22.1.24
Dossier: El Tribunal Internacional de Justicia y el genocidio en Gaza (II)
Por John Mearsheimer, Marjorie Cohn, Tony Karon, Alain Gabon (*)
El caso de Sudáfrica ante el TIJ contra Israel es un llamamiento a liberarse del Occidente imperialista
Tony Karon
Por desgracia para los sufridos palestinos, la "necesidad" de la violencia organizada para masacrar a muchos miles de civiles depende del cristal con que se mira. E Israel está apostando a que su guerra contra Gaza entra dentro de los parámetros de lo que se considera aceptable en los pasillos del poder en el Occidente imperial, donde términos como "daños colaterales" suavizan la versión actual de las masacres de la época colonial de personas de piel morena en campañas de "pacificación". La brutalidad "necesaria" es un principio de siglos en la búsqueda y el mantenimiento del poder occidental, ya sea en forma de colonizadores europeos, de colonos norteamericanos que diezman a las poblaciones nativas, del ejército estadounidense machacando a los vietnamitas, afganos o iraquíes para que se dobleguen a la voluntad de Washington, o de la entonces Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, diciéndole al Líbano que sonriera y soportase la muerte y destrucción masivas provocadas por la invasión israelí de 2006 como "dolores de parto de un nuevo Oriente Medio".
De hecho, nada menos que un ideólogo del poder occidental como Samuel Huntington, teórico del "choque de civilizaciones", reconoció eso mismo: "Occidente se hizo con el mundo no por la superioridad de sus ideas o valores o religión (a los que se convirtieron pocos miembros de otras civilizaciones) sino por su superioridad en la aplicación de la violencia organizada. Los occidentales olvidan a menudo este hecho; los no occidentales nunca lo hacen".
Vladimir Ze'ev Jabotinsky, fundador del movimiento sionista revisionista que ha constituido la fuerza hegemónica de la política israelí durante la mayor parte de las últimas cinco décadas, parecía muy consciente de lo que Huntington señalaba medio siglo después. El influyente panfleto de Jabotinsky de 1923, "El muro de hierro" era una llamada a las armas sin sentimentalismos a quienes pretendían construir y mantener un etnoestado judío en Palestina: "Estamos tratando de colonizar un país en contra de los deseos de su población, en otras palabras, por la fuerza. Todo el resto de lo que resulta indeseable surge de esta raíz con una inevitabilidad axiomática".
La violencia que está desatando Israel constituye la misma clase de violencia que convirtió a Occidente en fuerza dominante del sistema internacional. Y es la fundamentación de Israel en un orden colonial occidental lo que se utiliza para justificar el salvajismo que hace llover sobre Gaza. La violencia, desafortunada pero necesaria para defender las fronteras de la "civilización" frente a la "barbarie", supone un arraigado principio en las potencias occidentales. Y por ese principio es por el que Israel exige apoyo para su campaña en Gaza. El New York Times informó de que en conversaciones diplomáticas y declaraciones públicas, funcionarios israelíes "han citado acciones militares occidentales pasadas en zonas urbanas que datan desde la II Guerra Mundial hasta las guerras contra el terrorismo posteriores al 11-S...para ayudar a justificar una campaña contra Hamás que se está cobrando miles de vidas palestinas".
Pero la acusación de genocidio que Sudáfrica ha presentado ante el Tribunal Internacional de Justicia con la esperanza de detener la campaña de Israel es un recordatorio de la observación de Huntington de que los no occidentales nunca han olvidado cómo se comfiguró Occidente, ni están dispuestos a aceptar sus prerrogativas. Mucha gente del Sur Global ve en la violencia de Israel un eco de su propia brutalización y humillación históricas a manos del poder occidental.
Sudáfrica no sólo está dando un paso al frente para enfrentarse a Israel, sino que está desafiando de manera efectiva a los Estados Unidos, principal facilitador de Israel, que bloquea agresivamente cualquier intento de hacer que Israel rinda cuentas ante el Derecho Internacional. Al presentar la demanda anteel TIJ, Sudáfrica le está diciendo al mundo que no se puede confiar en que los Estados Unidos y sus aliados detengan la campaña genocida de Israel.
