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6.11.23

Las consecuencias de la guerra contra Palestina en los EE.UU. y Reino Unido. Dossier (I)

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Por Adam Johnson, Dana El Kurd, VVAA, Kamel Hawwash, Owen Jones (*)

Se equivocan quienes afirman que "no funcionaría un alto el fuego". Veamos por qué.

Adam Johnson

Hay cuatro argumentos que suelen esgrimirse para apoyar la campaña de bombardeos de Israel, y son todos ellos vacuos.

Desde que Hamás atacó el sur de Israel el 7 de octubre y el gobierno israelí tomó represalias con una campaña de bombardeos sobre Gaza, se han multiplicado los llamamientos en todo el mundo en favor de un alto el fuego. Decenas de millones de personas -desde manifestantes hasta grupos de derechos humanos encabezados por Oxfam, pasando por Amnistía Internacional, famosos de Hollywood y la mayoría de los votantes de ambos partidos- se han unido en torno a una simple exigencia: que Israel ponga fin a su indiscriminada matanza en Gaza. Evidentemente, esta exigencia es lo mínimo de lo mínimo. Pedir el fin del bloqueo, el asedio y el apartheid es de gran importancia, pero estas cuestiones no pueden abordarse sin dar, al menos, a los palestinos de Gaza paz para enterrar a sus muertos.

Dándose cuenta del potencial desastre de relaciones públicas entre su base nacional al apoyar lo que muy bien podría ser una campaña de limpieza étnica, si no un genocidio, los representantes electos liberales que respaldan el incesante asedio de Israel a Gaza se han centrado en cuatro temas de discusión principales para desviar las críticas de quienes exigen que sus líderes nominalmente progresistas pongan fin al derramamiento de sangre y pidan un alto el fuego. Al fin y al cabo, las encuestas muestran que el 80 % de los demócratas apoyan hoy un alto fuego, aunque haya más de un 90 % de los demócratas en el Congreso que no lo estén impulsano. Y hay que cuadrar el círculo. Los cuatro asuntos en discusión, como los agujeros que hay en sus consiguientes argumentos, presentan este cariz:

1. "Biden no tiene control sobre lo que hace Israel" o "Biden está haciendo todo lo que puede para evitar la muerte de civiles".

En los últimos días, los mensajeros de los partidos han afirmado que si Biden -y por extensión los demócratas en el Congreso- pidieran un alto el fuego, no serviría de nada. Israel va a hacer lo que va a hacer a pesar de todo, afirman estos expertos, y por tanto la forma más eficaz de "frenar" a Israel y "reducir las atrocidades" es "cambiar las cosas desde dentro", y permanecer a su lado en lo que respecta a los comentarios públicos y el apoyo militar, financiero y logístico, pero, "entre bastidores", "presionar" a Israel para que reduzca su cifra total de crímenes de guerra.

Este argumento resulta poco creíble por varias razones, la primera de las cuales es que se trata de un calco del manual al que recurrieron los demócratas para respaldar durante años los crímenes de guerra saudíes en Yemen (Trump, por supuesto, respaldó también los crímenes de guerra saudíes al 100%, pero debido a que su estilo era abiertamente funesto, no había ese elaborado teatro de "profunda preocupación"). La idea de que los Estados Unidos no pueden tener un efecto significativo sobre las decisiones de Israel mientras le suministra decenas de miles de millones de dólares al año en armas de última generación, apoyo logístico y fondos, así como protección en la ONU, resulta absurda a primera vista. Si alguien no se lo cree, no tiene más que preguntarle al ministro israelí de Defensa, Yoav Gallant, que la semana pasada declaró a The Times of Israel, al preguntársele por la posibilidad de permitir la entrada de ayuda humanitaria en Gaza: "Los norteamericanos insistieron y no estamos en condiciones de negarnos. Dependemos de ellos para aviones y equipos militares. ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Decirles que no?"

Aun cuando se acepte la premisa de que los Estados Unidos no ejercen un control unilateral, la totalidad de su apoyo a Israel -y la falta de repercusión de ese apoyo en otras "democracias occidentales"- haría que el hecho de que el presidente pidiera públicamente un alto el fuego fuera casi con toda seguridad decisivo para que Israel redujera sus ambiciones violentas. Alteraría radicalmente la dinámica, que todo el mundo conoce a escala intuitiva, pero es importante mantener la ficción de que los Estados Unidos son un observador pasivo para quitarle aire al creciente movimiento a favor de un alto el fuego.

