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6.3.23

Sobre transiciones energéticas y transiciones ecológicas (I)

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Por Jorge Riechmann (*)

"¿Cómo puede un joven (en especial el de la gran ciudad) afrontar los problemas más profundos, la miseria de la sociedad, sin sucumbir al menos temporalmente al pesimismo?

Ahí no hay ningún contra-argumento, ahí sólo puede y debe ayudarnos la consciencia: por malo que sea el mundo, tú has nacido para enderezarlo. Esto no es arrogancia, sino sólo consciencia del deber."1 (Walter Benjamin en "La Bella Durmiente", un texto de juventud)

"En los terremotos del futuro, confío no dejar que se apague mi puro de Virginia por exceso de amargura."2 (Bertolt Brecht (en su "Balada del pobre")

Nature editorializa

Un notable editorial de Nature, en marzo de 2022, reivindica el estudio de 1972 The Limits to Growth (el primero de los informes al Club de Roma) y señala que "aunque ahora existe un consenso sobre los efectos irreversibles de las actividades humanas sobre el medio ambiente, los investigadores no se ponen de acuerdo sobre las soluciones, especialmente si éstas implican frenar el crecimiento económico. Este desacuerdo impide actuar. Es hora de que los investigadores pongan fin a su debate. El mundo necesita que se centren en los grandes objetivos de detener la destrucción catastrófica del medio ambiente y mejorar el bienestar".3 El editorial de Nature continúa arguyendo que el debate hoy, una vez aceptada la existencia de límites biofísicos al crecimiento, se centra en dos posiciones principales, crecimiento verde versus decrecimiento, y que éstas deberían hacer un esfuerzo por dialogar entre ellas.4

Un debate central, sin duda, que se modula y reitera a diferentes niveles. Por ir a lo cercano: un amigo (y compañero de militancia en Ecologistas en Acción) me decía en junio de 2022 que el debate sobre la transición ecológica (y la transición energética en particular) es extraordinariamente complicado. Nos divide también dentro de los mismos movimientos ecologistas. "La cuestión es si a donde queremos llegar (una sociedad que respete los límites biofísicos) se puede llegar a partir de un sistema industrializado, modificándolo y reduciéndolo, o se puede hacer directamente. Y no parece que tengamos mucho tiempo para ninguna de las dos opciones".5 El planteamiento es el mismo que en el editorial de Nature.

Diría que la situación, en el tercer decenio del tercer milenio, es así de trágica: no podemos evitar un clima infernal sin una contracción económica de emergencia (en el Norte global), saliendo rápidamente de relaciones de producción capitalistas.6 Y cabe dudar, claro, de que semejante transformación esté en nuestro horizonte... Pero vayamos por partes.

¿Qué es una transición ecológica?

Dado que las sociedades industriales avanzan a toda prisa hacia escenarios catastróficos, necesitamos una transición ecológica. César Rendueles escribe: "Debemos luchar conjuntamente por una transición ecológica justa, planificada y pública. Pero teniendo claro que una transición lenta y óptima es infinitamente peor que una rápida pero menos justa".7 Bueno, tratemos de ponernos en claro sobre qué es una transición ecológica y de qué opciones ?óptimas o subóptimas? disponemos.

¿Qué es una transición ecológica? Yo diría que una transformación socioeconómica que, partiendo de la evidencia de la extralimitación ecológica (overshoot), libera espacio ecológico para que sean posibles las vidas dignas de los hoy explotados, marginados y humillados; y para que podamos convivir bien con la miríada de seres vivos con quienes compartimos la casa común que es la biosfera de la Madre Tierra. La idea ?básica? de satisfacer las necesidades humanas fundamentales dentro de los límites planetarios sigue resultando iluminadora.

La "prueba del algodón", el test para identificar una transición ecológica de verdad, es que lograría evitar (o al menos atenuar significativamente) los horizontes de ecocidio más genocidio hacia los que nos encaminamos.

La mera adición desordenada de aerogeneradores y placas fotovoltaicas a nuestro sistema eléctrico no es una transición ecológica. Y hay que empezar por señalar que la visión de túnel de carbono es una clase de reduccionismo que no podemos permitirnos.8 Pero la ausencia de un enfoque sistémico conduce a que en los debates sobre transiciones ecológicas siempre se reduzca el problema ecológico-social al cambio climático, el problema energético a la generación eléctrica y la destrucción de la trama de la vida a nada (pues por lo general la ignoramos: preferimos mirar hacia otro lado). El colmo del reduccionismo se alcanza cuando se pretende limitar la crítica al modelo actual de despliegue de renovables hipertecnológicas ¡a un asunto de protección del paisaje!9