El régimen sudafricano del apartheid había sido el alma gemela ideológica y el aliado más cercano de Israel; la Sudáfrica posterior al apartheid hace honor ahora a la obligación moral establecida por su difunto presidente Nelson Mandela, de no descansar hasta que sea libre Palestina. Y su actuación implica también una herencia de responsabilidad moral de liderar a la sociedad civil mundial para que actúe contra el apartheid, algo que se deriva de su propia experiencia de lucha secundada por la solidaridad internacional.
Los millones de personas que marchan por las calles de todo el mundo nos revelan que buena parte de la sociedad civil está con los palestinos. Sin embargo, la mayoría de los gobiernos que no apoyan directamente la criminalidad de Israel no han actuado. Y no es difícil ver por qué. Israel bombardea y mata de hambre a civiles, destruyendo deliberadamente sus medios de supervivencia. Y actúa con la confianza bien fundada de que las municiones norteamericanas que lanza sobre madres y niños de Gaza seguirán fluyendo mientras Washington les proporcione cobertura política. Sudáfrica ha actuado para intentar romper la pasividad ordenada por los Estados Unidos, ofreciendo un ejemplo de acción independiente por parte del Sur Global para detener los crímenes de guerra aprobados por Occidente.
Cuando Mandela, excarcelado en 1990, fue cuestionado en Estados Unidos por su relación con el líder de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasser Arafat, dejó claro de forma educada pero firme al establishment norteamericano que "sus enemigos no son nuestros enemigos", un principio de no alineamiento que sus herederos prosiguen hoy.
Por supuesto, siempre ha habido límites a la capacidad de los gobiernos del Tercer Mundo para enfrentarse a los Estados Unidos y Europa, y entre ellos de modo principal la centralidad de los mercados financieros mundiales gestionados por Occidente para la capacidad de esos gobiernos para gobernar. La economía mundial grotescamente desigual creada por el saqueo colonial de Occidente se mantuvo, tras la descolonización política, en forma de relaciones codificadas de propiedad privada que esencialmente otorgaban a los Estados Unidos y Europa poder de veto sobre la independencia política de las antiguas colonias. Hoy incluso vemos esta influencia en Egipto, presionado para que acoja a decenas de miles de refugiados palestinos de la limpieza étnica de Gaza, a cambio de condonar 160.000 millones de dólares de su deuda nacional.
A pesar de su posición subordinada en el sistema financiero mundial, Sudáfrica ha empezado a resistirse a las exigencias geopolíticas de Estados Unidos, sobre todo negándose, de común acuerdo con la mayor parte del Sur Global, a ponerse del lado de la OTAN en la guerra de Ucrania. Esto puede reflejar un declive del poder de Estados Unidos en relación con los demás y la creciente independencia económica de las potencias medianas. Pero la acción de Sudáfrica ante el TIJ abre un nuevo camino como desafío geopolítico a los Estados Unidos. Porque cuando se acusa a Israel de genocidio, no se puede evitar la realidad, aunque no se diga, de que se está acusando a los Estados Unidos de cómplice.
Un corolario de la afirmación de Huntington sobre la memoria no occidental sigue una pauta en la que los momentos de éxito de la violencia organizada por pueblos no occidentales contra potencias occidentales aparentemente invencibles inspiran a veces resistencia en todo el Sur Global. Pankaj Mishra ha ilustrado esta pauta con el impacto que tuvo la derrota de la Rusia imperial por parte de Japón en 1905 en intelectuales que van desde Sun Yat-sen a Jawaharlal Nehru, pasando por Mustafa Kemal Ataturk o W.E.B. Du Bois: "Todos extrajeron la misma lección de la victoria de Japón: los hombres blancos, conquistadores del mundo, ya no eran invencibles".
