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22.4.24

Europa se convierte a la teología de la guerra

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Por Francesco Strazzari (*)

"Querido Antoine... no estamos en guerra con Rusia. Francia es una fuerza de paz", comenzó su respuesta Emmanuel Macron. Sin embargo, añadió de inmediato que "hoy se hace necesario imponer límites frente a un enemigo que no establece ninguno."

El Antoine en cuestión no es, desde luego, el ministro de Exteriores italiano, Antonio Tajani, que el domingo tomó distancia del planteamiento de París, subrayando que para Italia la guerra debe quedar fuera de Europa. Antoine es un adolescente francés que, con aprensión comprensible, le formulaba a Macron una pregunta acerca de si van a enviarse soldados a Ucrania.

El intercambio se produjo tras la reunión en Berlín en la que el llamado Triángulo de Weimar (Macron, el canciller alemán Scholz y el primer ministro polaco Donald Tusk) acordaron, entre otras cosas, suministrar misiles de largo alcance a los ucranianos, cuyas ciudades siguen siendo objeto de mortíferos ataques por parte de los rusos.

Aún faltan detalles, pero probablemente se trate de misiles alemanes Taurus, los cuales se cree pueden apuntar con precisión a centros de mando y penetrar en búnkeres y fortificaciones.

Este anuncio conjunto entrañaba la superación del enfrentamiento entre París y Berlín, que tenía a los alemanes resentidos por la exigua contribución material de Francia a la defensa ucraniana y las declaraciones de Macron sobre el envío de tropas, consideradas como una sobrecompensación de la pusilanimidad.

La decisión conjunta de Berlín tenía como objetivo proporcionar los medios "para que Rusia no gane" en Ucrania, pero también habla de alineamientos políticos en Europa mientras la UE se prepara para las elecciones.

Ante el fantasma de una presidencia de Trump que abandone a los aliados de los Estados Unidos, se tambalea la noción de disuasión en Europa.

Se vuelve a hablar en Alemania de armas nucleares: no tanto de una bomba nuclear alemana, que implicaría la retirada del Tratado de No Proliferación y a la que se opone el 90% de la opinión pública, sino de una fuerza nuclear europeizada, partiendo de las armas nucleares francesas y británicas.

Se ha pensado incluso en una "eurobomba", que sería un maletín con códigos de activación que viajaría incesantemente entre las capitales europeas.

La idea de reforzar el paraguas atómico se plantea como una póliza de seguros, dejando de lado las complejidades de la disuasión en el contexto actual. Estas incluyen, como ha señalado el Bulletin of the Atomic Scientists, el hecho de que estamos en una fase de rearme generalizado en  todo el sector de defensa, y que hasta los líderes de Polonia y Finlandia hablan hoy abiertamente de armas nucleares.

Las declaraciones de Macron y del candidato presidencial Trump están cambiando el paradigma estratégico europeo.

Mientras Tajani trazaba una línea en la arena, su homólogo finlandés afirmaba que no se podía descartar el envío de tropas a Ucrania en el futuro. Esto confirma lo que venimos repitiendo en las columnas de il manifesto desde hace tiempo: una guerra prolongada tiene un alto potencial de escalada horizontal y de extensión.

Para algunos observadores, en las circunstancias actuales es necesario reconsiderar las hipótesis de partida y mantener todas las opciones sobre la mesa.

Por su parte, la Casa Blanca ha dejado claro que, aunque no tiene ningún plan para situar tropas sobre el terreno, respeta las decisiones soberanas de sus aliados en caso de que decidan proceder en esta dirección.

Así pues, la idea básica sería implicar a Rusia en una carrera armamentística en toda regla hasta llevarla a la bancarrota, tal como ocurrió durante la Guerra Fría.

El problema de este planteamiento no es sólo el demoledor impacto sobre el bienestar en Europa, que daría un nuevo impulso a la derecha nacionalista.

También está el hecho de que Putin ya ha demostrado que la guerra, la de verdad, no constituye sólo una opción hipotética: mientras toda la economía rusa se ha alineado tras el esfuerzo bélico, la retórica belicosa del Kremlin sigue expandiéndose, al igual que los ataques sobre el terreno.

Y también está el hecho de que Zelenski no puede reclutar a toda la gente que se necesita en el frente, y mucho menos manteniendo sus credenciales democráticas. Además, los esfuerzos de la OTAN se están centrando en la frontera finlandesa y en los países bálticos, tras los cuales se encuentra el enclave ruso de Kaliningrado.

En resumen, la agenda del rearme, siguiendo la corriente del proverbio si vis pacem para bellum ("Si quieres la paz, prepárate para la guerra"), está encontrando fáciles apologetas, siempre dispuestos a burlarse de los llamados "pacifistas".

Debería preocuparnos el hecho de que el polo del debate que se identifica con la idea de paz como seguridad común y desarme esté debatiéndose actualmente por articular argumentos sólidos, distintos del mero apaciguamiento ante un régimen que no reconoce fronteras, ataca a los disidentes en Europa y promueve operaciones diarias de desinformación.

En otras palabras, entre nuestros problemas se encuentra el hecho de que la teoría de la guerra parece tenerlo fácil para erigirse en teoría de la paz.

Hemos llegado al punto de que los liberales italianos improvisan conferencias de corta y pega para instruir al Papa en la teología de la guerra: conferencias basadas en la visión providencialista de la guerra  (imperial) justa de Agustín de Hipona (circa 413 d.C.), dejando convenientemente de lado el sentimiento antibelicista que anima la refutación de Celso por parte de Orígenes de Alejandría (248 d.C.) en su discurso a los no creyentes.

Las voces a favor del desarme, entre ellas las que se alzaron en el choque de la Guerra Fría, a menudo parecen silenciosas, cuando no se alinean abiertamente con la retórica de la guerra. Basta pensar en los Verdes alemanes, que pronto tendrán que justificar ante los electores el hecho de que recursos destinados a la transición energética hayan acabado en la producción de armas.

Para que el debate sobre la guerra y la paz en el futuro de Europa conduzca a opciones sensatas, necesitamos un debate de verdad, y necesitamos que las posiciones construyan un marco argumentativo sólido.

Ciertamente, no faltan pruebas de que la guerra como instrumento es cada vez más inútil para la resolución de conflictos. O de que la llegada de nuevas armas provocará, en realidad, adaptaciones por parte del otro bando que desmienten la retórica de la victoria.

No es que falten movilizaciones generalizadas que aboguen por la paz y por la necesidad de trabajar con paciencia y determinación para abrir vías diplomáticas. Sin embargo, en cuanto se entra en la esfera política, los argumentos pierden fuerza. O, peor aún, acaban siendo una caricatura de sí mismos, sucumbiendo a la idea de que el débil debe inclinarse ante el fuerte o enarbolando la bandera rojiparda: la ilusión perspectivista de que la derecha soberanista traería "más paz", hasta el punto de que en las listas electorales "por la paz" figuran nombres de candidatos que no tienen inconveniente en calificar la tragedia de la guerra de "operación militar especial".

 

(*) Francesco Strazzari, profesor de Relaciones Internacionales en la Scuola Universitaria Superiore Sant'Anna de Pisa, se doctoró en el Instituto Universitario Europeo de Florencia y ha sido docente en las universidades de Bolonia, Amsterdam y Johns Hopkins, así como en el Instituto Noruego de Asuntos Internacionales (NOPI) de Oslo.

Fuente: il manifesto global, 25 de marzo de 2024

Traducción: Lucas Antón


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