bitacora
ESPACIO PARA PUBLICIDAD
 
 

22.1.24

Lecciones soviƩticas para la guerra de Ucrania. Dossier

imagen

Por Robert English, Anatol Lieven, Alex Little (*)

Con mala Historia se hace mala política en Ucrania

Robert English

Con el fracaso de la contraofensiva ucraniana de 2023, a pesar de los miles de millones en armamento y de los meses de entrenamiento, han comenzado los exámenes post-mortem.

Dicen lo siguiente: Occidente tardó demasiado en proporcionar misiles y aviones; Rusia tuvo demasiado tiempo para preparar trincheras y campos de minas; a Ucrania le hacía falta más tiempo para aprender tácticas de armas combinadas y emplear eficazmente los blindados occidentales. Sin embargo, detrás de todas estas excusas ha habido un fallo analítico más amplio que todavía no se ha reconocido: analogías históricas erróneas y a menudo simplonas que han llevado a los planificadores de defensa a subestimar la capacidad de resistencia de Rusia.

Todavía hoy, con los terribles costes del exceso de confianza a la vista de todos y con Ucrania en una encrucijada crucial, persiste el mismo análisis erróneo del adversario ruso.

Una y otra vez, responsables políticos y comentaristas han basado sus expectativas sobre la guerra en paralelismos históricos erróneos. Un ejemplo de ello tiene que ver con la aceptación por parte de Rusia de las bajas masivas y el uso de ataques de "oleadas humanas" en los que pierden tres o más soldados por cada baja ucraniana.

Una y otra vez -hasta el presente- los comandantes y comentaristas citan esto como signo de la grave debilidad rusa. Ya sea en la jerga del "gradiente de desgaste asimétrico" o refiriéndose simplemente a los soldados rusos como "carne de cañón,", los analistas señalan con frecuencia que ese derroche de vidas humanas es un legado de los pesados ejércitos soviéticos y zaristas.

Pero lo que no señalan es que esta táctica a menudo ha conducido a la victoria. Los ejércitos zaristas sufrieron bajas masivas en batallas contra fuerzas suecas, persas y turcas conforme levantaban el imperio ruso. Para derrotar a Napoleón los rusos sufrieron tantas bajas como los franceses, a pesar de la ventaja de luchar en terreno propio y de estar familiarizados con el invierno ruso.

El mariscal soviético Zhúkov sufrió 860.000 bajas, frente a las 200.000 de los alemanes, en la Batalla de Kursk, durante la II Guerra Mundial. También perdió 1.500 tanques, frente a los 500 de los alemanes, y, sin embargo, Kursk se recuerda como un gran triunfo que aplastó las últimas esperanzas de victoria de Hitler. ¿Podemos imaginarnos a Alemania celebrando su ratio superior de bajas mientras es derrotada por las hordas de Stalin?

Por chocante que resulte esta táctica, es un recurso del que Moscú dispone y Kiev, no. Pensemos en la batalla de Bajmut y en los boletines diarios que pregonaban el éxito de Ucrania que había causado una mortandad de miles de rusos, mortandad de miles de rusos, hasta el momento en que Bajmut cayó en manos de los mercenarios del Grupo Wagner, algo que recuerda extrañamente a los boletines del Pentágono de recuento de bajas en la guerra de Vietnam.

En Bajmut, Ucrania perdió a la indispensable flor y nata de su ejército a manos de hordas de prescindibles convictos rusos convertidos en tropas de asalto en la defensa, destinada al fracaso, de una ciudad estratégicamente insignificante que el Presidente Zelenskyy juró que no caería. La edad media de los soldados ucranianos es ahora de 43 años.

La pérdida de Bajmut dañó la moral ucraniana, pero es la moral rusa la que, según los expertos, está por los suelos. Y nos recuerdan que los desastres militares desencadenaron en el pasado levantamientos en Rusia: en 1905, tras la derrota en la guerra ruso-japonesa, o la debacle de la I Guerra Mundial que llevó al derrumbe de la dinastía Romanov en 1917.

Dadas sus penurias y sufrimientos, ¿por qué no iban a volver a obrar así los rusos y derrocar a Putin? Los expertos suelen ignorar que, tras una década de caos económico y humillación mundial en los años 90, a Putin se le respeta por restaurar la estabilidad y el orgullo nacional. El zar Nicolás II, por el contrario, era más parecido a Boris Yeltsin: débil y fuera de onda, dependiente de asesores odiados, mientras presidía el caos.

También es probable que, a diferencia de una lejana debacle con Japón o una carnicería europea desencadenada por una disputa austro-serbia, muchos rusos crean en esta guerra porque consideran que Crimea y el Donbás son historica y culturalmente rusos.

