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27.3.23

Turismo, capitalismo, lujo…

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Por Rafael Borràs Ensenyat (*)

Es sabido que las sociedades que viven sometidas al capitalismo turístico son sociedades muy desiguales.

El gran novelista y escritor de relatos de viajes, Paul Theroux, no exageraba al escribir en "El último tren a la zona verde" que "una de las características del turismo a lo largo de los siglos, desde la época del Grand Tour, es que a no gran distancia de los hoteles de cinco estrellas hay hambre y miseria". 

El turismo ha sido -y sigue siendo- mucho más que vacaciones. En algunos lugares, sirvió para sostener dictaduras (el caso de la dictadura franquista en España es paradigmático); en otros, para impulsar crecimientos económicos con el objetivo casi único de la devolución de una deuda impagable y, en la mayoría de las ocasiones, ilegítima.

En este sentido, Patricia Goldstone escribió un colosal e innovador libro sobre los impactos sociales y políticos del turismo titulado "Turismo. Más allá del ocio y del negocio" (Debate, 2003) en el que se puede leer: "Hacia los años cincuenta el Banco Mundial había cambiado sus objetivos, pasando de la reconstrucción de Europa al desarrollo de lo que se llamó Tercer Mundo [...] Los beneficios económicos del turismo ayudaron a borrar el déficit crónico de los países en desarrollo no exportadores de petróleo, estimularon el intercambio de divisas y -lo más importante desde la óptica del Banco Mundial- hicieron posible el pago de las deudas de guerra. El valor del turismo como reconstituyente económico rápido era capital tanto para las naciones acreedoras como para los gobiernos más débiles. Esta situación se repetirá tras la perestroika, cuando la maquinaria de la globalización (una estructura de planificación que llegó a parecerse extrañamente al estalinismo que pretendía reemplazar) hizo de la industria turística un remedio universal".

El caso es que, durante un largo tiempo, en las izquierdas (yo diría que en todas ellas) se generó, al menos en el ámbito español, una mezcla de no pensamiento y pensamiento acrítico sobre la industria turística. Por ejemplo, hubo intelectuales, como el que fue rector de la Universitat de Barcelona, Antonio Caparrós, que en el año 2000, en el contexto de una conferencia pronunciada en Palma (Mallorca), afirmó que él creía que era "posible generar una identidad balear basada en unos valores identitarios vinculados al medio ambiente y al turismo" (sic), y políticos pertenecientes al "consenso del régimen del 78" que denominaron a la industria turística como "la industria sin chimeneas". Hubo un tiempo en que el sindicalismo omitía, en su discurso y su acción sindical, cualquier referencia a lo que, a finales del segundo milenio, algunos estudiosos denominaron "Agujero Turístico" para referirse a la inexistencia, en aquella época, de conocimiento racional sobre la magnitud de este negocio, sus implicaciones ambientales, y los instrumentos para una reforma conducente a un "Turismo Sostenible". No era este un desconocimiento supuesto, lo reconocía la propia Agencia Ambiental Europea en el informe de 2000 titulado "El medioambiente en la Unión Europea en el final de siglo". Y, muy importante, la expresión referida a la sostenibilidad del turismo tenía entonces un significado radicalmente diferente al del greenwashing de nuestros días.

Por su puesto que hubo excepciones que, como tales, no devinieron en mayoritarias para cambiar el curso de las cosas. Veamos tres ejemplos de estas excepciones:

