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13.3.23

Argumentos en guerra

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Por Ignacio Sánchez-Cuenca (*)

Ni la sola ayuda militar solucionará el conflicto de Ucrania, ni es posible resolverlo sin más en una mesa de negociación. De lo que se trata es de combinar ambos enfoques y ver qué margen de maniobra queda.

Los debates sobre los conflictos bélicos son terribles. Hay tanto en juego, es tan grande la destrucción de vidas, que los argumentos se extreman con suma facilidad y se configuran posiciones diametralmente opuestas en las que, de forma sistemática, se atribuye mala fe al contrario. Las acusaciones, por lo general, suelen ser gruesas.

En el caso de la guerra de Ucrania, a quienes se sitúan del lado de Estados Unidos y la OTAN se les tacha de belicistas e imperialistas, así como de ceguera sobre los verdaderos intereses del conflicto, ya sean geoestratégicos o puramente crematísticos. ¿Es que no ves que Estados Unidos solo apoya a Ucrania para aislar y marginar a Rusia y, de paso, neutralizar la autonomía europea? ¿No es evidente que la industria del armamento está recuperando los beneficios de los mejores momentos de la Guerra Fría? ¿De verdad piensas que a la Administración norteamericana le preocupan algo los ucranianos? Es todo un juego de poder, desengáñate, y no te dejes atrapar por la retórica humanista, retírate, la cosa no va contigo.

Enfrente, los argumentos se invierten. La crítica a Estados Unidos revela una peligrosa e inmoral complicidad con Putin. ¿Acaso no es Putin quien ha tomado la decisión de invadir un país en construcción, con total desprecio de la legalidad internacional? ¿No habíamos quedado en que las potencias europeas dejaron abandonada a la República española en la Guerra Civil? Si condenas aquella falsa neutralidad, ¿cómo puedes rechazar ahora la necesidad de ayudar a los ucranianos, que están resistiendo valerosamente una invasión criminal, injustificable, que ha provocado miles de muertes y tiene repercusiones terribles en todo el planeta? ¿Acaso el sentimiento antiamericano puede ser tan poderoso como para perder de vista lo fundamental, la brutal agresión de Rusia a Ucrania? Deja tus prejuicios ideológicos a un lado y defiende a la víctima frente al verdugo, es un asunto claro y simple: un pueblo ha sido atacado y tiene derecho a defenderse y los demás, desde nuestra posición privilegiada, tenemos la obligación de socorrerles.

Lo más fatigoso de estos debates es su deriva hacia el ajuste de cuentas ideológico

Lo más fatigoso de estos debates es su deriva hacia el ajuste de cuentas ideológico. Hay gente que opina sobre la guerra solamente para meter el dedo en el ojo al rival. Yo no sé cuántos artículos he leído ya contra la izquierda vieja y nostálgica que se resiste a salir de su caparazón ideológico y sigue dominada por prejuicios antiatlantistas, ni cuantos otros artículos contra la izquierda que lacayunamente se pone al servicio de los intereses de la OTAN y Estados Unidos. Esto no es algo exclusivo de España. Se observa en muchos otros lugares. No hay más que ver los ácidos debates en torno a la postura de los Verdes alemanes.

Como siempre ocurre en estos debates, se mezclan principios morales con cuestiones más pragmáticas sobre la mejor forma de acabar con la guerra, minimizar el sufrimiento y evitar conflictos futuros. Hay una evidente carga moral en el pacifismo que rechaza todas las guerras y que apuesta incondicionalmente por la diplomacia y las vías negociadas. Y también hay una postura moral igualmente potente entre quienes defienden una solidaridad fuerte con las víctimas del conflicto, los ciudadanos ucranianos.

Aunque muchos puedan considerar esto como un ejercicio de equilibrismo o de equidistancia, denme unos minutos de su tiempo para que intente convencerles de que ninguna de las dos posturas es satisfactoria por sí sola. Ni la sola ayuda militar solucionará el conflicto de una forma satisfactoria, ni es posible, llegados a este punto, resolverlo sin más en una mesa de negociación. De lo que se trata, más bien, es de combinar lo mejor de ambos enfoques y ver qué margen de maniobra queda.

El punto de partida, a mi juicio, debe ser el siguiente: por muchas dobleces, intereses ocultos e hipocresía que haya en las potencias occidentales, por muy descorazonadores que sean los precedentes de intervenciones bélicas anteriores, lo fundamental es ayudar a la parte agredida, cuya nación está en peligro y cuya población está pagando un coste enorme en vidas humanas.

Por muchas dobleces e hipocresía que haya en las potencias occidentales, lo fundamental es ayudar a la parte agredida

Evidentemente, es legítimo recordar que en muchos otros conflictos no hemos sido tan solidarios, que hay un cierto egoísmo europeo porque esta vez tenemos el conflicto en nuestro propio continente. Pero esa constatación, aun siendo certera, no puede resultar paralizante. Nuestro reino es de este mundo, querámoslo o no. Que tengamos doble vara de medir, que haya hipocresía, que no seamos coherentes, es cosa sabida. Pero el problema no es este, el problema, en realidad, consiste en que afirmar que tenemos una obligación política y moral de ayudar al pueblo ucraniano es decir muy poco. En cuanto descendemos del terreno de las abstracciones y los principios a la dura realidad histórica, surgen dilemas difíciles de resolver por todas partes.