El Sur Global sintió un estremecimiento de inspiración semejante cuando los revolucionarios vietnamitas derrotaron al ejército colonial francés en Dien Bien Phu en 1954. Y de nuevo cuando derrotaron a los norteamericanos que sucedieron a Francia. O cuando los barbudos revolucionarios cubanos expulsaron a un dictador respaldado por los Estados Unidos y rechazaron los intentos de restaurar el antiguo régimen. La generación sudafricana que lideró el levantamiento de Soweto en 1976 contra el gobierno del apartheid se sintió alentada por el espectáculo, meses antes, del ejército supuestamente invencible de Pretoria obligado a retirarse de Angola por fuerzas cubanas y del MPLA. La victoria de Hezbolá en 1999 en la guerra de guerrillas de 15 años para forzar la retirada de Israel del sur del Líbano tuvo un efecto inspirador similar en los palestinos y sus vecinos. Y así sucesivamente.
Muchos observarán que, aunque Israel ha pulverizado gran parte de Gaza y sigue matando a cientos de civiles cada día, no consigue destruir la capacidad de combate de Hamás. "Crece el escepticismo sobre la capacidad de Israel para desmantelar a Hamás", advirtió The New York Times. Y lejos de marginar a Hamás, las acciones de Israel han hecho que el movimiento sea más popular que nunca entre los palestinos y en toda la región árabe, al tiempo que han debilitado a los líderes alineados con Israel y los Estados Unidos.
El organizador palestino Fadi Quran argumentó recientemente que la ofensiva de Israel está disminuyendo en realidad su imagen "disuasoria": "Hemos visto un cambio masivo en la perspectiva corriente del ejército israelí en la región de Oriente Medio y Norte de África. Antes se le consideraba como una fuerza avanzada e intimidatorio con la que había que contar, con un nivel de supremacía que no se podía quebrar", escribió. "Ahora se le percibe como algo extremadamente débil y frágil. Concretamente, la perspectiva actual es que sería fácilmente derrotado si no contara con el respaldo ilimitado de los Estados Unidos".
La dependencia de Israel de los bombardeos aéreos y de los bombardeos de centros de población urbanos, argumenta Quran, se está "viendo como la táctica más cobarde de un ejército que tiene miedo de luchar 'cara a cara' contra una milicia que es la DÉCIMA PARTE de su tamaño, tiene el 1% de sus recursos y lleva 17 años sitiada. Las incursiones terrestres de Israel se producen a través de tanques fortificados tras bombardeos aéreos y de artillería masivos y, aun así, siguen sin conseguir retener eficazmente el territorio."
Las tácticas de castigo colectivo de Israel y el alcance y la naturaleza de la violencia que las potencias occidentales están dispuestas a tolerar contra un pueblo cautivo y colonizado en Gaza son también un recordatorio para los pueblos anteriormente colonizados y sus descendientes de cómo se configuró Occidente.
Israel espera comprensión en las capitales occidentales debido a las tradiciones de "violencia necesaria" de la dominación imperial occidental, lo que casi implica que es antisemita negar a Israel el derecho a comportarse a principios del siglo XXI como lo hicieron las potencias europeas y Estados Unidos en los siglos XIX y XX.
Aquí vale la pena recordar una observación del difunto historiador británico Tony Judt sobre las consecuencias de que Israel haya llegado tarde al juego colonial de los colonos:
En resumen, el problema de Israel no es -como a veces se sugiere- que sea un "enclave" europeo en el mundo árabe, sino que ha llegado demasiado tarde. Ha importado un proyecto separatista característico de finales del siglo XIX a un mundo que ha avanzado, un mundo de derechos individuales, fronteras abiertas y derecho internacional. La idea misma de un "Estado judío" -un Estado en el que los judíos y la religión judía tienen privilegios exclusivos de los que los ciudadanos no judíos están excluidos para siempre- está arraigada en otro tiempo y lugar. Israel, en resumen, es un anacronismo.
Añade el columnista del Financial Times Adam Tooze:
Los israelíes son el último grupo de europeos (en su mayoría) que se dedica a la usurpación al por mayor de tierras no europeas, justificada en su misión por la teología, las pretensiones de superioridad civilizatoria y el nacionalismo. Por supuesto, el acaparamiento de tierras se produce en todo el mundo, todo el tiempo. Pero, en la actualidad, el proyecto israelí es singularmente coherente y singularmente impenitente como ejemplo de "clásica" ideología colonial de asentamientos.