i) Ya en el temprano año 1979 se celebraron en Palma (Mallorca) las Segundas Jornadas de Ecología y Política organizadas por la Asociación de Licenciados en Ciencias Biológicas (ALBE), el Centro de Estudios Socioecológicos (CESE) y el Grup Balear d'Ornitologia i Defensa de la Naturalesa (GOB). Si no recuerdo mal, el CESE fue un poco el antecesor de lo que hoy es Ecologistas en Acción, y, en eso no hay ninguna duda, el GOB era y sigue siendo el grupo ecologista de referencia de las Islas Balares. La cuestión es que en las conclusiones de dichas jornadas, se puede leer: "En principio, los ecologistas no nos oponemos al turismo, entendido como actividad de intercambio cultural y humano entre las personas y como conocimiento de las costumbres, peculiaridades y usos sociales de los pueblos. Sin embargo, sí manifestamos nuestro rechazo a las formas turísticas vigentes, basadas en la degradación del intercambio cultural, la estandarización de las posibilidades personales de expansión creativa y el fuerte impacto sobre las riquezas naturales, histórica y artística. En suma, denostamos a la industria turística en cuando cercena las posibilidades creativas del tiempo de ocio y comercializa para su propio beneficio el patrimonio colectivo".

ii) En el ámbito de la intelectualidad, quizás el más excepcional ejemplo fue Manuel Vázquez Montalbán que, en su novela póstuma "Milenio Carvalho", nos ofrece varios comentarios críticos con el turismo de masas. Valga como ejemplo esta hilarante requisitoria del detective Carvalho a su inseparable ayudante: "Esto va en serio, Biscuter. Mañana hay que subir temprano al Partenón para ver las piedras y no los culos de millares de turistas con celulitis reptando hacia las glorias arqueológicas del templo de Atenea y las Cariátides. También quisiera estar cinco minutos en el museo de Atenas. Tiempo suficiente para ver un glorioso Poseidón de bronce que se mueve como si estuviera vivo, como si estuviera recién pescado, y un niño subido a un caballo y expresando el movimiento como sólo podía expresarse en la época helenística" (pág. 53). Pero, además, Vázquez Montalbán en la década de los ochenta ya había considerado en varias ocasiones que la lacra del turismo representaba "un compromiso de hipoteca total" para los países que le consagran mucha parte de su actividad, presupuesto o mano de obra.

iii) Los que en el ámbito sindical osaron plantear que la desestacionalización de la actividad turística debía tener límites ecológicamente sustentables, o que la industria turística debía estar vetada en los espacios residenciales, fueron tratados casi como charlatanes vendedores de peines para calvos. Además, fueron consideradas como tocadas por el virus de la turismofobia las voces que, ya en el colmo de la osadía, sostuvieron -y siguen sosteniendo- que el derecho a las vacaciones pagadas fue una gran conquista de la lucha sindical de los trabajadores y las trabajadoras, pero que su asimilación con el "derecho al turismo" era un disparate colosal (en el mejor de los casos, se resumía en un sueño húmedo del capital en general y del turístico en particular).

Lo cierto es que llegó la crisis de 2008. La "Gran recesión" tuvo mucho que ver con la alianza entre la especulación inmobiliaria y la turística. Y, sin embargo, se dio un fuerte impulso a la turistificación global. El capitalismo turístico extractivista consiguió desahuciar a la ciudadanía no expresamente rica ni muy rica del derecho a la ciudad. Las zonas europeas especialmente turistificadas sufrieron intensos procesos de gentrificación; de vivir en sus ciudades y en entornos que formaban parte esencial de la identidad de la gente, se pasó a malvivir en parques temáticos; la vivienda (en propiedad o en alquiler) lejos de consolidarse como un derecho, se trasformó en un producto de mercado especulativo. En fin, de la mano de la "economía de plataforma" (Airbnb, Booking, Vrbo -antes HomeAway-, etc.) la industria turística -en una mezcla de pseudo capitalismo popular thatcheriano y neoliberalismo progre- ha conseguido que en los territorios europeos y en las ciudades europeas de monocultivo turístico, digamos que más o menos histórico, se haya producido una suerte de revolución, convirtiéndose en territorios y ciudades de un "neo monocultivo turístico". Ya no estamos sólo en presencia de una hiperespacialidad económica de prestación de servicios turísticos. Es todo un sistema de dominación. La turistificación no sólo acelera la emergencia climática, la crisis habitacional, las múltiples precariedades laborales y vitales, etc. A todo ello hay que añadir una dominación de las mentes. Nada es imaginable fuera del turismo.

