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6.5.24

Portugal: 50 años del 25 de abril. Dossier. (I)

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Por Valerio Arcary, Morgan Jones, Lusa, Expresso, Alex Fernandes (*)

La última revolución anticapitalista

Valerio Arcary

Un cuartelazo no es una revolución. La sublevación militar del 25 de abril de 1974 en Portugal no fue simplemente un coup d'État, un golpe de Estado. No hay que confundir una revolución con el triunfo de una revuelta militar, aunque se trate de una insurrección con apoyo popular.

No es infrecuente que los golpes militares o las rebeliones cuarteleras funcionen, históricamente, como señal de que se avecina una tormenta mucho mayor. Las operaciones palaciegas pueden «abrir una ventana» por la que entre el viento de la revolución que se había contenido.

En Portugal, el proceso de revolución política se desbordó, como en Rusia en febrero de 1917, porque el ejército había quedado destrozado por la guerra. Cuando, el 1 de mayo de 1974, cientos de miles de personas marcharon durante horas hasta el estadio de Alvalade, portando miles de banderas rojas para dar la bienvenida a los que regresaban del exilio y abrazar a los que salían de las cárceles, iban marchando hacia sus sueños de una sociedad más justa. Descubrían, oh sorpresa, la fuerza social de su movilización. A partir de esta experiencia práctica, compartida por millones, es como se hacen las revoluciones sociales.

En 1972, el general Antônio Spínola, antiguo comandante en Guinea-Bissau, publicó el libro «Portugal e o Futuro » [1], en el que defendía la necesidad de una transición estratégica para el arcaico imperio colonial. El gobierno de Marcelo Caetano autorizó la publicación del libro. El dictamen favorable lo emitió nada menos que el general Costa Gomes.

Fue la primera señal de división en los altos mandos de las Fuerzas Armadas. La guerra de las colonias sumió a Portugal en una crisis crónica. Un país de diez millones de habitantes, marcadamente desfasado respecto a la prosperidad europea de los años 60, desangrado por la emigración de la juventud que huía del servicio militar y de la pobreza, no podía seguir manteniendo indefinidamente un ejército de ocupación de decenas de miles de hombres en una guerra africana.

Lo que no se sabía entonces era que el libro de Spínola era sólo la punta de un iceberg y que, clandestinamente, el Movimiento de las Fuerzas Armadas, o MFA, ya se estaba organizando embrionariamente en los mandos intermedios del ejército. La debilidad del gobierno de Marcelo Caetano era tan grande que caería como fruta podrida en pocas horas. La nación estaba asfixiada por la dictadura, abatida por la pobreza, humillada por el atraso, enfrentada a la injusticia y agotada por la guerra. Por la puerta abierta por la revolución antiimperialista en las colonias, entraría la revolución política y social en la metrópoli.

No existe, por supuesto, un sismógrafo de las situaciones revolucionarias. Ya en la mañana del 25 de abril, al oír por la radio el anuncio de la sublevación militar del MFA, una multitud de miles de personas se echó a la calle y se dirigió al centro de Lisboa, rodeando el cuartel general de la GNR (Guardia Nacional Republicana) en Largo do Carmo, donde se había refugiado Marcelo Caetano y negociaba los términos de la rendición con Salgueiro Maia, exigiendo la presencia de Spínola. Unos centenares de "pides" -miembros de la Policía Internacional de Defensa del Estado- atrincherados en la sede, dispararon contra la masa de gente. En Oporto, miles de personas rodearon a la policía en el Ayuntamiento, y ésta respondió disparando contra la población. Y esa fue la fuerza de la resistencia. Dejaron cuatro muertos.

La última revolución

La revolución portuguesa fue la última revolución social de Europa Occidental a finales del siglo XX. Aunque quedó interrumpida, la dinámica de una revolución social anticapitalista fue uno de sus rasgos clave. El contenido social del proceso que tuvo lugar en el año y medio que siguió al 25 de abril se determinó en un contexto complejo: la revolución tenía tareas pendientes -fin de la guerra colonial, independencia de las colonias, reforma agraria, trabajo para todos, fin de la sangría de la emigración de la juventud, salarios más altos, acceso a la vivienda, derecho a la enseñanza pública, incluida la universitaria, igualdad para todos- que iban más allá del derrocamiento de la dictadura.

La economía portuguesa, poco internacionalizada pero ya razonablemente industrializada, se estructuraba en la división internacional del trabajo en dos «nichos», los dos pilares empresariales del régimen: la explotación colonial y la actividad exportadora. Siete grandes grupos controlaban casi todo. Se ramificaban en 300 empresas que poseían el 80% de los servicios bancarios, el 50% de los seguros, 8 de las 10 mayores industrias y 5 de los 7 mayores exportadores.

