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21.11.22

Feminismo y marxismo. Entrevista con Andrea D'Atri (II)

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Por Andrea D'Atri (*)

Andrea D'Atri es dirigente del PTS [Partido de los trabajadores socialistas, Argentina] y referente de la política de la mujer, tanto en términos político-organizativos como teóricos. Es autora del libro Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo y de múltiples

Por ahí, el problema que encuentro en la Teoría de la Reproducción Social no es teórico, sino en las posibles interpretaciones políticas de sus postulados. Que la "producción" de esta mercancía particular que es la fuerza de trabajo, se realice en el ámbito diferenciado del hogar familiar y por medio de un trabajo no pago específico, que además es realizado mayoritariamente por las mujeres, ¿permite derivar de ello la existencia de un nuevo sujeto revolucionario, por ejemplo? Esa es una posibilidad de interpretación política de la teoría. ¿O iguala estratégicamente las luchas sociales y las luchas identitarias con la lucha de clases en cuanto a su poder de fuego para la desarticulación del sistema capitalista? Esto no es algo que planteen las autoras de la Teoría de la Reproducción Social, pero como no nos interesan los debates académicos, sino que interpelamos a las teorías desde un punto de vista militante, vemos en la práctica que algunos sectores -incluso que no se reivindican marxistas, como sí lo hacen estas autoras de la Teoría de la Reproducción Social- apelan a distintos aspectos de la teoría para sostener políticas reformistas bajo discursos aparentemente radicales. Las huelgas de mujeres, son un ejemplo de lo que digo. La feminista británica LornaFinlayson admite el rol que tiene la huelga de cuidados, plantea que sirve para develar la importancia que tiene este trabajo reproductivo que, solo es visible cuando no se hace. Pero discute la idea de que el abandono del trabajo reproductivo tenga la misma capacidad de dañar al capitalismo que la huelga tradicional, el abandono de los lugares en la producción. Lorna sostiene que mientras el abandono del trabajo remunerado golpea al capitalista con la pérdida de ganancias, el abandono del trabajo reproductivo es menos directo. Incluso dice que si ese día las mujeres no lavan la ropa o no limpian la casa, lo harán más tarde o lo hará, excepcionalmente, otra persona por ellas. O no lo hará nadie y todo estará desordenado. Pero que el capitalista, dice ella, "no sufre, ni siquiera se dará cuenta".

En Argentina, por ejemplo, las huelgas de mujeres fueron impulsadas -en este estricto sentido de huelga de los cuidados- por sectores del feminismo afines al peronismo, mientras desde la izquierda sostuvimos siempre la necesidad de que había que exigir paro general a las centrales sindicales por las demandas del movimiento de mujeres (en ese momento, el derecho al aborto y contra los femicidios). Y así lo sostuvimos en la práctica, en aquellos lugares del movimiento obrero donde teníamos posiciones conquistadas a la burocracia sindical, consiguiendo que se votara el paro en asambleas de base. Por el contrario, algunos sectores sindicales que se reivindican feministas, promovieron los paros parciales o las salidas antes de hora en los lugares de trabajo pero únicamente de las mujeres, lo cual convierte a la medida en algo puramente simbólico, porque los compañeros trabajadores asumieron una carga mayor de trabajo productivo (no reproductivo) para "cubrir" la ausencia de sus compañeras.

Es decir, la Teoría de la Reproducción Social analiza de manera profunda de qué manera el capitalismo se BENEFICIA de la subordinación de las mujeres en la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero de ahí a interpretar que el capitalismo DEPENDE de la subordinación de las mujeres para su existencia, hay un salto teórico que tiene consecuencias políticas. Quizás el problema radica en pensar que solo si el capitalismo dependiera de la opresión de género, vale la pena ser anticapitalista. Pero como dice Finlayson, "La pregunta importante no es si es posible que exista un capitalismo sin discriminación de género, sino si esa sería una igualdad por la que valga la pena luchar."

