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4.12.23

Avance ultra

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Por Sebastiaan Faber (*)

Un día a principios de noviembre, los vecinos de tres manzanas contiguas de la Nassaukade en Ámsterdam –una calle que linda con el canal semicircular que, en siglos anteriores, bordeaba, a modo de foso, la muralla de la ciudad– descubrieron que los sótanos de sus casas se estaban inundando.

Aunque la mayoría de los inmuebles data de finales del siglo XIX, nadie recordaba haber tenido problemas de desagüe nunca. Era verdad que octubre había sido muy lluvioso; pero, casualmente, una semana antes, el tramo del canal que corre paralelo a la calle se había vuelto a llenar de agua por primera vez en varios años, finalizada la construcción de un gran aparcamiento subacuático. ¿Había una conexión entre el garaje y las inundaciones? ¿De dónde venía el agua? No había respuestas claras. Mientras los inquilinos desesperados se dedicaban a vaciar sus sótanos y rescatar sus pertenencias, ni la empresa constructora ni el ayuntamiento asumían la responsabilidad del enigmático desastre, prometiendo que solo se contemplarían medidas de ayuda después de una "investigación independiente". El caso quizá sea menor, pero en su combinación de incompetencia, opacidad y desamparo ciudadano ejemplifica las crisis que está atravesando Países Bajos.

En años pasados, los holandeses nos reconocíamos con cierto agrado en nuestra fama mundial de gente práctica e ingeniosa, políglota y progresista, tolerante pero directa. (Que se nos considere descorteses nos da igual, dado que nos cuesta distinguir la cortesía de la hipocresía). Esta autoimagen positiva, ya muy erosionada en décadas recientes, recibió su última estocada con la victoria electoral de Geert Wilders, el líder desde hace casi 20 años del ultraderechista Partido por la Libertad (PVV, por sus siglas en holandés), que arrasó en las elecciones parlamentarias del 22 de noviembre. Presentándose con un programa electoral titulado "Los neerlandeses vuelven al número uno", profundamente euroescéptico e islamófobo, negacionista en términos climáticos y que además propone cerrar las fronteras a todo refugiado y solicitante de asilo, el veterano Wilders (tiene 60 años, de los que lleva 25 como diputado) se hizo con 37 de los 150 escaños, en unas elecciones excepcionales en las que casi todos los demás candidatos eran nuevos o se presentaban con formaciones nuevas. El segundo lugar lo ocupó, con 25 escaños, el nuevo partido resultante de la reciente fusión entre el Partido del Trabajo (PvdA) y la Izquierda Verde (Groenlinks), liderado por Frans Timmermans (62 años), un exministro y gobernante experimentado que ha dedicado los últimos años a promover el Green Deal europeo desde Bruselas, como vicepresidente de la Comisión Europea. El tercer lugar fue para el liberal VVD, con 24 escaños (una pérdida de 10); y el cuarto lugar, con 20 escaños, para el jovencísimo Nuevo Contrato Social (NSC), partido fundado en agosto y liderado por el democristiano Pieter Omtzigt, que hasta la fecha ocupaba un solo escaño como diputado independiente. Si Wilders mejoró su resultado en 20 escaños, Omtzigt ganó 19.

Los holandeses han perdido la confianza en la capacidad del Estado de resolver los grandes problemas del país

El éxito de Wilders y Omtzigt no solo confirma la derechización de Países Bajos. También refleja que gran parte del electorado concuerda con el análisis que ambos presentan, cada uno a su modo: que el statu quo es insostenible. Los holandeses han perdido la confianza en la capacidad del Estado -y de la clase política que lo administra- de resolver los grandes problemas del país. Los cuatro gobiernos de coalición liderados por el liberal Mark Rutte, primer ministro desde octubre de 2010, se han mostrado incapaces de reconocer -y mucho menos hacer frente a- los desafíos que afectan a la vida diaria de la población. De hecho, en plenas guerras de Gaza y Ucrania, la campaña se centró casi exclusivamente en un puñado de problemas domésticos que llevan años en estado de crisis: la escasez de vivienda asequible, la incapacidad del Estado de gestionar la llegada de refugiados y solicitantes de asilo de forma justa y eficaz, el daño medioambiental causado por la agricultura intensiva (cuyas emisiones de nitrógeno transgreden las normas europeas) o el desamparo que sienten muchos ciudadanos no solo porque les cuesta llegar a fin de mes, sino también por la dificultad generalizada de acceder a unos recursos públicos sobrecargados, desde la educación hasta la sanidad y el transporte, lastrados por una apremiante escasez de mano de obra. Para la derecha, ha sido fácil achacar esta presión sobre el sistema, falsamente, a los inmigrantes y, en particular, a los solicitantes de asilo, sugiriendo además que estos reciben vivienda y servicios con prioridad sobre la población autóctona. Gracias en gran parte al influjo de refugiados ucranianos, en 2022 la inmigración hizo que la población del país creciera en casi 224.000 personas, de las que menos de 50.000 solicitaban asilo. Es verdad que el aparato burocrático encargado de regular la situación de estas personas está sobrecargado; pero se debe, ante todo, a los recortes de los últimos años.

