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20.2.23

Un legado revolucionario: Richard Müller y su historia de la Revolución de Noviembre (I)

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Por Ralf Hoffrogge, Jaume Raventós (*)

La traducción del texto que se ofrece a continuación es la introducción del historiador alemán y especialista en el movimiento obrero Ralph Hoffrogge a la reedición en alemán de los tres volúmenes de la Historia de la Revolución de Noviembre.

Su autor es Richard Müller, publicada en 2011.

Recuperar la obra del sindicalista y revolucionario alemán Richard Müller, o cuando menos, recordarlo, es también hacerlo de la historia de una de las más innovadoras experiencias organizativas que se han conocido entre las revoluciones europeas, en la que confluyeron, por un lado, una radical participación democrática de la clase obrera organizada y, por otro, la lucha revolucionaria por la defensa del socialismo: Los delegados revolucionarios de empresa (RevolutionäreBetriebsobleute), una organización de sindicalistas radicalmente democráticos, asamblearios y revolucionarios, en su origen independientes de partidos políticos pero cercanos a la Liga Espartaco, no tanto a su mayoría, que defendía un radicalismo estéril y sectario las más de las veces, como al grupo entorno al pensamiento de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht. Richard Müller fue uno de los dirigentes más respetados de esta organización de sindicalistas revolucionarios en los días de noviembre y posteriores, incluso por la prepotente socialdemocracia mayoritaria, que no se atrevió a disputarle la presidencia del poderoso, aunque desgraciadamente por poco tiempo, Consejo Ejecutivo de los Consejos de Trabajadores y Soldados, un órgano que pretendía tener entre otras la función, en palabras del también marxista revolucionario e historiador de la democracia clásica Arthur Rosenberg, de control de la actuación de los Comisarios del Pueblo, es decir, de control democrático del Gobierno del Reich. Por ello Müller también intervino activamente en el debate sobre cómo tenía que organizarse políticamente la sociedad alemana, si a partir de la Asamblea Nacional, con un Parlamento con representación de las fuerzas políticas o en base a los consejos de trabajadores, a la organización democrática por la base de toda la vida política y social del pueblo alemán. Unos consejos que, por cierto, ni eran ni pretendían ser ni parecerse a los soviets rusos, los cuales ya empezaban a ser vistos con tristeza por la izquierda revolucionaria alemana por encaminarse paulatinamente a un segundo plano hasta llegar a convertirse en un florero en cuanto a su representación democrático-revolucionaria del pueblo ruso. Müller, por supuesto, también defendió la socialización de la economía como vía hacia el socialismo cuando el debate se puso sobre la mesa. Ya en los primeros días del gobierno de los Comisarios del Pueblo, cuando se tuvo la oportunidad de poner algunos medios de producción- los que se consideraban "maduros" para ello en las circunstancias del momento, como las minas de carbón- en manos de los trabajadores y las trabajadoras, los Comisarios del Pueblo no tuvieron el valor de hacerlo, abandonando así una de las demandas principales de la clase obrera, que veía con amargura cómo seguía trabajando para los mismos dueños de fábricas y empresas igual que en los días del káiser.  Hubiera supuesto un primer paso hacia la socialización de la economía en el camino al socialismo. Pero como cuenta Ralph Hoffrogge, con Richard Müller ha ocurrido lo que con otros marxistas revolucionarios de la época como el citado Rosenberg: La historiografía oficial ha olvidado, cuando no marginado abiertamente, las ideas incómodas que por revolucionarias y democráticas se alejaban de los discursos y las líneas oficiales de los partidos o de los foros de debate, académicos o no. El pensamiento de estos y otros revolucionarios y revolucionarias que no aparecen a menudo en los libros de texto, cuyas obras no se encuentran fácilmente en librerías ni bibliotecas públicas y de los que las traducciones son escasas, merecen nuestra atención. Jaume Raventós

 

En abril de 1923, el órgano central socialdemócrata "Vorwärts" informó de que el "casi desaparecido" Richard Müller publicaría un libro sobre la Revolución de Noviembre. El titular del artículo era poco halagüeño: "LeichenmülleralsHistoriker" (el cadáver de Müller como historiador).[1] ¿Quién era este Richard Müller, cuyos libros atraían las burlas incluso antes de ser escritos?