Me quedé pensando en una cosa que decías, sobre el posible uso que se puede hacer de estas reflexiones para desplazar el problema de la explotación capitalista y poner a la par el aprovechamiento del trabajo de cuidados no remunerado con la extracción de plusvalor, dicho en términos un poco esquemáticos. Ahora bien, esto quizás viene también por otro lado, que es el tema de esta explosión que hay de múltiples posiciones identitarias en los movimientos. Porque yo pensaba que vos, en tu libro, discutías con Judith Butler que tenía una postura de que cualquier identidad es opresión. Hoy por hoy, no hay tantas posturas de este tipo, sino más centradas en construir identidades. Yo no lo veo por ninguna en particular, sino en todos los movimientos en general, está este estado de ánimo a favor de todas las identidades oprimidas menos de los marxistas. Hay una concepción del movimiento social por el reclamo puntual, cuya originalidad o especificidad lo resguarda de contaminarse con otros reclamos. Entonces, esta explosión de identidades, por ejemplo para mí está muy mal resuelta en la izquierda norteamericana, entre los que dicen "eso es movimientismo", "eso es política de identidad, hay que hablar solo de las reivindicaciones económicas". Y entonces los otros le dicen "ah, eso es reduccionismo de clase". Esa polémica, está muy mal resuelta desde el punto de vista teórico y político, como si no se pudieran articular distintas dimensiones de lo que es opresión y explotación, dentro de una mirada más global de lo que es el capitalismo y lo que hay que hacer para enfrentarlo. Pero concretamente, hoy no es el mismo panorama que hace un par de décadas, sino que están estas multiples formas de identificación y de movimientismo, que hacen más compleja esta discusión. ¿Vos cómo ves este escenario? ¿Qué te parece que se podría desarrollar como polémica pero también como aporte a dialogar con este estado de ánimo que hay más en la actualidad?

Me hiciste acordar de una anécdota en una universidad de Barcelona, donde se estaba desarrollando un acto en solidaridad con el pueblo sirio. Y una joven preguntó quién era sirio. Y como no había nadie de origen sirio, repudió el acto. Como si por no ser sirios, no se pudieran solidarizar con el pueblo sirio que estaba siendo masacrado. El identitarismo llevado a determinados extremos, puede resultar bastante ridículo.

El debate clase/género atraviesa la historia del feminismo socialista y marxista. Desde que Flora Tristán planteó -en el siglo XIX- que "la mujer es la proletaria del proletario", hasta la actualidad en que ciertos sectores de la izquierda encuentran en la vindicación de la diversidad una trampa neoliberal para fragmentar a la clase trabajadora. Pero durante las últimas cuatro décadas de desarrollo del neoliberalismo, este debate sobre las identidades volvió a escena, por las transformaciones descomunales que sufrió la clase obrera con la derrota del último ascenso global de la lucha de clases de los años '70.

Una idea extendida en el activismo radical es que, como individuos, nos atraviesan múltiples opresiones y que esas relaciones opresivas definen dos campos: el del oprimido o dominado y el del opresor o dominante. Entonces, mientras en el campo del dominado, habría víctimas que necesitan reparación para sus experiencias personales dolorosas y agraviantes, en el campo contrario, habría opresores que ostentan y disfrutan de sus "privilegios" individuales. Así que, por más que estas ventajas materiales o simbólicas sean posibles por la existencia del racismo o el heterocentrismo, las estructuras sociales e históricas que las determinan siempre ocupan un lugar secundario detrás de la responsabilidad individual. Entonces, el problema que presenta esta visión es que, si la opresión fuera únicamente una experiencia individual (por lo tanto, intransferible), los proyectos políticos colectivos son una utopía irrealizable. Por eso nos encontramos con que los grupos identitarios se desangran en la purificación de sus miembros: porque una mujer es mujer pero es blanca, o es lesbiana pero universitaria, etc. Siempre todos podemos estar en el lugar de dominado o dominante, incluso simultáneamente, porque desde el punto de vista individual, son posiciones relativas, siempre es relativo a algo. Y bueno, eso se puede extender infinitamente, atomizando y encontrando permanentemente más enemigos "naturales", que aliados políticos. Además, aquello inasible para los otros, como puede ser una vivencia personal, íntima y única, se postula como un patrón identitario, y corre el riesgo de trasladarse al terreno político y convertirse en fuente de verdades inapelables. La víctima siempre tiene razón en este mundo identitario. La víctima es la única que tiene la verdad sobre su opresión, sobre los mecanismos de esa opresión y también puede trasladarse a la verdad sobre la política. Hay una socióloga india, que se llama AvtarBrah, que dice que en vez de construir políticas de solidaridad entre distintos sectores oprimidos, se establecen jerarquías de opresión que, a su vez, invisten a determinados sujetos de autoridad moral.