Así que Israel está librando una guerra colonial clásica de pacificación de una población nativa que se resiste a la colonización, en un momento en que gran parte de la ciudadanía mundial está sacando los recibos de siglos de violencia y esclavitud occidentales, exigiendo justicia y una reordenación de las relaciones de poder mundiales. Defender a Palestina se ha convertido en sinónimo de esa lucha global por cambiar la forma en que se gobierna el mundo.
Gaza ha dejado al descubierto la hipocresía básica del "orden internacional basado en normas" de Biden, un sistema de hipocresía que legitima y permite la violencia contra los palestinos colonizados y las violaciones sistemáticas del Derecho Internacional por parte de Israel. La campaña militar de Israel -y su sistema de apartheid- los pueden tolerar las potencias occidentales, pero son intolerables para la ciudadanía del Sur Global.
En su momento de dominio unipolar posterior a la Guerra Fría, Washington exigió el control monopolista del expediente Israel-Palestina de la comunidad internacional. El resultado fue un "proceso de paz" en el que Israel amplió y profundizó implacablemente su ocupación de apartheid, mientras los funcionarios estadounidenses cerraban cualquier debate sobre la contención de Israel entonando vacuos mantras de una "solución de dos Estados" que podía peligrar si se obligaba a Israel a cumplir el Derecho Internacional. Ese momento ha pasado.
Sudáfrica está enviando el mensaje, a través del caso presentado ante el TIJ, de que aceptar el liderazgo de los Estados Unidos sobre los acontecimientos mundiales significa aceptar la matanza de decenas de miles de palestinos y la limpieza étnica de cientos de miles más.
Estados Unidos se resiste enérgicamente a iniciativas como la demanda de Sudáfrica ante el TIJ, del mismo modo que veta sistemáticamente cualquier iniciativa del Consejo de Seguridad de la ONU para frenar las violaciones sistemáticas del Derecho Internacional por parte de Israel. La acción legal de Sudáfrica rompe el maleficio de la hegemonía estadounidense que paraliza a gran parte de la comunidad mundial a la hora de tomar medidas para exigir responsabilidades a los genocidas. Es un toque de atención para que el Sur Global desafíe los límites del compromiso internacional establecidos por Washington. Si los países del Sur Global quieren que se ponga fin al baño de sangre y a la limpieza étnica, no pueden confiar en el cómplice estadounidense de Israel para conseguirlo.
El escenario de este desafío geopolítico puede serlo la urgencia cataclísmica de poner fin a los crímenes de Israel, pero tanto si tiene éxito como si no, el caso del TIJ puede marcar un nuevo capítulo en el desplazamiento de la hegemonía norteamericana y de un mundo dirigido según normas que legitiman los crímenes de guerra por parte de los Estados Unidos o sus aliados.
The Nation, 11 de enero de 2024
Guerra contra Gaza: Los ocho métodos de genocidio de Israel
Alain Gabon
Ya en su tercer mes, el arrasamiento de Gaza, que ha causado una destrucción sin precedentes de personas, infraestructuras y hábitats, parece imparable.
Ni la genuina presión norteamericana para limitar las víctimas civiles, ni la retórica de los estados árabes -que ni siquiera han podido ponerse de acuerdo sobre acciones conjuntas, como un embargo de petróleo o la ruptura temporal de las relaciones diplomáticas formales- han conseguido detener, ni siquiera moderar, el salvaje ataque de Israel contra Gaza. Las resoluciones de la ONU y las protestas masivas en todo el mundo tampoco han surtido efecto.
Por increíble que resulte, parece que el destino de millones de palestinos lo seguirán decidiendo sólo dos hombres: El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden.
Israel ha declarado que su campaña durará muchos meses más, posiblemente sin periodos de tregua adicionales. Lejos de reducir la ofensiva o garantizar un número significativamente menor de víctimas civiles -como han exigido los Estados Unidos, no tanto por su preocupación por las vidas de los palestinos como por el temor a una guerra regional más amplia y a que el apoyo internacional a Washington y Tel Aviv se vea perjudicado-, Israel ha intensificado sus ataques desde la breve tregua de noviembre.