2. "Israel tiene derecho a defenderse"

Este cliché sin sentido es la postura de referencia a la que recurren aquellos que desean ignorar el creciente número de bajas palestinas y las sirenas que suenan sobre un posible genocidio sin la molestia de tener que justificar los detalles de lo que están defendiendo. A primera vista, suena anodino y sensato: está claro que un país tiene "derecho a defenderse". Se espera que aceptemos esta obviedad y sigamos adelante.

Pero un momento. ¿Qué implica la teoría de la "defensa" de dicho país y su relación política y jurídica con la población con la que va a la guerra? En abstracto, la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que cualquier país tiene "derecho a defenderse". Pero Israel es una potencia militar ocupante en una tierra que, de acuerdo con el Derecho internacional, no es suya. Lo que está ocurriendo en Gaza ahora mismo no es una guerra tradicional en ningún sentido significativo. Machacar a una población civil como hace Israel sólo cuenta como "defensa propia" de acuerdo con una lógica moral del castigo colectivo más propia de la Edad de Bronce.

Incluso si se acepta esta lógica -cosa que, para que quede claro, evidentemente no acepto yo-, o bien si se cree que debe morir un número elevado pero arbitrario de gazatíes como venganza por el ataque del 7 de octubre de Hamás, parece que Israel ha superado esa cifra hace mucho tiempo. Si uno piensa que matar civiles está bien siempre que al hacerlo mueran algunos combatientes de Hamás, entonces debería decir qué proporción de muertes es aceptable: ¿de 1 a 10? ¿1 a 100? ¿1 a 1000? Incluso si una persona piensa que lanzar bombas contra una población enjaulada está justificado por el elevado número de muertos israelíes -lo cual, para ser claros, es algo que no debería pensarse-, seguro que 5.000 civiles muertos y más de 2.000 niños muertos es recompensa suficiente.

Nadie cree de forma realista que esta guerra vaya a "aniquilar" a Hamás. Entonces, ¿cuál es el objetivo final? Y en el caso de los que lo piensan, ¿qué hay en el plan de Israel que les lleve a creer que esto se puede conseguir sin matar a decenas de miles de civiles? Este es un aspecto que la congresista Ilhan Omar (demócrata por Minnesota) planteó a su colega pro-israelí Ritchie Torres (demócrata por Nueva York) la semana pasada, cuando preguntó a sus críticos, muy apropiadamente, cuántos niños palestinos muertos serán suficientes. "¿Cuántos asesinatos más son suficientes para ustedes? ¿Mil más? ¿Dos mil más? ¿Tres mil más? ¿Cuántas [muertes] palestinas más les harían felices?".

Es una pregunta legítima: para los liberales que dicen que Israel tiene "derecho" a matar a tantos civiles como considere apropiado para "derrotar a Hamás", está claro que tiene que haber algún límite por arriba, ¿no? ¿Cuántos niños palestinos hay que exterminar antes de que el remedio sea peor que la enfermedad? Aquellos que defienden la brutal campaña de bombardeos deberían proporcionarnos alguno, ya que esto revelaría lo fundamentalmente descompuesta que está su lógica moral.

3. "Israel dejará de bombardear cuando Hamás libere a los rehenes y/o se rinda"

¿Qué significa exactamente este comentario como de tipo duro? No está claro, pero sin duda suena agresivo. En realidad, no es más que una justificación para el castigo colectivo, algo que sin duda está llevando a cabo Israel. Al cortar el agua, el combustible, los alimentos, la electricidad y la mayor parte de la ayuda médica, Israel está incurriendo -según todo el mundo, desde las Naciones Unidas a Médicos Sin Fronteras en un caso de manual de castigo colectivo, esencialmente al haberlo admitido de por sí.

Aun cuando uno crea que la captura de rehenes por parte de Hamás en un esfuerzo por canjearlos por rehenes palestinos no debería ser "recompensada" con el cese de los bombardeos en algún sentido abstracto, esto no justifica de ninguna manera el uso del castigo colectivo de 2,3 millones de palestinos que no tuvieron nada que ver con la planificación, financiación o realización del ataque del 7 de octubre. Para mantener la pretensión de preocuparse por los civiles, los funcionarios israelíes han encuadrado su llamamiento a la evacuación masiva de más de un millón de palestinos del norte al sur de Gaza como un intento de reducir la muerte de civiles. Pero los expertos en derechos humanos han dejado claro que se trata de una tarea imposible, dado que el sur y las rutas hacia el sur también son bombardeadas y las personas enfermas y hospitalizadas no pueden desplazarse. Lejos de pintarlo como un gesto humanitario, Amnistía Internacional insiste en que la orden "puede ser equivalente a crímenes de de guerra".