Y esto es muy peligroso para la política. Mucho de esto sigue, lamentablemente, vigente. La política basada en la identidad, desde este punto de vista, se usa como fundamento para exigir más punitivismo. Es una de las consecuencias políticas lógicas la de reclamar más leyes punitivas para eliminar, fantasiosamente, las formas de opresión de las cuales los individuos son víctimas. La clave no es transformar radicalmente la sociedad en la que se reproducen el racismo, el heterosexismo, y otras estructuras de discrimación y opresión, sino sancionar al individuo que no reconoce o no respeta mi singularidad, desde sus privilegios. Y el problema no es, obviamente, el legítimo pedido de justicia para los crímenes racistas, los femicidios y otras formas de odio social. Sino que se traslada a todos los ámbitos de la vida, con la ilusión de que hasta las formas incluso más sutiles de discriminación que se reproducen en esta sociedad basada en la desigualdad, se pueden eliminar mediante el aparato punitivo del Estado. La contracara de esto es que, si no podemos cambiar la sociedad por esta vía, al menos podemos construir pequeños círculos libres de diferencias, libres de privilegios, safe, seguros, para pocos y cuando todos se subordinen a la jerarquía de opresiones establecida, ahí vamos a estar bien, seguros con nosotros mismos. En última instancia, es un sectarismo que no le hace ni cosquillas al capitalismo patriarcal, racista y xenófobo, por más radicalizadas que sean las consignas que se vociferen.

Obviamente que es una falacia liberal aquello de que, en una democracia capitalista todos somos iguales ante la ley. Las identidades no son inocuas, marcan nuestras vidas, porque mientras exista el racismo, las cárceles de Estados Unidos van a estar llenas de población afroamericana; mientras exista el transodio, las mujeres trans seguirán teniendo una expectativa de vida que no supera los 40 años y mientras exista el machismo y la discriminación de las mujeres, seguirán existiendo la brecha salarial, la violencia femicida, etc. Pero si queremos acabar con las opresiones raciales, heterosexistas, xenófobas y tantas otras que configuran identidades oprimidas e identidades opresoras, no tenemos que acabar con los blancos, los heterosexuales, los nativos, etc. Lo que tenemos que proponernos es acabar con el sistema capitalista que establece esas jerarquías racistas, patriarcales para garantizar su dominio, mediante la división de los explotados, que son las grandes mayorías, tomados de conjunto.

Y ahí entramos en otra discusión. Porque por un lado, ya a nadie escapa que las relaciones de explotación se extendieron, y que ha aumentado la clase trabajadora, asalariada, la clase explotada a nivel mundial. Esto hizo que, en la actualidad y por primera vez en la historia, los asalariados constituyan la mayoría de la población mundial y que la población urbana supere a la rural. Incluso, que por primera vez en la historia la mitad de la clase trabajadora, o casi la mitad, sean mujeres. Pero, a la división conocida desde los inicios del capitalismo entre trabajadores de países imperialistas y de sus colonias, se sumó la segmentación entre trabajadores sindicalizados, trabajadores "de segunda" y un enorme ejército proletario de reserva conformado por las masas que afluyen a las metrópolis y no son incorporadas, por el capital, a las relaciones asalariadas. Y esta masa de "trabajadores de segunda" -que algunos autores han denominado "el precariado"- es mayoritariamente femenina, racializada, migrante. Y conforman, en la actualidad, casi la mitad de la clase trabajadora mundial. Entonces, en última instancia, la homogeneidad de la clase obrera no es (ni fue nunca) un dato objetivo de la realidad. Más bien se trata de una construcción; el resultado de mecanismos de exclusión y jerarquización dictados por el capital y reproducidos también por la burocracia sindical que, hoy más que antes, se opone a organizar a los sectores más oprimidos de la clase trabajadora, se opone a unir las filas de los explotados.

