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22.4.24

La catástrofe humanitaria en Gaza. Dossier. (I)

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Por Chiara Cruciati, Michele Giorgio, Tommaso Di Francesco (*)

Vistos desde arriba, parecen hormiguitas. Puntos que se mueven de un lado a otro, algunos más rápido, otros más lento. Cuerpos indistinguibles se agrupan en manchas negras. Parecen hormigueros o bandadas de

"La serie de limpiezas étnicas de la población de Gaza, dirigida a culminar con la expulsión de 1,4 millones de personas atrapadas en Rafah (la mitad de ellas niños) a Al-Musawi, una desolada zona desértica del tamaño del aeropuerto de Los Ángeles, o al Sinaí egipcio, me ha recordado algo que mi difunta madre dijo una vez sobre su experiencia durante el Holocausto nazi: "No era guerra; era exterminio. Éramos como cucarachas, escurriéndonos de un lado a otro cada vez que la luz caía sobre nosotros"

(Norman Finkelstein, febrero de 2024)

La Europa colonial sólo ve puntitos negros

Chiara Cruciati

Vista desde la perspectiva lejana de un dron del ejército israelí, la multitud de personas hambrientas en la rotonda de al-Nabulsi no parece gente.

La misma distancia define nuestra anestesia colectiva. Si se desciende al nivel del suelo, pueden verse los rostros individuales. En los vídeos, los rostros están blancos de muerte y harina, filas de cadáveres en carros tirados por burros y en la parte trasera de las furgonetas.

Estas hacen las veces ahora de ambulancias o coches fúnebres. Algunos de los que van dentro tienen sangre coagulada alrededor de las sienes. Vistos de cerca, son personas. Al escucharlos de cerca, sus testimonios cuestionan lo que queda de nuestra capacidad para nombrar las cosas: "No quería traer a mi hijo Mahmud, pero no teníamos nada que comer. Le dije: 'Vamos, coge un saco de harina y come para que aliviemos el  hambre'. Mi querido hijo murió hambriento".

Dicen que los más afortunados son los que murieron en el primer día de guerra: no tuvieron que presenciar la barbarie que vino después. 30.000 muertos significa un gazatí de cada 75. Con 10.000 desaparecidos y 70.000 heridos, eso significa que uno de cada 20 palestinos de Gaza está muerto, herido o desaparecido. Luego están los vivos, sometidos a un hambre convertida en arma que no deja escapatoria al espíritu humano. ¿Cómo volverá a levantarse una población humillada, deshumanizada y aterrorizada durante cinco meses?

Gaza es una tumba. No sólo por las personas, sino por la incapacidad de nombrar las cosas. Ciertas palabras desatan el miedo en toda Europa, que no se atreve a reflexionar sobre su significado y finalidad. Racismo, colonialismo, supremacismo: todos están ahí, en Gaza. También el genocidio.

Lleva semanas debatiéndose entre juristas, historiadores y periodistas si debe llamarse genocidio, si lo que está ocurriendo entra dentro del artículo 2 de la Convención de 1948, "la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso" mediante asesinatos, graves daños físicos y mentales, "condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física total o parcial" o "la imposición de medidas destinadas a impedir nacimientos".

El Tribunal Internacional de Justicia calificó de "plausible" que lo que está ocurriendo sea genocidio, y le dio a Israel un mes para detenerlo, sea  "eso" lo que sea. Ese mes ya ha pasado, y ha sido uno de los peores. El hambre envuelve Gaza como un sudario fúnebre. Hay que elegir entre la inanición o el intento desesperado de conseguir comida. ¿A qué denominación estamos dispuestos a recurrir para nombrar esto?

il manifesto global, 1 de marzo de 2024

A la espera de un alto el fuego, Ahmed Qannan se muere de hambre en un hospital

Michele Giorgio

No se trata sólo de Yazan Al Kafarna, el niño que aparece pálido y demacrado en las fotos, con miembros esqueléticos, que murió el lunes y del que habló un día antes el enviado palestino ante Naciones Unidas, Riyad Mansour. Hay muchos más niños que corren el riesgo de morir por falta de alimentos y sumarse a los quince que ya han muerto de hambre en el hospital Kamal Adwan de Beit Lahiya, en el norte de Gaza, sometido a la escasez más extrema de alimentos.

Uno de los que corren más riesgo es Ahmed Qannan, de sólo 2 años: pesaba 12 kilos antes de la ofensiva militar israelí, y hoy pesa la mitad. Con los ojos hundidos, muy débil, reducido a piel y huesos, Ahmed yace en una cuna del centro de salud Al Awda de Rafah, en la frontera con Egipto, al cuidado de una tía. Los niños que le rodean no están mejor.