Lo que padecemos no es sólo una crisis climática que pueda resolverse con transformaciones tecnológicas impulsadas por un "capitalismo verde". ¡Ojalá fuese así; tendríamos mucho más margen de maniobra! Pero nuestra situación real es mucho más apurada. Se trata de una crisis de civilización: una crisis sistémica y global cuya autoría básica recae en un capitalismo generador de inmensos costes externos de los que no se hace cargo,10 y cuya dinámica autoexpansiva pretende que crezca la economía mercantil indefinidamente sin tener en cuenta los límites biofísicos planetarios. Mientras eso no cambie, mientras no seamos capaces de cambio sistémico, va a dar igual cuántos parches tecnológicos coyunturales apliquemos.11

Hace unos años, en mi libro Ecosocialismo descalzo, sugerí una imagen que me parece capta bien la situación en que nos encontramos. En su huida hacia adelante, las sociedades industriales se parecen a un corredor en una carrera de obstáculos, pero con vallas que van acercándose y aumentando de altura (¡rendimientos decrecientes condicionados por la segunda ley de la termodinámica!)... y el corredor lo fía todo a sus zapatillas mágicas, que la multinacional del ramo ya está a punto de construirle -le aseguran.12 Una valla es el cénit del petróleo (peak oil), pero un poco más allá está la valla aún más temible del "pico" conjunto de todas las formas no renovables de energía. Y muy cerca de ella el agotamiento de los fosfatos (con devastadoras consecuencias para el modelo dominante de agricultura industrial; éste es un asunto de trascendental importancia casi del todo ausente del debate público). Y un poco más allá la esquilmación de los acuíferos, y también la de las pesquerías mundiales. Y cerca, igualmente, los "picos" de metales y minerales esenciales para las economías industriales, desde el neodimio al litio pasando por el tantalio y el teluro. Y también múltiples vallas vinculadas con la degradación de los ecosistemas y la Sexta Gran Extinción de especies vivas... Y las terribles vallas del calentamiento global, claro está, con sus múltiples consecuencias (entre ellas la acidificación de los océanos). Un horizonte que, según las previsiones optimistas, se tornará apocalíptico en la segunda mitad del siglo XXI; y según las previsiones pesimistas, antes de esas fechas (dentro de lustros, no de decenios).

¿Pesimismo energético injustificado?

Pero ¿no podría ser cierto que tengamos más margen de maniobra del que percibimos los pesimistas? A lo largo de 2022, en España, tuvo lugar una controversia intelectual en forma de ataque contra las posiciones heterodesignadas como "colapsistas" que insistía sobre supuestas debilidades de análisis en investigadores como Antonio Turiel o Luis González Reyes.13 Entre esas debilidades estaría un pesimismo energético injustificado, que se traduciría en que los colapsos ecosociales son más improbables y los plazos de la crisis ecosocial más largos de lo que los llamados "colapsistas" estiman.

Ahora bien, es cierto que no se han producido a escala global las escaseces energéticas a corto plazo que los estudiosos y activistas del peak oil anticipaban a comienzos de los años dos mil. La extracción y elaboración de hidrocarburos no convencionales (sobre todo gracias a las técnicas de fracking o hidrofractura en EEUU) ha permitido comprar algo de tiempo: seguir la huida hacia delante de las sociedades centrales del sistema durante algunos años más. La menor TRE (tasa de retorno energético) de estos líquidos y gases parecidos al petróleo se diluye en el mix energético global y, según aventuraba Juan Carlos Barba, "puede asegurar varias décadas de viabilidad energética al modelo económico actual".14 Tal es también el resultado que sugerían los estudios de prospectiva de Jorgen Randers en el decenio de 2010.15

¿Se trata realmente de una buena noticia? Lo mínimo que cabe expresar es un sentimiento de inquietud agridulce. Pues esa posible mayor viabilidad del capitalismo fosilista (durante un tiempo limitado) aumenta la probabilidad de un colapso mucho peor, por degradación de la biosfera hasta el extremo de una Tierra inhabitable (para seres como nosotros). Aumenta en particular el peligro de que las mayores emisiones de GEI nos hagan bascular hacia el runaway climate change y, con este calentamiento rápido y descontrolado, conduzcan a una indecible devastación de la biosfera. Se aplazaría el colapso a costa de agravarlo.

Casi huelga señalar que la guerra en Ucrania y el "regreso de la geopolítica" militarista (que en realidad nunca se había ido) implica que los combustibles fósiles se seguirán empleando hasta su completo agotamiento económico (pues nada puede sustituirlos para mover la maquinaria pesada de los ejércitos y de las sociedades que quieren ser superpotencias); y que la energía nuclear continuará su camino, pero no porque resulte ventajosa para producir electricidad (es ruinosa en ese sentido), sino por su íntima asociación con la fabricación de bombas atómicas.16


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