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12.2.24

Cien años después, como sobrevive el pensamiento de Lenin al leninismo

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Por Mathieu Dejean, Fabien Escalona, Romaric Godin (*)

Frente a los movimientos sociales que no encuentran salida para su respuesta a los desórdenes del mundo, intelectuales y militantes se interesan en la obra del dirigente bolchevique.

Un síntoma de la renovación en la reflexión estratégica sobre la forma de superar concretamente el capitalismo.


El centenario de la muerte de Vladimir Ilich Ulianov (1870-1924), este 21 de enero, ¿solo emocionará a viejos nostálgicos impenitentes de la Unión Soviética? O, ¿mejor o peor, a los fans de un cantante francés desgañitándose con «Lenin despierta que todos se han vuelto locos», con una música callejera? A juzgar por varias publicaciones recientes, el fundador del partido bolchevique, de hecho suscita un interés renovado en los medios intelectuales y entre militantes activos en las luchas actuales.

El silencio, incluso el malestar, habían recubierto durante varios decenios, el nombre y la figura del revolucionario ruso. Incluso los comunistas, que antaño difundían sus Obras completas, habían dejado de hablar de él. En el extraordinario de L'Humanité dedicado a Lenin, el historiador Guillaume Roubaud-Quashie sugiere que se ha mezclado el ocultamiento táctico, considerando el balance abrumador de los regímenes soviéticos, con una voluntad más estratégica de «expurgar el comunismo del bolchevismo», y también, sencillamente, por la desaparición de fuerzas intelectuales movilizables por un partido declinante.

El paso del tiempo, así como las diferencias flagrantes entre la Rusia de 1917 y nuestras sociedades occidentales después de cuarenta años de neoliberalismo, han servido para la emergencia de una aproximación desapasionada a Lenin, que no contempla ni hagiografia ni demonización. Al desaparecer la oportunidad o el riesgo, según los puntos de vista, de una repetición del gesto leninista, han surgido trabajos rigurosos que documentan el contexto en el que Lenin y sus camaradas tomaron sus opciones interpretando sus trayectorias.

En Lenin, une enquête historique (Éditions sociales, 2024), sorprende precisamente que el

autor, Lars Lih,«no se pronuncia sobre la actualidad política del mensaje de los bolcheviques». De hecho, trata sobre todo de relativizar la excepcionalidad de Lenin, insistiendo en su pertenencia a la social-democracia revolucionaria, constituida mucho antes de 1914 en el seno de la Segunda Internacional.

Frente a las lecturas dominantes que enumeran las sucesivas rupturas que habían llevado a cabo Lenin y sus camaradas, Lih afirma que habían permanecido fieles en circunstancias cambiantes, a «una táctica fundamental»: la formación de un gobierno revolucionario basado exclusivamente en obreros y campesinos y resuelto a contrarrestar las tentativas de los liberales anti-zaristas de interrumpir la revolución antes de «llegar a triunfar».

Vuelta a la cuestión del poder

Sin embargo, el interés actual por Lenin supera ampliamente la curiosidad erudita. Existe un claro planteamiento político, que traduce preocupaciones estratégicas respecto a la toma del poder y al imperativo organizativo.

Tales preocupaciones habían sido levemente ocultadas, bien en los movimientos sociales más destacables de estos últimos decenios: la alter-mundialización y los movimientos de las plazas), ya en el pensamiento crítico. El intelectual trostkista Daniel Bensäid, tuvo que debatir intensamente en su momento, con filósofos como Antonio Negri o John Holloway, quienes consideraban que la emancipación ya no pasaría por el enfrentamientos con los aparatos estatales para hacerse con su control.

«Hay que rechazar de plano, replicaba Bensäid, que la multiplicación de "antis": el anti-poder de una anti-revolución y de una anti-estrategia, no sea en definitiva más que una estratagema retórica tramposa, que trata de desarmar, teórica y prácticamente, a los oprimidos, sin romper por ello el círculo de hierro del capital y su dominación». Hoy, la reflexión sobre las vías concretas de superación de la lógica capitalista, está relanzada desde diversas tradiciones intelectuales.