No cabe duda de que Israel ya ha cometido una serie de crímenes de guerra. Esto no es sorprendente para un Estado que, durante décadas, ha desarrollado y cultivado ese hábito -y menos aún cuando se recuerda que Israel se fundó sobre la base de la limpieza étnica.
Los crímenes de guerra, la discriminación contra los no judíos y el desprecio por el Derecho Internacional han constituido partes importantes del ADN de Israel desde su creación en 1948, e incluso antes, si uno recuerda a paramilitares sionistas como el Irgun y la Haganah. Pero ahora se debate si las masacres de Israel han alcanzado la envergadura de genocidio en el sentido jurídico del término.
Hay popularmente muchos conceptos erróneos sobre lo que constituye genocidio, el principal de los cuales es que, para poder calificarlo, las atrocidades deben alcanzar la escala y el nivel del Holocausto o exterminar a casi todo un pueblo o grupo. Este no es el caso.
Definición de genocidio
Según el artículo II de la Convención sobre Genocidio, se entiende por genocidio cualquiera de los actos siguientes cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso: matar a miembros de dicho grupo; causarles graves daños físicos o mentales; infligir deliberadamente condiciones de vida destinadas a provocar la destrucción del grupo; imponer medidas destinadas a impedir los nacimientos; o trasladar por la fuerza a niños a otro grupo.
Las acciones de Israel en Gaza y sus terribles consecuencias para toda la población civil, junto con las repetidas declaraciones de funcionarios del Estado de Israel que sugieren claramente la intención deliberada de aniquilar o al menos dañar al mayor número posible de palestinos, no dejan lugar a dudas de que se ha alcanzado el listón y hace tiempo que se ha superado. Muchos funcionarios, periodistas y miembros de la sociedad civil lo han calificado públicamente de genocidio.
A pesar de algunas reservas, parece estar surgiendo un consenso entre estudiosos académicos, juristas, y hasta antiguos fiscales del Tribunal Penal Internacional, los cuales pueden sin duda pueden reconocer un genocidio cuando se desarrolla ante sus ojos.
La historia nos ha enseñado que hay muchas formas de exterminar a un grupo de personas o de mermar una población. Pero la campaña de genocidio de Israel, en curso desde 1948, se define por varias características: su carácter permanente, la variación entre el genocidio "a cámara lenta" y las oleadas de matanzas brutales, y la rica gama de técnicas de muerte masiva.
En el momento actual, Israel está combinando sistemática y metódicamente todos esos métodos de muerte, con resultados espantosos. Se pueden identificar al menos ocho técnicas genocidas que vienen convergiendo en la reacción del Estado al atentado del 7 de octubre perpetrado por Hamás, proscrita como organización terrorista en el Reino Unido y otros países.
Parece que Israel aprovechó esta oportunidad para llevar su genocidio a cámara lenta a un nuevo nivel de brutalidad.
Las ocho técnicas
1. Matarlos: Bombardear indiscriminadamente a los palestinos (en este caso, la atención de los medios de comunicación, la presión de aliados como los Estados Unidos y las protestas internacionales pueden tener cierta eficacia para frenar a Israel). A pesar de las afirmaciones de Israel de que está tomando medidas para proteger a los civiles, la realidad sobre el terreno demuestra lo contrario, ya que los no combatientes constituyen el grueso de las víctimas. Escuelas, hospitales y edificios de apartamentos han sido blanco directo de los ataques.
2. Matarlos de hambre: Mediante el bloqueo de los suministros de alimentos y agua. Una vez más, no resulta nada nuevo; ha sido durante mucho tiempo parte de una política israelí concertada y organizada para privar a los palestinos incluso del más fundamental de todos los recursos vitales, el agua.
3. Privarles de atención médica: Israel está maximizando el recuento de víctimas mediante la destrucción de la infraestructura médica, hospitales incluidos, garantizando así que muchos de los que podrían haberse salvado mueran en cambio a causa de heridas no tratadas.
