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19.12.22

Sobre la cuestiĆ³n racial en Cuba (I). (Dossier)

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Por Alexander Hall Lujardo (*)

[Reproducimos a continuación tres artículos de análisis histórico y conceptual sobre la cuestión racial en Cuba de la mano de Alexander Hall Lujardo, al que aprovechamos para agradecer sus contribuciones. SP]

Apuntes para una genealogía histórica del concepto «afrocubano/a»

Los orígenes del concepto afrocubano/a -según el bibliógrafo Tomás Fernández Robaina- son situados por Fernando Ortiz Fernández en 1847. Apoyado en datos ofrecidos por González del Valle, asegura que el referido vocablo fue utilizado inicialmente por Antonio de Veitía.[1] Sin embargo, no existen elementos confirmatorios que certifiquen el uso social del término por estos especialistas en el siglo XIX. El propio Ortiz lo utilizó en su período pionero de publicaciones para referirse a las prácticas culturales de las personas esclavizadas provenientes de África.

En esta etapa, las investigaciones del sabio cubano estuvieron notoriamente influenciadas por la antropología criminológica italiana. Dicha corriente consideraba a las/os negras/os como sujetos inferiores, debido a la dimensión de su circunferencia craneal.[2] Acorde a los preceptos del positivismo lombrosiano, el tamaño del cráneo determinaba la capacidad intelectiva de las «razas». A tenor con ello, se establecía una clasificación arbitraria que acudía a la racialización para certificar los postulados de superioridad de unos grupos humanos, bajo instrumentos de discriminación empíricos carentes de sustento científico. Tales presupuestos gozaron de popularidad en circuitos de la intelectualidad europea a inicios del siglo XX, a pesar de ser refutados desde el XIX por el antropólogo haitiano AntènorFirmin.[3]

Durante esa época, la antropología criminológica sirvió de herramienta ideológica a las prácticas de colonización. Sus razonamientos carentes de objetividad estaban motivados esencialmente por razones de legitimación cultural y sus metodologías resultaron adoptadas por los nacional-socialistas alemanes durante las décadas de veinte y treinta del pasado siglo para sostener sus teorías de «superioridad racial».

Según los postulados de esa corriente, la existencia de las personas negras reproducía prácticas «atávicas» que las compulsaba a cometer hechos delincuenciales. Se establecía así una relación estereotipada que definía un sesgo criminal en los individuos de tez oscura, sumado a una narrativa que entendía al catolicismo occidental y la cultura europea como «paradigmas de la civilización y las buenas costumbres».

De acuerdo a tales fundamentos, las tradiciones afrocubanas fueron consideradas como actos de «hechicería», «brujería» y «paganismo», al subvalorar su importancia como manifestaciones de resistencia espiritual y cultural ante los efectos de la dominación europea. Dichos enunciados se pueden percibir en los textos de Fernando Ortiz entre 1906-1939.

Las ideas del «tercer descubridor de Cuba» -calificación concedida por el escritor Juan Marinello-,eran coincidentes con los preceptos de un ideal republicano hegemónicamente blanco, que en su diseño pretendía condenar al ostracismo a las prácticas y tradiciones no occidentales. En esa intención mediaría asimismo la influencia que para entonces marcaba la penetración estadounidense en la Isla.

Los exponentes afrocubanos durante los años veinte.

A partir de 1927 se inicia la sección «Ideales de una Raza» en el Diario de la Marina. La misma fue fomentada por el periodista Gustavo E. Urrutia Quirós, que propició con ella uno de los procesos de socialización de la cultura afrocubana más encomiables del período, al contar con la participación de figuras como: Regino Boti, Lino D´ou, Ramón Vasconcelos, José Armando Plá, Juan Gualberto Gómez y Nicolás Guillén, cuya confluencia permitió el abordaje de problemáticas sociales y fenómenos relegados respecto a los sectores marginalizados.

En esta etapa se produce una re-semantización del término «afrocubano/a», asumido como expresión de orgullo entre las/os negras/os, cuya intención pretendía alejar al precepto del matiz peyorativo con que fuera concebido a inicios de siglo. Desde la sección «Ideales de una Raza» se fomentó el estudio de las prácticas afrodescendientes, evitando que fueran subsumidas por los intereses eugenésicos de las elites. En tal sentido, el órgano Estudios Afrocubanos (1937-1945), junto a las revistas Bimestre Cubana, Adelante (1936-1940) y Archivos del Folklore Cubano (1924-1930), desarrollaron un destacado papel en la aglutinación de figuras comprometidas con el análisis de un legado histórico-cultural que había sido proscrito por la academia canónica y el poder político.

