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20.3.23

Francia: Las pensiones son la madre de todas las batallas

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Por Edwy Plenel (*)

Todo ha sido dicho, o casi, sobre la reforma de las pensiones, en particular por la redacción de Mediapart (ver aquí nuestro dossier nuestro programa e

Tanto es así que la narrativa gubernamental no duró mucho tiempo ante la acusación, tan tranquila como despiadada, del economista Michael Zemmour (de la que Mediapart tuvo la primicia), ni tampoco, en el recinto parlamentario, supo hacer frente a los abrumadores datos del diputado socialista JérômeGuedj.

Pero no se ha subrayado lo suficiente cómo la protesta contra esta reforma no es una movilización más, como otras o entre otras. Su masividad y tenacidad, su determinación y duración, su excepcional unidad sobre todo demuestran que no se trata de un estribillo ni de una repetición.

Aquellos que, durante dos meses, han estado manifestandose, haciendo huelga, sosteniéndolas o apoyándolas, han entendido los desafíos de esta batalla, decisivos para el futuro de nuestro país, su cohesión futura y sus generaciones venideras. Son triples: de exigencia social, de política democrática y, por decirlo claramente, de civilización, en el sentido de la imaginación que sostiene una sociedad, reuniendo a sus miembros en una comunidad de destino.

El primer reto es social porque la jubilación es el patrimonio de quienes no lo tienen

Se necesitó la catástrofe universal provocada por la ausencia de barreras al beneficio, la explotación y la opresión, para que, sobre los escombros del fascismo y el nazismo, naciera la exigencia de una "seguridad social", con el fin de construir una sociedad solidaria que se esfuerce por remediar las injusticias y las desigualdades. En su declaración de motivos, la ordenanza del 4 de octubre de 1945 que la instituye ancla esta toma de conciencia con el fin de permitir a aquellos que no tienen patrimonio, herencia o renta, en definitiva que no tienen otra riqueza que su trabajo, considerar el futuro sin preocupaciones.

"La Seguridad Social es la garantía dada a todos de que en todas las circunstancias dispondrán de los medios necesarios para asegurar su subsistencia y la de su familia en condiciones decentes", se lee. "Encontrando su justificación en una preocupación elemental de justicia social, responde a la preocupación de librar a los trabajadores de la incertidumbre del día siguiente, de esa incertidumbre constante que crea en ellos un sentimiento de inferioridad y que es la base real y profunda de la distinción de clases entre los poseedores seguros de sí mismos y de su futuro y los trabajadores sobre los que pesa, en todo momento, la amenaza de la miseria".

A escala humana, la jubilación, la edad a la que se tiene derecho a ella, así como el importe de sus pensiones, es, por tanto, una conquista reciente y frágil. Es la garantía de que el trabajo, sus penurias, sus limitaciones, sus sufrimientos, incluso sus enfermedades profesionales, no son el único horizonte de una vida de mujer o de hombre sin otro medio de subsistencia y supervivencia. Abre la puerta no solo a la seguridad material, sino también a una recompensa en forma de tiempo y apaciguamiento, ocio y disponibilidad, sin contar el inestimable beneficio de las relaciones intergeneracionales. De hecho, los jubilados protegidos también son abuelos protectores, en beneficio de sus nietos cuando los padres todavía buscan su camino.

Estos recordatorios evidentes son necesarios ya que los discursos de un poder que se erige, para promover su reforma, como defensor proselitista del trabajo, su valor y su necesidad, rozan la indecencia. ¿Cómo atreverse a dar lecciones a aquellos cuyas pensiones, derivadas de las cotizaciones sobre sus propios salarios, son el único (y escaso) patrimonio acumulado, cuando uno se reconoce propietario, rentista, heredero, en definitiva rico? El derecho a ser rico no excluye el deber de ser respetuoso.