Esto es lo que se pierde en todo el moralismo y el postureo de esta línea: se está desviando la atención de la realidad de que Israel busca vengarse de una población civil, lo que constituye un crimen de guerra de acuerdo prácticamente con todos los grupos humanitarios y de derechos humanos. "Quiero que cese el castigo colectivo, pero no puede cesar hasta que [grupo específico] cumpla [demanda específica]" es un argumento a favor del castigo colectivo, que favorece el hambre, el bombardeo y la muerte por enfermedad y sed de decenas de miles de civiles hasta que la entidad combatiente se someta. Exigir que Hamás -una entidad sobre la que nadie en Occidente tiene ningún control- entregue a los rehenes antes de poner fin a la matanza masiva pretende ocultar lo que sí podemos controlar: el uso del castigo colectivo como instrumento de guerra respaldado por los líderes occidentales, incluido el presidente de los Estados Unidos.

4. Evitar sencillamente por completo la principal exigencia y centrarse en demandas humanitarias de segundo y de tercer orden

Desde el ex presidente Barack Obama al consejo editorial del Washington Post y del New York Times, pasando por la gran mayoría de los demócratas del Congreso, el estamento de poder liberal se está uniendo en torno a una postura de "bombardeos más amables", contraria al alto el fuego, que se centra en alguna variante de pedir a Israel que "abra el grifo del agua" y "permita la entrada de ayuda" mientras ignora las exigencias centrales y más importantes de que Israel deje de matar niños con bombas cada quince minutos. Esto permite a los liberales mantener la apariencia de humanitarismo y de "profunda preocupación" sin tener que hacer frente a la petición principal del presidente y/o del grupo de presión pro-israelí de permitir que las FDI continúen con sus políticas de traslados forzosos de población y de bombardeos aéreos ininterrumpidos.

Este enfoque "matizado" es parte integrante de la típica rutina del policía bueno y el policía malo que se interpreta para un público de liberales occidentales: Israel formula exigencias extremistas; los Estados Unidos las reduce de un 10 a un 8,5, y entonces consigue presentarse como una fuerza progresista y humana. Pero, de nuevo, la principal exigencia ahora mismo de la sociedad civil palestina y de los grupos de derechos humanos no es seguir bombardeando mientras se permite alguna ayuda simbólica y se vuelve a abrir el grifo. Consiste en detener lo que está causando la mayor parte de la muerte y la desesperación: las bombas que llueven desde arriba. Pero esto se ignora en favor de gestos humanitarios marginales que, aunque son mejores que nada, se evocan para ocultar la exigencia central en este momento.

El senador Bernie Sanders incurrió en una versión de esto mismo el miércoles por la noche, cuando hizo caso omiso de una carta firmada por casi trescientos de sus antiguos colaboradores y voluntarios de campaña instándole a pedir un alto el fuego, y en su lugar pidió una "pausa humanitaria", una vaga medida a medias que está presentando la Casa Blanca y que es ambigua y, lo que es más importante, no es la demanda que la sociedad civil palestina, OxFam, Amnistía Internacional, la ONU y la mayoría de los países del mundo están planteando en realidad.

Es también cada vez más tendencia entre los partidarios de "bombardeos más amables" pedir un "corredor humanitario", algo que los propios palestinos también han estado solicitando, pero con un matiz muy importante: con garantías de que se permitirá a los palestinos volver a Gaza una vez finalizada la campaña militar israelí, en lugar de dejarlos como refugiados en otro país. Una condición ignorada hasta ahora por los consejos editoriales del New York Times y del Washington Post, por Barack Obama, por la Casa Blanca y por la inmensa mayoría de los mensajes liberales en torno a esta cuestión. Pero es un punto esencial, porque si se les expulsa de Palestina para siempre, entonces no se trata de un corredor humanitario, sino de un vehículo para la limpieza étnica y un caso fácil y sencillo de genocidio, de acuerdo con las prohibiciones contra los traslados forzosos de población de los pueblos bajo ocupación militar.