Müller no era un historiador corriente, sino un revolucionario. Recibió el poco halagador apodo de "el cadáver de Müller" por un histórico discurso que pronunció en un pleno de la asamblea de los consejos obreros de Berlín el 19 de noviembre de 1918, en el que Müller proclamó: "Me he jugado la vida por la revolución, volveré a hacerlo. La Asamblea Nacional es el camino hacia el dominio de la burguesía, es el camino hacia la lucha; el camino hacia la Asamblea Nacional pasa por encima de mi cadáver"[2].

Para Richard Müller, la Asamblea Nacional encarnaba el proyecto parlamentario de la burguesía, la delegación de lo político en una élite de representantes. Luchó por una dimensión más radical de la democracia que no se detuviera a las puertas de la fábrica y englobara toda la vida social. Richard Müller no pudo hacer realidad sus ideas y en 1921 ya había desaparecido de la escena política. Pero con su historia en tres volúmenes de la Revolución de Noviembre, dejó un legado que sigue siendo relevante hoy en día. Con esta obra, escribió una "historia desde abajo" en el mejor sentido: una exposición de los años 1914-1919 no desde la perspectiva de los partidos, los generales, los diputados o los diplomáticos, sino como una historia de las luchas sociales.

Biografía de un revolucionario

Richard Müller nació en 1880 como hijo de un posadero de la provincia de Turingia. Solo cursó ocho años de enseñanza primaria, nunca fue a la universidad y desde los dieciséis años trabajaba como obrero metalúrgico en el torno.[3] Como sindicalista comprometido, escribió hacia 1910 algunos artículos en el "Metallarbeiter-Zeitung" contra el taylorismo emergente.

Nada hacía suponer que aquel hombre de nombre común haría historia algún día. Pero lo hizo en dos sentidos: como revolucionario y como historiador.

Cuando en agosto de 1914 el movimiento obrero alemán se despidió de sus principios internacionalistas y apoyó el rumbo bélico del gobierno imperial, Richard Müller fue uno de los primeros en rechazar este giro. Al principio, solo se trataba de luchas salariales, de la preservación del derecho de huelga al que los sindicatos habían sacrificado frívolamente. Durante toda la guerra no quisieron "apuñalar por la espalda" a los soldados que luchaban en el frente.

Richard Müller se opuso a esta política. Como dirigente del ramo de los torneros berlineses en el sindicato "DeutscherMetallarbeiter-Verband" (DMV), participó en la organización de huelgas salvajes. Al principio, como muchos otros, aceptó la guerra como inevitable, pero se negó rotundamente a renunciar a los derechos de los trabajadores que tanto había costado conseguir. Su cargo de dirigente de ramo era honorífico. Aunque era responsable de varios miles de torneros organizados en el sindicato, Richard Müller trabajaba a tiempo completo todos los días en la industria de municiones. A diferencia de otros, por tanto, no se le escapó la creciente miseria de las familias de los trabajadores: congelación salarial, pérdida del derecho de rescisión del contrato (Kündigungsrecht), así como la evolución de la escasez ocasional de alimentos a la malnutrición prolongada hasta llegar al hambre de verdad.

El hecho de que la socialdemocracia y los dirigentes sindicales, como verdaderos representantes de los trabajadores, ignoraran estos problemas provocó resentimiento, protestas espontáneas, revueltas del hambre y una radicalización progresiva. Sin embargo, durante mucho tiempo no existió ninguna organización que diera expresión a este estado de ánimo de protesta.

El logro histórico de Müller en esta situación fue el paso hacia la autoorganización. Junto con otros sindicalistas, fue cofundador de los "RevolutionäreBetriebsobleute" (delegados revolucionarios de empresa), la organización antibelicista más poderosa durante la Primera Guerra Mundial en Alemania.

Mientras que la Socialdemocracia Independiente (USPD), fundada en 1917, se opone a la guerra principalmente en los parlamentos y, a través de su trabajo en la opinión pública, se convierte en la organización que aglutina a toda la izquierda crítica con la guerra, los delegados revolucionarios fundan una red de resistencia y oposición a la guerra en las fábricas. Esto los distinguía también del grupo Spartacus, en torno a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, que se basaba principalmente en la agitación panfletaria. Aunque el grupo Spartacus contribuyó significativamente a la radicalización de los delegados revolucionarios, siempre le faltó una base más amplia en las fábricas. 