Desde la década del veinte, no fueron pocos los que se opusieron al empleo del concepto «afrocubano/a» en alusión al color de piel, bajo argumentos defensivos de la «unidad nacional». Esta visión fue propugnada por destacados exponentes del nacionalismo negro como: Juan Gualberto Gómez, Martin Morúa Delgado y Sixto Gastón Agüero, quienes afirmaban que la identidad racial no debería superponerse al sentimiento patriótico. Ello generaba un rechazo del término a nivel social. La trampa de este presupuesto consistía, y aún radica, en la omisión de los factores que definen las desigualdades por color de piel, lo cual provoca que algunos disfruten de privilegios y superioridad económica, mientras que los estratos precarizados, entre los que existe una sobrerrepresentación de personas negras, padece las consecuencias orgánicas de la preterición social.

Los descendientes de africanos padecieron los efectos de la segregación durante la denominada «primera república». Cuando decidieron quebrar los resortes excluyentes del modelo liberal, resultaron brutalmente masacrados en 1912 por sus antiguos compañeros de lucha contra el colonialismo español. Este hecho, refuta la táctica política de subordinar la causa libertaria hacia un propósito común, pues detrás de esa estrategia persisten dispositivos reproductores de patrones opresivos sobre sectores sociales.

El activista antirracista y ex-presidente de la Federación de Sociedades Negras Juan René Betancourt, no tuvo reparos en oponerse a esa visión forzosa de la nacionalidad que pretendía la integración sin atender las variables sistémicas que marcan las desigualdades y desventajas estructurales. Por tal razón, fue un crítico de las teorías integracionistas esgrimidas desde posiciones de privilegio, enteramente funcionales al orden burgués excluyente de los subalternos.

En sus postulados es posible percibir una crítica radical contra los planteamientos del Partido Socialista Popular (PSP), que subordinaban sus análisis a los designios del movimiento comunista internacional y acorde a los preceptos marxistas de la época, que entendían la cuestión racial supeditada a la «lucha de clases». Esta tradición de pensamiento durante la vigésima centuria le imposibilitó a los partidos comunistas obtener mayor arraigo popular y generó que reconocidas figuras de esa militancia política, decidieran abogar por el panafricanismo ante las incomprensiones del campo anticapitalista mundial.

El concepto «afrocubano/a» posterior al triunfo revolucionario

Con el triunfo revolucionario de 1959, la retórica discursiva de la dirigencia manifestó su compromiso en combatir las múltiples expresiones de racismo que tuvieran lugar en el país. Así lo declaró Fidel Castro en varios discursos hasta la Segunda Declaración de La Habana en 1961, siendo este el momento simbólico que marcó el inicio de un largo período de silencio sobre la temática en su tratamiento público.

Desde su llegada al poder, el liderazgo político implementó un conjunto de medidas que prohibían la segregación, al tiempo que propiciaban el acceso de las capas populares a bienes, servicios y derechos otrora reservados para la población blanca y adinerada. De igual forma, se evidenció una masiva participación de los estratos humildes en las tareas socioeconómicas, y, en consecuencia, un mejoramiento en sus indicadores sociales de vida.

Esta voluntad quedó igualmente manifiesta en la circulación de publicaciones militantes cargadas de subjetivismo triunfalista, como fueron los análisis de José Felipe Carneado y Pedro Serviat en sus respectivos trabajos La discriminación a Cuba no volverá jamás (1961), y El problema negro en Cuba y su solución definitiva (1986), que daban por sentada la superación del flagelo. En ellos se aprecia el abordaje del fenómeno como un asunto del pasado, alimentado por el imaginario oficial que lo consideraba erradicado de la Isla.

De igual modo, la sovietización del espacio geopolítico cubano condujo a que el problema fuera subestimado, al entenderlo como un «vestigio heredado del viejo régimen capitalista-neocolonial», que desaparecería con el modelo «socialista» instaurado, cuyo liderazgo aseguraba el establecimiento de un período de tránsito hacia la abolición de las clases sociales en Cuba.

El predominio de un marxismo esencialista/colonial, que consideraba a las manifestaciones afrocubanas cual expresiones folklóricas destinadas a desaparecer con el «mejoramiento del nivel intelectual de las/os cubanas/os»; relegaba la comprensión de tales prácticas y su importancia para el pueblo. Ello empeoraba la estrategia de silencio sobre el tema para evitar su tratamiento, con el propósito instrumental de sostener la «unidad nacional» (devenida homogeneidad) ante la amenaza político-cultural estadounidense.