Mientras tanto, el supuesto talento holandés para resolver problemas prácticos parece haberse esfumado. La agencia tributaria, encargada de administrar un sistema de impuestos tan complicado que nadie lo entiende, lleva años al borde del precipicio porque sus anticuados sistemas informáticos están a punto de colapsar, a pesar de los millones que se han gastado en su actualización. La legendaria Rijkswaterstaat (pronunciado reiksváterstat) -el departamento hidrológico nacional responsable de los diques y de las bombas que aseguran la supervivencia de un país con grandes territorios por debajo del nivel del mar- tuvo que admitir el año pasado que cometió errores garrafales en la planificación de la renovación del mayor dique del país, una estructura de 32 kilómetros de longitud. Los habitantes de la provincia norteña de Groningen, cuyas casas fueron dañadas por terremotos causados por la extracción de gas natural, aún esperan las reparaciones económicas que el Estado les prometió hace años, como también siguen esperando los damnificados por el mayor escándalo político de las últimas décadas: entre 2005 y 2019, la agencia tributaria, usando un sistema de perfilación étnica, acusó falsamente a decenas de miles de familias, en su mayoría inmigrantes, de haber cometido fraude con los subsidios familiares, castigándolos con multas astronómicas que les arruinaron la vida. En el sistema de educación pública, unas 3.400 plazas están sin ocupar: son demasiado pocas las personas preparadas que eligen una carrera como docente de primaria o secundaria, mientras los alumnos holandeses tienen cada vez menos destrezas básicas. Y a pesar de que Países Bajos está entre los siete países más ricos de la Unión Europea, casi 400.000 de sus 17,5 de millones de habitantes viven en la pobreza.

Según el historiador Maarten van Rossem, la mayor parte de estos problemas son el legado de la "marquetización" de los servicios públicos -educación, sanidad, energía, transportes-, asumida con descomunal entusiasmo en los años noventa por el partido liberal (VVD) y un partido laborista (PvdA) en tiempos de la tercera vía. Así, por ejemplo, el departamento hidrológico acabó por despedir de su planta permanente a un gran número de ingenieros, pasando a un sistema de asesores externos.

Aunque las raíces de los problemas se remontan a los años noventa, lo cierto es que la mayoría de las crisis actuales surgieron o se intensificaron durante los trece años de liderazgo de Rutte. A pesar de ello, consiguió llevar a su partido liberal, el VVD, a cuatro victorias electorales seguidas. Hábil, camaleónico y sumamente pragmático en el día a día político, como líder del país, Rutte ha sido un hombre sin atributos: no parece tener convicciones profundas; no se le conoce pareja, pasatiempos o vicios (salvo el de mentir); si el tiempo lo permite, le gusta llegar al trabajo en bicicleta con una manzana en la mano; y cada vez que es confrontado con sus propios subterfugios se escamotea, alegando ignorancia o amnesia. (Gracias a él, la frase "de eso no tengo recuerdo activo" se ha convertido en un cliché).

El auge de una extrema derecha xenófoba -que, desde la candidatura y el asesinato del carismático Pim Fortuyn en 2002, ha sido un factor desestabilizador en un paisaje político conocido durante décadas por su gran estabilidad- lo supo aprovechar Rutte, a su modo, mediante una dinámica continua de acercamiento (coqueteando con el discurso xenófobo, prometiendo una mano dura basada en un supuesto "sentido común" nacional) y alejamiento (presentándose como la alternativa decente a una ultraderecha pasada de rosca). Como ha argumentado Cas Mudde, esta táctica oportunista acabó por normalizar los marcos de esa misma ultraderecha -que achaca varios grandes problemas del país a los inmigrantes-, con la connivencia de los medios.

La mayoría de las crisis actuales surgieron o se intensificaron durante los trece años de liderazgo de Rutte

En julio, el crédito político de Rutte por fin se agotó. El primer ministro forzó una caída del Gobierno de coalición que él mismo lideraba sobre una cuestión migratoria aparentemente menor (el derecho a la reunificación familiar). La coalición -cuya negociación había tardado diez meses en materializarse (un récord en un país donde las formaciones de gobierno se toman con calma y sin plazos fijos)- apenas duró año y medio. El primer ministro pensaba que aún podía maniobrar para ampliar su representación parlamentaria en una última ronda electoral como líder liberal. Se equivocó: ante la falta de apoyo parlamentario, no tuvo otra que dar un paso al lado, permitiendo que se renovara el liderazgo de su partido.

Pero si Rutte ha sido el hombre sin atributos, su sucesora al mando del VVD, Dilan Yesilgöz-Zegerius, casi tiene demasiados: nacida en Turquía de madre turca y padre kurdo, llegó a Holanda a los siete años, acompañada de sus padres, como refugiada política. De joven militó en el Partido Socialista (SP), ubicado en la izquierda radical, para acabar, pasado el tiempo, como líder de un VVD si cabe más abiertamente derechista en cuestiones migratorias de lo que había sido bajo Rutte.

