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27.3.23

Lavorare con Lentezza. Caminar juntos: ocho tesis sobre la unidad y el Frente Amplio

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Por Pablo Iglesias (*)

Las primarias abiertas son la única garantía de que, en caso de que los partidos no lleguen a un acuerdo sobre lo que pesa cada uno, la unidad esté asegurada.

No es fácil sumar lo distinto. Si queremos cambiar el país y estamos de acuerdo en el 90% del programa, hay que tener altura y caminar juntos. Lo dije en 2019, poco antes de las elecciones generales. Podemos había cerrado un mes antes un acuerdo de listas y de coalición con Izquierda Unida, con los Comunes de Ada Colau y con otras fuerzas que componían Unidas Podemos. El domingo 20 de marzo, Yolanda Díaz dijo lo mismo en un mitin y su equipo se lo transmitió a algunos periodistas para que hicieran una pieza.

Según me cuenta una de esas periodistas, la intención era "hacer creer que Yolanda dice lo mismo que tú" y presionar a Podemos. Esta misma fuente añadía: "Pero la gente lo ha interpretado en el sentido contrario". Un amigo de los comunes, con mucha mala uva, me escribía esta mañana por Telegram: "Vuelve el Pablo Iglesias de cartón".

Más allá de interpretaciones y de intenciones voy a tomarme la cita como una invitación fraternal y amable al debate, que parte de dos elementos muy positivos que creo que todos compartimos. El primero: las fuerzas políticas llamadas a confluir en una misma candidatura tienen una amplísima coincidencia programática. El segundo: no confluir sería una pésima noticia no solo para la totalidad de esas fuerzas en términos electorales, sino que haría casi imposible la reedición de un gobierno de coalición y pondría aún más fácil la llegada de un gobierno de ultraderecha.

No confluir sería una pésima noticia que haría casi imposible la reedición de un gobierno de coalición

A partir de aquí, todo es debate. Me voy a permitir, desde la libertad de no tener ninguna responsabilidad orgánica, dar una cuantas opiniones en forma de tesis numeradas al estilo de los manuales de la gran dirigente chilena Marta Harnecker, que concebía sus textos como materiales para el debate.

A la izquierda nos gusta formar partidos aunque no les llamemos partidos. Como si todos fuéramos caricaturas del trotskismo, cada escisión y cada nuevo liderazgo termina siendo un nuevo partido/proyecto/proceso. Creo que no es necesario poner ejemplos. Eso no es necesariamente negativo siempre y cuando nos dotemos de una institucionalidad común para acudir juntos a las elecciones.

Esa institucionalidad es lo que muchos han llamado frente amplio, pero puede llamarse de cualquier forma y es, básicamente, un conjunto de reglas para establecer la correlación y los pesos de cada fuerza y de las eventuales figuras independientes. Esto suele plasmarse en las listas y en el peso de cada formación en el espacio unitario que decide sobre los recursos comunes. Puede hacerse mediante acuerdos o, en caso de que no haya acuerdo, mediante un proceso democrático interno que puede abrirse a la ciudadanía: las primarias.

En el pasado, Podemos celebraba sus primarias, el resto de fuerzas de UP hacían lo propio y después se negociaba un acuerdo. El acuerdo no era fácil pero era posible porque todo el mundo compartía, a grandes rasgos, cuál era el peso de cada fuerza. Nadie dudaba, por ejemplo, de que Podemos era la fuerza mayoritaria de la coalición, del mismo modo que nadie dudaba en Catalunya de que el partido de Ada Colau era allí el mayor respecto a Podem, ICV y EUiA. ¿Es posible hoy un pacto de esas características que acabe con acuerdos de listas y de gobierno de la coalición que se someta a un proceso de ratificación? Creo que es enormemente difícil, porque es obvio que las organizaciones no comparten criterio respecto al peso de cada una. El mejor ejemplo fue Andalucía. IU consideraba allí que su peso era mayor al de Podemos y, gracias al apoyo de Yolanda Díaz pudo imponer, tras una negociación muy desgastante, a su candidata sin un proceso de primarias conjuntas. Viendo el resultado final, nadie en su sano juicio debería repetir aquello.

