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20.5.24

DERECHIZACIÓN. Elecciones europeas: manual de instrucciones.

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Por Steven Forti (*)

Ante el presumible ascenso de la derecha y la ultraderecha, algunos factores arrojan pistas sobre cómo puede configurarse el poder en la UE después del 9 de junio

Entre el 6 y el 9 de junio, se celebran unas elecciones europeas que se anuncian como cruciales. Según el Eurobarómetro, un 70% de los ciudadanos de la Unión Europea (UE) está interesado en los comicios. En 2019 eran un 10% menos. Finalmente, la participación real fue del 51%, pero todo apunta a que esta vez la abstención será la más baja de la historia. Aquí acaban las buenas noticias. No quiero parecer demasiado pesimista, pero la situación es la que es. La media de todos los sondeos existentes hasta la fecha que ofrece Politico no deja demasiado margen a la esperanza. En resumidas cuentas, no solo no hay cambios positivos a la vista, sino que incluso está en entredicho el mantenimiento del statu quo.

Los pronósticos apuntan a que todos los partidos progresistas perderán escaños: el Partido Socialista Europeo (PSE), casi una decena; el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea (GUE/NGL), 5; los Verdes, la friolera de 27. Los liberales de Renew Europe (RE) bajarían también (-14 diputados), mientras la derecha tendría el viento en popa. El Partido Popular Europeo (PPE) repetiría los resultados de hace un lustro; Identidad y Democracia (ID, el grupo de Marine Le Pen, Matteo Salvini, Geert Wilders y Alternativa para Alemania) podría ganar una veintena de escaños, y los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR, la formación de Giorgia Meloni, Santiago Abascal y los polacos de Ley y Justicia), más de una decena.

La extrema derecha tiene una intención de voto del 23%, mientras que populares y socialistas se quedan en el 39%

De momento son solo sondeos, pero la tendencia es bastante clara, salvo que se produzca una movilización del electorado progresista en todo el continente. Hay un dato sintomático: la extrema derecha, dividida entre ID y ECR, tiene una intención de voto del 23%, mientras que los dos grandes partidos que han gobernado la UE hasta la fecha, populares y socialistas, se quedan en el 39%.

La derecha y la ultraderecha controlan la mayoría de los gobiernos de los países de la UE, mientras que socialistas y liberales apenas cuentan con siete jefes de gobierno de los 27. Este es un elemento importante si tenemos en cuenta el funcionamiento intergubernamental de las instituciones europeas y los posibles tejemanejes posteriores al voto. Aunque sea el sueño húmedo de politólogos y economistas, predecir el futuro es tarea imposible: las incógnitas son muchas aún y pueden producirse algunas sorpresas. En todo caso, algunos factores proporcionan pistas para entender por dónde pueden ir los tiros.

La vida sigue igual, pero no tanto

Evidentemente, todo (o casi) dependerá de los resultados electorales. Hay tres grandes incógnitas que están estrechamente interrelacionadas porque, como es sabido, la política europea es un encaje de bolillos. En primer lugar, ¿qué mayoría parlamentaria tendremos? Hasta 2019 no había dudas: siempre han gobernado populares y socialistas en gran coalición. Hace cinco años, el debilitamiento de las dos grandes familias políticas europeas obligó a introducir en la mayoría a Renew Europe, el viejo partido liberal "renovado" por Emmanuel Macron.

Ahora, en cambio, tenemos tres opciones. La primera la llamaremos "La vida sigue igual", es decir el mantenimiento de la mayoría actual (populares, socialistas y liberales) que, aunque debilitada, podría contar con un amplio margen de maniobra en el Parlamento Europeo. A grandes rasgos, seguiríamos como estábamos. La segunda opción la podríamos llamar "OTAN, de entrada sí", una mayoría que sustituye a los socialistas con los Conservadores y Reformistas Europeos. Viraríamos a la derecha, con la legitimación de los ultras -es decir, de su sector atlantista, capitaneado por Meloni- como fuerza de gobierno en la UE. La tercera opción, que llamaremos "la trumpización de Europa", sería un giro de 180 grados hacia la extrema derecha: los populares se aliarían con ECR e ID que, según algunos, podrían unificarse en una misma formación que tendría incluso la posibilidad de ser el primer partido en la Eurocámara, superando a los populares. Orbán lo celebraría a orillas del Danubio.

