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29.5.23

La obscenidad de las derechas pro-natalistas. Dossier

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Por Andrea Capocci, Luciana Castellina, Polly Toynbee (*)

Estados Generales de la Natalidad: la pesadilla de las cunas vacías para la derecha, prelados y gestores

Andrea Capocci

Mañana se inaugura en Roma, en el Auditorium della Conciliazione, la tercera edición de los Estados Generales de la Natalidad ["Stati generali della natalità"], dos días para debatir sobre las cunas vacías y cómo llenarlas. El folleto de presentación se abre con una pregunta inquietante: "¿Os habéis imaginado alguna vez un mundo sin niños?". Pero a continuación ofrece una perspectiva inédita del Apocalipsis: "Sin niños significa, por poner ejemplos que hagan concreta la visión, sin necesidad de biberones, sin necesidad de productos para bebés". Casi casi. Pero esta debe ser la razón por la que se ha invitado a los directivos de Plasmon, Prénatal y Assogiocattoli [empresas de productos infantiles] a los Estados Generales de la Natalidad para hablar de la crisis demográfica.

No son sólo ellos. El Auditorio queda a un tiro de piedra de la Basílica de San Pedro y, para quienes deseen acreditarse en el mundo católico en defensa de la familia, la cita es obligada. Los invitados anunciados son del más alto nivel e insinúan el tono del debate, decididamente centrado en la defensa de la familia tradicional. El propio Papa Bergoglio será el encargado de abrir los trabajos del viernes y con él intervendrá la primera ministra Giorgia Meloni. Hasta siete ministros principales, entre ellos Salvini, Lollobrigida y Tajani, se turnarán en las distintas sesiones. Ni siquiera faltarán los líderes de la oposición, desde Schlein y Conte hasta Carfagna (Azione) y Bonetti (Italia Viva). La izquierda está obviamente ausente. En cambio, la economía estará bien representada, con altos directivos de Enel, Invitalia, Cdp, Poste, Tim y otras multinacionales -además de las marcas infantiles- para debatir con la ministra de Economía, Giorgetti, y el ministro de Made in Italy, Urso. El espectáculo final correrá a cargo del artista neocatecumenal Giovanni Scifoni y su monólogo en el que recitará: "regateando continuamente la tentación de un maravilloso cuerpo femenino que se asoma al escenario". Como para perdérselo.

Reuniendo a tantos invitados (42, de los cuales sólo 9 son mujeres) estará el anfitrión Gigi De Palo, presidente de la "Fondazione per la natalità", cinco hijos y una vida pasada en asociaciones familiares católicas más cercanas a la Conferencia Episcopal, que de hecho envía a su número uno Matteo Zuppi a los Estados Generales. Fue De Palo quien organizó el primer Family Day en 2007 con el objetivo (conseguido) de frenar el "Di.Co", las uniones de hecho propuestas por la entonces ministra [Rosy] Bindi. Se desvinculó del Family Day en 2016, pero sólo para construir una cita alternativa que se nutre más o menos del mismo ámbito.

Tanto es así que muchos habituales del Family Day estarán también entre los protagonistas de los Estados Generales, empezando por la ministra antiabortista de la Familia, Eugenia Roccella. También estará el demógrafo Gian Carlo Blangiardo, hasta hace unos días presidente del ISTAT [Instituto Nacional de Estadística italiano] y más conocido por haber propuesto incluir los fetos abortados en el cálculo de la esperanza de vida y por sus panfletos contra la inmigración. Todos ellos, laicos y prelados, pero sobre todo varones, preguntándose cómo detener con sus propias manos "el invierno demográfico".

En realidad, la alarma es exagerada y sólo afecta a los niños italianos, blancos y nacidos en el seno de la familia Mulino Bianco [empresa italiana de productos de alimentación]. En el mundo, por el contrario, en absoluto están desapareciendo los niños: nunca en la historia de la humanidad han nacido tantos como en los últimos veinte años. Tantos de ellos hay que piden ahora entrar en nuestro país, rechazados sólo por las leyes antiinmigración. Bastarían para salvar las fábricas de chupetes.

il manifesto, 11 de mayo de 2023

 

Entre el mensaje de Bergoglio y la virulencia de Meloni, las mujeres como objeto

Luciana Castellina

Lo único bueno que salió de los Estados Generales de la Natalidad,  celebrados hace unos días, como siempre, en Roma, fue la advertencia del Papa Francisco: el problema de la natalidad, afirmó, está estrechamente ligado al de la acogida de inmigrantes. Para los que estábamos en Trieste con motivo de la novena edición, abarrotada, del Festival Sabir (el encuentro anual de ONGs de las riberas mediterráneas, promovido por ARCI, Pax Christi y un sinfín de organizaciones más), el mensaje del Pontífice vino a ser como un estímulo para continuar en nuestra lucha por detener el indignante rechazo de los migrantes.