De momento, en este terreno del "neo monocultivo turístico", el capital turístico va ganando porque se ha hecho realidad que, en palabras de NgugiwaThiong'o, "el triunfo final de un sistema de dominación se consigue cuando el dominado empieza a cantarle las virtudes". Y esto es lo que ha sucedido: Verdaderamente, las "izquierdas institucionales" -de las derechas y extremas derechas no vale la pena comentar nada porque siempre han sido turbo turistificadoras- han hecho casi inaudibles sus intenciones de "cambio de modelo productivo" (desmonocultivizar), y, sin embargo, han intensificado sus prácticas de businessfriendly y greenwashing en torno al "cambio de modelo turístico". Este sentido, la política turística de las izquierdas padece, con permiso de la antropóloga feminista Rita Segato, "dueñidad" del pensamiento neoliberal.

Es, ciertamente, un triunfo temporal. Hay disputa porque hay resistencias. Ahí están, a modo de ejemplo, la Red de Ciudades y Regiones del Sur de Europa ante la Turistización; las reflexiones contenidas en el Informe "Caminos hacia un turismo post-capitalista"; el, según mi librera de referencia, aumento de demanda por parte de jóvenes de la literatura de David Harvey, especialmente de su texto "El derecho a la ciudad". La resistencia del sindicalismo más institucional es preocupantemente débil. El "neo monocultivo turístico" impone sutilmente una situación de no conflictividad sindical ambiental.

En cualquier caso, ahora la cuestión clave es saber de qué va el cambio de modelo turístico. Estructuralmente, va de elitismo y de lujo. Centrándome en el caso de las Islas Baleares las evidencias son abrumadoras. Sólo unas breves palabras sobre el elitismo para extenderme algo más en la industria turística del lujo. El proceso de elitización se evidencia en la apuesta por un turismo con mayor capacidad adquisitiva. Las instalaciones hoteleras, el alquiler turístico (algunas restricciones en los edificios de viviendas plurifamiliares y cero restricciones en unifamiliares que, no es baladí, es donde se concentran las mansiones de lujo), la oferta complementaria (desde restaurantes y bares, hasta  coches de alquiler) son cada vez más prohibitivas para la población no turística. La llamada industria náutica (que verdaderamente es para el turismo náutico) se pone al servicio de este objetivo de un turismo cada vez más para ricos. Los excesos callejeros (el "turismo de borrachera") son perseguidos administrativamente, mientras los excesos en las opulentas mansiones o en los insultantemente caros yates son bienvenidos. Dicho en términos de nichos de mercado turístico: se apuesta por los turistas ricos, familias estadounidenses de alto poder adquisitivo, europeos adinerados y con alta capacidad de gasto cultural, deportivo, gastronómico, etc. o los llamados "nómadas digitales", etc. Ya no son objeto de la promoción turística los metalúrgicos germanos o británicos, ni las clases medias proletarizadas, ni las proletarias empobrecidas europeas.

En cuanto a la apuesta sin complejos por el lujo, conviene recordar que estábamos advertidos. Ya en 2015, en su libro "El nuevo lujo. Experiencias, arrogancia, autenticidad", Yves Michaud advertía que "todos los que trabajamos en el lujo de experiencias conocemos la importancia del dinero que mueven, especialmente en la hostelería de gran lujo, la venta y el alquiler de yates, la organización de recepciones o el negocio inmobiliario de privilegio". ¡Más claro agua! Y aún más: Michaud reconoce sin tapujos que la industria del lujo es suministradora de un hedonismo privativo para las personas ricas y muy ricas que "sirve para establecer diferencias y producir distinciones mediante el acceso a símbolos, objetos, comportamientos, consumos y experiencias que no pueden ser compartidos por todo el mundo, y, sobre todo, no tienen que serlo bajo pena de perder su valor...". Si a ello añadimos que, en el ámbito del turismo, estos privilegios para unos pocos se consiguen mediante la mercantilización de bienes comunes como territorio, paisaje, climatología... y que, además, van asociados a una inmensamente mayor huella ecológica, es fácil concluir que estamos en presencia de una estrategia indeseable.

