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7.11.22

La igualdad que más preocupa a los socialistas es la igualdad de poder

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Por Ben Burgis (*)

Cuando los socialistas hablamos de crear una sociedad más igualitaria, no nos referimos a una sociedad en la que todas las personas tengan exactamente la misma cantidad de todo. Nos referimos a una sociedad en la que el poder se ha igualado mediante la extensión de la democracia en la economía.

En la película de 1995 Casino de Martin Scorsese, Robert De Niro interpreta al jefe de un casino relacionado con la mafia, Ace Rothstein. Ace trata de asegurarse de que todos los aspectos de su operación sean perfectos. En una escena especialmente divertida, él está comiendo una magdalena de arándanos en una reunión de negocios en el restaurante del casino. Cuando se da cuenta de que hay menos arándanos en su magdalena que en la de su socio, se dirige a la cocina e impone la ley: "¿A partir de ahora quiero que pongan la misma cantidad de arándanos en cada magdalena!". El chef le mira incrédulo y le pregunta: "¿Sabe cuánto tiempo llevaría eso?".

Cuando los socialistas hablan de superar la desigualdad económica, los conservadores y los libertarianos a menudo reaccionan como si eso fuera tan absurdo y poco realista como asegurarse de que cada magdalena tenga un número exactamente igual de arándanos. ¿Cómo podríamos imponer una igualdad perfecta? Incluso si todo el mundo empezara con la misma cantidad de los recursos sociales, ¿no ganarían inevitablemente algunos activos con el tiempo mientras otros los perdían? ¿Cómo podríamos evitar que esas desigualdades surgieran de forma natural?

¿Qué tipo de igualdad?

Imagina que Jane reserva una parte de su sueldo para poder comprarse una casa, mientras que su compañero de trabajo, James, gasta la misma cantidad en whisky caro. Con el tiempo, Jane será propietaria de una casa. Quizá el valor de la casa aumente con el tiempo y pueda venderla por más de lo que pagó. James, por su lado, no tiene más que recuerdos felices y un hígado algo deteriorado. ¿Puede considerarse esta desigualdad objetable o injusta de algún modo?

El filósofo Robert Nozick presentó una versión sofisticada de este argumento anti igualitario en Anarquía, Estado y Utopía (1974), donde escribió que "la libertad altera los patrones". Nozick afirmaba que si parejas de individuos como James y Jane son libres de realizar lo que él llama "actos capitalistas entre adultos que consienten" -gastar su dinero como prefieran- el resultado no se parecerá a la igualdad perfecta ni a ningún otro patrón de distribución que los filósofos puedan soñar. Debemos respetar la libertad económica, piensa Nozick, aunque el resultado sea una gran desigualdad.

Hay al menos dos razones por las cuales argumentos como éste no deberían molestar a los socialistas. En primer lugar, se puede pensar que los recursos de una sociedad debieran distribuirse de forma razonablemente equitativa sin exigir una igualdad exactamente igual a la de los arándanos en cada pastel. En 2020, por ejemplo, un CEO medio ganaba trescientas cincuenta veces más que el trabajador medio. Se puede pensar que esta es una desigualdad mucho mayor de la que permite la justicia sin la necesidad de insistir en que cada persona tenga exactamente la misma cantidad en su cuenta bancaria.

Si el "patrón" que nos importa es que nadie gane absurdamente trescientas cincuenta veces más que otra persona, en teoría ni siquiera tendríamos que impedir la capacidad de la gente para realizar "actos capitalistas". Podríamos simplemente intervenir de vez en cuando -digamos, cada 15 de abril-redistribuir parte de la riqueza de la gente de arriba hacia la gente de abajo. Los libertarianos podrían alegar que esto es una violación de la "libertad" económica porque estaríamos "robando" a los ricos, pero como he argumentado en otro lugar, no hay razón para tomar en serio tal afirmación.

En segundo lugar, aunque todo el mundo, desde los socialistas hasta los liberales del New Deal, coincide en que las disparidades de ingresos de 350:1 es obscena, desde una perspectiva socialista el tipo de igualdad económica más importante no es la desigualdad de ingresos en sí misma, sino la desigualdad de poder económico. En el capitalismo, la gente compra y vende no sólo posesiones, sino la propiedad (o las acciones de propiedad) de las empresas. Eso significa que la sociedad está dividida en una clase de propietarios y una clase de trabajadores, y hay un asombroso desequilibrio de poder entre ellos.

El obsceno nivel de desigualdad de ingresos dentro de las empresas capitalistas se deriva de esta desigualdad básica de poder. En lugar de que todo el mundo en una empresa decida democráticamente cómo dividir los ingresos generados por su esfuerzo colectivo, alguien como Jeff Bezos puede decidir unilateralmente quedarse con una parte suficiente de los beneficios de Amazon para poder comprar literalmente su propia nave espacial. A esto nos referimos los socialistas cuando hablamos de "explotación": la parte de los ingresos producidos colectivamente que un propietario obtiene no porque tenga alguna exigencia convincente que pueda convencer a los trabajadores para que la acepten, sino simplemente porque tiene el poder de quitárselos.

El ejemplo de Mondragón

Incluso en el capitalismo, los trabajadores pueden introducir cierto grado de democracia en su lugar de trabajo organizando un sindicato. Es un gran paso en la dirección correcta. Pero los trabajadores siguen teniendo menos control sobre las decisiones de sus jefes que el que tenían los parlamentos sobre las acciones de los reyes en algunas versiones del feudalismo.

