia de un error de fondo del sistema. (...) Por otro lado, la Komintern no puede estorbar a la política de la Rusia soviética. Así, surgen contradicciones insostenibles. Y de esas contradicciones nacen las constantes oscilaciones tácticas, los errores y las derrotas." (...) El gran viraje de la política interna rusa en el XIV Congreso de los bolcheviques [celebrado en diciembre de 1925] tendría que haber llevado lógicamente a la disolución de la III Internacional. (...) Los hábiles estadistas que hoy conducen la Rusia soviética (...) se percatan -la cosa no ofrece duda- de que la ulterior existencia de la Komintern daña seriamente, ya a la Rusia soviética, ya a los obreros de los demás países. Pero se hallan aún tan prisioneros de la ideología de ayer, que no pueden dar el paso necesario. (...) Después de Essen y después de Shangai, sólo se puede representar la línea de la Komintern engañando conscientemente a los trabajadores alemanes. Porque no puedo prestarme a tal engaño, anuncio aquí mi salida del Partido Comunista de Alemania".

Pero no por todo ello Rosenberg deja de ser un "hijo de su tiempo" -como se verá en el texto que presentamos de Adelheid von Saldern- en algunas de sus concepciones sobre determinados hechos y momentos de la política de la época. Algunas afirmaciones y concepciones de Rosenberg no son válidas actualmente según la autora, porque la investigación posterior las ha refutado a partir de los nuevos datos e investigaciones disponibles. Ni sus biógrafos, ni sus amigos, ni los historiadores que lo han estudiado, aun alabando su originalidad y su rigor histórico, han dejado nunca de calificarlo de intelectualmente contradictorio, provocador o impulsivo. Quedémonos con las aportaciones de su historia de la república de Weimar que aún hoy son válidas, útiles y sugerentes y recordando que su "Historia" sigue siendo considerada, como la autora afirma, una de las obras fundamentales para explicar aquel periodo de la historia de Alemania. Jaume Raventós y Daniel Raventós

 

¿Sigue teniendo validez actualmente la Historia de la República de Weimar de Arthur Rosenberg?

La Historia de la República de Weimar de Arthur Rosenberg tiene una larga historia. El libro apareció por primera vez en Karlsbad en 1935. Pronto se tradujo a muchos idiomas, señal del gran interés que despertó[1]. Registró una fuerte resonancia especialmente en Inglaterra y Estados Unidos. En Alemania fue al principio prácticamente desconocido. Hasta 1955 no se publicó por fin aquí [2]. Sin embargo, el gran éxito en la Alemania de Adenauer aún tardaría en llegar. Hubo que esperar hasta los años sesenta, sobre todo en relación con el movimiento estudiantil y la investigación sobre los consejos obreros, para que la pelota empezara a rodar y no ha dejado de hacerlo desde entonces. El movimiento estudiantil acabó, más o menos, desapareciendo, pero el libro no. En 1980 se contó la vigésima edición. Evidentemente es una especie de bestseller, pero sin haber sido gestionado de ninguna manera en particular. Así pues, debe de haber algo en el libro que explique su gran éxito. A continuación, nos ocuparemos de ello y nos preguntaremos por qué - a pesar de las publicaciones más recientes - es evidente que este libro sigue sin considerarse anticuado. Para ello, analizaremos su estilo de presentación (I) y sus consideraciones teóricas (II), así como algunas de sus afirmaciones historiográficas sobre la República de Weimar (III).

I. El modo de presentación

Es bien sabido que hay libros que tienen éxito porque el autor descubre y analiza nuevas fuentes. Sin embargo, esto no es aplicable al "libro de Weimar" de Rosenberg. Las fuentes utilizadas por Rosenberg no tienen nada de extraordinario en sí [3]. La situación es diferente con el modo de presentación de Rosenberg. En ello se encuentra sin duda una clave para explicar su éxito. Por esta razón, a continuación se destacan algunos componentes:

1. En primer lugar, hay que mencionar la brevedad de la presentación. El libro consta de 226 páginas, incluidas las notas. De ellas, unas 90 páginas tratan de la revolución, incluida la Asamblea Nacional, quedando 136 páginas para la historia de los años siguientes. Por tanto, el lector no corre peligro de cansarse.