Resumiendo las declaraciones de intereses de los miembros del gobierno de Élisabeth Borne, Le Monde señaló que, más ricos que el de ÉdouardPhilippe en 2017, el gabinete cuenta con diecinueve millonarios, que la mayoría de ellos se encuentra entre el 10% de los franceses más ricos y que sus ministros tienen un patrimonio promedio de 1,9 millones de euros. En otras palabras, ninguno de ellos conoce la preocupación del día siguiente. Sin contar el número de ellos y ellas que, al igual que Olivier Dussopt, el ministro de Trabajo, nunca han conocido el estatus de asalariado, sus limitaciones y sus sufrimientos, habiendo tenido el privilegio de hacer carrera solo mediante la política profesional, no sin extraviar en el camino sus ideales de juventud.

El segundo reto es democrático porque esta reforma pisotea la legitimidad política de los sindicatos

La papeleta de voto no es la última palabra de la democracia: excepto para marchitarse y retroceder, es un ecosistema complejo y vivo que no se reduce a la delegación de poder a través de las elecciones. El único maestro a bordo, al menos en teoría, el pueblo soberano no se expresa solo eligiendo a sus representantes.

Tiene derecho a cuestionarlos desafiando, protestando, manifestandose. Los contrapoderes no solo son necesarios sino sobre todo legítimos ante el riesgo del abuso de poder de los funcionarios electos que quisieran confiscar la voluntad colectiva para su beneficio individual. Este principio democrático es aún más válido cuando el poder ejecutivo es monopolizado por una sola persona, destronando la elección de todos por el deseo de uno.

Constitucionalmente "democrática y social", desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la República Francesa ha inscrito en la ley la legitimidad y representatividad de las organizaciones sindicales. Todavía en vigor y actualizada desde entonces, esta ley del 11 de febrero de 1950 siguió a un primer borrador de reconocimiento en 1936 durante el Frente Popular que fue cuestionado por el Estado francés de Vichy.

Los sindicatos son, por tanto, de pleno derecho actores de la vida democrática, tan legítimos como los parlamentarios. Lo son sobre todo porque expresan las voluntades, esperanzas y reivindicaciones, de un mundo del trabajo que apenas está representado en la Asamblea Nacional, por no hablar del Senado, donde dominan los ejecutivos y las profesiones intelectuales superiores. Desde la Seguridad Social (en 1945) hasta el seguro de desempleo (en 1958), los sindicatos fueron también los arquitectos de la protección social francesa, obligando a los gobernantes a actuar en beneficio de la mayoría.

La obstinación del poder en imponer su reforma de las pensiones, a pesar de una oposición sindical unánime, esconde, por tanto, un desafío político: poner fin a este reconocimiento de "la contribución esencial de los sindicatos a la democracia", como recordaron tres investigadores. Estas reformas a marcha forzada, subrayan, "no solo degradan los derechos de los empleados y los desempleados. Atacan la legitimidad misma de las organizaciones sindicales para participar en la dirección de la protección social".

La victoria que Emmanuel Macron busca obtener se sitúa en este terreno político: imponer una concepción regresiva y empobrida de la democracia, confiscatoria y autoritaria, que excluye los contrapoderes sociales, en primer lugar los sindicatos, en beneficio de la única legitimidad resultante de las elecciones presidenciales. La cual, sin embargo, es muy pobre y frágil ya que se basa en un voto mayoritariamente negativo frente al riesgo de la extrema derecha. El presidencialismo obliga, sin embargo, e impone su "golpe de Estado permanente" a los parlamentarios que, lejos de proponer e inventar leyes, a menudo están obligados a obedecer obedientemente la voluntad del poder ejecutivo, como lo ilustra la actual brutalización de la representación nacional.

Con su moderación habitual, el sociólogo Pierre Rosanvallon, históricamente cercano a la CFDT, ha cuestionado esta legitimidad institucional de la que se reivindica el presidente de la República. "Considerar como legítimo el proyecto de reforma de las pensiones, como lo hace Emmanuel Macron, explica, es aún más arriesgado porque la propia legalidad procesal se basa en un dato aritmético que, en sociedades tan divididas como las nuestras, es cada vez más frágil. De hecho, las mayorías se han vuelto cada vez más pequeñas y a menudo son las mayorías negativas de segunda vuelta las que ponen en segundo plano los programas de primera vuelta. [...] En tal contexto, la legalidad procesal, ciertamente, permanece, pero necesita, para afirmarse y funcionar, más legitimidad moral y social".

