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8.5.23

Italia: 25 de abril bajo el signo de un gobierno postfascista. Dossier (I)

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25 de abril, día de la liberación italiana: ¿unidad nacional o combate de clase?
David Broder

Italia celebra el 25 de abril el día de su liberación de la dictadura mussoliniana. Pero como muestra el historiador David Broder, el verdadero espíritu de la resistencia antifascista ha sido ocultado durante mucho tiempo en favor de una imagen consensuada y despolitizada.

Frente al gobierno de las derechas radicales, liderado por la neofascista Meloni, hay que trabajar para recuperar el verdadero sentido de la lucha antifascista.

***

El 25 de abril, día festivo en Italia, marca el aniversario de la liberación del país del fascismo. Ese día, en 1945, unidades de partisanos antifascistas liberaron los centros industriales del norte, Milán y Turín, del dominio de Hitler y de los últimos leales de Mussolini, después de que las fuerzas aliadas limpiado el país. Tres días después, los partisanos habían capturado y ejecutado al Duce y a su séquito, colgándolos boca abajo en la Piazzale Loreto de Milán, lo que constituyó un epitafio humillante para el régimen vigente durante más de veinte años.

Recordando la victoria de los partisanos sobre la ocupación alemana y el fascismo italiano, el 25 de abril es una fiesta patriótica que honra las hazañas de una minoría armada. La fecha se celebró por primera vez en 1946, cuando los partidos del Comité de Liberación Nacional (CLN), desde los demócratas cristianos hasta los socialistas y los comunistas, buscaban identificarse con los valores "universales" de la libertad, la democracia y la unidad nacional.

Es interesante señalar que el día de la liberación se celebra el día en que el CLN de la Alta Italia declaró su poder, y no el día de la liberación final del territorio italiano por parte de los Aliados.

Sin embargo, mientras que los partidos del CLN pretendían representar a "todo el pueblo en armas", delimitando una amplia comunidad nacional que excluía solo a los últimos leales al fascismo, considerados secuaces de los alemanes y no verdaderos patriotas, el 25 de abril nunca estuvo realmente a la altura de sus pretensiones de unidad nacional.

No solo porque los últimos batallones de la extrema derecha tienen sus propias conmemoraciones de guerra en Predappio, la ciudad natal de Mussolini, sino también porque la resistencia armada siempre se ha identificado principalmente, en la cultura popular, con el Partido Comunista Italiano (PCI), que fue un partidos de masas.

Aunque aún hoy los presidentes y primeros ministros conmemoran el 25 de abril como un momento fundador de la democracia italiana, las reuniones en la calle que marcan esta fiesta representan sobre todo la política que no dio forma a la república de la posguerra.

Aunque el 60% de los partisanos lucharon en unidades organizadas por el PCI, el Partido Comunista compartía la dirección política del CLN con los demócratas cristianos, liberales, socialistas y otros; y aunque la intensa movilización antifascista se convirtió en la base de una democracia parlamentaria, las antiguas élites no tardaron en reafirmar su control sobre el Estado.

De hecho, si los partidos del CLN gobernaron Italia en coalición después de la liberación, redactando juntos una constitución y fundando una república, en mayo de 1947, las presiones de la Guerra Fría obligaron al PCI a abandonar el poder. Como ministro de Justicia en 1946, el líder comunista Palmiro Togliatti decretó una amnistía general que se extendió incluso a los fascistas, para aliviar las tensiones sociales; sin embargo, a medida que se apartaba a la izquierda, los propios partisanos se convirtieron en el objetivo de juicios políticos dirigidos por jueces y policías ex-fascistas.

La brecha entre los partisanos y la élite de la posguerra todavía quedó simbolizada el 25 de abril de 1947 con la disolución de la segunda fuerza de la resistencia, el Partido de Acción Republicano-Socialista.

La contraofensiva anticomunista que siguió a la liberación alcanzó su apogeo en julio de 1948, con un intento de asesinato de Togliatti, el secretario general del PCI. El ataque del terrorista de extrema derecha no solo desencadenó una huelga general incontrolada, sino que también fue un detonante para muchos ex partisanos que habían conservado sus armas y que organizaron numerosas ocupaciones armadas de lugares de trabajo y estaciones de policía en los días siguientes.

Los líderes del PCI, asustados, temían provocar una guerra civil como en Grecia, donde los monárquicos apoyados por los británicos habían aplastado sangriéntamente a los partisanos comunistas después de 1945. El PCI expulsó a sus miembros más aventureros e Italia se convirtió en miembro fundador de la OTAN en 1949: la esperanza de que la resistencia se convirtiese en una revolución se disipó rápidamente.