2. El éxito de Rosenberg se debe también en gran parte a su lenguaje sencillo, fácil de entender, aunque claro, insistente y rico en imágenes. Escribe de forma comprensible, incluso para aquellos que no se han dedicado con el a menudo complicado transcurso de la historia de la República de Weimar. Por ejemplo, trata de expresar la relación de las clases medias con la República de Weimar con las siguientes palabras: "En los años 1924 a 1928, las clases medias alemanas, así como los empleados y funcionarios que pertenecían a los partidos burgueses, toleraron en general la República [4]. Con la escueta expresión "tolerar", Rosenberg capta acertadamente la situación y la actitud política de amplios sectores de las clases medias de la época (impotencia política, reservas ante la República, conducta expectante, etc.) [5].

3. La fuerza de Rosenberg reside también en ir directamente al grano de los análisis, hacer afirmaciones significativas y desbrozar caminos en el bosque. Por ejemplo, caracteriza la formación del gobierno de Fehrenbach tras las elecciones de junio de 1920 de la siguiente manera: "La contrarrevolución capitalista tomaba ya posesión del gobierno" [6]. Aludía al hecho de que tres ministros del liberal de derechas Partido Popular Alemán se habían incorporado al gabinete. Ciertamente, esta forma de caracterizar el gabinete de Fehrenbach será considerada por algunos lectores como exagerada y sesgada,[7] pero nadie negará que esta breve descripción de un gobierno relativamente efímero se queda fácilmente grabada en la memoria. Proporciona una orientación inicial y un interés por seguir rebuscando acerca de las políticas concretas seguidas por un gabinete caracterizado de este modo.

4. Rosenberg no cae en la simple caracterización de blanco o negro. No está ciego de un ojo -a diferencia de algunos de sus epígonos-, incluso allí donde puede haberle resultado difícil como pensador políticamente partidista. Por ejemplo, no tiene pelos en la lengua cuando admite que las organizaciones obreras habían sufrido tres grandes derrotas sólo hasta 1924, a saber, en las luchas de enero a mayo de 1919, por el resultado del putsch de Kapp y por la inflación. Rosenberg no critica con tanta dureza a ninguna agrupación política como a los partidos de la clase obrera, el MSPD [Mehrheitssozialdemokratische Partei Deutschlands, el USPD [Unabhängige Sozialdemokratische Partei Deutschlands] y el KPD [Kommunistische Partei Deutschlands]. Descubre implacablemente sus errores, de los que, a diferencia de muchos de sus epígonos, no sólo imputa a los dirigentes de los partidos [8].

5. Rosenberg, además, cautiva al lector con un medio clásico de presentación: las comparaciones. Estas no pretenden transmitir conocimientos más profundos del contenido. Por ejemplo, compara el escándalo Sklarek [9] en su significado para la caída de la República de Weimar con la importancia que tuvo en su día el escándalo del collar de la reina María Antonieta para el hundimiento de la monarquía francesa [10]. Asimismo, Rosenberg busca en vano un Bolingbroke o un Metternich entre los vencedores de Versalles [11]. En otro contexto, compara los Freikorps posteriores a 1918 con aquellos del año 1813 y subraya las diferencias. En 1813, "el rey Federico Guillermo III y su corte temblaban ante la radicalidad de sus propias milicias", mientras que en la época de la República de Weimar los Freikorps respiraban el "espíritu de la contrarrevolución" [12].

Así pues, las comparaciones de Rosenberg tienen sobre todo la función de hacer más comprensible y memorable para el lector lo nuevo que intenta exponer, poniendo de relieve las semejanzas y diferencias con lo ya conocido[13].