Compare esto con la empresa más exitosa del mundo dirigida por trabajadores: Mondragón, una federación de cooperativas con decenas de miles de socios. Ningún socio trabajador de Mondragón gana más de seis veces y media el salario del socio peor remunerado. Si la economía española estuviera dominada por las cooperativas -de manera que Mondragón no tuviera que competir por el talento de los directivos y técnicos con las empresas capitalistas convencionales- esas diferencias salariales serían probablemente menores.

Sin embargo, es revelador que la diferencia en Mondragón sea tan pequeña en comparación con la norma capitalista. No es posible que algunas personas ganen cientos de veces más que otras cuando todo el mundo puede votar sobre las escalas salariales. Es posible convencer a tus compañeros de que deberías recibir un poco más si asumes un mayor estrés o responsabilidad o si tienes que hacer tareas especialmente sucias o peligrosas. Pero que tengas buena suerte en convencerles de que hay que ganar tanto como para poder comprarse una nave espacial.

El veto empresarial

La igualdad de poder en el lugar de trabajo es también una condición previa para la igualdad de poder en el conjunto de la sociedad. He dicho antes que, "en teoría", las peores desigualdades del capitalismo pueden corregirse a nivel político sin cambiar el sistema económico. Eso es cierto hasta cierto punto, pero sólo hasta cierto punto, puesto que las desigualdades en el poder económico siempre se traducen en desigualdades en el poder político.

Si usted es dueño de una fábrica que da empleo a la mitad de los trabajadores de su distrito electoral, tiene un voto en las elecciones, al igual que sus empleados, pero si llama a la oficina de su congresista hay muchas posibilidades de que le comuniquen con él. Un trabajador de una cadena de montaje de su fábrica tendría suerte si consiguiera una conversación prolongada con un becario. Incluso en los países capitalistas con estrictas leyes de financiación de campañas, los políticos tienen muchas razones para aplacar a los propietarios. Después de todo, los capitalistas tienen un as en la manga: pueden ejercer su "veto empresarial" sobre las políticas que no les gustan cerrando y trasladándose a otro lugar.

El único poder de "veto" del que gozan los trabajadores es el poder de salida, y tarde o temprano tienen que reincorporarse a la economía en algún otro lugar de trabajo igualmente jerarquizado donde pueden tener muchas de las mismas quejas. Ah, y que no ejerzan ese poder de salida con demasiado frecuentemente ni que consideren sus opciones durante demasiado tiempo o esas lagunas en su historial laboral serán un problema en su próxima entrevista de trabajo.

Más allá de que este tipo de desigualdades en el lugar de trabajo tengan numerosos efectos negativos -desde lugares de trabajo inseguros hasta la subcontratación y el vaciamiento de la democracia política-, los desequilibrios extremos de poder son inaceptables en sí mismos. Sin duda, toda empresa compleja que implique la cooperación humana a gran escala requiere cierto grado de jerarquía operativa.

Si no se faculta a determinadas personas para que tomen decisiones concretas en el día a día sin tener que consultar a todo el mundo sobre cada detalle, muy poco podrá hacerse. Sin embargo, si las personas que dan órdenes no son democráticamente responsables ante las personas que las reciben, terminamos con unos seres humanos que dependen de los caprichos de otros de un modo innatamente degradante.

Socialismo e igualdad

Como señala el difunto sociólogo marxista Erik Olin Wright en su libro How to Be an Anti-capitalist in the Twenty-First Century (Cómo ser un anticapitalista en el siglo XXI), tu derecho como individuo a hacer lo que quieras en contextos en los que nadie más se vea perjudicado por tus decisiones está estrechamente relacionado con el derecho de todos a opinar sobre las decisiones que nos afectan a todos. Ambos son aspectos del único valor que él llama "autodeterminación".

Si quiero sentarme a drogarme y ver películas de Harold y Kumar en la intimidad de mi casa, no debería importar que tú pienses que ese es un mal uso de mi tiempo porque somos iguales y no deberías tener el poder de tomar decisiones por mí. Pero si yo soy tu jefe y quiero poner en peligro tu vida cerrando la tienda de comestibles donde tú y decenas de personas más trabajáis, entonces no debería poder tomar esa decisión exactamente por la misma razón.

En un sistema totalmente socialista, todas las empresas serían propiedad de los trabajadores, de los poderes públicos o una combinación de ambos. No me hago ilusiones de que una sociedad así sea una utopía prístina en la que todos tuviéramos exactamente lo mismo que los demás. Algunas personas disfrutarían de éxitos y ventajas en uno momento u otro de su vida de los que otros carecerían. Los conflictos interpersonales, los resentimientos y los celos persistirían. También lo harían los conflictos políticos en torno a mil cuestiones que no desaparecerían sólo porque la sociedad no estuviera dividida en clases económicas.

Pero, independientemente de los conflictos que tuviéramos, podríamos tenerlos de igual a igual. Y eso lo es todo.

 

(*) Ben Burgis profesor de filosofía y autor de 'Give Them An Argument: Logic for the Left'. Comentarista de The Debunk todas las semanas en The Michael Brooks Show y colaborador de la revista Jacobin.

Fuente: Jacobin, 23 diciembre 2021

Traducción: Bru Laín


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