18.3.24
Una versión mediocre de la historia
Por Angela Mendes de Almeida (*)
La dictadura envenenó a la sociedad brasileña, su recuperación solo puede venir con historia, memoria, verdad y justicia. Eso solo existirá si las Fuerzas Armadas bajan del pedestal en el que están ubicadas.
Todos sentíamos que durante el gobierno de Jair Bolsonaro se estaba tramando un golpe militar. Pero una serie de iniciativas de la Policía Federal, en febrero de 2024, revelaron la práctica de actos concretos en este sentido. Muchos militares estaban de acuerdo con participar en un golpe militar, muchos otros fueron informados de que esto se estaba tramando y callaron, pero no fue posible coordinar la iniciativa, probablemente sabiendo que no sería bien aceptada por nadie, especialmente por Estados Unidos. Según el ministro de Defensa, podían llevar a cabo el golpe, pero no quisieron. De modo que estábamos agradecidos. ¿Será así?
Esta actitud, plácida y complaciente, puede clasificarse de rasa, como una llanura: no ve lo que queda atrás y tampoco percibe lo que puede estar por delante. Porque los que no quieren hoy, pueden querer mañana. Lo que se puede deducir de esta noticia es que los militares se creen guardianes del orden constitucional, portadores de la capacidad de discernir qué es bueno para el país y cuándo es bueno.
Pensar que, si los militares no se mueven para atacar, la respuesta es también no moverse, es una apuesta alimentada por una visión mediocre de la historia. Es la aceptación de que el país puede seguir bajo la tutela de las Fuerzas Armadas, lo que asegura el mantenimiento del orden y el progreso, siempre y cuando no se excedan sus parámetros. Cualquier cosa que toque remotamente esta inamovilidad se considera un peligro.
Estamos sujetos a mensajes en X (Twitter) sobre la buena conducta. La sociedad civil no debe arriesgarse a cruzar esta línea roja, cosida en la ignorancia del proceso histórico brasileño posterior a la proclamación de la República. Porque las Fuerzas Armadas aún no han incorporado los cambios que se han producido desde la década de 1920, incluido el papel de las revueltas militares derrotadas y la modernización del país. La mentalidad de los militares está anclada en la defensa del Orden y el Progreso inscrito en la bandera.
Con esta arrogancia impuesta, los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura cívico-militar instalada el 31 de marzo de 1964 -torturas, muertes, desapariciones- son olvidados, amnistiados, puestos a cero, la apertura se procesa sobre una tabla rasa. Nueva democracia en una hoja, sin pasado. Entonces, ¿por qué recrear ahora una Comisión de Muertos y Desaparecidos sí, como dijo una vez un general retirado, ya están muertos y desaparecidos?
¿Cuál es el resultado natural de este procedimiento? La normalización de la tortura, las ejecuciones sumarias, las desapariciones llevadas a cabo en nombre del estado de orden y el progreso. Y dado que los derechos de más de doscientos millones de personas no pueden ser violados al mismo tiempo, es necesario encontrar un blanco privilegiado para estas prácticas. Eso se encontrará en la vieja tradición esclavista cuya ideología sigue vigente.
Los pobres, los negros y los habitantes de las favelas nunca han sido tratados con la igualdad que su ciudadanía ha establecido desde la abolición de la esclavitud, pero después de la experiencia dictatorial, esta desigualdad llegó a materializarse en una persecución dirigida directamente contra ellos, materializada en ejecuciones sumarias y encarcelamiento masivo, con continuas violaciones a los presos y sus familias.
Cuando se instaló, la violencia del Estado brasileño trajo consigo algo aún peor: la naturalización de esta violencia por parte de la población brasileña, el viejo y siempre renovado dicho: "bandido bueno, es un bandido muerto".
Hoy, al mismo tiempo que los gobiernos, en todas sus instancias y colores partidistas, han entronizado la idea de que combatir el "crimen organizado" es matar, invadir los territorios de la pobreza y causar unas cuantas decenas de muertos, se deja de lado una verdadera seguridad pública, basada en la investigación y la planificación, exasperando a las poblaciones.
Esta banalización de la violencia es el veneno que nos legó la dictadura. Porque no se trata sólo de tolerar la violencia estatal, sino también de engañar con su castigo ejemplar, para indicar quién puede violar derechos. Y es en este proceso que se instala la impunidad de los crímenes de Estado, amortiguando cualquier sentimiento de indignación ante el sufrimiento de las poblaciones pobres y negras, ya sea en casos de ejecuciones sumarias, o en todo lo que se refiera a las cárceles, a los presos y a sus familias.
La dictadura envenenó a la sociedad brasileña, su recuperación solo puede venir con historia, memoria, verdad y justicia. Eso solo puede existir si las Fuerzas Armadas bajan del pedestal en el que están ubicadas.
(*) Angela Mendes de Almeida es profesora de Historia en la PUC-SP. Autora, entre otros libros, de Revolución y Guerra Civil en España (Brasiliense). Do partido único ao stalinismo. São Paulo, Alameda, 2021
Fuente: aterraeredonda.com.br; 17-02-2024
Traducción: Carlos Abel Suárez