Después de ser el principal partido de la resistencia, el PCI fue condenado a una relación ambivalente con el Estado nacido el 25 de abril y cuya constitución ayudó a redactar. Segundo partido del país, que obtuvo entre el 22 y el 34% de los votos en cada elección hasta su colapso en 1991, al PCI se le prohibió compartir el poder debido a la posición estratégica de Italia en el bloque occidental, a pesar de los esfuerzos realizados en la década de 1970 por su líder Enrico Berlinguer para lograr un "compromiso histórico" con la Democracia Cristiana.

De hecho, si el 25 de abril todavía hoy está marcado por reuniones que apelan a la promesa constitucional de una "democracia basada en el trabajo", durante cuatro décadas el Estado se ha basado sobre todo en el dominio estructural de la Democracia Cristiana, pilar anticomunista de todos los gobiernos italianos hasta la caída del Muro de Berlín.

Aunque los demócratas cristianos fueron socios del PCI en el CLN, más tarde en el gobierno en 1943-47, su contribución militar a la resistencia fue mucho menor y, en aniversarios como el del 25 de abril, tendieron a enfatizar el papel del ejército estadounidense en la liberación de Italia, mucho más de lo que lo hicieron los comunistas.

No hay duda de que la guerra de los partisanos fue mucho menos importante para la identidad demócrata-cristiana: un partido de gran envergadura compuesto por muchas facciones, pero también con fuertes tendencias anticomunistas, y cuyo sector más derechista tendía a retratar la resistencia como una empresa sangrienta y esencialmente inútil para el éxito de los Aliados en la liberación del país.

Así, mientras que la cohesión interna y la reivindicación de la autoridad política de los demócratas cristianos en la Italia de la Guerra Fría se basaban esencialmente en su oposición binaria al PCI, el principal medio que tenían los comunistas para afirmar su legitimidad democrática era la conmemoración de su historial patriótico y no sectario en la guerra contra el nazismo.

Esto se derivaba de la propia estrategia de la resistencia: la clase obrera dirigida por los comunistas desempeñaba el papel principal en la movilización por la lucha patriótica, pero, como explicó Togliatti en una circular de abril de 1945, los partisanos del PCI que establecían la autoridad del CLN en cada localidad no debían "imponer cambios en un sentido socialista o comunista", incluso si actuaban solos. El PCI se había comprometido con una causa antifascista común y no buscaba imponer su propio control.

Por lo tanto, el partido había utilizado la movilización masiva para asegurarse un lugar en la vida institucional, pero sin molestar a otras fuerzas democráticas. De hecho, la prensa del PCI de 1943-45 (y más tarde la mitología del partido) presentó incluso los aspectos de la resistencia más manifiestamente relacionados con la lucha de clases -huelgas masivas, ocupaciones de tierras, la resistencia bajo las banderas- en términos "patrióticos", una contribución de la clase obrera de masas a un movimiento nacional progresista más que una afirmación de los intereses de clase anticapitalistas de los trabajadores.

Esta conjugación del patriotismo, la democracia y el papel central de los trabajadores en la reconstrucción nacional es la que está en el origen de la promesa constitucional de una "repúblia democrática basada en el trabajo". Con este mismo espíritu productivista, dentro de la coalición de 1945-47, el PCI apoyó la congelación de los salarios e implementó la prohibición de huelga de hecho, con el fin de reconstruir mejor la industria italiana.

Dicho esto, mientras el PCI presentaba su "vía italiana al socialismo", gradualista y centrada en las instituciones, como una extensión del pensamiento de Antonio Gramsci, de hecho tendía a revertir la idea de hegemonía de Gramsci, como señaló el destacado socialista Lelio Basso en un artículo publicado en 1965 en Critica Marxista:

    "A pesar de la preponderancia organizativa del movimiento obrero en la resistencia, fueron nuestros oponentes los que lograron hegemonizarla políticamente", explica. "La unidad nacional o antifascista tenía sentido en términos de puro objetivo de ganar la guerra", pero "solo con una unidad más estrecha de la clase obrera entorno a los objetivos inmediatos de la posguerra el movimiento obrero hubiera podido hegemonizar realmente la lucha de liberación, imponiéndole su propio espíritu, su huella y su voluntad, su propia ideología y sus propios objetivos".

La política de unidad nacional y sus críticos

De hecho, en el momento del artículo de Basso, la estrategia del PCI de extender gradualmente la "democracia progresista" había comenzado a sonar hueca y el compromiso del partido con la legalidad republicana entró en conflicto con su reducción a un papel de oposición durante la Guerra Fría.

