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6.5.24

Oligopolios y drenaje delictivo de recursos

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Por Roberto Sansón Mizrahi (*)

Grandes corporaciones oligopólicas extraen valor de los mercados que controlan y varias luego evaden o eluden el pago de los impuestos que fijan las leyes.

Buena parte de estos capitales mal habidos son fugados a guaridas fiscales y otras jurisdicciones lo que constituye un enorme drenaje delictivo de recursos con consecuencias demoledoras para los países castigando a los sectores medios y populares de su población. 

Un aspecto crítico del sistema económico contemporáneo es que grandes corporaciones oligopólicas controlan principales mercados, como alimentación, energía, medicamentos, agroexportación, minería, banca y seguros.

Son empresas líderes que imponen su poder sobre proveedores y consumidores vía precios y condiciones comerciales, se apropian de ingresos que no les pertenecen. Los extraen al pagar bajos salarios a trabajadores, al reconocer bajas compensaciones a sus proveedores y al fijar altos precios a los consumidores. A estos ingresos le suman lo que retienen del fisco por la evasión y elusión de impuestos que realizan y luego fugan al exterior. Las consecuencias de esta apropiación son demoledoras para los países, muy especialmente para sectores medios y populares de la población.   

El impacto de estos efectos directos de la apropiación oligopólica se multiplica a través de una cascada de otros efectos derivados. Por un lado, los trabajadores, proveedores y consumidores que no logran retener un valor que les pertenece reducen su capacidad de adquirir bienes y servicios y, al hacerlo, perjudican a quienes los producen, sus trabajadores y proveedores. Se produce una retracción en cadena de la demanda interna mientras los ingresos apropiados refuerzan la concentración de la riqueza de grandes corporaciones y acaudaladas familias.

Por su parte, el delictivo desfinanciamiento del Estado por evasión, elusión y fuga de capitales mal habidos compromete las cuentas públicas al restringir severamente los ingresos genuinos del sector público contribuyendo a generar graves déficits fiscales. Con un agravante, en lugar de corregir el déficit eliminando los delitos de evasión y elusión de impuestos, quienes lucran con ello imponen otras soluciones para no afectar sus intereses. Lo hacen imponiendo fuertes ajustes a la inversión social del Estado, reduciendo salarios y jubilaciones, manteniendo sin cambio la injusta regresividad impositiva que prevalece, otorgando subsidios o fijando tarifas desmedidas por servicios que controlan. Con estas medidas que imponen a expensas de las mayorías generan un tremendo descalabro social y productivo.    

Para sostener este proceso de concentración de la riqueza y de estancamiento o retroceso de las condiciones de vida de inmensas mayorías necesitan asegurar apoyo político y control de los afectados. Lo logran financiando segmentos cómplices de la política, medios hegemónicos que manipulan la opinión pública y un sistema judicial sesgado a favor de los poderosos.   

Sin desmontar el proceso concentrador, la opresión se reproduce ciclo tras ciclo. Es cierto que pueden cambias modalidades y las personas que lideran el sometimiento, pero la acumulación del valor que se apropia se renueva y agiganta.

Cada país y la humanidad en su conjunto encaran el tremendo desafío de cortar el latrocinio que asfixia social y ambientalmente. Algo complejo, difícil de realizar y, sin embargo, imperioso encarar. Es un esfuerzo de naturaleza esencialmente política que requiere establecer acuerdos esclarecidos entre fuerzas sociales diversas que pocas veces han logrado converger.

Se conocen las nuevas direcciones y los criterios para alinear los intereses y las energías de los sectores medios y populares. No faltan conocimientos estratégicos, medidas que sustenten las transformaciones y aún programas y proyectos que abren nuevos senderos de paz, equidad y seguridad colectiva. Sin embargo, su aplicación no pasa por voluntarismo alguno. Es que, de un lado, los dominadores nunca han cedido graciosamente su poder y privilegios, sólo se lo logra enfrentándolos para desmontar los motores que generan la concentración.  

De otro lado, las víctimas de la concentración conforman un enorme y heterogéneo universo de seres con importantes diferencias culturales y de perspectivas de vida. Una dispersión social y territorial que dificulta el necesario esclarecimiento y organización. De ahí que construir un poder transformador sustentable exija lograr la convergencia de una diversidad de intereses de múltiples agrupaciones respetando sus singularidades de historias y necesidades.

 Más aún cuando los dominadores procuran siempre fragmentar las fuerzas que les resisten manipulando la comprensión de lo que sucede y colocando infiltrados en el seno mismo de los movimientos transformadores, un riesgo de gran peligrosidad. Como lo denuncia el célebre Adagio en mi país cuando alerta que un solo traidor puede con mil valientes. Vale escucharlo porque también canta "dice mi pueblo que puede leer, en su mano de obrero el destino, y que no hay adivino ni rey, que le pueda marcar el camino, que va a recorrer". Y señala esperanzado "ya llegará, desde el fondo del tiempo otro tiempo".

Una marcha de larga data, que hoy toma la forma de la desaforada concentración de la riqueza y el poder decisional que compromete a la humanidad y atenta contra el propio planeta que nos cobija. ¡Cuánta locura y crueldad, cómo castigan los alienados en la codicia y la opulencia! 

 

(*) Roberto Sansón Mizrahi. Economista, planificador regional y urbano, consultor, dirigió empresas, autor de Un país para todos, Crisis global: ajuste o transformación, Democracias capturadas y otros libros, Co-Editor de Opinión Sur www.opinionsur.org.ar


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