Fue Yesilgöz la que, en los meses previos a esta ronda electoral, rompió el cordón sanitario que existía en la práctica: los grandes partidos llevan aislando a Wilders desde 2010, después de un primer intento fallido de Rutte, en su primer gobierno, de aceptar el apoyo parlamentario de los xenófobos. Yesilgöz, en cambio, se negaba a excluir la posibilidad de que Wilders entrara en un futuro gobierno. Wilders, un político astuto y curtido donde los haya, no dudó en aprovechar la oportunidad. Moderó su discurso -pero no su programa electoral- y, con la complicidad de los grandes medios de comunicación, se presentó en todos los debates como una opción de gobierno viable. Yesilgöz, mientras tanto, insistió en perfilarse como una líder sin miedo a adoptar un discurso duro en temas migratorios, al mismo tiempo que denunciaba la "vieja política": la misma política de la que su partido había sido el motor principal durante más de una década. Como escriben Cas Mudde y Le Monde, la victoria aplastante de Wilders (37 escaños) sobre Yesilgöz (24) vuelve a demostrar lo que Jean-Marie Le Pen decía hace medio siglo: si tiene la opción de elegir, el votante de la ultraderecha siempre preferirá el original sobre la copia.

El éxito de Wilders es tanto más irónico porque su programa electoral, de los 26 partidos que se presentaron a los comicios, es sin duda uno de los menos rigurosos. El otro gran ganador de las elecciones, en cambio, el democristiano Pieter Omtzigt, de temperamento conservador pero muy crítico del neoliberalismo, quiso subrayar la necesidad de rigor -que para él es un valor moral- cuando se presentó con el partido Nuevo Contrato Social, fundado justo tres meses antes de las elecciones. Su lista de candidatos incluye una larga serie de expertos.

El éxito de Wilders es tanto más irónico porque su programa electoral es sin duda uno de los menos rigurosos

Omtzigt ganó mucha admiración por su lucha acendrada y casi unipersonal a favor de los damnificados por los abusos del aparato estatal. Hombre áspero y emocional, se le conoce como un apasionado de los casos abiertos del Estado, que se sabe al dedillo y cita de memoria. Sus propuestas principales incluyen la exigencia de investigar los abusos del Estado de los pasados años -desde multas injustificadas hasta cartas oficiales indescifrables- para mejorar su relación con la ciudadanía. Tampoco Omtzigt se libra de la ironía, sin embargo: hombre cosmopolita que pasó diez años de su vida en Inglaterra (donde obtuvo su licenciatura) e Italia (doctorado), aboga por una reducción drástica del número de estudiantes extranjeros en Países Bajos y un regreso al neerlandés como lengua de enseñanza principal (muchos grados y la mayoría de las maestrías se enseñan en inglés; en 2022, un 40% de los estudiantes que empezaban su primer año de grado provenían de fuera del país). Timmermans, por su parte, habla alemán, francés, italiano, inglés y ruso y, como Omtzigt, es conocido por su dominio detallado de todos los casos abiertos importantes del Estado.

Pero en estas elecciones, para muchos votantes resultó más atractiva la provocación campechanamente antielitista de Wilders -el outsider por excelencia, que demoniza por igual a los musulmanes que al poder judicial- que el conocimiento riguroso de candidatos como Timmermans y Omtzigt, a quienes, la verdad sea dicha, a veces les cuesta resistir la pedantería. En el proceso, Wilders supo ensanchar su base. Según la empresa metroscópica IPSOS, ganó el voto de un 17% de la franja de votantes entre los 18 y los 34 años y un 10% de los votantes con diploma universitario. Incluso atrajo a descendientes de inmigrantes.

Con todo, está por ver si Wilders podrá llegar a formar gobierno. Omtzigt dijo durante toda la campaña que no se imaginaba formar coalición con un partido anticonstitucional (Wilders pretende cerrar las mezquitas y prohibir el Corán), pero después de los comicios ha rebajado la contundencia de su posición. De todas formas, con 15 partidos representados en el parlamento, el "pactómetro" se antoja endiablado, sobre todo porque Yesilgöz descartó, poco después de conocer su desastroso resultado, que su partido entrara al gobierno (aunque no excluyó la posibilidad de que diera apoyo parlamentario a un gobierno en el que no esté). Será difícil construir una mayoría (76 de los 150 escaños) sin los liberales y sin los de Wilders. Wilders, por otra parte, tiene grandes desafíos, entre ellos el de encontrar a personas preparadas para entrar al Consejo de Ministros. (Legalmente, Wilders es el único militante con carnet de su partido). Históricamente, los diputados y gobernantes de la ultraderecha holandesa han tendido a durar poco, propensos a los escándalos éticos y las peleas internas.

Así las cosas, no es imposible que el proceso de negociación que está a punto de empezar rompa el récord del cuarto Gobierno de Rutte (que tardó 299 días en formarse). Rutte, mientras tanto, seguirá como primer ministro en funciones, dejando, una vez más, las grandes crisis del país sin resolver.

(*) Sebastiaan Faber Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'


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