El relieve elegido por la obra Découvrir Lénin, Éditions Sociales, 2024 de Marina Garrisi, introducción pedagógica a este autor de miles de páginas, no es anodino. Ella señala que «el problema fundamental de toda revolución es el del poder». En la introducción, la autora expresa su interés por una figura que «trata de poner en movimiento a las masas, mediante la fuerza crítica de sus polémicas, la clarificación de un problema (o) la búsqueda de una buena consigna».

Miembro de Révolution permanente, una de las escasas organizaciones políticas en Francia que se adscriben al pensamiento de Lenin, Marina Garrisi, explica a Mediapart que esto último «es útil porque te permite estar en desacuerdo con los movimientos autónomos y destituyentes, al tiempo que se puede considerar la toma del poder en un sentido distinto del electoral o institucional». «En ocasiones la izquierda debe reconocer el papel excepcional que el partido bolchevique jugó en la historia», prosigue, pues logró la única revolución socialista de la historia. Aunque hoy abandona la cuestión organizativa, la del partido, como si estuviese periclitada. Révolution permanente, la concepción de Lenin del partido como "operador estratégico" está en las antípodas del "movimiento gaseoso". Si se cree que la política no se circunscribe al marco de las instituciones burguesas, es necesaria una organización de combate"

Cercano a este pequeño partido de extrema izquierda, el economista y filósofo Fréderic Lordon se incluye entre los que han relegitimado la referencia a Lenin para pensar en un enfrentamiento sin tegua contra la lógica del capital. En Vivre sans?, La Fabrique, 2019, una obra crítica con las pretensiones de construir alternativas solamente «por la base», pero también con las ilusiones reformistas, alertaba sobre «el punto L», como Lenin; es decir, el momento en el que el acceso al poder de una izquierda auténtica provocará a ultranza «la entrada en guerra con el capital».

Incluso recientemente en su blog, afirmaba: «No se llega al final de la dominación burguesa en el marco de las instituciones que ésta misma ha creado (...) No hay treinta y seis fuerzas capaces de imponerse a la burguesía, con mayor razón cuando, exasperada, ha abandonado toda moralidad. En realidad, no hay más que una: el contraataque obrero en forma de la huelga de masas finalmente politizada».

Andreas Malm, investigador y activista por el clima, conocido por su llamamiento a «sabotear los oleoductos», ha defendido con firmeza la necesidad de un «leninismo ecológico». Sus argumentos se basan en la amplitud de las catástrofes ecológicas presentes y la desastrosa inercia del ordenamiento sociopolítico y productivo. El calendario reformista de su transformación paciente y gradual está para él «hecho trizas» por los forzamientos irreversibles del «sistema Tierra».

«Ha llegado el momento de salvar el núcleo del proyecto bolchevique, declaraba en 2017, para impedir la catástrofe; hemos de "abordar directamente una ruptura violenta con el viejo sistema obsoleto logrando los avances más rápidos posibles", aquí la rapidez es esencial. Había en la política de Lenin vínculos muy fuertes entre las categorías de urgencia, compromiso e insurrección, y así debería ser también para nuestra política».

En tanto que un tipo de neo-leninismo se muestra así como antídoto al candor estratégico que ha prevalecido entre la izquierda, la figura del intelectual-dirigente se percibe positivamente frente a la profesionalización de la política que ha ganado enteros entre la izquierda radical.

«Mientras que hoy, marxismo teórico y marxismo militante tienden a operar como mundos cerrados y separados, lamenta Marina Garrissi en su libro, Lenin figura como práctica teórica exigente, al ser indisociablemente práctica política y también práctica partidaria». En una obra publicada en éditions Critiques, Que faire de Lenin?, el filósofo Guillaume Fondu por su parte subraya que «Lenin ha encarnado de forma concretamente paradigmática cierta forma de reflexionar en términos políticos»

Para seguirlo, su originalidad radica «en la relación entre pensamiento y política», opuesta a la figura moderna del «experto» que trata de aclarar los debates. Para Lenin, como para otras personalidades de principios del siglo XX, «era evidente que debía existir un vínculo entre la capacidad para dirigir una organización y pensar su presente».

Esta politización del pensamiento permitirá proponer «un escenario eventual cuya situación inicial es nuestro presente (...)y cuyas etapas venideras serán el producto de cierto número de circunstancias "objetivas" y de una movilización».