Hay quien dice que las sopas de siglas y el excesivo protagonismo de los partidos alejan a la ciudadanía de nuestro proyecto. Tienen toda la razón, pero ningún partido va a autodisolverse ni va a dejar de existir. En las elecciones de 2015 obtuvimos casi 70 diputados frente a 2 de Izquierda Unida. La unidad que construimos después no implicó ni la disolución del PCE ni la de IU. Es más, el PCE volvió al Consejo de Ministros del Gobierno de España por primera vez desde la Guerra Civil.

Hay quien dice que las listas y los acuerdos de coalición son cosas de burócratas que no les interesan. Si quien afirma esto lleva más de dos décadas en política, está mintiendo. Basta preguntarles si encabezarían una candidatura sin gente de su confianza en la misma o si asumirían representar a un grupo parlamentario en las mismas circunstancias. Precisamente por eso, es lógico que Yolanda Díaz exija que haya figuras de su confianza, independientes o de IU/PCE, en las listas y en los órganos de gobierno de la coalición. Nadie puede reprochárselo.

¿Por qué son imprescindibles las primarias? Porque son la única garantía de que, en caso de que los partidos no lleguen a un acuerdo sobre lo que pesa cada uno, la unidad esté garantizada. A mi entender, esas primarias deben garantizar la representación de las minorías y facilitar que, como en Italia y en otros países, pueda participar cualquiera.

¿Tienen riesgos las primarias en el sentido de que los resultados siempre tienen algo de imprevisible cuando son competitivas? Claro que sí, como la democracia misma. Pero es evidente que es la única alternativa ante la eventual falta de acuerdo, e incluso su propia existencia puede favorecer los acuerdos si hay actores que se decantan finalmente por el "pájaro en mano" antes que por el "ciento volando" de las primarias.

¿Tratarán los actores mediáticos de condicionar el resultado de las primarias? Obviamente. Del mismo modo que los medios llamados progresistas empujaron en su día las posiciones de Diego López Garrido y de Cristina Almeida frente a Julio Anguita, e hicieron lo propio en la interna de Podemos, siempre tratarán que de que haya una izquierda lo más favorable a sus intereses políticos. Pero eso es inevitable, y además la educación mediática de los militantes y simpatizantes de izquierdas es cada vez mayor. Cada cual irá a esas primarias con los aliados que tenga.

Construir la institucionalidad democrática necesaria para que las izquierdas vayan juntas a las elecciones no es una tarea sencilla, pero renunciar a ella y seguir el modelo andaluz de los despachos y las filtraciones es caminar hacia el desastre. La noticia de ayer de Fernando Garea en la que señalaba que hay dirigentes de SUMAR que esperan el fracaso de Podemos en las municipales y en las autonómicas es solo un ejemplo del horror mediático que espera a las izquierdas si no se dotan de un mecanismo para medirse entre ellas y poder caminar juntas. Como decía hace poco Alberto Garzón, no se trata de ser amigos entrañables, sino de hacer lo necesario para armar una candidatura conjunta.

América Latina es ejemplo de éxito del modelo en muchos países, y no pienso solo en Uruguay, donde su Frente Amplio contiene todas las tradiciones de la izquierda desde la socialdemocracia equivalente al PSOE hasta grupos de extrema izquierda. En Chile, el candidato del Partido Comunista y el candidato del Frente Amplio compitieron en primarias abiertas a la ciudadanía por la candidatura de Apruebo Dignidad a la presidencia. Contra todo propósito, Boric ganó a Jadue. Es indudable que el segundo tuvo que pensar que una parte del anticomunismo chileno se movilizó para evitar que hubiera un comunista que pudiera ser presidente. Ocurriera o no, los comunistas chilenos y el Frente Amplio de Boric y Jackson fueron uña y carne en la campaña. Ganaron. Hoy Boric es presidente de Chile y la comunista Camila Vallejo es la ministra más importante. Ojalá aprendamos de ellos.

 

(*) Pablo Iglesias. Es doctor por la Complutense, universidad por la que se licenció en Derecho y Ciencias Políticas. En 2013 recibió el premio de periodismo La Lupa. Fue secretario general de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno.


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