Las razones anteriores provocaron que la temática quedara vetada en los espacios científico-sociales. Mientras los problemas estructurales, dadas las diferencias socioeconómicas por color de piel al interior de la sociedad cubana, fueron subsumidas por las políticas igualitarias del Gobierno, cuyo tratamiento institucional/estadocéntrico reprodujo las tácticas del colonialismo interno. Como resultado, cualquier intento autónomo de auto-organización en reclamo de las demandas emancipatorias de dicho grupo social, fue cooptada y subordinada a una praxis gubernamental centralizadora, verticalista y autoritaria.

El período transcurrido entre 1961-1989 se puede calificar de retroceso en cuanto a los estudios afrocubanos, debido a la política de estado que archivó la temática, la censura religiosa que imposibilitó la entrada de practicantes de creencias de origen africano a las filas del PCC y el predominio de una bibliografía académica que, bajo los fundamentos del marxismo-leninismo, reprobaba tales expresiones por apartarse del «ateísmo científico».

La agudización de las inequidades durante el Período Especial, produjo una emergencia del racismo, catalizado por la instauración de relaciones sociales de producción neo-capitalistas, que ocasionaron el empobrecimiento de la población negra, la cual pasó a ocupar los peores espacios de remuneración en el mercado laboral. Esta realidad, sumada a una crisis de paradigmas, incentivó a los investigadores, intelectuales y académicos a profundizar en dichos estudios.

Dicho escenario ha favorecido la emergencia de autores que defienden el concepto afrocubano/a, entre cuyos exponentes resaltan Alberto Abreu Arcia, Roberto Zurbano Torres,[4] Maikel Pons GiraltAlejandro Leonardo Fernández Calderón, y Zuleica Margarita Romay Guerra, entre otros que han reflexionado sobre su empleo como herramienta comunicativa para reivindicar las tradiciones ancestrales que encuentran sus raíces en el denominado «continente negro», a la vez que potencia el orgullo y la identidad racial en dicha colectividad. Sin embargo, su utilización ha encontrado detractores en el campo de las negritudes como Esteban Morales Domínguez,[5] Rodolfo Rensoli Medina, Ana Cairo Ballester,[6] y Gisela Arandia Covarrubias, que argumentan una importación acrítica desde los Estados Unidos, así como la existencia de un solo etnos en el estado-nación cubano.

Tales posturas, a la vez que señalan las naturales diferencias sociales y culturales entre ambos territorios, además de obviar el tratamiento histórico concedido por diversos exponentes de la cultura nacional como Rómulo Lachatañeré, Fernando Ortiz o Lydia Cabrera, soslayan las luchas de las afrodescendencias y sus demandas en los colectivos de AbyaYala, autoindetificadas como afroecuatorianos, afromexicanos, afrobrasileños, etc., cuyo legado y disputas históricas han sido cartografiadas por el sociólogo Agustín Laó-Montes desde un novedoso acercamiento decolonial, enriquecido por las visiones contra-hegemónicas de voces comprometidas con la justicia de los «pueblos sin historia» en ese amplio espectro reconocido como Afroamérica.

Igualmente, resulta imprescindible destacar el esfuerzo que las mujeres negras han librado en la reivindicación del concepto afrocubana(s). Desde la feminidad han sido resaltadas múltiples estrategias de resistencia que se remontan a la época colonial, mediante la visibilización de acciones contra el racismo en las páginas periodísticas, organizaciones autónomas o el propio campo político; cuyo trayecto está marcado a su vez por una fuerte tradición de lucha ante los desafíos de la dominación patriarcal, potenciada con una postura anti-discriminatoria ante una sociedad que entendía la blanquitud como referente de representación universal.

En esta labor han sido fundamentales los esfuerzos de mujeres negras como: Daysi Rubiera CastilloInés María MartiatuGloria García RodríguezGeorgina Herrera CárdenasRosa CampoalegreSeptienOilda Hevia LanierAlina Herrera FuentesSandra Álvarez Ramírez, entre otras que, desde diversos campos del saber han contribuido a quebrar la supremacía que gozan los hombres en las narrativas establecidas por las genealogías históricas. En tal sentido, resultan también encomiables los aportes de académicas como: María del Carmen Barcia Zequeira, Mayra Espina Prieto, Miriam Herrera Jerez y Lázara Menéndez Vázquez.

Todos los esfuerzos mencionados han servido para la articulación de nuevas organizaciones, movimientos y alianzas antirracistas que han logrado resemantizar el concepto de afrocubano(a)/afrocubanía y potenciar el surgimiento de proyectos cuyo accionar se enfoca fundamentalmente en la visibilización del fenómeno racial bajo nuevos preceptos de asimilación social, apartados de conservadurismos políticos y académicos, al tiempo que enriquecen el panorama sociocultural de la Isla en torno a la temática, con sus numerosas contribuciones especializadas mediante su abordaje en diversas esferas.

