29.4.24
Lugares ya no comunes: "Refundación”.
Por Marco Bascetta (*)
A cada derrota electoral, a cada audaz avance de la derecha, a cada tijeretazo al Bienestar, a cada crecimiento de las desigualdades, un triste coro invoca la refundación de una izquierda en declive.
Bien mirado, la idea de la refundación se inscribe siempre en algún mito de los orígenes, una condición de pureza en la que los principios se conservan incorruptos y los fines se destacan con una claridad generalmente compartida. Allí donde reina la "autenticidad" (trampa insidiosa del repertorio heideggeriano), que impondría enfrentarse con identidad fuerte, sin excusas ni pretextos, oportunismos ni distracciones al corazón de los problemas, el auténtico ser-en-el-mundo. Pero de un mito, en efecto, se trata. La edad de oro no pertenece a la historia de los humanos, aunque ciertamente alienta su fantasía.
Así pues, la voluntad de volver a los fundamentos, iuxta propria principia, pretende volver a poner sobre las vías algo que ha descarrilado, que se ha desviado de su curso, que ha traicionado sus premisas, que se ha dispersado y se ha desparramado culpablemente. Sí, porque la refundación de la izquierda se invoca, en primer lugar, como su reunificación, como la superación de las divisiones y conflictos que han marcado la historia y debilitado su fuerza, como si éste fuera el verdadero problema y no la inconsistencia de una praxis, común a casi todos los fragmentos de esa historia, que se ha alejado irremediablemente de la vida. Va de suyo que esa unidad nunca ha existido, si acaso su feroz contrario. Aunque en algunas ocasiones el frente común haya podido alcanzar una cierta amplitud, la unidad se ha vuelto a proponer a menudo, en toda su fragilidad, más como el mínimo común denominador de una prudente política representativa que como el resultado de una trayectoria de luchas ganadora.
La nostalgia y el afecto por condiciones ya pasadas supone afortunadamente un callejón sin salida. Tanto una imposible vuelta atrás como la lectura del presente con las lentes del pasado desembocan en la más completa indigencia política. El papel del Estado y el del trabajo asalariado, en los que la izquierda ha basado tradicionalmente su acción y su pensamiento, han quedado irremediablemente arrollados por la metamorfosis de los modos de producción y las nuevas estructuras del capitalismo mundial, aunque sigan sobreviviendo bajo formas cada vez más odiosas e infundadas. De modo que la refundación del protagonismo estatal se ha convertido en asunto de rojipardos o de pardos tout court, como los que hoy blanden, con éxito sobre todo ideológico, el estandarte del Estado nación contra el "pulpo cosmopolita".
En cuanto al trabajo asalariado, el trabajo estandarizado y de masas que sustentaba la organización obrera y la homogeneidad de sus orientaciones políticas, es difícil negar, al menos en los países más desarrollados, su fuerte reestructuración y pérdida de centralidad. Las nuevas, múltiples y escurridizas figuras puestas a trabajar y que tienden a ocupar el centro de la escena se substraen obstinadas tanto a la identificación con su propio papel productivo como a las formas de representación. Los datos de la abstención electoral hablan claro. Inútil decir que la restauración de la antigua homogeneidad mediante la cantilena del "pleno y buen empleo" está fuera del horizonte de lo posible. Cuando la producción se encuentra indisolublemente entrelazada con la vida social misma, el empleo es siempre pleno, plenamente explotado y despiadadamente chantajeable. Sobre esta base, por tanto, nada puede refundar. Pero, sobre todo, no es en absoluto deseable intentarlo.
La izquierda, ateniéndonos por simplificar a Europa, ha recorrido históricamente dos caminos: el del socialismo y el de la socialdemocracia. El primero dio lo peor de sí en Europa del Este, desarrollando allí algunos de sus supuestos más siniestros. Allí, el protagonismo estatal adquirió sus rasgos más sombríos. Repetir esa historia, se quiera juzgar como se quiera, resulta para los sensatos algo impensable. La segunda se encuentra hoy en un profundo estado de crisis, sobre todo allí donde ha gobernado durante mucho tiempo y diseñado en cierta medida los contornos de un original modelo social. En esos países escandinavos, Suecia, Noruega, Finlandia y otras democracias nórdicas como los Países Bajos, que ahora han vuelto a manos de derechas más o menos impresentables. Cómo y por qué ha sucedido esto es un interrogante que no resulta fácil de responder.
El miedo y la inseguridad se han insinuado incluso en contextos de alto nivel de vida, socavando un orden homogéneo garantizado por el paternalismo del Estado que las transformaciones sociales y las formas de vida cada vez más articuladas y heterogéneas ya habían desgastado en gran medida. La experiencia del Bienestar se invirtió en una cultura del privilegio. Por otra parte, la socialdemocracia, y en primer lugar la más sólida históricamente, la socialdemocracia alemana, ha caído en compromisos cada vez más engorrosos con los poderes neoliberales, no tanto en razón de los hundimientos dictados por las relaciones de poder, sino por haber interiorizado sus principios, reglas y objetivos, para luego retraducirlos al lenguaje de los derechos, de las oportunidades y del progreso. Una vez más, ¿cómo y qué debe refundarse de una historia que ha llegado a su ocaso?
¿Qué relación entre pasado y presente se esconde tras a voluntad de refundación? ¿Un puro y simple retorno a lo ya conocido o la pretensión de restituir los fundamentos de una historia que los ha extraviado, pero que una vez apoyada en nuevos puntales estaría dispuesta a ponerse de nuevo en marcha a lo largo del camino desgraciadamente interrumpido? En ambos casos, no se contempla la brecha que serviría para seguir mapas y pistas que nos son todavía poco conocidas. Y que las derechas nacionalistas, aunque con toda la retórica mohosa y empalagosa que llevan a cuestas, están intentando a su manera recorrer y ocupar. No se trata, por supuesto, de borrar el pasado ni de demonizarlo, sino de enfocar una solución de continuidad, de cortar las ramas muertas del árbol genealógico, de elegir a unos como contemporáneos propios y despedirse de muchos otros. Por decirlo ásperamente, pensar en el comunismo no como el futurible cumplimiento del programa socialista, sino como su más prometedora negación.
(*) Marco Bascetta. Licenciado en Filosofía, ha desarrollado el grueso de su carrera periodística en el diario "il manifesto". Ha sido director editorial de Manifestolibri y director de la revista mensual "Global Magazine". Entre sus libros se cuentan "La libertà dei postmoderni" (Manifestolibri, 2004), "Moderato sarà Lei" (con Marco D¨Eramo, Manifestolibri, 2008)," o "Al mercato delle illusioni. Lo sfruttamento del lavoro voluntario" (Manifestolibri, 2016).
Fuente: El manifesto, 29 de diciembre de 2023
Traducción: Lucas Antón