Esta tensión entre el realismo leninista y la determinación de mantener este escenario puede compararse, para Guillaume Fondu, con la que existe entre las nociones de «ética de la convicción» y «ética de la responsabilidad», desarrolladas por el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920).

Por lo tanto es ante todo bajo la visión política donde Lenin nos inspira nuevamente hoy. No se puede decir lo mismo de sus escritos económicos. Incluso en su mismo período vital, sus análisis respecto a las causas del imperialismo han quedado invalidados. En una obra reciente, Benjamin Bürbaumer, recuerda que «contra las afirmaciones de Lenin respecto al agotamiento de las fuentes de consumo en el centro (del mundo capitalista-nde-), el nivel de consumo de los trabajadores de Europa occidental, está aumentando».

Como lo resumía el pensador surcoreano Seongjin Jeong en un texto de 2011, «la esencia del marxismo de Lenin no radica en sus teorías económicas, sino en el análisis coyuntural o estratégico». Dicho esto, incluso con este punto de vista, se podría parafrasear una triste fórmula política estimando que si Lenin planteaba buenas preguntas, no es seguro que aportase buenas respuestas; en todo caso, las que hoy quedarán como inspiradoras.

¿Por qué el análisis económico de Lenin está superado?

En términos económicos, Lenin estaba muy marcado por la «ortodoxia» de la Segunda Internacional construida por el austriaco Karl Kautsky en colaboración con Friedrich Engels, coautor con Marx del Manifiesto Comunista. Esta ortodoxia, estructura completamente el primer texto económico de Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899), en torno a dos elementos que vuelven a esta obra extremadmente atrasada hoy en día.

El primero es la centralidad del desarrollo de las fuerzas productivas y del mercado como motores del capitalismo, y por una forma de determinismo del socialismo. Esta aproximación tienes escaso interés hoy; dado que el socialismo no puede reinventarse más que con una crítica de la tecnología capitalista y del crecimiento de esas mismas fuerzas productivas, que se han vuelto destructoras.

El segundo elemento es una incapacidad de captar la singularidad de la ley del valor en la sociedad capitalista; es decir, la generación de plusvalía con la explotación del trabajo humano. En 1936, Stalin decretará por su parte que la ley del valor igualmente se aplica en el socialismo, justificando de este modo la explotación de los trabajadores soviéticos. De hecho, desde 1919, cuando Lenin dirigía la Rusia soviética, la voluntad de taylorizar la producción y después la NEP (Nueva Economía Política), habían abierto la vía de esta visión del valor.

Pero en el momento en que el capitalismo sufre cada vez más para encontrar nuevas fuentes de valor, una huida hacia adelante «socialista» en este aspecto parece anacrónica. Una de las tareas del socialismo contemporáneo es en definitiva sacar lecciones de los errores del sovietismo.

Una relación instrumental con la libertad política.

Marina Garrisi está de acuerdo en que «si la cesura política y humana que separa a Lenin de Stalin está documentada, la burocratización del Estado soviético (...) no se inicia con la muerte de Lenin y el acceso de Stalin al poder. Desde luego Lenin era hostil a la burocracia, pero tenía de ella una comprensión parcial y demasiado a menudo la reducía a supervivencias heredadas del zarismo».

En un texto para Regards, el historiador Roger Martelli, estima que las «fallas en el dispositivo propuesto por Lenin» se convirtieron en «simas después de él». «Refiriéndose al momento de la plena emancipación más allá del tiempo de una "dictadura" vista como provisional, corremos el riesgo de dejar a las "circunstancias" agotar lentamente la propia fibra emancipatoria», escribe. En su propio partido, Lenin no hace ascos a amplios acuerdos antes de tomar decisiones fundamentales, como lo ilustran las tensiones a consecuencia de la constitución de un gobierno plenamente bolchevique después de la toma del Palacio de invierno. La conquista del poder se tradujo en la prohibición o la represión de otros partidos, sindicatos o de la prensa.

Si los soviets fueron bolchevizados con éxito, los que no se alinearon a ello, mientras mantuvieron parcelas de poder popular, fueron controlados; he ahí la terrible represión de los marineros de Kronstadt en marzo de 1921.