En realidad, hay también una cuarta opción que considero la más probable, "La vida sigue igual, pero no tanto", es decir el mantenimiento de la mayoría actual, pero con una apertura con cierto aperturismo hacia ECR o, al menos, una parte de ellos. Que, al fin y al cabo, es lo que ha pasado en el último bienio tras la elección de la popular maltesa Roberta Metsola como presidenta del Parlamento Europeo. Todo parecería igual, aunque no sería cierto. Una solución que sería presentada como de consenso, pero que tiene trampa. Giraríamos a la derecha y se daría una paulatina legitimación de la ultraderecha atlantista, presentada como seria y responsable. La definitiva desdiabolización de Meloni y compañía estaría en marcha. Es lo que dijo explícitamente la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, a la sazón candidata del PPE, en un debate celebrado en Bruselas el pasado 29 de abril.

Ursula & Supermario

La segunda incógnita atañe a quién ocupará la presidencia de la Comisión Europea. Hace un par de meses todos daban por descontado que Von der Leyen seguiría un lustro más, pero a la popular alemana se le han complicado bastante las cosas entre escándalos relacionados con las empresas farmacéuticas durante la pandemia, politización de su campaña electoral -al haber sido elegida candidata oficial del PPE- y nombramientos a dedo -el llamado Piepergate-. El pasado 11 de abril la Eurocámara votó por mayoría contra el nombramiento del correligionario de Von der Leyen, Markus Pieper, como enviado de la UE para las pequeñas y medianas empresas. Unos días antes, además, cuatro comisarios -los socialistas Josep Borrell, Paolo Gentiloni y Nicolas Schmit, candidato del PSE, y el liberal Thierry Breton- hicieron pública una carta en la que criticaban duramente a la presidenta. Algo absolutamente inédito en la UE. A eso hay que añadir que en el PPE hay un sector muy crítico con Von der Leyen y el mismo presidente de los populares, el alemán Manfred Weber, se la tiene jurada a su compañera de partido, si bien ha apreciado su paulatino giro derechista del último año: desde el endurecimiento de las políticas migratorias al paso atrás en el Green Deal, pasando por las buenas relaciones establecidas con Meloni.

Hace un par de meses todos daban por descontado que Von der Leyen seguiría un lustro más, pero a la alemana se le han complicado las cosas

Así que, aunque Von der Leyen sigue siendo la candidata con más opciones, han empezado a circular nombres alternativos como el de Metsola o Mario Draghi. La actual presidenta del Parlamento Europeo garantizaría el control del principal cargo de la UE para los populares. Sin embargo, estaríamos no solo ante una presidenta ubicada ideológicamente más a la derecha -conocidas son sus posiciones antiabortistas-, sino ante una presidenta débil. Esta circunstancia puede ser irrelevante para muchos de los gobiernos de los 27, pero sería un tiro en el pie para el proyecto europeo en un contexto internacional como el actual y con la posibilidad de que, en unos meses, Donald Trump pueda volver a ocupar la Casa Blanca.

El nombre de Draghi es quizás la apuesta más rompedora al tratarse de un peso pesado de la política europea y un hombre con autoridad para tratar con Washington, Pekín y los mercados. Además, se trata de alguien que no tiene carnet de partido. Es la carta que se ha sacado de la manga Macron que no traga la modalidad de los spitzenkandidat que se introdujo en 2019, es decir la elección previa de los candidatos de los partidos para presidir la Comisión. Hace cinco años, el intento se frustró: los candidatos de los populares, Manfred Weber, y de los socialistas, Frans Timmermans, fueron reemplazados por Von der Leyen después de un pacto entre bambalinas entre Macron y Angela Merkel. La presencia de Draghi en la conferencia "European Pillar of Social Rights", celebrada el pasado 16 de abril en Bélgica, ha reforzado su candidatura: su intervención a favor de un "cambio radical" en la UE ha sido una especie de declaración de intenciones y, en definitiva, un programa de gobierno.

En todo caso, es difícil que los partidos cedan la presidencia de la Comisión a un técnico, aunque Supermario, el hombre del Whatever it takes, tenga posibilidades en un contexto internacional como el actual. Además, sacar a relucir un nombre con dos meses de antelación puede quemarlo. Tampoco podemos descartar que después del 9 de junio alguien saque de la chistera otro nombre hoy en día inimaginable y que los bolillos encajen. De hecho, es lo que pasó con von der Leyen en 2019.