Entonces creo que ahí también podemos encontrar las razones por las que las mujeres (trabajadoras), las y los inmigrantes (trabajadores), las personas racializadas (trabajadoras) encuentran en los movimientos sociales identitarios y policlasistas un canal para sus demandas en contra la discriminación de la que sus propias organizaciones como trabajadores no la hacen parte. Una separación entre demandas democráticas y derechos civiles, por un lado, y demandas económicas, sindicales, por otro, que aparecen como antagónicas, pero ese antagonismo es algo absolutamente nuevo. No es algo natural. En la historia del socialismo y del movimiento obrero, derechos civiles y demandas económicas siempre fueron unidos, hasta incluso mediados del siglo XX. Entonces, este crecimiento cuantitativo, que transformó la fisonomía de la clase trabajadora haciéndola mucho más diversa, no solo multiplicó los rostros, la diversidad de la propia clase, sino que, acompañando este proceso, se produjo la más grande fragmentación sociopolítica que la clase trabajadora tuviera en toda su historia y una crisis de subjetividad descomunal. Y esto fue provocado, en gran medida, por la derrota que asestó la contraofensiva capitalista, pero que fue alevosamente propiciada por las propias direcciones políticas y sindicales de la clase trabajadora. No es tanto la diversidad, sino sobre todo esta pérdida de centralidad política la que habilitó, por muchos años, las interpretaciones sobre la muerte o desaparición de la clase obrera.

Pero el capitalismo también entró en crisis en 2008 y ésta se hizo más evidente a los ojos de millones de personas durante la pandemia, que la clase obrera sigue existiendo. Si no hubiera habido trabajadoras y trabajadores, no sé cómo hubiéramos sobrevivido. En esta larga década, desde el 2008 en adelante, el capitalismo perdió el prestigio que tenía en los años 90. Y junto con esta crisis y cambios en la manera de pensar de nuevas generaciones, el feminismo neoliberal también empieza a ser cuestionado. Y por eso se recrearan los feminismos populares, decoloniales, antirracistas, antiimperialistas y anticapitalistas que denuncian la complicidad de ese feminismo neoliberal con las políticas de ajuste, flexibilización y desmantelamiento del Estado de Bienestar, el incremento de la precarización del trabajo y de la vida. Esto creo que es el fenómeno más novedoso de esta nueva ola feminista, esta crítica que empieza a relacionar el problema de las masas femeninas con el problema del capitalismo.

Pero el límite de pensar la política desde las identidades, donde la pertenencia de clase es una identidad más, es suponer que como todes o un 99% somos oprimidos por el sistema capitalista, la unidad ya está dada, porque esa unidad la introduce el enemigo, se introduce desde el exterior. Pero esa unidad hay que construirla y la "identidad" que tiene esa posibilidad es la clase trabajadora. ¿Por qué? Porque detenta las posiciones estratégicas para el funcionamiento de la sociedad (no solo las grandes industrias para la producción de mercancías, sino también la logística para la gestión de su transporte, la atención de los servicios, etc.). Este "poder posicional" -derivado de su situación objetiva- que le permitiría a la clase trabajadora interrumpir la producción y circulación de valor, o lo que es lo mismo, paralizar las ganancias capitalistas, podríamos decir que incluso se vio incrementada en las últimas décadas. Y es una potencialidad que no está fundada en ningún esencialismo identitario. Sino que está fundada en el lugar que ocupa la clase trabajadora en los resortes del funcionamiento del sistema capitalista. Solo puede hacerse efectiva esa potencialidad, si la clase trabajadora sostiene una política que, como planteaba Lenin contra los economicistas, denuncie todos los agravios sufridos por los grupos, clases y capas sociales oprimidas por el capital, y que ligue sus demandas a la perspectiva de una lucha política revolucionaria contra el Estado y el régimen, para derrocar finalmente al capitalismo.