Junto con otros dirigentes del ramo, como el soldador Paul Blumenthal y el plomero Emil Barth, Richard Müller organizó una rebelión de la base del sindicato contra la dirección. Empezando por la industria metalúrgica, crearon los "RevolutionärenObleute", una organización que representaba una combinación de democracia de base y vanguardia extraordinaria en la historia del movimiento obrero.

Los Obleute era una organización clandestina ilegal con solo unas docenas de miembros admitidos por cooptación. Sin embargo, solo podían afiliarse quienes gozaban de la confianza de la plantilla de una fábrica o del taller de la misma. Se llamaban a sí mismos "Betriebsobleute" (delegados sindicales de empresa) porque muchos de ellos ya habían ocupado el cargo de "Obmann" (representante de la plantilla) antes de la guerra: en el imperio no había representación oficial de los trabajadores (ofizzielleArbeitervertretung), solo "Obleute" (representantes) sindicales honoríficos. De entre ellos reclutaron Müller y sus camaradas para formar su organización.

Cada miembro del círculo íntimo de los delegados revolucionarios se comunicaba con los delegados sindicales de los departamentos y talleres: un pequeño núcleo representaba así a decenas de miles de trabajadores y la influencia indirecta era aún mayor.

Sin embargo, en sus verdaderas fases de acción, la organización se abrió. Los Obleute organizaron tres grandes huelgas masivas contra la guerra entre 1916 y 1918, que en ocasiones paralizaron casi toda la industria de municiones del Reich alemán. La dirección de estas huelgas se elegía en asambleas abiertas, y los miembros probados de las direcciones de las huelgas eran aceptados posteriormente en el círculo ilegal. Los Obleute revolucionarios, que partieron en su práctica de la democracia asamblearia de base, se convirtieron así en el modelo de una nueva forma de organización: los consejos obreros.[4]

Aunque la tradición de los consejos y la democracia asamblearia habían sido un componente en todo el movimiento obrero desde el principio, había ido cayendo cada vez más en el olvido. En Alemania, en particular, había prevalecido -y fracasado- un enfoque representativo y centralista. La Revolución de noviembre de 1918, por tanto, no partió de las organizaciones obreras clásicas de partido y sindicato.

Comenzó con un motín espontáneo de marineros en Kiel y Wilhelmshafen, al que siguieron otros motines y huelgas generales en otras ciudades alemanas. Aunque los espías de la justicia militar sospechaban constantemente de conspiraciones revolucionarias entre los marineros, no hubo entre ellos ninguna organización duradera de resistencia.

Los trabajadores iban por delante de los marineros. Los Obleute ya llevaban varios años organizando su red clandestina. Fueron los principales instigadores de la huelga general de Berlín del 9 de noviembre de 1918.[5] También idearon el plan de marchar desde las zonas industriales de las afueras de la ciudad hasta los centros de poder con manifestantes armados a la cabeza.[6] Tras el fracaso de la tercera huelga de masas en enero de 1918, los Obleute habían organizado el armamento y empezaron a preparar el levantamiento para un día aún desconocido.

Aunque el 9 de noviembre todo transcurrió de manera espontánea y confusa y no fue posible una dirección central, los preparativos de los Obleute continuaban siendo decisivos para el éxito de la revolución en una situación favorable pero históricamente abierta. En los días de la revolución los Obleute estaban en el cénit de su influencia. Habían derrocado el antiguo régimen, pero no consiguieron poner fin a la revolución en el sentido deseado. La socialdemocracia mayoritaria, que había apoyado la guerra durante cuatro años, cambió de bando en una sola mañana y se empeñó en participar en el nuevo gobierno revolucionario. Los trabajadores y las trabajadoras exigían también la "paridad" en las bases y la reunificación de los partidos obreros.

Los Obleute consiguieron ocupar con sus delegados sindicales todos los puestos del USPD en el revolucionario Consejo Ejecutivo de los Consejos de Obreros y Soldados de Berlín, la paridad con la socialdemocracia condujo a un autobloqueo del organismo. El mucho más influyente "Consejo de los Diputados del Pueblo" también estaba completamente dominado por el SPD - el único representante de los revolucionarios aquí era el dirigente sindical Emil Barth, constantemente superado en las votaciones por sus cinco colegas del consejo, incluidos los representantes moderados del USPD.