Ahora bien, hay otro elemento que no podemos perder de vista. Los acuerdos sobre la presidencia de la Comisión se pactan de dos maneras. Por un lado, entre los gobiernos de los 27, más que en el Parlamento: y ahí, como decíamos, la derecha tiene una amplia mayoría. Por otro lado, el pacto incluye también los otros dos principales cargos de la UE: las presidencias del Consejo Europeo y del Parlamento Europeo. En 2019, Macron consiguió imponer al liberal belga Charles Michel para el Consejo, mientras que populares y socialistas se repartieron el Parlamento, dos años y medio por cabeza. En la ecuación entró también la comisaría de más peso, el Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Políticas de Seguridad, que finalmente recayó en los socialistas con Josep Borrell. ¿Qué pasará, pues, tras las elecciones? Una opción sería el tándem Von der Leyen en la Comisión y Draghi en el Consejo. ¿Política ficción? Quizás no tanto: continuidad, cambio controlado y eficiencia. El protagonismo de la alemana, que ha molestado a muchos en los últimos tiempos, se vería equilibrado por un presidente del Consejo Europeo, que posiblemente sería el verdadero mandamás en el próximo lustro.

Atención a Polonia

Queda una última incógnita por despejar. ¿Quién será el kingmaker después del 9 de junio? En 2019, fueron Macron y Merkel los que cortaron el bacalao: el eje franco-alemán pasó olímpicamente de los demás e impuso la solución al rompecabezas. Gran Bretaña estaba ya con un pie y medio fuera de la UE, Italia tenía un gobierno euroescéptico y Polonia estaba camino a la orbanización con los ultras de Kaczynski en el poder. Tras la victoria en las elecciones de abril, Pedro Sánchez fue abandonado a última hora por Macron, a cambio del Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores para Borrell. Ahora, sin embargo, Merkel ha dejado la política y su sucesor, el socialdemócrata Olaf Scholz, no goza del mismo prestigio, ni dentro ni fuera de las fronteras alemanas, sin contar que su partido y sus socios de gobierno en Berlín, verdes y liberales, están de capa caída en los sondeos. Por otro lado, Macron está en horas bajas: en Francia, las encuestas auguran una victoria por goleada de la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen, que doblaría en votos al partido del presidente galo.

Probablemente, no habrá un solo kingmaker, sino una alianza fruto de la correlación de debilidades formada por Macron, Scholz y el primer ministro polaco, Donald Tusk, que el pasado mes de diciembre puso fin a los gobiernos de la ultraderecha en Varsovia. A ellos podría sumarse Sánchez. Sería una solución "a la europea", de cierto consenso, entre los principales países de la UE -el eje franco-alemán, más Polonia y España- y los partidos de la actual mayoría -socialistas, populares y liberales-. Podría ser el partido de Draghi. Fuera de la ecuación quedaría solo Meloni, que en el último año ha apostado con fuerza por Von der Leyen, con la que ha entablado una relación de confianza.

De fondo, hay la consabida tensión entre intereses de partido e intereses de país. ¿Qué hará, por ejemplo, Scholz? ¿Preferirá seguir con una alemana en la presidencia de la Comisión, aunque sea de la CDU, o apostará hasta el final por otra solución, a costa de dejar la Comisión a otro país? ¿Y Tusk? Atención a Polonia que puede ser la clave de bóveda de todo el asunto. Por un lado, el polaco es el jefe de gobierno del país más importante que detenta el PPE y no puede aceptar un pacto con los ultras del ECR al que pertenece Ley y Justicia, el partido que quería encarcelarlo y está intentando a toda costa tumbar su frágil ejecutivo de coalición. Por otro lado, Polonia pesa cada vez más en los equilibrios europeos, sobre todo tras la invasión rusa de Ucrania: el eje Varsovia-Washington es sólido y Polonia presiona hace tiempo por una OTAN más fuerte y agresiva. ¿Y Meloni? La líder de Hermanos de Italia, a la sazón presidenta de los Conservadores y Reformistas Europeos, podría alinearse para no quedar en cuarentena, aprovechando la presencia de un italiano -Draghi- en una posición principal en la UE. Por último, queda un actor político secundario, pero no tanto, Manfred Weber, presidente del PPE, que podría vengarse de lo de 2019, saboteando a Von der Leyen y apostando por Metsola. La presidenta de la Eurocámara es políticamente débil y consecuentemente controlable, en buena relación con Meloni y el ECR, y, además, representante de un país, Malta, sin peso alguno en los equilibrios europeos. Difícil, pero no imposible.

Como se puede apreciar, el rompecabezas es realmente endiablado. Y su solución marcará los pasos futuros de una Unión que deberá afrontar retos enormes -empezando por la autonomía estratégica, energética e industrial y la nueva posible ampliación al este con una necesaria reforma de su funcionamiento- en un contexto internacional que definir como complicado es quedarse corto.

 

(*) Steven Forti. Profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de 'Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla' (Siglo XXI de España, 2021).

Foto: La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en el Parlamento Europeo en enero de 2023. / Andrea Adriani CC-BY-4.0 


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