4. Propagar enfermedades: El colapso de la infraestructura médica, junto con las catastróficas condiciones de vida, ha garantizado la propagación de enfermedades, con el riesgo de otra importante oleada de muertes.
5. Agotarlos mediante desalojos forzosos: Siguiendo el ejemplo del genocidio armenio, Israel recurre ahora a la reubicación forzosa, primero del norte al sur de Gaza y luego ya en el sur, para obligar a personas agotadas y a menudo heridas a trasladarse de una supuesta "zona segura" a otra. Un mapa de cuadrículas publicado por Israel ha dividido el sur de Gaza en cientos de pequeñas parcelas, entre las que se está obligando a la gente a desplazarse con poca antelación para evitar las bombas.
6. Destruir su entorno: Lo que está ocurriendo en Gaza es un auténtico ecocidio. El volumen de destrucción ambiental, a través de todo, desde la contaminación duradera a la munición militar, es enorme y podría afectar a las generaciones futuras.
7. Atomizar su sociedad: La destrucción sistemática de las estructuras gubernamentales y administrativas con el pretexto de luchar contra Hamás ha trastornado a la sociedad palestina. Al desplazar a la mayoría de los 2,3 millones de habitantes de Gaza, Israel está quebrando sus vínculos sociales; no está claro de qué manera van a poder volver a crear una sociedad en el futuro, sobre todo porque Israel ha intentado vincular a todos los civiles con Hamás y pretende mantener el control sobre el territorio y sus recursos en un futuro previsible.
8. Destruir su ánimo: Durante décadas, Israel ha utilizado la guerra psicológica para fomentar un sentimiento de desesperación e impotencia entre la población. Esto ha resultado terriblemente eficaz entre los más vulnerables: los niños de Gaza, muchos de los cuales sufrían de depresión severa y pensamientos suicidas antes incluso de la actual ofensiva. Dado que Israel hace también casi imposible que reciban tratamiento, la mayoría sufrirá traumas a largo plazo.
Los ocho métodos mencionados son formas de castigo colectivo, con consecuencias que perdurarán al menos una generación, aun cuando la guerra terminase hoy mismo.
Middle East Eye, 2 de enero de 2024
(*) John Mearsheimer. Catedrático R. Wendell Harrison de Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago, donde enseña desde 1982. Es un politólogo y especialista en relaciones internacionales estadounidense perteneciente a la escuela de pensamiento realista. Ha sido descrito como el realista más influyente de su generación. Ha escrito numerosos artículos y libros y entre ellos: The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy (2007), dónde sostiene que el lobby israelí ejerce una influencia desproporcionada sobre la política exterior estadounidense. Existe traducción al español de la editorial Taurus.
(*) Marjorie Cohn es catedrática emérita de la Facultad de Derecho Thomas Jefferson, ex presidenta de la Asociación Nacional de Abogados y miembro de los consejos consultivos nacionales de Assange Defense y Veterans For Peace, así como del buró de la Asociación Internacional de Juristas Demócratas. Es decana fundadora de la Academia Popular de Derecho Internacional y representante de los Estados Unidos en el consejo asesor continental de la Asociación de Juristas Norteamericanos. Entre sus libros figuran «Drones and Targeted Killing: Legal, Moral and Geopolitical Issues ». Es además copresentadora de la Radio "Law and Disorder".
(*) Tony Karon es director editorial de AJ+ de Al Yazira, ex redactor jefe de la revista Time, y fue activista del movimiento de liberación contra el apartheid en su Sudáfrica natal.
(*) Alain Gabon es catedrático de Estudios Franceses y director del Departamento de Lenguas y Literaturas Extranjeras de la Universidad Wesleyan de Virginia Beach (Estados Unidos). Ha colaborado con medis como Saphirnews, Milestones. Commentaries on the Islamic World o Les Cahiers de l'Islam. Su reciente ensayo titulado "The Twin Myths of the Western 'Jihadist Threat' and 'Islamic Radicalisation '" está disponible en francés e inglés en la página de la Cordoba Foundation del Reino Unido.
Traducción: Antoni Soy Casals, Lucas Antón