Ya sea por actitudes imperiales profundamente arraigadas o por una década de propaganda antioccidental, los rusos siguen apoyando a Putin e incluso se enorgullecen de enfrentarse a lo mejor que la OTAN puede lanzarles. Un esfuerzo por apreciar los puntos de vista de Putin y su pueblo no significa ser "prorruso", aunque esos puntos de vista nos parezcan equivocados o repugnantes.

Por el contrario, un planteamiento así resulta clave para "pensar a tiempo" con analogías históricas precisas, y vital para evitar la arrogancia de suponer que los soldados o ciudadanos rusos se comportarán como lo haríamos nosotros.

En vísperas de la contraofensiva ucraniana, el jefe del Estado Mayor Conjunto norteamericano, general Mark Milley, declaró que a los rusos "les falta liderazgo, les falta voluntad, su moral es baja y su disciplina se está erosionando". Por supuesto, si tu principal lección histórica es que los ejércitos rusos se resquebrajan bajo presión, entonces buscas más de cerca signos de disensiones y enseguida te encuentras un derrumbe inminente.

Así es como la superficialidad histórica se suma al sesgo de confirmación para producir análisis erróneos. Las propias tropas ucranianas, bloqueadas por la feroz lucha rusa, le dijeron a Milley que se equivocaba: "Esperábamos menos resistencia. Están resistiendo. Disponen de liderazgo. No suele decirse eso del enemigo".

A medida que la crisis de Kiev se agrava y las recriminaciones se extienden en público, los mandos de todos los niveles de las Fuerzas Armadas ucranianas coinciden en que tanto ellos como sus asesores de la OTAN juzgaron mal la tenacidad rusa: "Esta gran contraofensiva se basó en un simple cálculo: cuando un "moskal" [insulto para referirse a los rusos étnicos] ve un tanque Bradley o un Leopard, sencillamente huye".

Pero, ¿qué hay de llevar la lucha a Rusia? El ex director de la CIA, el general David Petraeus, predijo que la determinación rusa podría "desmoronarse" en respuesta a los ataques ucranianos con aviones no tripulados sobre Moscú. Tales ataques "llevan la guerra al pueblo ruso" y podrían convencer al régimen de Putin de que, al igual que el atolladero de la URSS en Afganistán durante la Guerra Fría, la actual guerra de Rusia en Ucrania es "en última instancia insostenible".

De hecho, la antigua élite soviética no consideraba la guerra de Afganistán como algo insostenible, y tampoco le preocupaba mucho la opinión pública. Hizo falta una transición generacional y un nuevo y audaz líder que dio prioridad a la mejora de los lazos con Occidente -Mijaíl Gorbachov- para lograr finalmente una salida.

No se trata de que la guerra no sea costosa. La guerra de Afganistán lo fue, y la de Ucrania lo es aún más. La cuestión es que aceptar la derrota en una guerra de gran envergadura que se justificó como interés nacional vital es improbable hasta que haya un nuevo líder y un cambio en la élite dirigente.

En cuanto a "llevar la guerra al pueblo ruso" bombardeando Moscú, ¿cuándo ha funcionado eso? La OTAN llevó la guerra de Kosovo al pueblo serbio en 1999 bombardeando Belgrado, y sólo consiguió que se pusiera del lado del dictador Slobodan Miloševic; 25 años después, los serbios siguen siendo prorrusos y contrarios a la OTAN. Y cuando los rebeldes chechenos pusieron bombas en Moscú y otras ciudades rusas a principios de la década de 2000, eso sólo sirvió para unir a los rusos en torno a Putin y ayudar a justificar su gobierno, cada vez más autoritario.

No se trata de meras objeciones históricas, sino de analogías erróneas que han condicionado tanto las expectativas estratégicas como las decisiones tácticas. Y que han costado caro, tanto en vidas ucranianas como ahora en apoyo occidental. Decae la confianza en las élites de Washington-Bruselas hasta cuando los funcionarios siguen afirmando que Ucrania va ganando y Putin "no puede sobrevivir" a Occidente.

De hecho, a medida que la OTAN vacía sus almacenes de material e incumple los plazos de producción de nuevas municiones, es difícil llegar a otra conclusión, a menos que uno esté atrapado en otra analogía excesivamente simplificada de la II Guerra Mundial: la de los Estados Unidos como el "arsenal de la democracia".