La demanda ahora mismo de un alto el fuego es prácticamente universal entre quienes no están comprometidos con la respuesta más extrema y marcial al ataque del 7 de octubre. Ya han sufrido demasiados palestinos, y los grupos de ayuda estiman que ahora mismo, mientras usted está leyendo esto, hay más de ochocientos niños palestinos desaparecidos bajo los escombros. En combinación con las crecientes pruebas de intenciones genocidas por parte de funcionarios israelíes y una guerra regional cada vez más amplia que podría implicar a Hezbolá, Irán y Estados Unidos, la necesidad de que Israel ponga fin a su asalto y asedio de Gaza es moralmente obvia y manifiesta. Es importante que la opinión pública no pierda esto de vista ni se distraiga agitando las manos, ofuscándose, con un postureo de preocupación, con incongruencias y posturas descerebradas haciéndose los duros.

The Nation, 27 de octubre de 2023

 

Los votantes musulmanes y árabes lanzan una dura advertencia a Biden. Más vale que les preste atención

Dana El Kurd

Muchos estadounidenses están expresando su indignación por la gestión del gobierno de Biden de los continuos bombardeos israelíes sobre Gaza y la actual crisis en torno a los rehenes que se llevó Hamás. Han estallado protestas en las principales ciudades de los Estados Unidos, incluidoa Washington, pidiendo un alto el fuego como mejor manera de detener el creciente número de muertos y proporcionar seguridad a los rehenes, algo que la Casa Blanca se ha negado rotundamente a apoyar.

Dudo de que estos manifestantes esperasen que Biden ignorara por completo las preocupaciones de Israel en materia de seguridad; como sabe cualquiera que conozca la política norteamericana, las administraciones de los Estados Unidos siempre apoyarán a su principal aliado en Oriente Próximo, sobre todo después de atentados los que han muerto cientos de personas y que provocó la captura de tantos rehenes.

Pero aunque la gente podía esperarse que Biden apoyara a un aliado del gobierno estadounidense, no pensaba que eso significase que Biden apoyaría cualquier cosa que hiciera ese aliado. Por eso, a medida que se dispara el número de víctimas del indiscriminado bombardeo de Gaza por parte de Israel, la negativa del presidente Biden a dar una respuesta significativa ha horrorizado a la gente, sobre todo a los norteamericanos musulmanes y árabes.

En realidad, decir que las comunidades musulmanas y árabes de este país están horrorizadas supone probablemente quedarse corto. La sensación de conmoción y traición es real y demoledora. Y está llevando a muchos musulmanes y árabes a una conclusión que debería preocupar a la Casa Blanca: que ya no pueden votar a Joe Biden.

Para ser claros, no es que todos los árabes y musulmanes estadounidenses fueran fans incondicionales de Biden. Para muchos, votar a los demócratas era el menor de los males. Pero el resultado ha sido el mismo: estas comunidades apoyan abrumadoramente a los demócratas en las elecciones presidenciales.

Yo mismo he votado a los demócratas durante toda mi vida adulta, hasta cuando el candidato ha sido decepcionante. Me decía a mí mismo que, por mucho que me disgustaran las posiciones políticas del partido sobre Oriente Próximo en general, e Israel-Palestina en particular, votar demócrata era una forma de reducción del daño. Pero viendo cómo la administración de Biden ha dejado de lado a los palestinos durante casi tres años, y viendo ahora a Biden avivar las llamas de la violencia que ha matado a más de 7.000 palestinos y 1.400 israelíes en las últimas semanas, me resulta muy, muy difícil verme votando por él en 2024.

Para el liberal norteamericano corriente, esto puede parecer absurdo. No pretendo ni por un momento que la mayoría de los estadounidenses vaya a reaccionar de la misma manera, ya que no creo que lo que ocurra en Oriente Próximo figure en primer plano en la cabeza de la mayoría de la gente. De hecho, tal como señala un analista, el respaldo de Biden a Israel podría ser hasta políticamente útil en muchos casos.

Pero hay una lógica y un contexto que han estado ausentes en el análisis de esta cuestión.

En primer lugar, hay millones de votantes demócratas con puntos de vista muy diferentes a los del estamento de poder de Washington. Las encuestas muestran que el 80 % de esos votantes están "considerablemente" or "algo" de acuerdo con el llamamiento a un alto el fuego y a una desescalada en Gaza, una postura totalmente contraria a la de la Casa Blanca.