Eran dominantes los monopolios, pero la dinámica de crecimiento era oscilante. El país permanecía comparativamente estancado, mientras la economía europea experimentaba el auge de la postguerra. En Portugal no había alivio social. Continuaba la sobreexplotación de la mano de obra, agravada por las secuelas sociales de la guerra colonial. El orden salazarista se mantuvo tras la muerte del dictador, con un implacable brazo armado -la PIDE-, 20.000 informadores, más de 2.000 agentes.

Lo que determinó su fuerza fue una combinación de factores sociales y políticos, pero el más importante fue la movilización de las clases populares con una disposición de lucha revolucionaria que no podía ser contenida por la represión, y no la presencia de uno de los partidos comunistas más poderosos de Europa.

La caída del régimen fue el acto inaugural de una etapa política de radicalización popular incomparablemente más profunda -una situación revolucionaria- en la que se estaban construyendo experiencias de autoorganización. El 1 de mayo, una semana después de la caída de Caetano, una gigantesca manifestación en Lisboa demuestra que ya ha comenzado la irrupción de las masas. Se celebra la liberación de los presos políticos, liberados en Caxias y Peniche, así como en el tristemente célebre Tarrafal, en Cabo Verde. Álvaro Cunhal y Mário Soares llegan del exilio y pronuncian sus primeros discursos. Soares exige públicamente al MFA y a Spínola, nombrado presidente, que el PS y el PCP, según sus palabras los dos partidos más representativos de la clase obrera, constituyan el núcleo del gobierno.

Ya el 28 de abril, los chabolistas de Boavista, en Lisboa, ocuparon las casas vacías de un barrio de viviendas sociales -construidas por el Estado- y se negaron a marcharse, incluso cuando se vieron cercados por la policía y las tropas al mando del MFA, llevando a cabo la primera ocupación. El día 30 de abril, la primera asamblea universitaria de Lisboa reúne a más de 10.000 estudiantes en Técnico, la Facultad de Ingeniería. El 2 de mayo se autoriza el regreso de todos los exiliados. Quedan amnistiados desertores del ejército y objetores de conciencia.

El 3 de mayo se generaliza una oleada de ocupaciones de casas desocupadas en la periferia de Lisboa, con una fuerte iniciativa de militantes de diversas organizaciones de extrema izquierda. Se impide el embarque de una unidad militar destinada a África. El 5 de mayo, los trabajadores de TLP (compañías telefónicas), Caixa de Previdência de Faro y Hospital do Porto se concentran para exigir la dimisión de sus jefes. En Évora, los trabajadores convierten las Casas do Povo en sindicatos agrícolas. Comienza una oleada de huelgas protagonizadas por grandes concentraciones de trabajadores, como en Lisnave y en la Siderúrgica Nacional, que exigen la readmisión de los despedidos desde principios de año y sus salarios. Los trabajadores del Diário de Notícias, el principal matutino, ocupan el periódico e impiden la entrada de los administradores, que son despedidos.

Media docena de ejemplos que no hacen más que ilustrar el hecho de que, incluso un mes antes del fin de la dictadura, la revolución invadía todas las esferas de la vida social y ocupaba, además de las calles, empresas, escuelas, universidades, hospitales, talleres, sindicatos, periódicos, emisoras de radio e incluso viviendas. Pero la historia fue ingrata.

La Revolución de los Claveles resultó tardía, dramáticamente atrasada, tras 48 años de dictadura, 13 años de guerra colonial y, también por ello, radical; pero quedó aislada. El 25 de abril detonó una explosión social muy superior al Mayo francés de 1968 que la precedió, y también mayor que la ola antifranquista que desplazó a la dictadura en el Estado español, tres años después. La revolución portuguesa fue una revolución solitaria.

La revolución colonial

El servicio militar obligatorio duraba la friolera de cuatro años, de los cuales al menos dos se cumplían en ultramar. Más de diez mil muertos, sin contar heridos y mutilados, que se contaron por decenas de miles. De este ejército de reclutamiento obligatorio surgió uno de los instrumentos políticos decisivos del proceso revolucionario, el MFA. Respondiendo a la radicalización de las clases medias de la metrópoli y también a la presión de la clase trabajadora, de la que procedía una parte de esa oficialidad media, cansada de la guerra y ansiosa de libertad, rompió con el régimen.