Entonces, sostener que ya hay una unidad popular basada en el hecho de que el 99% somos obreras, negras, lesbianas, trans, pueblos originarios, etc., oprimidas por el capital es una manera de evitar la tarea estratégica de construir esa alianza, porque eso implica la lucha política de los sectores más oprimidos entre los explotados contra las burocracias sindicales y las burocracias de los movimientos identitariospoliclasistas, que fortalecen la división y ademas intentan limitar la radicalidad explosiva de los sectores más oprimidos de los movimientos para domesticarlos y asimilarlos al régimen político. Mientras no se apunte contra la propiedad privada, los movimientos pueden ser asimilados por las democracias capitalistas, donde la ampliación de derechos identitarios puede coexistir con una, cada vez más marcada, jerarquización identitaria de la clase explotada, como contracara de esos derechos. Decía que el potencial de la clase trabajadora (que es feminizada, racializada, migrante, etc.) que proviene de su lugar en las relaciones sociales de producción es apenas una disposición ventajosa que requiere ponerse en acto. Porque para interrumpir el funcionamiento de la economía y afectar las ganancias capitalistas como primer embate contra la explotación y las opresiones, la clase trabajadora no solo debe enfrentar a las patronales, también tiene que sacarse de encima a las burocracias sindicales que limitan su potencial a las negociaciones corporativas, las negociaciones salariales, entre el capital y el trabajo. Pero también, tendrá que enfrentar al Estado capitalista y los partidos políticos del régimen democrático burgués. No solo a las nuevas derechas trumpistas, a las derechas tradicionales, a los neoliberales progresistas, que se presentan siempre como un mal menor frente a las derechas traidicionales y trumpistas y también a quienes, con un discurso de izquierda, se ofrecen a gestionar la decadencia capitalista y se resignan a subordinarse a ese "mal menor". Tenemos el ejemplo de Podemos, surgido de las movilizaciones de los indignados y luego transformándose en un partido del régimen y co-gobernando nada menos con el tradicional partido neoliberal progresista español que es el PSOE.

Estas luchas políticas son necesarias, porque ninguna sociedad igualitaria, ni mucho menos el comunismo van a llegar automáticamente con la profundización de la crisis capitalista. En este sentido, la fragmentación identitaria infinita que conduce a una guerra de todos contra todos, es un callejón sin salida tanto como la unidad populista de todas las identidades donde las alianzas obturan la lucha política de estrategias y las demonizan, incluso, como si se tratara de ataques discriminatorios. Ahí se moraliza la política.

Un feminismo marxista que aspire a protagonizar transformaciones radicales, debería proponerse desarrollar corrientes militantes revolucionarias en el seno de las organizaciones de masas de la clase trabajadora. No como un fin en sí mismo, sino para conquistar volúmenes de fuerza que permitan articular la lucha por la dirección de la clase trabajadora, con un programa de unidad de sus filas y con la perspectiva de ampliar su hegemonía. Lo contrario a lo que hace la propia burocracia que es renuente a la organización de los sectores más oprimidos de la clase, como la mayoría de las mujeres, que son precarias, la mayoría de los inmigrantes, que son precarios, la mayoría de las personas racializadas, que son precarias, etc. Y, al mismo tiempo, el feminismo marxista debería buscar impulsar los movimientos sociales progresivos -que necesariamente son policlasistas, aunque su composición sea mayoritariamente de personas trabajadoras- desarrollando polos revolucionarios que, en disputa con las otras tendencias que influencian con la idea de la conciliación con el Estado y el régimen, desarrollen otra perspectiva, la de la independencia política respecto de las clases dominantes y la convergencia con las luchas de la clase trabajadora.

Si aspiramos a una sociedad reconciliada, en la que la reproducción y la producción se desarrollen armoniosamente con la naturaleza; una sociedad liberada de todas las formas de explotación y opresión, no podemos quedarnos a esperar que surja automáticamente, de la propia crisis, mediante una insurrección global espontánea. Es necesario prepararla.