Incluso si concedemos la necesidad política y moral de ayudar a los ucranianos, ¿cuánta debe ser la ayuda e implicación de los países occidentales? ¿Basta con imponer sanciones económicas a Rusia y dar ayuda financiera a Ucrania? ¿O hay que estar dispuesto a suministrar armamento ligero? Pero si proporcionamos armamento ligero porque los ucranianos necesitan ayuda militar para no perder la guerra, ¿por qué no tanques también? Y si enviamos tanques y aun así no se resuelve la guerra actual de posiciones, ¿por qué no mandar aviones? Y, ya puestos, si tenemos una obligación hacia los ucranianos, ¿no habría que enviar tropas y entrar directamente en la guerra?

¿Dónde debe ponerse el límite? ¿Y quién debe establecerlo? Ni las teorías de la justicia ni la indignación moral nos darán la respuesta a todas estas preguntas. ¿Tenemos que contentarnos con seguir el criterio de Estados Unidos? ¿Cuánto debe intensificarse la guerra sin que nuestra solidaridad con Ucrania desemboque en una conflagración mundial? ¿En qué momento la guerra deja de girar en torno a la soberanía de Ucrania y el país se transforma en un teatro de operaciones para el enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia (lo que en inglés llaman una proxy war)? En última instancia, ¿qué riesgo de una guerra mundial y qué coste económico estamos dispuestos a asumir al ponernos del lado de Ucrania? Nadie ofrece una respuesta clara al respecto. No sabemos tampoco hasta dónde estarían dispuestas las sociedades occidentales a involucrarse. ¿Se trata solamente de tranquilizar nuestras conciencias o tenemos de verdad la determinación de liberar a Ucrania de la opresión rusa?

Todos entendemos que la ayuda militar a Ucrania debe hacerse con un plan de paz en la cabeza

Vayamos ahora al otro extremo, que se enfrenta a dificultades similares, solo que a la inversa. Todos quisiéramos la paz. Todos querríamos que las partes se sentaran en una mesa y llegaran a algún tipo de acuerdo negociado que detuviera de inmediato el conflicto. Hay que hablar, hay que dejar de atizar el enfrentamiento y poner presión para que comiencen cuanto antes las conversaciones. La guerra representa la máxima degradación de nuestra dignidad humana, produce un sufrimiento difícilmente imaginable, hay que detenerla a toda costa. ¿Pero cómo se consigue exactamente? ¿En qué se debe traducir exactamente la vía diplomática? ¿Qué tipo de acuerdo sería aceptable? ¿Hay que hacer concesiones para acabar como sea con el horror bélico? ¿Bastará con que la OTAN renuncie a incluir a Ucrania como un miembro más de la Alianza? ¿Y si eso no es suficiente para los rusos? ¿Somos tan pacifistas como para exigir a Ucrania que renuncie a su integridad territorial y admita la pérdida de los territorios que han sido invadidos por las tropas rusas (ahora mismo, en torno al 20% del territorio ucraniano)? Y, sobre todo, incluso bajo el supuesto de que un acuerdo con concesiones sustantivas a Rusia detuviera la guerra, ¿cómo podrían establecerse garantías de que Rusia renuncia a abrir nuevas hostilidades en el futuro? Más aún: mientras esperamos a que lleguen las negociaciones, ¿qué hacemos? ¿Dejamos a Ucrania a su suerte?

Supongo que, en el fondo, todos entendemos que la ayuda militar a Ucrania debe hacerse con un plan de paz en la cabeza y que para que Rusia detenga de una vez su ataque criminal es preciso combinar la resistencia firme de los ucranianos con alguna oferta de paz que acorte cuanto sea posible el conflicto. Sin embargo, de momento hay pocas propuestas sobre la mesa y de ahí los profundos desacuerdos que se producen en torno a este conflicto. El objetivo debería consistir en prestar asistencia militar a Ucrania sin traspasar un cierto umbral de riesgo y, a la vez, ofrecer una salida diplomática que no suponga darle la razón a la Rusia autocrática. Hace un par de semanas, China hizo público un documento que contiene doce puntos, doce principios generales. Propone, entre otras cosas, respetar la soberanía de los países, abandonar la mentalidad de la Guerra Fría, cesar las hostilidades, reiniciar las conversaciones de paz, resolver la crisis humanitaria, facilitar las exportaciones de grano, acabar con las sanciones unilaterales y otras medidas similares. El primer punto, sobre el mantenimiento de la soberanía de los Estados, es, obviamente, el más importante, pero también el más ambiguo y cargado de problemas.

En cualquier caso, no es un mal comienzo. Algo así se precisa para poner la máxima presión sobre Rusia y, a la vez, impedir que el conflicto degenere en una guerra a distancia entre Estados Unidos y Rusia. Ahora bien, en el "mientras tanto", la solidaridad con Ucrania debe continuar.

 

(*) Ignacio Sánchez-Cuenca. Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).


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