Y, tal como informó recientemente la NBC, los musulmanes y los árabes norteamericanos de los principales estados indecisos se están expresando claramente en el sentido de que no votarán a Biden en las próximas elecciones, pase lo que pase.

Si se mira más de cerca, es fácil ver que Biden tiene un problema político entre manos. Se ha descubierto que los votantes musulmanes ponen énfasis en las oponiones de política exterior de un candidato. La participación musulmana en 2020 superó la media nacional, y los estudios han demostrado que sus votos ayudaron a inclinar la balanza hacia Biden en estados como Georgia y Pensilvania. Los musulmanes son, de media, mucho más jóvenes que el resto de la población norteamericana, y los jóvenes fueron un electorado clave para Biden en 2020. Y las encuestas muestran que Biden va ya por detrás de Donald Trump en la mayoría de los estados en disputa que decidirán las elecciones de 2024, varios de los cuales cuentan con una importante población musulmana.

En conjunto, parece claro que no se trata de una comunidad cuyos votos la Casa Blanca pueda permitirse perder.

Pero las acciones de Biden en las últimas tres semanas han transmitido a los votantes musulmanes y árabes el mensaje de que su administración no se preocupa lo suficiente por prevenir la violencia, salvaguardar a los civiles o incluso liberar a los rehenes, por no hablar de abordar las cuestiones más generales que animan el conflicto. En las redes sociales y en sus organizaciones, musulmanes y árabes se ha argumentado que la naturaleza del apoyo de Biden ha tenido resultados mortíferos aquí en los Estados Unidos, ha desencadenado movilizaciones masivas en todo el mundo y ha hecho cada vez más probable un conflicto regional más amplio. Hasta los aliados árabes de los Estados Unidos, normalmente condescendientes, -Egipto, Jordania y la Autoridad Palestina- cancelaron su cumbre con Biden la semana pasada, temerosos de aparecer como cómplices del ataque en curso y de enfrentarse a más protestas cada uno en su respectivo patios trasero.

Aunque la naturaleza y la escala de los ataques de Hamás fueron asombrosas, el hecho de que la violencia se haya intensificado es algo que, según los expertos, resultaba inevitable. Y, lo que es más importante, como único país del mundo capaz de ejercer presión tanto sobre Israel como sobre los palestinos, los Estados Unidos deberían haber tomado medidas, como mínimo, para no exacerbar la situación sobre el terreno, quizás incluso para intentar evitar el desastre. En lugar de ello, para muchos norteamericanos árabes y musulmanes, así como para sus aliados judíos estadounidenses, parece que la administración Biden ha facilitado el deslizamiento hacia el abismo. Así que lo que estamos presenciando ahora supone una decepción agravada.

He aquí una lista no exhaustiva de esas decepciones.

En primer lugar, en cualquier momento de sus casi tres años de su presidencia, Biden podría haber presionado a los israelíes sobre la actividad de los asentamientos. Su administración podría haber hecho sentir las consecuencias al gobierno israelí de extrema derecha por ayudar e instigar la violencia de los colonos, que este año ha alcanzado su nivel más alto desde 2006. La constante pérdida de vidas ha resultado evidentemente inaceptable para los palestinos, dando motivos a nuevas milicias y haciendo que el conflicto sea cosa aún más de suma cero. Pero la administración Biden no hizo ningún intento significativo de abordar la cuestión de las provocaciones de los colonos.

La administración Biden también podría haber apoyado el intento de celebrar elecciones palestinas en 2021, obligando así a los dirigentes palestinos a rendir cuentas y dando a los jóvenes palestinos una pizca de esperanza. Pero a pesar de la habitual retórica elevada sobre la democracia que hemos llegado a esperar de los líderes norteamericanos, la administración Biden guardó silencio. Las elecciones se cancelaron.

Y en otro cosa más, Biden podría haber aprovechado la apertura crítica que se produjo cuando los israelíes protestaron contra el gobierno del primer ministro Netanyahu durante meses y meses, y algunos hasta abordaron finalmente el papel de la ocupación en la distorsión de su propia gobernanza. Las protestas ofrecían una clara oportunidad para que el gobierno de Biden presionara al asediado Netanyahu, no sólo para que introdujera mejoras en la gobernanza interna, sino también para que aliviara la represión de su gobierno contra los palestinos, e incluso para que discutiera nuevas realidades y condiciones. Pero Biden no hizo nada de eso.