La democracia cristiana reinaba, y la extrema derecha también parecía estar en pleno ascenso, con el intento del primer ministro Fernando Tambroni de formar un gobierno en 1960 basándose en el apoyo fascista del MSI (Movimiento Social Italiano, que reunía los restos del régimen mussolinista), así como el provocador intento de organizar un congreso del MSI en la ciudad antifascista de Génova el mismo año. Si bien las protestas violentas bloquearon estos esfuerzos de rehabilitación de la extrema derecha, la "repúblia democrática basada en el trabajo" no cumplió las promesas de la resistencia.

El debilitamiento del sueño de una democracia progresista del PCI también coincidió con cambios en la estructura de la clase trabajadora, ya que las altas tasas de crecimiento industrial del "milagro económico" italiano de los años 1950-1960 atrajo a masas de trabajadores del sur subdesarrollado a las fábricas del norte.

Estos trabajadores, al margen del movimiento obrero tradicional y víctimas de una discriminación semi-racial, fueron el centro de atención de la nueva izquierda de la década de 1960, nacida del estancamiento del PCI.

Jóvenes y originarios de un sur poco marcado por la resistencia, estos trabajadores presentaban una profunda ruptura cultural con los trabajadores del norte, mayores y más cualificados, para los que las huelgas antifascistas de marzo de 1943 representaban un momento clave de la memoria colectiva y el orgullo de clase.

Hecho revelador, la literatura operaista y autonomista (en sentido amplio) de este período, en ruptura con las preocupaciones retóricas del Partido Comunista, se distinguió por su falta de interés por la historia de la resistencia, tendiendo a considerar el 25 de abril como una simple celebración de un PCI apegado a la política patriótica-institucional, alejado de los intereses de los trabajadores a los que intentaba influenciar.

En la medida en que la resistencia entró en la conciencia de la izquierda extraparlamentaria, fue principalmente gracias a los grupos de lucha armada y sus esfuerzos para reproducir las acciones militares más espectaculares de 1943-1945, también inspiradas en una veneración más amplia de las luchas guerrilleras en Vietnam y en otros lugares.

La invocación a la "resistencia continua" por parte de las Brigadas Rojas, pero también la creación por Giangiacomo Feltrinelli de los Gruppi d'Azione Partigiana (GAP), que imitaban a sabiendas las células terroristas del PCI de la guerra, reflejaban el deseo de recuperar el activismo de ese período.

Lo que rara vez se tiene en cuenta en todo esto es la crítica política a la estrategia del PCI que ya había sido avanzada en la década de 1940 por el ala más radical de la resistencia italiana. De hecho, incluso la izquierda extraparlamentaria de la década de 1970 tendía a invocar las formas de lucha más militantes del período de guerra (huelgas masivas, sabotaje, terrorismo) como prueba abstracta del potencial de cambio social, en lugar de recuperar la historia de estos movimientos que habían buscado (y fracasado) a la hora de cuestionar la política de unidad nacional como tal.

Esta es la razón por la que incluso un grupo paramilitar guevarista de la década de 1970 como el GAP podía copiar el nombre de unidades partisanas de la década de 1940 que en realidad estaban totalmente controladas por el PCI y subordinadas a su estrategia de alianza patriótica.

Parece que estos grupos no eran conscientes del hecho de que en 1943-1945 también existían fuerzas revolucionarias antifascistas fuera del CLN, involucradas en la lucha armada pero excluidas de la memoria institucional de la resistencia. Ciertamente, en un sentido amplio, podríamos decir que el simbolismo de los partidarios del PCI (con sus Bella Ciao, Bandiera Rossa, Fischia il Vento, sus pañuelos rojos...) y los motivos individuales de los resistentes para unirse a la lucha a menudo reflejaban la esperanza de una especie de cambio socialista, aunque se definiera en términos vagos.

Pero también hubo movimientos de miles de personas en la década de 1940 que se organizaron con esta perspectiva política explícita, rechazando la unidad nacional a favor de la lucha de clases, desde la Stella Rossa en Turín hasta la Bandiera Rossa de Roma y el sindicato "rojo" CGL de Nápoles.

No eran sectas minoritarias: de hecho, Bandiera Rossa era la mayor fuerza de la resistencia en la ciudad de Roma ocupada por la Wehrmacht. Procedente de grupos clandestinos que se habían formado durante el período fascista, cuando los líderes del PCI todavía estaban en el exilio, y combinando un antifascismo militante con una fe casi milenarista en una revolución inminente, este movimiento dirigido por autodidactas construyó una especie de base masiva en los barrios marginales de los borgate (burgos) de la capital durante el invierno de 1943-44, desencadenando nueve meses de guerra urbana al precio de 186 muertos.