Richard Müller, en el periodo revolucionario, estuvo comprometido como presidente del consejo ejecutivo de Berlín, como organizador y teórico del movimiento de los consejos. La relevancia de Müller y los Obleute en esta fase se pone de manifiesto, entre otras cosas, por el hecho de que a principios de 1919 se interrumpió especialmente el congreso fundacional del Partido Comunista Alemán (KPD) para persuadir a los Obleute de entablar negociaciones con el fin de unirse al partido.[7] Sin embargo, éstos se negaron y, en su lugar, trabajaron por desarrollar los consejos como una corriente independiente del movimiento obrero.

Richard Müller participó activamente en esta fase como autor y durante un tiempo como editor de la revista "Arbeiter-Rat". Aquí defendió el concepto de "sistema de consejos puros" (Reinen Rätesystems), que recibió su nombre por el rechazo de la cooperación social o de las estructuras parlamentarias.[8] En lugar del parlamento, debía establecerse una economía planificada democrática con consejos de trabajadores en las empresas y territoriales.

Sin embargo, Müller fracasó en la obra de su vida. A finales del año 1918/19, los consejos de soldados ya se habían desintegrado en gran medida. Los consejos obreros fueron combatidos y socavados por la socialdemocracia mayoritaria y los sindicatos, porque cuestionaban su pretensión de ser la única representación de la clase obrera. La alianza de la socialdemocracia con el ejército, el aparato del Estado y la patronal, que se había desarrollado durante la guerra, se mantuvo porque la socialdemocracia vio cumplidas las reivindicaciones esenciales del movimiento obrero con la parlamentarización de Alemania. Sus bases querían ir más allá: los trabajadores socialdemócratas también exigían la socialización de las industrias clave y la democratización del ejército.[9] Pero fueron pasadas por alto. Y cuando se hicieron oír, como en las huelgas generales de Berlín en enero de 1919 y de todo el país en marzo de 1919, fueron reprimidas con violencia. Esta violencia afectó no solo a los "espartaquistas insurgentes", sino también a numerosos huelguistas desarmados, a personas no organizadas, a civiles.

Es mérito de Richard Müller como historiador haber revisado históricamente la violenta historia del surgimiento de la República de Weimar en el tercer volumen de su historia en tres volúmenes de la revolución escrita en 1924-25 con el título genérico "Del Imperio a la República". Müller demostró que la escalada de los conflictos fue una estrategia deliberada de la contrarrevolución. Nunca hubo una guerra civil desde la izquierda, aunque esto se afirme repetidamente hasta nuestros días.

Solo una minoría de trabajadores conservó sus armas después de la guerra mundial; la mayoría las había tirado por la euforia de la llegada de la paz en 1918. El medio preferido, también de los revolucionarios consejistas radicales, era la huelga general. Rosa Luxemburg y también Richard Müller rechazaban explícitamente la idea de un golpe violento por parte de una minoría. No eran pacifistas, ni negaban el papel histórico de la violencia revolucionaria, pero sabían que toda revolución requería del apoyo de la mayoría de los trabajadores. Los medios de la contrarrevolución, en cambio, eran otros. Practicaba el terror de una minoría, sus medios de lucha incluyeron desde el principio la violencia contra los huelguistas y el asesinato político del adversario. Por lo tanto, la guerra civil se libró desde la derecha. Pocas veces se ha demostrado esto de forma tan impresionante como en la obra de Richard Müller "La Guerra Civil en Alemania".

Müller no eligió este amargo tema por voluntad propia. Fue historiador contra su voluntad y solo asumió este papel porque había sido expulsado de la política activa.

Tras la desintegración del movimiento político de los consejos, Müller se implicó en la creación de un movimiento autónomo de comités de empresa, pero no consiguió sacarlo adelante en el primer congreso de comités de empresa celebrado en 1920. Después se afilió al KPD, llevándose consigo a la mayoría de sus compañeros de lucha. Junto con un núcleo del antiguo movimiento de los Obleute, Richard Müller organizó la primera dirección sindical del KPD en el Reich y trabajó para anclar el joven partido allí donde, según su programa, tenía su verdadera base: en las fábricas. Sin embargo, tras luchas internas por el poder, Müller fue víctima de una de las primeras purgas políticas del KPD a mediados de 1921. Se había negado a apoyar el fallido intento de levantamiento del KPD en el distrito industrial del centro de Alemania, en el que una derrota militar se veía venir.