Muchos han comparado a los innovadores productores privados de armas estadounidenses con las fábricas estatales rusas, faltas de tecnología, y han predicho que Moscú agotaría pronto sus municiones. Por el contrario, Rusia ha desmentido sistemáticamente ese cuento del "todo músculo y nada de cerebro", y no sólo ha superado a Occidente en tanques, artillería y proyectiles, sino que ha desafiado las sanciones para desarrollar nuevas bomba de precisióndrones y misiles. Tal vez quienes menosprecian el ingenio ruso hayan olvidado el lanzacohetes múltiple Katyusha, legendaria arma de artillería que tanto alemanes como norteamericanos copiaron en la Segunda Guerra Mundial.

Ante la crisis que se avecina en los esfuerzos por mantener a Kiev bien abastecida de munición, resulta útil echarle un vistazo más de cerca a la producción armamentística norteamericana en la II Guerra Mundial, cuando el "arsenal de la democracia" se parecía en ciertos aspectos más a la economía de Putin que a la de Biden. Pero hoy Washington se enfrenta a un complejo conjunto de obstáculos institucionales: "modelos de producción al menor coste", aversión de los contratistas a almacenar existencias, restricciones a la exportación y normativas medioambientales que no preocupan a Putin.

Una última lección de la "carrera armamentista" de la II Guerra Mundial es una advertencia contra la arrogancia tecnológica, como la que se observa en la efusividad actual en torno a la superioridad de los tanques occidentales Leopard o Abrams sobre los T-72 y T-80 rusos. El tanque alemán Tiger era claramente superior al T-34 soviético en la II Guerra Mundial, pero este último era barato, fiable y fácil de producir en grandes cantidades; en Kursk, los tanques soviéticos superaban en número a los alemanes en una proporción de 2 a 1.

Así que mientras los planificadores de la OTAN y los expertos de los medios de comunicación retoman el estribillo de la "carne de cañón" en referencia a las grandes pérdidas que están sufriendo los rusos a medida que avanzan en la batalla por Avdiivka, esos planificadores y expertos harían bien en considerar una ocurrencia que es fama se atribuye al líder soviético en tiempos de guerra, Josef Stalin: "La cantidad es en sí misma calidad".

Responsible Statecraft, 24 de noviembre de 2023

 

Ucrania debería tomar ejemplo de la lucha de Finlandia contra Stalin

Anatol Lieven, Alex Little

Con el paso del tiempo, el apoyo público a Ucrania ha ido disminuyendo y las élites políticas de Washington se están centrando más en el conflicto de Gaza. Al parecer, funcionarios estadounidenses y europeos han abordado la cuestión de posibles negociaciones de paz con sus homólogos ucranianos. Esto plantea una pregunta: ¿Qué forma podría adoptar un tratado de paz entre Kiev y Moscú? Entre otros muchos, destaca un ejemplo histórico como posible modelo de cómo podría terminar la guerra ruso-ucraniana.

La "Guerra de Invierno", o guerra soviético-finlandesa, que tuvo lugar entre noviembre de 1939 y marzo de 1940 (y que reanudaron los finlandeses como aliados de Alemania entre junio de 1941 y septiembre de 1944), ha suscitado algunas comparaciones con el actual conflicto entre Ucrania y Rusia. Después de que Finlandia rechazara un ultimátum para ceder una parte considerable de su territorio y tras la firma soviética del Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939, el Ejército Rojo de Josef Stalin invadió Finlandia con la intención de instalar un gobierno títere comunista finlandés y eliminar una presencia potencialmente hostil cerca de Leningrado, segunda ciudad y único puerto báltico [entonces] de la Unión Soviética.

Al igual que en la fase inicial de la invasión rusa de Ucrania, los oficiales soviéticos predijeron que Helsinki caería en manos de las tropas soviéticas en tan sólo tres días. Sin embargo, a pesar de que los soviéticos superaban en número de soldados a los finlandeses en una proporción de tres a uno, Helsinki logró contener al Ejército Rojo durante más de tres meses, infligiendo durísimas bajas a las fuerzas invasoras.

Aunque Finlandia quedó finalmente derrotada y se vio obligada a ceder cerca del 11 % de su territorio, los finlandeses lograron una victoria moral. Se estima que la valentía y determinación de la resistencia finlandesa persuadieron a Stalin de que incorporar Finlandia a la Unión Soviética o convertirla en un Estado cliente comunista como Polonia sería más problemático de lo que valía la pena. Esto contribuyó asimismo a que Stalin finalmente aceptara firmar un tratado de paz con Finlandia en 1944 a cambio de una pequeña cantidad de territorio adicional y un compromiso de neutralidad por parte de Helsinki. Finlandia se convirtió así en la única parte del antiguo Imperio Ruso que no se reincorporó a la Unión Soviética de Lenin y Stalin.