Dando una nota diferente de lo que todos los demás estaban diciendo en estos Estados Generales, sólo con unas pocas palabras, Bergoglio, este Papa ilustrado con el que tenemos la suerte de contar, dejó claro que sólo los racistas pueden pensar que se necesitan únicamente niños blancos, de "pura raza italiana". Para estos racistas, a fin de evitar la "contaminación" de la estirpe, es un deber sagrado dejar morir en el mar o por penurias en las rutas de los Balcanes a miles de niños, que se bastarían por sí solos para impulsar la natalidad, no sólo de Italia, sino del mundo.

Sin embargo, más allá del descenso de la natalidad como problema general, existe otro problema: ¿qué hacer para que el deseo de tener hijos (y quizá más de uno) que tienen muchas mujeres (evidentemente, no todas) pueda cumplirse, ya que hoy en día no es así? En este punto, estos Estados Generales me parecieron francamente obscenos. No sólo por el tono violento con el que [Giorgia] Meloni se mostró amenazante con los derechos de quienes desean elegir de acuerdo con sus propias creencias en materia de paternidad y familia, sino por la forma en que todos trataron a las mujeres: ¡ignorándolas como sujetos, a pesar de que desempeñan un papel bastante importante en la procreación!

Si leemos las crónicas del acto, nos daremos cuenta de que casi nadie mencionó directamente a las mujeres, escondiéndolas en la definición de "familia" o en la categoría de "jóvenes", como si tener hijos, y luego criarlos, fuera un trabajo igual para hombres y mujeres. Y sobre esta base, todo el mundo enumeró todas las medidas posibles de "ayuda" que no se dirigían específicamente a las mujeres, sino sólo indirectamente: las habituales "bonificaciones" para las familias, o diversas desgravaciones fiscales; como mucho, se tenía en cuenta a las mujeres si estaban desempleadas y necesitaban encontrar trabajo. Ciertamente, las mujeres necesitan esas cosas, pero sobre todo tienen derecho a denunciar que la razón por la que no nacen suficientes niños (lo que no es una tragedia para la humanidad, que tiene incluso más de los necesarios) es que el derecho de las mujeres al trabajo corre el riesgo de desmoronarse si no va acompañado de una transformación seria de la sociedad y de sus normas para socializar realmente las labores de los cuidados. Porque sin esa transformación, la cantidad de trabajo a la que tiene que hacer frente una madre trabajadora es insoportable; de hecho, en muchos casos esta situación les obliga a renunciar a sus planes, frustrando así el deseo de muchas de ellas de tener descendencia.

Las cifras -que se han ignorado en estos Estados, apenas generales, sino más bien unisex- hablan por sí solas: las mujeres han demostrado que son capaces de hacer lo que hacen los hombres (que probablemente también se hayan dado cuenta por fin), y de hecho las mujeres son ahora mayoría en la judicatura, en el sector sanitario, y también hay muchas entre los directivos. Pero si uno va y analiza los datos, descubre que, si bien la inmensa mayoría de los jueces, médicos y directivos varones ha tenido hijos, las mujeres que han podido (o querido) hacerlo son una minoría absoluta. Es decir, que para alcanzar la óptima "cuota rosa" de representación, de la que siempre se habla pero que por sí sola sirve de poco, han tenido que renunciar a uno de sus derechos, que para muchas de ellas hubiera sido su regocijo: tener hijos.

Necesitaba desahogarme, porque estos Estados unisex me han llevado realmente al límite. Y creo que en general se presta muy poca atención a la batalla por la socialización de la labor de los cuidados. A lo sumo se habla de guarderías, que son ciertamente una demanda fundamental, pero insuficiente, porque son a la vez pocas e inadecuadas, sus horarios no encajan con los de las madres trabajadoras; que, por otra parte, necesitarían también un replanteamiento general de los barrios y de los edificios, para que se pudieran prestar servicios colectivos para cuando los niños enferman, o para los ancianos, así como para todas las demás funciones de este género.