Sin embargo, es lo que hay. Fíjense en esta pequeña selección de titulares y subtitulares de la prensa mallorquina de las últimas semanas: "Crean en Mallorca 'la primera comunidad de ricos del Mediterráneo'. 'La riqueza de Europa está aquí' señala David A. Pieper, director de SkylandWealth". "EEUU penetra en Mallorca con récord de turistas e inversión en viviendas de lujo. La inmobiliaria The Agency desembarca en la Isla para aprovechar el creciente interés del público del país". "El turismo de lujo en Mallorca se centra en incrementar su cuota en el mercado americano. Essentially, asociación que ya se acerca a la cincuentena de socios, hará una promoción propia en Miami". "La propiedad vacacional en Mallorca, a precio de oro". "Las casas de lujo siguen ganando terreno a las plurifamiliares". "Baleares es el destino español que registra mayor número de 'jets' privados". "Jets privados: lujosos y contaminantes. Crece la contestación a este sistema de transporte elitista por el fuerte impacto que tiene sobre el calentamiento global. Palma e Ibiza están entre los 10 lugares donde más jets privados aterrizaron de toda la Unión Europea". Como contraste, sólo un ejemplo: "Baleares estuvo a la cabeza de desahucios por impago de alquileres en 2022. La tasa de estos desalojos fue la más alta de toda España, según los datos del CGPJ".

No hay duda de que apostar por un cambio de modelo turístico basado en más lujo es una apuesta por la distopia neoliberal en la que una minoría puede vivir vidas de lujo, mientras una mayoría tiene que vivir vidas precarizadas. Digámoslo sin tapujos: es una falsedad que la industria del lujo reparta más riqueza (en el lujo también es un mito el efecto de la teoría de la cascada). Y, a la vez, el turismo de lujo es extraordinariamente contaminante y generador de ingentes residuos. En consecuencia, es una apuesta indeseable, especialmente en esta época de emergencia climática y grandísimas desigualdades. Para imaginar un futuro no capitalista, es imprescindible señalar al turismo de lujo como uno de los mayores excesos en todos los sentidos.

Acabemos confrontándonos con un mito generalizado en los territorios dominados por la turistificación: el que sostiene que antes de la llegada del turismo masivo no existía nada que no fuera hambre y miseria y, por tanto, no hay que cambiar nada radicalmente. SelinaTodd en "El pueblo. Auge y declive de la clase obrera (1910-2010)" nos da una lúcida clave para la confrontación: "Como la mayor parte de la gente a la que le va bien con el statu quo, muchos de ellos [de los y las gobernantes] no tienen deseo, ni voluntad, y, por tanto, tampoco ganas de imaginar un futuro diferente. Al intentar justificar los privilegios, y el sistema capitalista sobre el cual descansan, miran hacia el pasado. Pero el pasado en el que se apoyan es una fantasía. Constantemente dan forma nueva a mitos de larga data. Merece la pena explorar el abismo entre estos mitos [los del neoliberalismo] y lo que realmente ocurrió en el pasado, para desmontar el mayor mito de todos: que el capitalismo pueda funcionar siquiera en interés de todos nosotros". Conclusión: un futuro sin dominación del capitalismo turístico es, además de necesario, posible.

 

(*) Rafael BorràsEnsenyat. Fue secretario general de la Federación de Comercio, Hostelería y Turismo de CCOO de Balears y miembro de la Comisión Ejecutiva de la CS de CCOO de les Illes Balears. Actualmente colabora con diversos medios de comunicación de Baleares, generalmente sobre asuntos sociolaborales y de turismo. Es miembro de la Red Renta Básica.

Fuente: www.sinpermiso.info, 19-3-2023


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