Te escuchaba y me acordaba de una vez que le hice una entrevista a Filippo Del Lucchese, que es italiano y tiene un libro muy bueno sobre Maquiavelo y también tiene una especie de fijación contra la "democracia agonista" de Chantal Mouffe, porque esta no considera posible la conflictividad respecto del sistema económico sino solamente una conflictividad política que se puede dirimir dentro de la democracia. Entonces yo pensaba, mientras te escuchaba, que la supuesta sofisticación de denunciar al marxismo como economicista -sin negar que haya marxistas economicistas- esconde una resignación sobre la posibilidad de cambiar la economía, que es -en última instancia- donde se define qué clase manda y cómo vive la gente. Y esta separación, que vos decías que antes no existía a este nivel, entre las demandas económicas y las de reconocimiento o democráticas para mí tiene que ver con esto. Ahí hay un problema político-ideológico, que no tiene que ver solamente con el uso oportunista que puede hacer el capitalismo de la cuestión de la diversidad, sino también con una renuncia desde este lado o desde el lado de los movimientos a pensar en algo que vaya más allá de la situación actual. Por otro lado, vos trazabas un escenario de cómo ha cambiado la clase obrera en su composición, en su multiplicidad, En estos procesos de lucha de clases que se dan ahora, vos serías más o menos optimista sobre la posibilidad de que las distintas formas de identificación (clase, etnia, género) se puedan ir articulando?La estrategia que vos planteabas como central va a tener alguna ayuda de la realidad o está más verde?

Respecto de lo que vos mencionabas de la democracia capitalista como un lugar de debate sobre distintas cosas, pero en el que lo que no se puede cuestionar es el funcionamiento del sistema capitalista, creo que Terry Eagleton -ahora no recuerdo bien- o SlavojZizek, decía que en el posmodernismo se puede hablar de todo lo cultural pero no se puede, está prohibido, hablar de economía. Yo creo que eso fue una ideología de la derrota, entonces la derrota provocó también estas profundas derrotas ideológicas.

Pero me parece que estamos en un momento diferente, porque justamente lo que la crisis capitalista provoca en el 2008 es un dislocamiento del cual todavía no puede salir el capitalismo y que ha provocado grandes transformaciones en la manera de pensar de la gente. El capitalismo ha expuesto su cruda verdad de una manera más brutal ante los ojos de millones de personas; la pandemia también expuso el rol de la clase trabajadora a nivel internacional, sin trabajadores no habríamos podido sobrevivir y también ha expuesto este mecanismo desquiciado del capitalismo por el cual, con la pandemia y la crisis, cada vez más nos hundimos en la miseria millones de personas en el mundo y al mismo tiempo eso no es igualitario porque la otra parte, la clase dominante, cada vez se enriquece más. Entonces, lo que crece no es solamente la pobreza sino que crece la desigualdad. Todas esas cuestiones, junto con esta modificación que decíamos antes de la clase trabajadora, que es cada vez más diversa, más heterogénea pero también más extendida a nivel mundial, creo que nos permiten pensar en un futuro promisorio.

Vos preguntabas si era optimista o pesimista. Creo que, sin tener un optimismo irracional, me parece que hay mejores condiciones en el futuro para avanzar con esta política de construir la hegemonía de la clase trabajadora y la alianza con los sectores oprimidos socialmente (que a su vez integran esa clase trabajadora que cada vez es más extendida) y pensar que la perspectiva de la resistencia infinita no tiene por qué ser nuestra única meta, sino que es posible pensar también cómo nos preparamos para construir la victoria.

(*) Andrea D'Atri miembro del PTS, es colaboradora de las revistas Estrategia Internacional y Lucha de Clases. Ha dictado numerosos cursos y seminarios sobre Género y Clase en universidades argentinas y es autora de "Pan y Rosas: Pertenencia de genero y antagonismo de clase en el capitalismo", Ed. Armas de la Crítica, Buenos Aires, 2004.

Fuente:https://www.laizquierdadiario.com/Feminismo-y-marxismo


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