El renacer del asociativismo independiente facilita el enfrentamiento a las múltiples manifestaciones de racismo en el espacio público y sociodigital. Permite también la gestión en torno a redes de ayuda mutua, la configuración de alternativas intelectuales que potencien el papel de las/os afrocubanas/os y la proyección de nuevas propuestas de reparación racial, hasta tanto se materialicen sus anhelos de equidad y justicia social que consoliden la integridad de la nación, en la que el color no sea más que una marca epidérmica entre lazos afectivos de hermandad solidaria, mediante la configuración de un orden económico basado en relaciones sociales de cooperación, al punto que deje sin sentido ético-racional toda idea o proyecto discriminatorio, que aluda a la pigmentación cutánea como rasgo diferenciador entre las relaciones humanas.

 

La revolución de los indecentes o la descolonización del pensamiento social

La colonización europea se caracterizó por la dominación de territorios mediante el sometimiento físico con intereses de extracción económica. Dicho proceso estuvo acompañado de normas cívicas, patrones de pensamiento y tradiciones importadas desde el Viejo continente e impuestas a las comunidades sojuzgadas como resultado del uso brutal de la fuerza, dada la superioridad tecnológica de los conquistadores.

En esta empresa, el papel de la ideología -ora como manifestación religiosa o como ciencia revestida de autoridad cognitiva-, desempeñó un rol trascendente en el apuntalamiento de estructuras que los sectores hegemónicos establecieron sobre las colectividades y/o grupos sometidos.

La antropología y la etnología, entre otras disciplinas, sirvieron como instrumento ideológico para el perfeccionamiento de los aparatos opresivos. La descalificación de expresiones culturales ajenas al continente europeo, se convirtió en práctica recurrente, lo que puede constatarse en gran parte de la documentación administrativa de las autoridades, así como en los enunciados discursivos de su dirigencia.

Tales postulados enfatizaban en el carácter supuestamente inferior de las manifestaciones religiosas de indígenas y africanos; considerados «vagos», «perezosos», «incivilizados» e «indecentes» por quienes sustentaban las riendas de las actividades productivas.

La esclavitud moderna fue una empresa efectiva en el proceso de acumulación originaria del capital. Ello impuso una racionalidad que asumía como natural la desigualdad entre personas, acorde a condicionamientos que instauraban en la cúspide de la representación universal al hombre blanco.

En consecuencia, las figuras más reconocidas en los distintos campos del saber tuvieron dicha condición racial y sexo-genérica, por lo que disfrutaron de prestigio y notoriedad, aun cuando su bienestar se sustentara en el sometimiento de millones de personas a la esclavitud o en la masacre de poblaciones indígenas.

Los sectores populares en el capitalismo latinoamericano y el papel histórico del marxismo con la emancipación social

El proceso de independencia de las repúblicas latinoamericanas se caracterizó por el predominio de oligarquías de poder conservadoras, aristocráticas y corruptas. Ellas intensificaron la explotación de las clases desposeídas, pactando con los poderes neocolonial e imperiales del capitalismo mundial, lo que agudizó las condiciones de dependencia y subdesarrollo económico que limitaban la prosperidad de sus habitantes.

La subordinación económica en muchos casos adquirió expresiones de sujeción política hacia los centros de poder internacionales, bajo el paradigma occidental/blancocéntrico, caracterizado además por su distinción clasista, racista y patriarcal en las formas en que se establecían las relaciones de poder.

Bajo el predominio de ese orden sistémico, la clase obrera y grupos subalternos vieron postergados sus ideales de realización existencial, al estar sometidos a las múltiples formas de explotación que impone el régimen del trabajo asalariado ante la maquinaria del capital y la dominación cultural que el sistema imperante dictó a la ciudadanía bajo sus propias lógicas de funcionamiento mercantil.

Los procesos revolucionarios del siglo XX arrastraron consigo rasgos de colonialidad y trans/posdominación. A tenor con ello, las autoridades reprodujeron prácticas de preterición social gestadas en tiempos coloniales. De este modo se mantuvieron múltiples prejuicios y patrones discriminatorios que requieren de un desmontaje integral, para lo cual pueden ser útiles teorías revolucionarias como el marxismo.

La perversión autoritaria/estalinista de esta última durante el siglo XX la apartó de todo compromiso social con la clase trabajadora, para apuntalar  regímenes oligárquicos que, aunque autoproclamados socialistas, adoptaron una estructura anti-democrática propia del capitalismo de estado e incorporaron en su ordenamiento unipartidista numerosas formas de subyugación obrera que ha sido analizada por marxistas heterodoxos como León Trotsky, Tony Cliff, MilovanDjilas, entre otros.