Una forma educada de recordar que, contrariamente a sus palabras, Emmanuel Macron no ha recibido un mandato explícito para su reforma de las pensiones y que no puede imponerlo cuando todas las organizaciones sindicales se oponen, en un frente unido sin precedentes. Inédita desde hace mucho tiempo, esta unidad es el bien más preciado del movimiento actual, sobre todo porque está liderada por permanentes sindicales, Laurent Berger por la CFDT y PhilippeMartinez por la CGT, que no tienen ningún interés personal, ya que ambos están al final de su mandato al frente de sus centrales.

Desde este punto de vista, la expresión de sus propias ambiciones políticas por parte de Jean-LucMélenchon a través de comentarios despreciativos sobre los sindicatos o las críticas de sus dirigentes no sirve a la causa del movimiento social, debilitándolo y dividiéndolo (léase el análisis de MathieuDejean). La trágica historia del movimiento obrero, especialmente frente al auge del fascismo a finales de la década de 1930, debería recordarle lo vitales que son estas dinámicas unitarias, superando las divergencias y las peleas, cuando, por el contrario, las divisiones son fatales.

Porque es olvidar que después del amargo fracaso del movimiento de los chalecos amarillos contra la vida cara, fuente de resentimiento y por tanto de confusión, la movilización actual es la única palanca para construir una alternativa popular a la fuerza política que, a partir de ahora, ya no está solo emboscada sino ya a las puertas del poder: la Asamblea Nacional y las extremas derechas.

El tercer desafío es civilizacional porque la terquez del poder hace la cama y el juego de la extrema derecha

No es indiferente que Laurent Berger y Philippe Martínez hayan comenzado mostrando su unidad firmando una tribuna común, en abril de 2022, para alertar "sobre el peligro que representan Marine Le Pen y su partido". Y no es inútil volver a leerlo, ya que muestra un acuerdo fundamental sobre principios políticos y valores democráticos.

"La Asamblea Nacional no ha cambiado, afirmaban los dos líderes sindicales. Al igual que el Frente Nacional en su tiempo, está profundamente arraigado en la historia de la extrema derecha francesa, racista, antisemita, homofóbica y sexista. Todo su programa se centra en el rechazo del otro y el egoismo. La preferencia nacional, rebautizada como prioridad nacional, está en el centro de cada una de sus propuestas. Al inscribirlo en la Constitución como promete, Marine Le Pen quiere socavar uno de los fundamentos de nuestra República, la igualdad de todos los ciudadanos. No queremos esa sociedad. Todos los días, nuestros equipos luchan contra la discriminación, sea cual sea. Marine Le Pen hacer desaparecer ese contrapoder. Al favorecer el surgimiento de una miríada de pequeños sindicatos "caseros" corporativos, quiere debilitar las organizaciones sindicales representativas y limitar la defensa de los empleados.

Le Pen haría lo mismo, sin duda, con toda la sociedad civil organizada que se levantará en su camino. Su proyecto tiene como objetivo los derechos fundamentales de las mujeres ganados por asociaciones y sindicatos, no incorpora ninguna medida para luchar eficazmente contra el calentamiento global que amenaza el futuro de nuestro planeta. Por otro lado, muestra una complacencia, incluso una solidaridad con muchos autócratas de ayer y de hoy que restringen las libertades individuales (Orbán, Bolsonaro, Trump...) o no dudan en entrar en guerra para expandir su territorio (Putin).