Es ridículo proponer que los padres y maridos "hagan su parte". Claro que podrían fregar los platos y tener permiso parental, pero eso no basta: lo que hace falta es replantearse toda nuestra forma de vida. Y de pensar. Es decir, dejar de hacer creer que existe un "ciudadano sin género", que se basa por el contrario en la identidad del hombre (una jaula en la que se ha metido a la fuerza a la mujer). Y hay que entender que las cuotas rosas tienen un valor simbólico porque sirven para demostrar que las mujeres somos igual de inteligentes, pero corren el riesgo de convertirse en una cortina de humo si no van suficientemente acompañadas de la exigencia de que las leyes, las normas y la estructura social y económica tengan en cuenta la diferencia de género.

Entre otras cosas, esta diferencia de género es la que obliga a las mujeres que desean tener hijos a tener que renunciar al trabajo. Pues nos carga a las mujeres con un trabajo enorme que todo el mundo piensa que se puede seguir haciendo gratis. Tal y como están las cosas ahora mismo, y con la violencia de Giorgia, no me gustaría que se llegara al punto de decretar que todas las mujeres deben quedarse en casa, tener niños y nada más.

il manifesto global, 18 de mayo de 2023

La gran sequía de bebés británicos tiene una causa sencilla. Y no es el "marxismo cultural".

Polly Toynbee

Miriam Cates, diputada por Penistone y Stocksbridge, lanzó esta semana su propia guerra cultural en la fiesta populista de los conservadores nacionales [NatCons]. Su punto central, que calificó de "existencial", fue la necesidad de frenar el descenso de la natalidad, el cual en su opinión amenaza la cultura británica. "Si quieres ser un conservador nacional, necesitas una nación que conservar... Como conservadores queremos conservar nuestra nación y nuestro patrimonio".

En cuanto a la sequía de bebés, estoy de acuerdo con ella, pero por razones muy distintas. No comparto ninguna de sus explicaciones ni sus remedios, aunque estoy de acuerdo en que la falta de bebés es "un síntoma de un grave malestar social".

Su uso de la palabra "existencial" se hizo eco de todo lo que cabría esperar de los NatCons, que en el pasado han acogido a nacionalistas pro-natalistas como el húngaro Viktor Orbán y la italiana Giorgia Meloni. Aunque sólo se refirió ligeramente a la inmigración -"Debemos reducir drásticamente la inmigración y construir más viviendas para que sean más asequibles a las familias jóvenes"-, no es a los bebés nacidos en el extranjero a lo que aspira. Y, por sus opciones políticas, tampoco se trata de los bebés británicos equivocados.

La culpa, afirma, la tiene el "individualismo liberal", cuyo "resultado crítico" "ha fracasado por completo a la hora de producir... bebés".

La maternidad está devaluada, mientras que el "marxismo cultural" provoca el adoctrinamiento masivo de las mentes jóvenes. El divorcio sin culpa "ha eliminado cualquier valor a los ojos de la ley para contraer matrimonio". La maternidad se presenta "como un trabajo pesado y opresivo que cualquier mujer que se precie quiere evitar, y las madres que se quedan en casa se las describe como vagas, económicamente inactivas o poco ambiciosas". Le echa la culpa al aumento de plazas universitarias de Tony Blair, ya que afirma que "algunas estimaciones sugieren que los licenciados tienen un 50% más de probabilidades de quedarse sin hijos".

La "élite liberal" cree que las mujeres deberían subcontratar el cuidado de sus hijos a cambio de un trabajo remunerado, en lugar de ocuparse de ellos. "Quizás", declaró antre los NatCons, "The Guardian informe de este discurso como 'diputada de derechas en congreso de derechas defiende agenda de derechas para tener hijos y criarlos bien'; ¿desde cuándo tener hijos es de derechas?". Bien, he aquí la respuesta del Guardian.

No hay nada de derechas en tener hijos y criarlos bien, pero su gobierno de derechas ha hecho todo lo posible para castigar la paternidad. Las familias no pueden arreglárselas con un solo ingreso y el cuidado de los niños es astronómicamente caro: la OCDE dice que los padres británicos gastan un tercio de su salario en ello, el doble de la media de las economías occidentales. La situación de los jóvenes es peor que la de sus padres en edad de procrear, con alquileres más altos, ingresos más bajos y una pesada carga de deudas. Muy pocos menores de 35 años pueden comprarse una casa, a menos que sus padres les ayuden.

