23.10.23
Acostumbrarse a lo peor
Por Esteban Valenti (*)
"La descomposición de todo gobierno comienza por la decadencia de los principios sobre los cuales fue fundado." Montesquieu
En todos los órdenes de la vida, más allá de las fronteras, los seres humanos corremos siempre un peligro atroz: acostumbrarnos a lo peor y hacer de las comparaciones con el mal menor nuestro punto de referencia. Es uno de los símbolos, de los estándares más claros de decadencia, no solo política sino civilizatoria.
A nivel mundial nos estamos acostumbrando a las guerras de manera permanente y a guerras cada día más feroces y destructivas. Ucrania, Palestina-Israel, Nagorno Karabaj a las que habría que agregar tensiones y conflictos en otros puntos del planeta. En estos tres casos estamos hablando y presenciando conflictos bélicos en el corazón de Europa, un ataque terrorista al Israel que es el preludio de una invasión de Gaza y un ataque en todos los frentes contra el pueblo palestino, ambos choques con un grado de crueldad y un porcentaje de víctimas civiles atroz, y por ultimo una población de 120 mil armenios desplazados o liquidados por Azerbaiyán .
El terrorismo nuevamente transformado en muchos puntos en un protagonista, la peor realidad en diversas naciones. Nos quieren acostumbrar a partir del terrorismo de Estado a aceptar todo tipo de terrorismo y de violación de los más elementales derechos humanos de poblaciones interesas. Aunque los grandes medios manipulen la información de manera innoble.
No se trata solo de los aspectos humanos, de sensibilidades, ante la barbarie de las guerras, sino de algo más profundo, el acostumbramiento a la violencia como instrumento básico para enfrentar y tratar de resolver conflictos, con todas sus consecuencias, incluyendo las humanitarias. Existen en la actualidad más de 100 millones de refugiados.
Formularé preguntas muy inquietantes en futuras columnas.
Cuando el nivel de crisis es de estas dimensiones, una de las formas más básicas de acostumbrarse y justificar, es dejar de hacer preguntas, todas las preguntas, incluso las más incómodas. Preguntas que incomoden al poder o a los diversos poderes.
Lo mismo nos sucede en nuestra región. Cuando escribo estas líneas, faltan pocos días para que Argentina descienda un gran escalón en su peor decadencia, política, institucional, económica, social y cultural. Elegir entre tres alternativas falsas y de la peor calidad, dos que ya han demostrado su profundo fracaso y otra que en base a la verborragia degradante quiere llevar a los argentinos a saltar al vacío y provocar una explosión incontrolable. Tendremos tiempo de analizar este tema que tan directa relación tiene con nosotros los uruguayos.
No podemos desentendernos, son 44 millones de argentinos, que además de estar padeciendo una de las peores crisis económica y social de su historia, no tienen horizontes de salida a la vista. Y no podemos reducir todo, al turismo, o al dólar barato y al comercio, debemos reflexionar sobre las posibles consecuencias de este proceso, a nivel humano y del destino de esa sociedad.
En nuestro país estamos sometidos al mismo idéntico peligro, aunque no haya violencia política de por medio. Se ha instalado paso a paso un proceso de deterioro de la moral público-privada, de la crisis institucional, de la indecencia en el manejo de las cosas públicas, que nos han caído en cascada, como en ningún otro periodo de la vida nacional democrática.
Hacer la lista es imposible e inútil, es parcial, porque todas las semanas se suman nuevos episodios. ¿Por qué?
Porque la primera señal dada desde el poder, es que esta avalancha es parte de la política, es casi congenial y obligatoria de la política y alcanza con compararla con otros episodios para tranquilizar la conciencia y recoger apoyos políticos-electorales o al menos contener el repudio, el rechazo.
Lo mas grave de tódo es que son escándalos que se entrelazan con nuevos escándalos y los agravan. Un grupo de aberraciones , 22 delitos imputados a un senador de la república y su cómplice, desemboca, además de su encarcelamiento en una trama con participación de jerarcas del Ministerio del Interior dedicados a entorpecer, corromper el proceso judicial. Y eso es muy grave, por las implicancias institucionales y políticas. Con el ministro del interior e incluso el Presidente de la República, defendiéndolo y creyéndole al principio y luego del encauzamiento no asumiendo ninguna responsabilidad. ¿Y se lo perdonamos?
No puede salirse de esas tramas, invocando argumentos pueriles, ataques por el tono de ciertas declaraciones de la oposición, da vergüenza ajena. Podríamos utilizar otros ejemplos, como la trama del pasaporte al narcotraficante Marset y sus diversos implicados o mucho más grave el caso del jefe de la custodia presidencial Alejandro Astesiano, sus vínculos con la policía, con empresas dedicadas al espionaje y su relación con un negociado por la sesión del Puerto de Montevideo por 60 años a la empresa belga Katoen Natie y el espionaje a dos senadores de la república. ¿Qué nos falta?
En cierta manera nos hemos acostumbrado, un escándalo devora al otro y las consecuencias son ridículas, son mínimas y el presidente sigue inaugurando quioscos y participando sonriente en cuanto desfile militar o fiesta aparezca. Y a pura selfie.
Se está saboteando la institucionalidad y la moralidad republicana, episodio tras episodio de esta triste telenovela de quinta.
Se conocen los detalles, aparecen uno detrás de otro y empeoran la situación de manera escandalosa, y nada. A las máximas autoridades no se les mueve un pelo. Al contrario, se desmelenan para asegurar un bloque multicolor para defender esta corrupción de las costumbres políticas nacionales y de la moralidad pública y privada y seguir otros cinco años más.
Podemos conformarnos con una lista muy amplia de adjetivos, pero no resolveremos nada, lo que se necesitan son reacciones de fondo, que los responsables se vean obligados a asumir sus culpas, que se vean las reacciones democráticas. No por causas electorales, sino por causas de decencia y moral republicanas.
La democracia siempre, absolutamente siempre reclama transparencia, decencia y moralidad, tenemos muy cerca nuestro las consecuencias de cuando esos valores se desmoronan.
El ser humano no está obligado, ni tiene la tendencia natural a la insensibilidad. Aunque una de las mejores armas para este retroceso, sea el encierro de cada uno en sus problemas personales, es dimensionar la política y la moral pública a un nivel tan lejos de la gente, de su vida, que se transforme en la gran palanca para esta decadencia, que el Uruguay no se merece.
(*) Esteban Valenti. Trabajador del vidrio, cooperativista, militante político, periodista, escritor, director de Bitácora (www.bitacora.com.uy) y Uypress (www.uypress.net), columnista en el portal de información Meer (www.meer.com/es), de Other News (www.other-news.info/noticias). Integrante desde 2005 de La Tertulia de los jueves, En Perspectiva (www.enperspectiva.net). Uruguay