Estas presiones sociales también explican los límites políticos del propio MFA y ayudan a entender por qué, tras derrocar a Caetano, entregaron el poder a Spínola. El propio Otelo Saraiva de Carvalho, principal dirigente de la insurrección militar del 25 de abril, fue un defensor, desde el 11 de marzo, del proyecto de transformar el MFA en un movimiento de liberación nacional, a la manera de los movimientos militares en países de la periferia, como Perú a principios de los años 70. Hizo su balance con una franqueza desconcertante: «Este sentimiento arraigado de subordinación a la jerarquía, de necesidad de un jefe que, por encima de nosotros, nos guiara por el "buen" camino, nos perseguiría hasta el final [2].

Esta confesión sigue siendo una de las claves para interpretar lo que se conoció como el PREC (Proceso Revolucionario en Curso), es decir, los doce meses durante los cuales Vasco Gonçalves estuvo al frente de los gobiernos provisionales 2º, 3º, 4º y 5º. Irónicamente, así como muchos capitanes se inclinaban a depositar una confianza excesiva en los generales, una parte de la izquierda concedió a los capitanes, o a la fórmula de unidad del pueblo con el MFA, defendida por el PCP, el liderazgo del proceso.

Se dice que, en situaciones revolucionarias, los seres humanos se ven rebasados o van más allá y entregan lo mejor de sí mismos. Aparece, entonces, lo que tienen de mejor y peor. Spínola, enérgico y perspicaz, era un reaccionario pomposo, con poses de general germanófilo y su increíble monóculo del siglo XIX. Costa Gomes, sutil y astuto, era, como un camaleón, un hombre de oportunidades. Del MFA surgieron los liderazgos de Salgueiro Maia o Dinis de Almeida, valientes y honrados, pero sin formación política; de Otelo, el jefe del COPCON, una personalidad entre un Chávez y un capitán [Carlos] Lamarca [oficial brasileño desertor del ejército que combatió junto a la guerrilla la dictadura militar en los años 60], es decir, entre el heroísmo de la organización del levantamiento y el disparate de las relaciones posteriores con Libia y las FP-25 de abril; de Vasco Lourenço, de origen social popular, como Otelo, audaz y arrogante, pero tortuoso; de Melo Antunes, culto y sinuoso, el hombre clave del grupo de los nueve, el brujo que acaba prisionero de sus manipulaciones; de Varela Gomes, el hombre de la izquierda militar, héroe de la rebelión de Beja en los años sesenta, discreto y digno; de Vasco Gonçalves, menos trágico que Allende, pero también menos bufón que Daniel Ortega.

Fue también de los militares de donde surgió el «Bonaparte», Ramalho Eanes, impenetrable, petulante y siniestro, que enterró al MFA. El 25 de noviembre de 1975, fue él quien comandó, en un contragolpe fulminante, la represión militar que garantizó la estabilización del régimen liberal-democrático, apoyado por la mayoría de la Asamblea Constituyente elegida el 25 de abril de 1975, que se veía desafiada por el poder popular de la autoorganización de los trabajadores y de la juventud. Este protagonismo legitimó su candidatura a las elecciones presidenciales del 25 de abril de 1976, con el apoyo del Partido Socialista de Mário Soares y, tras el PS, de todas las fuerzas reaccionarias.

Se conjuró la amenaza de guerra civil, la revolución social fue derrotada, pero se hizo imperativo transferir miles de millones de marcos alemanes y francos franceses para financiar las reformas que garantizaban la conquista de derechos sociales como la seguridad social, el acceso universal a la sanidad pública y la gratuidad de la enseñanza. El peligro de revolución allanó el camino a las reformas.

Fue una bonita fiesta, amigo.

Notas:

[1] Marcelo Caetano, Depoimento, Río de Janeiro, Record, 1974, p.194.

[2] Carvalho, Otelo Saraiva de, Memorias de Abril, Los preparativos y el estallido de la revolución portuguesa vistos por su principal protagonista, Barcelona, Iniciativas Editoriales El Viejo Topo, sin fecha, p.163.

esquerdaonline.com, 21 de abril de 2024

Cómo derribaron la dictadura los revolucionarios portugueses

Morgan Jones

Reseña de The Carnation Revolution [La revolución de los claveles], de Alex Fernandes, (Simon & Schuster, 2024)

A principios de abril de 1974, el grupo ABBA logró ganar Eurovisión para Suecia en Brighton (Inglaterra). Sería la primera de las siete victorias del país hasta la fecha. La canción de Portugal, E Depois do Adeus, cantada por Paulo de Carvalho, quedó en último lugar. A pesar de sus malos resultados, la canción estuvo muy presente en las radios portuguesas durante las semanas posteriores al concurso. Su naturaleza inocua y su fácil disponibilidad en cinta en la emisora de radio EAL de Lisboa hicieron que un grupo de jóvenes oficiales militares eligieran esta canción, que no era precisamente un éxito, como señal de que su plan de golpe de Estado estaba en marcha.