6. Sin embargo, Rosenberg no sólo trabaja frecuentemente con comparaciones, sino que también reflexiona junto con el lector sobre posibles alternativas en la historia, especialmente en el contexto de la historia de la revolución que se tratará más adelante. En cambio, otros dos ejemplos pueden servir para aclarar lo dicho hasta aquí. Rosenberg se pregunta sin reparos, por ejemplo, qué habría ocurrido si el Tratado de Rappallo de 1920, el tratado entre Alemania y la Unión Soviética, no se hubiera cerrado en 1920, sino en diciembre de 1918, es decir, antes del gobierno revolucionario. Según Rosenberg, esto podría haber dado a la política interior y exterior de Alemania "un giro diferente" [14]. En otro contexto, Rosenberg se pregunta qué habría pasado si la Reichsbanner - la organización republicana de masas próxima al SPD - hubiera existido desde 1919 en lugar de crearse en 1924: entonces los Freikorps habrían sido "superficiales", y todo el calvario de la República alemana podría haberse evitado" [15].

Sobre todo los lectores jóvenes, quienes suelen tener un acercamiento voluntarista a la política y a la historia, pueden sentirse interpelados por las repetidas muestras de alternativas concebibles y estimularse a pensar de forma creativa. Ciertamente, sólo los verdaderos análisis estructurales y de procesos pueden explicar por qué ciertos desarrollos se han impuesto y otros no. Y en tales análisis debe residir siempre el énfasis principal del trabajo del historiador. Sin embargo, no hay que olvidar que señalar posibles vías de actuación alternativas también debe tener su lugar en la historiografía, es decir, la "fantasía histórica" -dentro de ciertos límites- está totalmente justificada y es útil. Es probable que Rosenberg pensara de forma similar al respecto; al menos, procede en consecuencia sin descuidar el análisis de la realidad histórica.

7. Rosenberg escribe una historia política. Incluso en los lugares en los que habla del desarrollo económico y social, sus observaciones siguen centradas en el proceso político. Es indiscutible que hoy, gracias a investigaciones recientes, [este texto se terminó de escribir en junio de 1983 NdT.] tenemos muchos más conocimientos sobre las estructuras económicas, los intereses y los desarrollos de este periodo de los que en el libro de Rosenberg se hacen evidentes [16]. Lo mismo cabe decir de las cuestiones histórico- sociales [17]. (Aunque todavía queda mucho por investigar en este campo, así como en el histórico- cotidiano). Lo que parece una carencia en la obra de Rosenberg desde el punto de vista del estado actual de la investigación y de los intereses de investigación de hoy no tiene, sin embargo, un efecto negativo en la forma de presentación. Al contrario: su estudio está redactado de forma sumamente apasionante.

II Consideraciones teóricas

El historiador Berding ha criticado a Rosenberg porque sus obras adolecerían "de falta de sofisticación y autodefinición teórica y metodológica"[18]. Berding explica: "La existencia de ámbitos sociales de autonomía relativa exige la aplicación de diferentes métodos de autonomía relativa. Cuando se trata de aclarar el contexto de la política económica, no se puede prescindir de las teorías desarrolladas en las ciencias económicas, ni de los instrumentos analíticos de la sociología cuando se trata de relacionar entre sí las estructuras sociales y los acontecimientos políticos". Semejantes críticas a Rosenberg no convencen. ¿Qué historiador de la generación de Rosenberg cumplía con esta pretensión ni que fuera parcialmente? Es más, ¿qué historiador de la generación de Rosenberg se ocupó en realidad de los grupos sociales y de la interdependencia de la economía y la política? También hay que preguntarse si las teorías y los instrumentos analíticos de la economía y la sociología como tales son adecuados de antemano para explicar las constelaciones sociales y los desarrollos en su conjunto de manera óptima. Este optimismo generalizado sobre los métodos difícilmente puede justificarse. Por último, cabe preguntarse cómo se ven bajo esta perspectiva nuestros relatos generales más recientes sobre el periodo de Weimar. Me vienen a la mente Heiber, Schwarz, Dederke, Tormin, Schulze, Schulz o el trabajo más antiguo de Eyck [19]. En este aspecto, Rosenberg no tiene por qué temer a las comparaciones.