Convencido de que los éxitos del Ejército Rojo en el Frente Oriental reflejaban el avance histórico mundial del socialismo ("transformar la guerra en una revolución como Lenin en 1917"), este movimiento curiosamente ultra-stalinista finalmente entró en un conflicto amargo con el PCI oficial, que buscó infiltrarse y destruir su organización.

De hecho, el radicalismo del movimiento amenazaba no solo la disciplina interna del PCI, sino también la transición ordenada a la propia democracia: como señaló un informe de la policía militar a las fuerzas aliadas que se acercaban a la capital italiana en mayo de 1944, Bandiera Rossa tenía "el objetivo secreto, junto con los otros partidos de extrema izquierda, de tomar el control de la ciudad, acabar con la monarquía y el gobierno, aplicar en su totalidad el programa comunista, mientras a los otros partidos les preocupa sobre todo perseguir a los alemanes".

La amenaza subversiva que representaban estos comunistas llevó a la prohibición inmediata de sus milicias (consideradas por los servicios de inteligencia británicos como "principalmente surgidas de clases criminales") desde la liberación de la capital por los Aliados.

La supresión de la prensa incendiaria de Bandiera Rossa y el desarme forzoso de sus partisanos no es un caso aislado: la afirmación por parte del Estado del monopolio de la violencia y la criminalización de sus opositores fue de alguna manera el acto fundador de la legalidad republicana. Los Aliados se aliaron con los partidos del CLN simultáneamente para liberar el territorio e imponer un rápido retorno a la paz social.

El Estado nacido de la resistencia era, por tanto, también un Estado nacido de la neutralización de la resistencia, de la canalización de la guerra de clase antagónica en representación de la clase trabajadora dentro del Estado a través de los partidos comunista y socialista. Tal era la república democrática "basada en el trabajo".

El significado perdido del 25 de abril

Hoy, el PCI, autoproclamado "partido de la resistencia", ha muerto, al igual que sus homólogos socialistas y demócratas cristianos. El colapso de la URSS hizo estallar el esquema binario de la Guerra Fría que estructuró el sistema político italiano hasta 1991, la eliminación de la amenaza comunista que finalmente hizo explotar las podridas redes de corrupción que habían prosperado durante tanto tiempo en su rival demócrata-cristiano. Si el 25 de abril sigue siendo un día de conmemoración, es en ausencia de los partidos que realmente participaron en la lucha.

Con filas cada vez más reducidas de veteranos supervivientes y una izquierda en pleno colapso, el papel de la resistencia en la vida pública italiana parece estar en declive. De hecho, el fin del antiguo PCI de masas ha dado claramente la iniciativa a los viejos adversarios de la causa antifascista.

No solo los historiadores revisionistas buscan cada vez más establecer una equivalencia entre los crímenes perpetrados por ambos bandos en la "guerra civil", sino que el último gobierno de Berlusconi incluso consideró suprimir el día festivo de la liberación.

Al mismo tiempo, la memoria de la resistencia también se mina desde dentro y los antiguos miembros del PCI adaptan las antiguas consignas a su actual política neoliberal, como durante la intervención del presidente Giorgio Napolitano el 25 de abril de 2013. Hablando en una antigua prisión de las SS, el ex comunista pidió al nuevo gobierno que mostrara "el mismo coraje, determinación y unidad que fueron esenciales para ganar la batalla de la resistencia" en la gestión de la crisis económica del país.

La coalición que orquestaba era un ensamblaje de demócratas centristas con Silvio Berlusconi y el tecnócrata de Goldman Sachs Mario Monti; la unidad nacional se había convertido en la bandera de apretarse el cinturón colectivo austeritario.

Por lo tanto, no es de extrañar que el 25 de abril parezca cada vez más alejado de las preocupaciones de los jóvenes desempleados y precarios de hoy: la "fiesta nacional" vive sobre todo en la memoria de los diferentes fragmentos del antiguo PCI.

Sin embargo, dado que el proyecto hegemónico de este partido ha muerto, parece poco probable que el discurso sobre la "defensa de los valores constitucionales" o la invocación a la "unidad nacional" o la "ética republicana" de hace setenta años pueda desempeñar algún papel en la regeneración de la izquierda.

Por el contrario, es la disección y el cuestionamiento de este legado lo que puede poner la memoria de los partisanos en su lugar correcto, convirtiendo el 25 de abril de un día de unidad nacional en un día de antagonismo antiinstitucional.

https://www.contretemps.eu/25-avril-liberation-italie-antifascisme-pci-g...


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