La coherencia de la táctica bolchevique, analiza Lars Lih, se acomodó globalmente mediante una relación instrumental con las libertades: «antes de la Revolución, los bolcheviques luchaban con denuedo por la libertad política que les permitía tener acceso a las campañas; los carteles de agitación; la prensa, e incluso a las sociedades culturales (...) Después de la toma del poder, los bolcheviques recurrieron a las mismas técnicas que antes; pero en adelante apoyados con todos los recursos del Estado. Uno de los medios nuevamente disponibles fue la prohibición expresa de cualquier otros mensaje considerado procedente del enemigo».

En el curso de la secuencia revolucionaria, las fuerzas concurrentes de los bolcheviques, también procedieron a acaparar el poder. Sin embargo, en su estudio sobre la emergencia del comunismo burocrático, el historiador Marc Ferro, subraya la singularidad de las pretensiones, de los militantes dirigidos por Lenin en imponerse como «única fuente de legitimación» en todos los campos: «quienquiera que actúe contra (ellos) solo va a retrasar la llegada de la edad de oro; para hacerlo así, hay que ser malintencionado o anormal (...) Desde luego, el comunista reconoce el derecho a equivocarse, pero solo su tribu puede establecerlo: toda autocrítica en el exterior del grupo es prevaricatoria y toda crítica externa calumnia».

Gran defensora de los Consejos, la revolucionaria Rosa Luxemburg había presentido las derivas que iban a permitir en su nombre el aplastamiento del pluralismo: «Lenin y Trotsky han instaurado los soviets como la única representación auténtica de las masas trabajadoras. Pero con la asfixia de la vida política en todo el país, la propia vida de los soviets no podrá escapar de una parálisis creciente. Sin elecciones generales, libertad de prensa y de reunión ilimitadas, debate libre de diversas opiniones, la vida desaparece de cualquier institución política y solo triunfa la burocracia»

En los años 70, el teórico marxista Nicos Pulantzas, retomaría esta crítica para alertar de una oposición simplista a la democracia directa al régimen liberal-representativo. Porque si una sociedad compleja implica un mínimo de organización vertical, el peligro es ver surgir, contra las intenciones iniciales, una «dictadura de expertos», digamos un nuevo «despotismo estatal». Sin incluir respuesta concreta a este desafío, Poulantzas, hacía un llamamiento a articular combates en el seno de las instituciones y luchas que desbordasen a éstas.

 

(*) Mathieu Dejean. Analista político y periodista, sigue a los partidos de izquierda en el comité de redacción de Mediapart Francia. Autor de Sciences Po, la escuela de la dominación, en la editorial La Fabrique, 2023.

(*) Fabien Escalona, doctor en Ciencias Políticas y autor de una tesis sobre "La reconversion partisane de la social-démocratie européenne" (Dalloz, 2018), y del ensayo "Une République à bout de souffle" (Seuil, 2023). Se incorporó al equipo de Mediapart de forma permanente en febrero de 2018. Es miembro del departamento de política, y también trabaja en temas internacionales y noticias de ciencias sociales.

(*) Romaric Godin es periodista desde 2000. Se incorporó a La Tribune en 2002 en su página web, luego en el departamento de mercados. Corresponsal en Alemania desde Frankfurt entre 2008 y 2011, fue redactor jefe adjunto del departamento de macroeconomía a cargo de Europa hasta 2017. Se incorporó a Mediapart en mayo de 2017, donde sigue la macroeconomía, en particular la francesa. Ha publicado, entre otros, La monnaie pourra-t-elle changer le monde Vers une économie écologique et solidaire, 10/18, 2022 y La guerre sociale en France. Aux sources économiques de la démocratie autoritaire, La Découverte, 2019.

Fuente: Mediapart, 21/01/24 https://www.mediapart.fr/journal/politique/210124/cent-ans-apres-comment-la-pensee-de-lenine-survit-au-leninisme?utm_source=article_offert&utm_medium=email&utm_campaign=TRANSAC&utm_content=&utm_term=&xtor=EPR-1013-%5Barticle-offert%5D%

Traducción: Ramón Sánchez Tabarés


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