Sin embargo, no faltan quienes desean tener más hijos: lo trágico es que a tantos se les impida tener los hijos que anhelan, tal como informa la Social Market Foundation (SMF) en "Baby bust and baby boom: Examining the liberal case for pronatalism". Igual que el aborto constituye un derecho absoluto, tener hijos debería ser un derecho. No es que se opte por familias numerosas, pero posiblemente las suficientes para la tasa de reposición de 2.1 por mujer. En una década, la natalidad en Inglaterra y Gales cayó de 1.93 en 2011 a 1.61 en 2021, según las últimas cifras disponibles.

Pero la política conservadora antinatalista prohíbe las prestaciones a más de dos hijos en una familia con crédito universal: esas familias, en su mayoría trabajadoras, pierden 2.800 libras por un tercer hijo, empobreciendo a 1,3 millones de niños.

Cates no menciona a esos bebés (sí, de familias trabajadoras no universitarias). De hecho, cuando el Daily Mail informó sobre la sequía de bebés, la conocida actitud anti-bebés de los tories se esparció por el hilo de comentarios del Mail: "Los Jeremy Kyles [célebre presentador de radio y televisión], los recién llegados y los padres morosos los engendran como si no hubiera un mañana, sobre todo a costa de los demás", con un racismo abundante y repugnante.

El SMF advierte de que el descenso de la fecundidad implica un "estancamiento económico a largo plazo", ya que la proporción entre trabajadores y pensionistas se reducirá a 3,5 jubilados por cada 10 trabajadores en la próxima década. "Las bajas tasas de fertilidad reducirán la población activa, frenarán la demanda y ralentizarán la innovación, lo que reducirá el crecimiento del PIB y las finanzas públicas".

Este punto sobre la innovación es vital: si usted cree que el medio ambiente requiere menos bebés, tenga en cuenta que una población conservadora de edad avanzada cortejada por la derecha se preocupa menos por el futuro que una sociedad definida por el dinamismo y las preocupaciones sociales de la juventud.

Entre los remedios que propone el SMF se cuentan ayudas a los padres, mejores permisos parentales y guarderías más baratas, y la adopción por parte de los funcionarios de Whitehall [la administración británica] de un "test de población" para evaluar el efecto de toda medida política sobre la natalidad. Francia, siempre pro-natalista, tiene una ayuda de 950 euros (825 libras) por cada recién nacido, y una tasa de natalidad mucho más alta.

Si Cates fuera seria, se fijaría en lo que ha funcionado aquí mismo. Cuando los laboristas heredaron una tasa de natalidad en descenso en 1997, dieron la bienvenida a los bebés con 3.500 centros Sure Start, educación infantil gratuita, créditos fiscales para el cuidado de los niños y un fondo fiduciario para la infancia que dotaba a cada recién nacido. Se reconstruyeron las escuelas, las becas de mantenimiento de la educación ayudaron a mantener a los niños pobres en el sexto curso y los clubes de desayuno y merienda en muchas escuelas hicieron la vida más fácil a los padres que trabajaban. ¿Suficiente? No, pero fue el comienzo de una celebración de los bebés y la infancia.

¿Qué ocurrió después? Dos años después de que los "tories" llegaran al poder, la natalidad empezó a caer de nuevo en picado, al tomar la austeridad de George Osborne especialmente como blanco a niños y familias. El número de bebés nacidos en 2019 cayó un sorprendente 12.2% desde 2012. Así que sabemos cómo hacer bebés. Y nada tiene que ver con el "marxismo cultural".

The Guardian, 18 de mayo de 2023

 

(*) Andrea Capocci, divulgador científico y colaborador del diario 'il manifesto', es profesor de un instituto romano, tras haber trabajado en las universidades de la Sapienza y Friburgo. Entre sus libros se cuentan 'Networkology' (il Saggiatore, 2011) e 'Il brevetto' (Ediesse, 2012).

(*) Luciana Castellina. Reconocida periodista y analista política italiana, colabora regularmente con el diario comunista "il manifesto". Fue miembro del Partido Comunista y Democrazia Proletaria, y más tarde de Rifondazione Comunista. Ha sido diputada en el Parlamento italiano y en el europeo.

(*) Polly Toynbee, conocida periodista británica, es columnista del diario The Guardian desde 1998. Trabajó anteriormente para la BBC y el diario The Independent. Vicepresidenta de Humanists UK, fue candidata del Partido Socialdemócrata británico en 1983, si bien apoya actualmente al Partido Laborista.

Fuente: The Guardian, 18 de mayo de 2023; il manifesto global, 11 y 18 de mayo de 2023

Traducción: Lucas Antón


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