A partir de entonces, Finlandia aplicó la doctrina Paasikivi-Kekkonen, que pretendía preservar la supervivencia de Finlandia como país independiente manteniendo una postura neutral en política exterior, mientras que el nacionalismo finlandés se convertía en una ideología y política centrales en la sociedad finlandesa. La Unión Soviética se atuvo a los términos del tratado con Finlandia, y durante la Guerra Fría Finlandia se desarrolló como una democracia occidental notablemente próspera y exitosa. Sobre esta base, una vez finalizada la Guerra Fría, Finlandia pudo ingresar en la Unión Europea en 1995 y, posteriormente, en la OTAN en 2023.

Aunque durante la Guerra Fría los especialistas geopolíticos occidentales consideraban la "finlandización" un término peyorativo que sugería acomodo, cuando no apaciguamiento, resultó ser un triunfo diplomático. Finlandia ha tenido durante mucho tiempo uno de los PIB per cápita más altos del mundo, tiene una puntuación del 100% en el Índice de Democracia de Freedom House (Estados Unidos tiene una puntuación de 83), y los finlandeses han sido durante mucho tiempo el pueblo más feliz del mundo. El Tratado de Estado austriaco de 1955, que garantizaba la neutralidad austriaca, y por el que las tropas soviéticas y de la OTAN se retiraron del país, también aseguró que Austria se desarrollara como una exitosa y próspera democracia occidental.

Kiev podría aprender del ejemplo finlandés que ceder parte del territorio, aunque sea algo profundamente doloroso, sigue mereciendo la pena si la mayor parte del país asegura así su independencia y su capacidad de desarrollo económico y político. Es de esperar que la fuerza del nacionalismo ucraniano y la dureza y la unidad de la resistencia de los ucranianos a la invasión rusa hayan convencido también a Putin, al igual que Stalin quedó persuadido gracias a la resistencia finlandesa, de que resulta imposible su objetivo de convertir toda Ucrania en un Estado cliente ruso.

Esto ya supone una gran victoria para Ucrania, no sólo en términos de los objetivos iniciales de Rusia, sino de la historia de los últimos 300 años, durante los cuales Rusia ha dominado Ucrania.

Actualmente, el Gobierno de Ucrania se mantiene firme en sus objetivos maximalistas de recuperar todo su territorio reconocido internacionalmente, incluida Crimea, anexionada por Rusia en 2014. La realidad militar, sin embargo, sugiere que es extremadamente improbable que se logre este objetivo y que un acuerdo que congele las líneas de batalla existentes bien puede ser lo mejor a lo que puede aspirar Kiev, al menos por el momento.

Por otro lado, si la guerra continúa, las enormes ventajas de Rusia en mano de obra, industria y producción de armamento podrían provocar pérdidas ucranianas mucho más significativas, del mismo modo que Finlandia probablemente habría sufrido un completo desastre si hubiera seguido luchando después de marzo de 1940 o de septiembre de 1944.

Washington puede hacer su parte no fomentando objetivos bélicos poco realistas y exponiendo así posiblemente a Ucrania a futuros desastres.

Ucrania ya ha vencido en algunos aspectos clave. Vladimir Putin no tiene esperanzas de subyugar a toda Ucrania como Estado vasallo en un futuro previsible. Kiev se está acercando a Occidente y podría integrarse en la Unión Europea (UE) en el futuro. Además, las acciones de Moscú han reforzado de hecho el nacionalismo ucraniano.

Como en el caso de Finlandia, esta unidad nacional representa la mejor esperanza para la independencia ucraniana.

Responsible Statecraft, 21 de diciembre de 2023

 

(*) Robert English. Especialista en política rusa y postsoviética, es profesor en la Universidad del Sur de California. Antiguo analista del Departamento de Defensa, imparte asimismo cursos sobre Tecnología y Conflicto y Economía Política del Postcomunismo. En la actualidad es investigador principal de un proyecto de la National Science Foundation que analiza la colisión entre geopolítica y medio ambiente en el Ártico.

(*) Anatol Lieven. Periodista y analista británico de asuntos internacionales, es profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry". Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Autor de libros como "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry", ha trabajado también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.

(*) Alex Little. Becario del Quincy Institute en su departamento de Gran Estrategia, ha trabajado también en el Cato Institute y la John Quincy Adams Society

Fuente: Responsible Statecraft, 24 de noviembre de y 21 de diciembre de 2023

Traducción: Lucas Antón


Atrás

 

 

 
Imprimir
Atrás

Agrandar texto

Achicar texto

linea separadora
rss RSS