De Carvallho entraría en los libros de Historia cantando en un escenario mucho más grande que el de Eurovisión. Veinticuatro horas más tarde, el 25 de abril, Portugal se libraría de cuarenta y ocho años de dictadura. La mayoría de la gente está probablemente más familiarizada con Waterloo que con E Depois do Adeus, pero tal como nos dice Alex Fernandes en su nueva historia del golpe de 1974, «ABBA nunca inició una revolución».

Publicado a tiempo de conmemorar el quincuagésimo aniversario del derrocamiento de la dictadura, The Carnation Revolution se lee más como un thriller que como un libro de Historia, llevando al lector a través de la conspiración de los jóvenes capitanes que dieron vida a un Portugal democrático.

En 1974, Marcelo Caetano dirigía Portugal, tras haber substituido a António Salazar como primer ministro seis años antes. A pesar de algunas esperanzas de una «primavera marcelina», el cambio de personal en la cúpula no aflojó el control del Estado Novo, el régimen intensamente represivo que llevaba en vigor desde 1926. Bajo el régimen, sólo una pequeña fracción de la población -la élite rica y conservadora- tenía derecho a voto, lo que convertía las elecciones en una farsa. Una amplia fuerza policial secreta, la PIDE, vigilaba constantemente a los disidentes. Los opositores al régimen -muchos comunistas, pero no todos- se encontraban a menudo en la tristemente célebre prisión lisboeta de Aljube, sometidos a privación del sueño, palizas y otras formas de tortura, en su mayoría sacadas de los manuales de la CIA.

En la década de los 50, a pesar de las densas redes de informadores del gobierno, las amenazas de encarcelamiento y un sistema político diseñado para que la destitución de Salazar pareciera «tan absurda como quitarse la propia cabeza», el descontento crecía en el Estado Novo. En 1958, la candidatura a la presidencia del general Humberto Delgado obtuvo el apoyo popular en las calles antes de quedar aplastada en las urnas gracias al fraude electoral. Delgado se exilió en Brasil, y el fracaso de su intento de desafiar a la dictadura provocó una serie de desafíos más drásticos al régimen en la década de 1960, el más notable de los cuales fue el secuestro del crucero Santa Maria, con casi mil pasajeros y tripulación, por parte de combatientes instruidos por el opositor al régimen Henrique Galvão.

A pesar de los espectaculares secuestros y las inverosímiles fugas de las cárceles de los años 60 y principios de los 70, muchas de las cuales se describen en el libro de Fernandes con un detalle apasionante, el llamamiento que acabaría por derrocar al régimen provendría del interior de la casa: la oficialidad del ejército portugués.

Tras perder su colonia india [Goa] en 1961, a lo largo de las décadas de 1960 y 1970 el país se vio inmerso en cruentas guerras coloniales en varios frentes de África. Portugal intentaba reprimir los movimientos independentistas en Angola, Mozambique y Guinea-Bissau y conservar las colonias que eran fundamentales para la que el régimen tenía de sí mismo. Las guerras iban mal, y cada vez se reclutaba a más gente: en 1973, nos dice Fernandes, «una mayoría significativa de la población masculina de Portugal en edad de ser reclutada [estaba] luchando en ultramar».

Los jóvenes oficiales enviados a estos frentes volvían con experiencia de combate, a menudo radicalizados políticamente y sin fe en el mando que los había enviado allí. La propaganda del régimen de «un empujón más» no podía engañar a los que realmente luchaban en las guerras, y la relación entre el Estado y sus oficiales se hizo cada vez más tensa. Un grupo de oficiales, inicialmente en su mayoría jóvenes capitanes, empezó a reunirse a finales de 1973. Al principio sin intenciones revolucionarias concretas, la conspiración acabó llegando a la conclusión de que, en palabras de un oficial, «el gobierno sólo se irá a tiros, y los únicos capaces de hacer que se vayan somos nosotros».

El libro de Fernandes parece el guión de una película de espionaje de los años 70, o la base para una de ellas, lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que el autor trabajó en el teatro. Tras unos capítulos más morosos en los que se establece el contexto que empujó a los miembros del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) a contemplar la posibilidad de una revuelta armada, el libro se pone en marcha para describir exactamente de qué modo consiguieron los oficiales reunirse planear y ejecutar el derrocamiento de la dictadura.