Aunque Rosenberg no toma prestada la teoría de las disciplinas vecinas, esto no significa que su historiografía carezca de supuestos teóricos básicos. Puesto que en realidad no los presenta al lector, sino que los oculta en el texto. Esto vale sobre todo por la convicción de Rosenberg de que la historia es una historia de luchas de clases. No justifica esta concepción, sino que escribe de acuerdo con ella. En el centro de su interés está, por tanto, el análisis de las relaciones de clase en el tiempo. Este es el hilo conductor que atraviesa todo su libro, elaborado con una tensión interna y una densa presentación que no tienen rival.

Sobre la base de esta premisa básica, giran otras consideraciones teóricas -en consonancia con el tema del estudio- en torno a la estabilidad e inestabilidad de las democracias parlamentarias en las sociedades capitalistas industriales. Rosenberg desarrolla consideraciones de este tipo mediante el análisis de procesos empíricos, como si concediera gran importancia a combinar empiria y teoría y mantuviera el grado de abstracción de sus procesos de pensamiento teórico lo más bajo posible. Sólo el lector atento detectará tales pasajes. He aquí sólo algunos:

Rosenberg, por ejemplo, medita -casi como de paso- sobre los peligros a los que está expuesta una democracia parlamentaria e indica la dirección de la política que podría reducir tal peligro: "Sólo si el ritmo de la vida parlamentaria coincide con el de las demás fuerzas sociales (militares, poderes económicos) puede funcionar realmente una democracia" [20].

Es este un problema que también da que pensar a los lectores de hoy. Por lo demás, el final de la República de Weimar también muestra lo poco capaz que es una democracia parlamentaria de soportar una gran crisis social sin una "base social".

Sin embargo, Rosenberg va un paso más allá reflexionando sobre la naturaleza de los procesos de la política social en las sociedades capitalistas industrializadas, precisamente un tema de gran actualidad, sobre todo hoy en día. En este contexto, acusa a los comisarios del pueblo del período revolucionario de haber tenido muy poco en cuenta el hecho por el que "la política social nunca puede flotar por sí misma como una cosa en el vacío, sino que su éxito depende de la situación general de la economía. Las más geniales disposiciones en política social no sirven de nada si, por ejemplo, los empresarios no son lo suficientemente ricos para asumir los costes de la política social, o si el Estado es demasiado pobre para cumplir con sus obligaciones de política social, o si los rápidos saltos de la inflación devalúan en la mano el salario del trabajador, o incluso si el poder político del Estado es conquistado por fuerzas enemigas de los trabajadores y perforan a su antojo los artículos de la política social"[21]. A la inversa, esto también servía para las fases económicas ascendentes. Al fin y al cabo, fue un gobierno del bloque burgués el que logró un gran avance en política social en 1927, a saber, la introducción del seguro de desempleo. "El gobierno del bloque burgués no fue tan regresivo en cuestiones sociales como cabía esperar. En un signo de prosperidad general, los partidos burgueses y los empresarios estaban dispuestos a dar a los trabajadores una modesta parte de la bendición del dólar" [22].

Cualquiera que, como Rosenberg, se plantee preguntas sobre el margen de acción de la democracia parlamentaria no puede evitar confrontar el movimiento obrero con estas cuestiones, especialmente aquella parte del movimiento obrero para la que el parlamento constituye el centro de la acción política. Quien no se deje engañar - por lo más bien apresuradas que suenan las observaciones de Rosenberg - sobre la seriedad de la afirmación, reconocerá en sus consideraciones sobre el SPD problemas fundamentales del reformismo que aún hoy merece la pena discutir [23].

Según él: "El SPD no había logrado sus éxitos desde 1924 porque opusiera el socialismo al orden social capitalista, sino precisamente al revés, porque afirmaba la forma dada del capitalismo alemán y sólo aspiraba a ventajas para los trabajadores en el marco de este orden capitalista. Sin embargo, un partido socialista llega a un callejón sin salida peligroso cuando se ve obligado a compartir la responsabilidad del orden social capitalista en tiempos de crisis. Mientras todo iba bien en Alemania, los electores votaban a favor del Plan Dawes y del SPD, pero cuando llegara una nueva crisis, ¿sería capaz el partido de cambiar de rumbo rápidamente y retomar la lucha contra el sistema capitalista?" [24].


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