Los acuerdos de normalización entre los autócratas árabes y sus homólogos israelíes, presididos inicialmente por la administración Trump, podrían haber sido otro ámbito en el que cambiar de rumbo. Los Acuerdos de Abraham firmados entre Israel, los EAU, Bahréin, Marruecos y Sudán fueron la primera normalización significativa de las relaciones entre los Estados árabes e Israel en décadas. Sin embargo, en lugar de lograr la paz, los acuerdos han sido duramente criticados por proporcionar al gobierno israelí aún más cobertura para las escaladas de violencia, además de las repercusiones internas en las sociedades árabes que han visto cómo estos acuerdos se han utilizado para aplastarlas aún más. Ya he argumentado anteriormente que estos acuerdos son, de hecho, una forma de gestión autoritaria de conflictos; otros los han caracterizado simplemente como acuerdos sobre armamento con otro nombre. A pesar de toda la "paz" supuestamente lograda por estos tratados, se incrementó el nivel de violencia en Israel-Palestina. Pero en lugar de corregir el rumbo, la administración Biden se volcó en la normalización. Se convirtió en la piedra angular de la política del presidente en Oriente Medio.

Por último, los musulmanes y árabes norteamericanos han observado alarmados la reacción de Biden ante la destrucción de Gaza. En lugar de actuar con rapidez por el bien de los civiles implicados, a muchos miembros de la comunidad les parece que el gobierno de Biden dio "luz verde" al gobierno israelí para que emprendiera las acciones que quisiera. Entre estas acciones se ha contado el castigo colectivo, el ataque contra civiles e infraestructuras civiles y la utilización de armas como las bombas de fósforo blanco, todo lo cual han identificado las organizaciones de derechos humanos como crímenes de guerra.

A pesar de ello, el gobierno de Biden ha impedido el debate, ha vetado las resoluciones de las Naciones Unidas sobre ayuda humanitaria y ha respondido inadecuadamente a los ciudadanos norteamericanos atrapados en Gaza. Hasta la tan alabada ayuda humanitaria que la administración Biden ayudó a conseguir ha sido duramente criticada como "una gota en un cubo" por los funcionarios de la ONU, y como una "matanza por designación" o "demasiado poco y demasiado tarde" por periodistas y analistas..

En casi todos los sentidos, y a pesar de las muchas oportunidades de alejar de la catástrofe a los pueblos de la región, Biden los ha arrastrado hasta ponerlos más cerca de ella.

En su último discurso al país, Biden solicitó un paquete de ayuda para apoyar a Ucrania contra Rusia, y a Israel contra Hamás. Lo encuadró como un paso para proteger y construir "el arsenal de la democracia", y promover la seguridad global. Esto resulta especialmente irónico para árabes y musulmanes, teniendo en cuenta el papel de los Estados Unidos a la hora de subvertir la rendición de cuentas democrática en la región en general, y en los territorios palestinos en particular. Muchos habitantes de la región tienen la sensación de que quedan fuera de la humanidad de la que habla Biden, de que el orden internacional de democracia y seguridad que Biden imagina no incluye a árabes y musulmanes. Así pues, para los ciudadanos norteamericanos con lazos en la región, la opción ética pasa por no seguir haciendo posible esta presidencia.

Si bien el desprecio de los republicanos por las vidas de los musulmanes y árabes está claramente a la vista, algunos musulmanes y árabes norteamericanos tienen la impresión de que el Partido Demócrata da por sentado su voto, aunque las políticas de los demócratas nunca lo reflejen. Un amigo árabe-norteamericano lo formuló afirmando que, al menos bajo las administraciones republicanas, "los árabes podían encontrar aliados" en su oposición.

Que los liberales estén o no de acuerdo con este cálculo es irrelevante. Un número cada vez mayor de personas está decidiendo que la cuestión de cómo mejorar las condiciones sobre el terreno en Palestina y Oriente Medio tiene en general poco que ver con quién sea presidente. Y esto debería preocupar a la administración, es decir, si es que Biden y su equipo son capaces de asimilar alguna de estas lecciones. Muchos musulmanes y árabes estadounidenses ya se han cansado de albergar esperanzas.

The Nation, 27 de octubre de 2023


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