En la concepción de esa variante hegemónica, la cuestión racial, así como de las mal llamadas «minorías sexuales», desempeñó un rol de segundo orden, al relegar sus derechos cívicos e intereses grupales.

Tales elementos incidieron en la reproducción de prácticas imperiales como la rusificación de los pueblos europeos del este, o el socavamiento de la soberanía nacional de estados vecinos, invadidos por la orden del mando moscovita, auto-considerado centro mundial de las ideas socialistas y marxista-leninistas. Esta vertiente fue proclamada única teoría continuadora de las ideas de Marx, con lo que se estableció una teleología que encontró su origen en la revolución rusa de 1917 y su liderazgo político.

A ese corpus interpretativo, el intelectual argentino Néstor García Canclini -en su libro Las culturas populares en el capitalismo-, lo denominó «marxismo esencialista». Esta tradición intelectual estableció reflexiones marcadamente economicistas caracterizadas por diálogos solo vinculantes con el poder político, lo que condujo a la desatención de conflictividades que abarcaban la realidad de las clases desposeídas.

A su vez, la militancia autodenominada comunista en el siglo XX, se distinguió por la implementación de patrones de consumo industrial/desarrollistas y recreó visiones de empoderamiento obreristas, que desatendían las problemáticas de diversos grupos sociales como: indígenas, población negra y mujeres.

No obstante, a lo largo de la contemporaneidad se llevaron a cabo interpretaciones de proyección anticapitalista que abarcaron zonas del pensamiento invisibilizadas por la hegemonía soviética, entre cuyos exponentes resulta notorio destacar a los intelectuales marxistas José Carlos MariáteguiEric Williams (afrodescendiente) y Angela Davis (feminista negra), que desarrollaron visiones particulares de la transformación social, acorde a su contexto y realidad geográfica.

La revolución de los indecentes como praxis contrahegemónica frente a las estructuras dominantes del pensamiento occidental

La clasificación como otredad, el disciplinamiento del cuerpo, y la homogeneización social, han sido prácticas acometidas tanto por las elites burguesas como por las vanguardias políticas anti-sistémicas, encabezadas por elementos de la ciudad letrada, según acuñara el escritor uruguayo Angel Rama.

Dichas prácticas reniegan de las cosmovisiones alternativas a los conocimientos que la academia considera universales, otorgándoles un carácter de universalidad inmanente, del cual extrae las emociones y sentipensares; no pocas veces sustentados en procedimientos clasistas, darwinista-sociales y despreciativos de los subalternos, a los que exige el cumplimiento de patrones previamente normados para la «convivencia cívica».

En la conceptualización de ese proyecto, las capas populares son entendidas como «indecentes», «violentas» e «irracionales» en sus manifestaciones frente al carácter extractivo de los recursos por la clase poseedora de capital y medios productivos, no sin el proceso de desposesión previa que antecede a toda acumulación capitalista.

De igual forma, desde emplazamientos de privilegio se invoca al sostenimiento de la «paz ciudadana», para el predominio de un pacto extractivo únicamente sostenible sobre el trabajo de los asalariados. Estos se ven obligados a ofertar su fuerza laboral en el mercado para competir con otros sujetos en idéntica condición. Todo a cambio de jornales arbitrarios que impone el orden anárquico de producción, cuyo perfeccionamiento ha agudizado las consecuencias sociales del intercambio desigual, debido a las reglas dictaminadas por la globalización neoliberal.

En este contexto, los anhelos de quienes se han visto privados de satisfacer las más elementales necesidades humanas como resultado de la enajenación del trabajo que impone la apropiación privada de las riquezas, es resultado del predominio mundial de ese sistema que adquiere formas sofisticadas de dominación burocrática bajo las lógicas estatalistas del partido único, proveniente de una tradición de pensamiento autoritaria/estalinista en sus nociones y preceptos conceptuales del socialismo.

Dicha proyección ha sido incapaz de materializar los anhelos poscapitalistas que la teoría emancipatoria ha propuesto. De esta forma, han quedado relegados los derechos de quienes permanecen en condiciones de preterición respecto a los postulados del proyecto histórico de la modernidad. De ahí que la revolución de los subalternos e «indecentes», se proponga el desmantelamiento de todo el andamiaje que soporta la racionalidad de esa estructura civilizatoria, hasta alcanzar los ideales más amplios e inclusivos de liberación social y control popular de la producción frente al orden sistémico del capital.


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