Al igual que Ahmed, necesitan urgentemente calorías, vitaminas y proteínas, pero en Gaza, bajo el ataque de Israel, hasta encontrar un paquete de galletas resulta una hazaña difícil.

Y, sin embargo, la comida se encuentra allí mismo, cerca de Rafah, pero al otro lado de la frontera, en el lado egipcio, donde se detiene a los camiones tras prohibirles entrar en Gaza y entregar su cargamento junto con la Media Luna Roja, la ONU y otras contrapartes internacionales.

En declaraciones a la agencia de noticias Reuters, Diaa Al-Shaer, enfermera del centro Al Awda, declaró que el número de niños que sufren desnutrición y una serie de enfermedades relacionadas con la mala alimentación ha alcanzado niveles sin precedentes. "Nos enfrentaremos a un gran número de pacientes que padecen ... desnutrición", ha advirtido.

Según el Dr. Ahmad Salem, de la Unidad de Cuidados Intensivos de Kamal Adwan, a los bebés no les va mejor, ya que las propias madres están desnutridas: "Las madres no pueden amamantar a sus hijos. No tenemos leche de fórmula".

Adele Khodr, directora regional de UNICEF, la agencia de la ONU para la infancia, declaró: "La sensación de impotencia y desesperación entre los padres y los médicos al darse cuenta de que la ayuda vital, a sólo unos kilómetros de distancia, se mantiene fuera de su alcance, debe ser insoportable".

El martes, otra agencia de la ONU, la UNRWA, blanco durante semanas de los ataques de Israel por supuesta "connivencia con Hamás", denució por medio de su comisionado general, Philippe Lazzarini, que en el norte de Gaza uno de cada seis niños menores de dos años estaba ya en enero "gravemente desnutrido".

Tras ser objeto de presiones, Israel decidió permitir la entrada de ayuda humanitaria en Gaza por mar, según informó el martes el canal de televisión Canale 13. De acuerdo con las informaciones, Emiratos financiará los envíos de ayuda a Chipre, donde se someterán a la inspección de funcionarios israelíes. Desde allí, los barcos viajarán a Gaza y descargarán la mercancía en la costa. La primera flotilla partirá hacia Chipre en los próximos días, con la esperanza de llegar a Gaza al comienzo del Ramadán, que empieza el 10 o el 11 de marzo.

No obstante, el alto el fuego sigue siendo la única vía real para poner fin a las masacres de civiles y abastecer regularmente a la población de la Franja, en gran parte desplazada en los últimos meses a instancias del ejército israelí. Los negociadores de Hamás permanecieron en El Cairo durante el tercer día de conversaciones sobre el alto el fuego, pero en la noche del martes, la distancia entre el movimiento islámico e Israel parecía insalvable. El gabinete de guerra dirigido por Netanyahu se negó a enviar una delegación a Egipto antes de recibir de Hamás una lista completa con los nombres de los cerca de 130 rehenes israelíes en Gaza. La organización palestina afirma que no puede facilitar dicha lista porque los rehenes están dispersos por un amplio territorio y en manos de distintos grupos.

Israel insiste en que sólo está interesado en un alto el fuego temporal, durante el cual se liberaría a los rehenes. Hamás insiste en que cualquier acuerdo debe conducir a un cese permanente de las hostilidades y al regreso de los desplazados al norte.

Desmintiendo las noticias de que un acuerdo está al alcance de la mano, difundidas por algunos medios de comunicación, los negociadores egipcios afirman que Israel y Hamás no se moverán de sus posiciones e insisten en las mismas exigencias que han impedido un acuerdo hasta ahora.

Un portavoz de Hamás, Bassem Naim, afirma que su grupo ha presentado un proyecto de acuerdo de alto el fuego y que ahora espera una respuesta de Israel. Otro portavoz de Hamás, Osama Hamdan, insiste en que no se liberará a ningún rehén israelí sin un alto el fuego definitivo en Gaza. El gobierno de Netanyahu insiste a su vez en que su país "está haciendo todo lo posible para llegar a un acuerdo. Estamos esperando una respuesta de Hamás".

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, vuelve a ponerse del lado de la versión israelí de los hechos: "El acuerdo sobre los rehenes está ahora mismo en manos de Hamás ... ha habido una oferta - una oferta racional. Los israelíes la han aceptado... Sabremos en un par de días si se va a llevar a la práctica", declaró el presidente norteamericano a los periodistas antes de embarcar en el Air Force One en Maryland.

El martes, las fuerzas armadas israelíes mataron a un adolescente palestino de 16 años en el paso fronterizo de Huwara, Cisjordania, tras un ataque con cuchillo en el que resultó herido un soldado. Desde octubre, al menos 358 palestinos han muerto a manos de soldados y colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Oriental. En el mismo periodo, al menos 12 israelíes han muerto en ataques palestinos. En Líbano, un ataque aéreo israelí contra el movimiento chií Hezbolá mató a cuatro personas en las regiones del sur del país.