Somos dos actores comprometidos que creen, a pesar de sus divergencias, en la fuerza del diálogo y la acción colectiva para construir una sociedad más justa. Somos dos responsables de organizaciones que no se resignan a ver a la extrema derecha en el poder. Reagrupamiento Nacional (RN) es un peligro para los derechos fundamentales de los ciudadanos y los trabajadores. No puede ser considerado uno de los partidos republicanos, respetuosos y garantes de nuestro lema, libertad, igualdad, fraternidad. No le confiemos las claves de nuestra democracia, a riesgo de perderlas".

Emmanuel Macron, que fue electoralmente el beneficiario de esta toma de posición, elegido por segunda vez para bloquear a la extrema derecha, haría bien en volver a leer esta tribuna, al igual que los que acompañan su huida hacia delante de bombero pirómano. Lejos de extinguir el incendio que arde -la llegada en 2027 de la extrema derecha a la presidencia de la República Francesa-, su política de golpe de fuerza lo alimenta y lo mantiene. Primero porque desespera, desmoviliza y desmoraliza a aquellos cuyo voto ha sido engañado, el presidente actuando como si hubiera obtenido un cheque en blanco y sin tener en cuenta la diversidad política de los votos que ha ganado. Pero, más esencialmente, porque la ideología que lo anima, hecha de competencia y concurrencia, fuerza y dominación, implica un imaginario político que, lejos de oponerse al de la extrema derecha, le prepara el terreno.

La ideología del macronismo es, de hecho, la del "darwinismo social". Traicionando el pensamiento de Charles Darwin, haciendo de la selección el motor de las sociedades humanas, incluso cuando el naturalista había demostrado hasta que punto la ayuda mutua está en los resortes de la naturaleza, esta visión del mundo valora a los ganadores y conquistadores, a los fuertes y ambiciosos, a los campeones y a los poderosos, en detrimento de los perdedores y débiles, vacilantes De manera más anecdótica, la encontramos en las ocurrencias presidenciales que tan a menudo han sorprendido, por ejemplo, sobre las personas "que no son nada" o sobre la calle que bastaría con cruzar para encontrar trabajo.

Sin embargo, los trabajos recientes de dos historiadores franceses han puesto de manifiesto la relación de esta ideología, que valora la lucha y el combate por imponerse y tener éxito, y el imaginario jerárquico propio de la extrema derecha. Mientras que GrégoireChamayou hace, en La Société ingouvernable, la genealogía del liberalismo autoritario impulsado en Estados Unidos por los círculos empresariales desde la década de 1970, Johann Chapoutot, en Libres d'obéir, incluso remonta al nacionalsocialismo alemán el de la gestión empresarial. Abordando el nazismo no como una realidad política monstruosa que definitivamente habría pasado y, además, ajena a nuestras sociedades, Chapoutoty ve "la imagen distorsionada y reveladora de una modernidad que se ha vuelto loca": "El nazismo no fue ni un ovni caído del cielo ni un rayo que accidentalmente habría caído sobre Europa. Fue el producto de una maduración cultural propia del Occidente capitalista liberal, de la que es una de las expresiones".

Por lo tanto, luchar contra la extrema derecha supone oponerse a un imaginario radicalmente competidor, no aceptar su ideología identitaria de la desigualdad en la que grupos humanos, civilizaciones, orígenes, creencias, apariencias, géneros, etc., son por naturaleza superiores unos a otros. Con una política cuyo símbolo emblemático es el golpe de fuerza de las pensiones no se evitará, ciertamente, el riesgo de la llegada de un régimen basado en esta ley de los más fuertes.

Al contrario, es resistiendo esta reforma como se construye la única alternativa que vale la pena: la de una sociedad solidaria. Y por eso debemos volcar todas nuestras fuerzas en este combate.

 

(*) Edwy Plenel. Periodista francés, antiguo militante de la LCR, director de la redacción de Le Monde de 1996 a 2004, fue despedido por divergencias en la dirección del periódico. Actualmente es director de Mediapart, el principal órgano informativo de la izquierda francesa en internet.

Fuente: https://www.mediapart.fr/journal/politique/080323/retraites-la-grand-mere-des-batailles

Traducción: Enrique García


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