Müller perdió su cargo y fue expulsado del partido a principios de 1922. Poco después comenzó su trabajo como historiador. Después de 1925, las cosas se calmaron para él: durante un tiempo fue políticamente activo en el pequeño sindicato de izquierdas "DeutscherIndustrieverband", tras lo cual se apartó de la política y comenzó una carrera más bien dudosa como contratista de obras.[10] Müller no era, por tanto, incorruptible y ni mucho menos un héroe sin defectos. No obstante, dejó un legado de valor perdurable con su historia de la Revolución de Noviembre.

Los dos primeros volúmenes, titulados "Del Imperio a la República" y "Del Imperio a la República - La Revolución de Noviembre", fueron publicados por la editorial Malik-Verlag por WielandHerzfelde en 1924 y 1925. La portada de los libros fue diseñada por el conocido artista John Heartfield, hermano del editor. Heartfield, que había adoptado su nombre al inglés en protesta contra el nacionalismo alemán de los tiempos de guerra, era pintor y artista gráfico. Se le considera el inventor del fotomontaje político y se hizo un nombre como cofundador del movimiento DaDa. Las obras de Heartfield revolucionaron el arte gráfico, y sus collages satíricos siguen siendo inigualables hoy en día. Sin embargo, Richard Müller no estaba satisfecho con las ventas de sus libros en Malik. Publicó el tercer volumen, "Der Bürgerkrieg in Deutschland" (La guerra civil en Alemania), en 1925 en la editorial "Phöbus-Verlag", fundada por él mismo.

El deseo de Müller era una revalorización de la revolución que había fracasado,[11] una contribución a la auto liberación de la clase obrera, la cual, según sus palabras del prefacio del primer volumen, "debe pagar un alto precio por cualquier conocimiento de su misión histórica". No pretendía escribir una historia concluyente de la revolución, sino que quería contribuir a la autorreflexión del movimiento revolucionario, según él aún incompleta.

En el prefacio del primer volumen, Müller se oponía a cualquier forma personalista de historiografía y a "presentar el movimiento revolucionario [...] solo como el resultado de una actividad específica y decidida de líderes individuales o de unos pocos grupos políticos". Su tarea consistió en considerar sobre todo "los efectos sociales, políticos, militares y psicológicos de la guerra mundial".[12] Müller se basó, según su propio relato, en Karl Marx, en particular en su temprana teoría de la historia y el Estado desarrollada en el Manifiesto Comunista y en el escrito "La lucha de clases en Francia".[13]

Esto llama la atención porque Müller había aparecido anteriormente como un activista puro en sus pocos escritos y muchos discursos. Casi nunca había citado a Marx. En cambio, como sindicalista, se había ocupado intensamente con estudios sobre la administración de empresas y el taylorismo. Sin embargo, ahora dedicaba un capítulo aparte a las "Ideas de la Revolución Proletaria". En su esbozo histórico-teórico, hizo hincapié en las continuidades de la revolución burguesa y proletaria y situó la Revolución de Noviembre en un contexto histórico global.

Müller poseía un sólido sentido político para tales contextos, lo que le permitió sintetizar sus propias experiencias y patrones explicativos analítico-históricos. A través de su rechazo a la personalización, evitó limitar su descripción de la política de guerra de los sindicatos a acusaciones de traición demasiado simplistas. En su lugar, explicó su política como la consecuencia de una tendencia general a la burocratización, resultado del aumento constante de la afiliación con el consiguiente crecimiento asociado de los aparatos y los funcionarios sindicales, pero sobre todo por la naturaleza del sistema de ayudas y subsidios por parte del sindicato (Unterstützungswesen). Se había producido una "mentalidad de gestión de fondos y servicios" (Kassementälitat), en última instancia como resultado de su propio éxito, había hecho que la burocracia sindical fuera incapaz de oponer resistencia en 1914. Este patrón estructural de explicación aclara la pretensión de Müller como historiador. A diferencia de otros protagonistas de la Revolución de Noviembre, como Emil Barth, Gustav Noske, PhilippScheidemann y Hermann Müller-Franken, Richard Müller no escribió memorias. Evitó el estilo anecdótico de este tipo de obras y, en su lugar, ofreció un análisis histórico de la revolución basado en innumerables fuentes originales. Solo hablaba de sí mismo en tercera persona y, en general, se esforzó para ofrecer una presentación objetiva. Por supuesto, la obra no deja de ser una pieza de literatura justificativa. Richard Müller lo utilizó para defender su propia política y la de los Obleute; de todos modos, tomar partido por la clase obrera revolucionaria era una obviedad para él.


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