Il manifesto global, 7 de marzo de 2024

Israel impide la entrada de incubadoras y alimentos en Gaza sin dar explicaciones

Chiara Cruciati

(Desde el paso fronterizo de Rafah)

La fila de camiones parados comienza en Ismailia. Los conductores se bajan a estirar las piernas. Justo delante, un puesto de control es la primera de las muchas fronteras interiores que desde hace años son un signo del estado militarizado de excepción de la península del Sinaí.

Un funcionario del gobierno egipcio se sienta entre los carriles imaginarios del puesto de control, frente a una polvorienta mesa de plástico y un anticuado libro de contabilidad, en el que anota con un bolígrafo las matrículas de todos los vehículos que pasan por allí. Se puede ver todo el espectro de la sociedad: coches de colores obscuros con hombres trajeados, furgonetas oxidadas, monovolúmenes familiares, chicos con kufiyas tapándoles la cabeza y las caras obscurecidas por el sol, que aquí es muy intenso. Pasa vacío un autobús de la Universidad del Sinaí. Le sigue una camioneta con cientos de trenzas de ajo.

Unos cientos de metros más adelante, vemos el puesto de control que conduce al túnel del Canal de Suez. Diez carriles, desierto. Fue diseñado, tal vez, para un tráfico masivo que no existe hoy en día: el Sinaí está fuertemente blindado. Al final de cada carril se han montado escáneres de rayos X para autobuses y camiones.

Se pueden ver más camiones, aquí y allá. Llevan logotipos del OOPS, de la OIM, ONGs turcas. Cientos de kilómetros después, volvemos a verlos: primero en Al-Arish, luego en Rafah. Es aquí, a poca distancia de Gaza, donde la Operación Espada de Hierro, lanzada por Israel tras el ataque de Hamás del 7 de octubre, hace sentir su presencia: concretamente, con los 1.500 camiones humanitarios atascados entre al-Arish y Rafah. Van rebosantes de ayuda y su destino está a un paso. Sin embargo, esperan allí, atrapados bajo el sol del desierto.

"El flujo de ayuda es cada vez mayor, de todo el mundo. Me dan ganas de decir: más despacio, que no llegamos. Pero, ¿cómo decir que no a la gente que quiere donar?". nos dice Mohammed Noseer, jefe de operaciones de la Media Luna Roja Egipcia (MLRE) en Al-Arish. Tiene unos 60 años y dice que nunca ha visto una guerra como ésta. En el cruce, da la bienvenida a la caravana de solidaridad italiana organizada por AOI junto con Assopace y ARCI. Parlamentarios de la oposición, periodistas y ONGs han venido a pedir un alto el fuego inmediato.

Noseer se pasea arriba y abajo frente al paso fronterizo, con un walkie-talkie en la mano, coordinando las entradas y salidas. Señala el muro de hormigón que continúa a derecha e izquierda en el gran arco que se ha convertido en símbolo de la impotencia mundial. La vista del cruce parece irreal, como el guión gráfico de una mala película. A este lado, una calma distópica; al otro, hambre y bombas.

"Los camiones pasan por aquí, pero no todos los que se ven entran enseguida en Gaza. Primero tienen que pasar por las inspecciones". Allí comienza el complejo procedimiento derivado del acuerdo entre Israel, Egipto y la ONU. La burocracia militar ralentiza el flujo hasta convertirlo en un goteo desesperante: "Hay dos líneas", dice Noseer. "Los convoyes de la ONU van directamente al cruce de Kerem Shalom. Los convoyes de la MLRE, las ONG internacionales y los enviados por otros países van a Nitzana, 50 km al sur. Tras la inspección, se dirigen a Kerem Shalom. Descargan la carga en tierra mientras esperan a que los camiones palestinos la carguen: Israel no permite que ningún camión de fuera entre en Gaza".

Conseguir la aprobación lleva días, a veces semanas. También controlan a los conductores: primero pasan por el "escáner" de los servicios de seguridad egipcios y luego por el de los israelíes. Hay un tráfico constante de ida y vuelta, porque ahora todo pasa por Kerem Shalom. Rafah es una entrada ilusoria: sólo se permite el paso de combustible. "Además, los pasos fronterizos sólo funcionan cinco días a la semana. Cierran el viernes y el sábado, por la fiesta musulmana y la judía. Matan a los musulmanes toda la semana, pero el viernes les dejan tener un día de oración", comenta Noseer con amarga ironía.