Con la limitada tecnología de las comunicaciones de principios de los 70 y la necesidad de mantener el secreto, las descripciones de cómo conspiraban los disidentes contra el régimen -cartas banales con firmas subrayadas significativamente, mensajes crípticos en las páginas de fútbol del periódico- tienen un pintoresco aire analógico.

El plan de operaciones para el día del golpe se garabateó a mano a lo largo de veintiséis páginas. Secciones enteras del libro parecen transcurrir en un coche lleno de humo por la noche, y no se desaprovecha ninguna oportunidad para agudizar la tensión: los conspiradores se duermen entre alarmas y hay elementos poco fiables que se fugan a clubes de striptease en momentos clave. Todo el mundo está en tensión, y un oficial tanto que se pasa toda una reunión de planificación tumbado boca abajo en la alfombra. Ni siquiera la entrada musical que puso en marcha los acontecimientos salió bien: el MFA había acordado con el locutor de radio que la canción sonaría a las 22:55, pero a las 22:48, la emisora tuvo problemas técnicos, y los conspiradores, agolpados en torno a las radios de toda la ciudad, soportaron tres angustiosos minutos estáticos. La emisora volvió a funcionar y, antes de darle al "play", el presentador pronunció la frase acordada: «son las once menos cinco...».

La lucha del grupo por conseguir municiones antes del 24 de abril sólo tuvo cierto éxito: el día de la operación, muchos soldados salieron con las armas descargadas. Sin embargo, cuando salieron a las calles de Lisboa fueron recibidos con el apoyo de la gente y de las milicias comunistas, que se enfrentaron a los agentes de la PIDE en los tejados mientras los soldados revolucionarios se enfrentaban a las secciones del ejército leales al régimen.

Los oficiales de ambos bandos se conocían, y muchos de los hombres del gobierno compartían el descontento de los conspiradores con el estado de cosas. Aunque muchos leales al régimen no estaban dispuestos a sumarse al golpe, tampoco estaban dispuestos a sofocarlo. Para cuando concluyó la jornada, Caetano se había rendido a la ambigua figura del general António de Spínola, que pronto se convertiría en el primer presidente tras la dictadura, sin que se produjeran enfrentamientos militares. Las cuatro víctimas mortales de la revolución -tres civiles y un soldado fuera de servicio- murieron en la sede de la PIDE, donde los agentes dispararon contra la multitud de manifestantes en la calle, mientras en el interior sus colegas destruían documentos frenéticamente.

The Carnation Revolution es un relato claro y ágil de la construcción y ejecución de un golpe de Estado. Lo que ofrece en menor medida es un análisis político. Del programa de los oficiales («Este es un golpe para derrocar al régimen, celebrar elecciones libres, poner fin a la guerra colonial, liberar a los presos políticos y acabar con la PIDE y la censura», le dice un soldado en la calle a un periodista) recibimos un tratamiento bastante mínimo; lo mismo ocurre con las opiniones de otros disidentes y los diferentes análisis y motivaciones de quienes intentaron y consiguieron derrocar al Estado Novo.

Los últimos capítulos del libro se centran en lo que ocurrió en los primeros dieciocho meses, caóticos y agitados, tras la caída del régimen, mientras el MFA resolvía su relación con la naciente democracia y con Spínola, que se oponía a la agenda descolonizadora de los jóvenes oficiales de izquierdas que habían liderado el derrocamiento. En estas secciones finales, políticamente más complicadas, el libro pierde parte de su lucidez y atmósfera. Sin embargo, parece una crítica insignificante para un libro que consigue contar la historia de la revolución con toda la vivacidad, tensión e intriga que se merece.

Portugal se prepara para conmemorar los cincuenta años de la revolución, y el libro de Fernandes termina con un debate sobre los recientes intentos de difuminar y replantear la Revolución de los Claveles, que llegan incluso a calificarla de «evolución», un intento, según el autor, de «sanear y compartimentar» los radicales acontecimientos de 1974. Fernandes también lanza una advertencia sobre el ascenso de la extrema derecha, conforme los acontecimientos de 1974 y la realidad de la dictadura se desvanecen en la memoria viva de los más jóvenes. Una advertencia que ya se ha revelado clarividente: en las elecciones generales de principios de marzo, el partido reaccionario Chega quedó en tercer lugar.

Jacobin, 25 de abril de 2024


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