Y los camiones se acumulan en la frontera. A día de hoy, hay 1.500. El martes, el presidente Biden alzó la voz desde el Air Force One: Israel ya no tiene excusas para no permitir la entrada de ayuda humanitaria. Uno sólo puede preguntarse si también utilizó ese tono con [Benny] Gantz en la reunión cara a cara de unas horas antes.

A poca distancia del cruce, un terreno baldío, empapado de sol cegador y polvo, sirve de aparcamiento a los camiones y de hogar temporal a sus conductores. Dicen que no pueden más; algunos llevan un mes esperando a descargar su carga. Hay una pequeña mezquita y una minúscula tienda de comestibles. Han venido preparados: cuelgan la ropa a secar entre las cabinas de los camiones, y las taquillas de los laterales sirven de cocina y mesa de café. Se hacen té y preparan platos calientes. "Nos pagan de todos modos, pero es un desperdicio", dice uno de ellos. "Alrededor de Al Arish está lleno de camiones. Nos retienen en los cruces para inspeccionarnos, hasta 7 u 8 días. Nos hacen volver varias veces para inspeccionar el mismo camión".

Moataz Banafa forma parte del equipo de apoyo en Gaza de la agencia de la ONU OCHA. En ese aparcamiento, rodeado de interminables camiones humanitarios, intenta darnos algunas cifras: hay unos 800 camiones allí, con cientos más a lo largo de la carretera. Otros siguen en Nitzana para pasar el control; los llaman "camiones dormitorio". Permanecen allí hasta una semana antes de que les den el visto bueno para ir a Kerem Shalom. "En este momento pasan 150 al día; a veces menos, 60 u 80. Cada camión tarda entre siete y diez días en pasar; pero algunos llevan un mes esperando".

Nadie sabe qué hay detrás de la decisión. A menudo viene de dentro de los centros neurálgicos de la ocupación militar israelí; la burocracia parece arbitraria y uno no tiene ninguna certeza, como si estuviera rodeado de una espesa niebla. Y luego están las protestas: "Los bloqueos de manifestantes de la derecha israelí a menudo han conseguido cerrar el paso completamente", continúa Banafa. "Es un coste para la ONU y las ONG: pagan por cada día extra. Es cierto que con un alto el fuego entrarían muchos más camiones. Lo vimos con la tregua de diciembre".

Las inspecciones no son una mera formalidad. El 10% de la ayuda se devuelve, con una X roja pintada por los funcionarios israelíes. Basta una X, en un solo paquete de ayuda, para rechazar un camión entero, dice Banafa. La Media Luna Roja almacena la ayuda rechazada en unas instalaciones en al-Arish. Noseer nos dijo antes en el paso fronterizo que no existe una lista de mercancías prohibidas: "COGAT [la Administración Civil Israelí para los Territorios Palestinos Ocupados] nunca nos ha enviado un correo electrónico oficial con lo que está permitido y lo que no. Ponen una X, lo devuelven, pero no dan una justificación. Nuestro almacén está lleno".

Desde luego que lo está. Han añadido otros edificios prefabricados a la estructura principal de hormigón, porque hay que proteger la mercancía. "Rechazan cualquier cosa que produzca energía, incluidos los paneles solares. Lámparas incluso. Rechazan generadores, bombonas de oxígeno, frigoríficos. Cualquier objeto metálico, hasta las muletas. Rechazan tiendas de campaña si tienen colores de camuflaje militar: dicen que Hamás podría utilizarlas como uniformes. Y los estuches de higiene si contienen cortaúñas: dicen que se pueden  utilizar como cuchillos".

El almacén está repleto de palés, apilados unos sobre otros, en tres pasillos. Entre todo ello, lo que realmente da escalofríos son las incubadoras: en el hospital Al-Shifa, decenas de bebés prematuros murieron debido al corte de electricidad y a que las incubadoras no funcionaban. También hay equipos de cocina, camas de larga estancia, generadores, contenedores de agua, purificadores de agua. En Gaza, estos bienes marcan la línea entre la vida y la muerte.

"Israel también devuelve algunos bienes en función de quién los donó", añade Noseer. "Si proceden de Irán, por ejemplo, o de asociaciones palestinas. Quitamos los logotipos de los paquetes y los enviamos igualmente". Lo mismo ocurre con las ambulancias: hay sesenta aparcadas delante del almacén. "Israel sólo permite la entrada de siete ambulancias a la semana", dice Banafa. "Allá dentro ha destruido decenas de ellas. Las ambulancias son necesarias".

Los palestinos utilizan carros tirados por burros para trasladar a los heridos y a los muertos. Algunas ambulancias tienen logotipos de países árabes. Se limitan a despegarlos, con la idea casi tranquilizadora de que puedan sortear un sistema enfermo.

il manifesto global, 7 de marzo de 2024


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