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3.10.22

Italia: ¿Qué elecciones?

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Por Aldo Carra, Pancho Pardi (*)

El voto debería ser ocasión de regocijo democrático; por el contrario, se ha vuelto cada vez más desalentador.

Pancho Pardi

Empezando por el sistema Porcellum, una ley electoral con listas cerradas y candidaturas múltiples que despojan de cualquier apariencia de libre elección al votante. Su orientación mayoritaria sobrevalora los votos del ganador y devalúa los de los perdedores: el principio constitucional de igualdad del voto se convierte en letra muerta. La reducción del número de parlamentarios adelgaza aún más las minorías y magnifica el efecto mayoritario.

Sea cual sea el programa político que se tenga, lo decisivo es construir una coalición que tenga una apariencia de solidez hasta el cierre de las urnas. Esto es aún más necesario para imponerse en más de un tercio de los escaños disponibles, que se eligen por el sistema uninominal. En esas circunscripciones, no hay reparto proporcional de los votos obtenidos: quien se impone, aunque no sea más que por un solo voto, es el único representante de la circunscripción.

El centro-derecha consigue disimular las diferencias internas y presentarse como unido; el centro-izquierda, en cambio, se distingue por la división. No tiene mucho sentido repasar todas las particularidades. Ahora, a pesar de las hostilidades entre Salvini y Meloni, el centro-derecha llega a las urnas con una sola coalición, mientras que el centro-izquierda tiene al menos tres, que serán la muerte de cada una de ellas en circunscripciones uninominales.

La predicción actual es que el centro-derecha podría ganar la mayoría de ellas. Hasta en las regiones en las que históricamente ha dominado el centro-izquierda, resulta más difícil ganar con el sistema uninominal. Los expertos nos han explicado desde hace tiempo que el voto en las elecciones uninominales tiene un efecto de arrastre sobre el voto en las elecciones plurinominales. Esto podría permitir al centro-derecha ganar dos tercios de los escaños. Es algo más que una bonita cifra. Una reforma constitucional aprobada con dos tercios de los votos en el Parlamento no se sometería a referéndum.

Un centro-derecha victorioso podría imponer una república presidencialista y un regionalismo diferenciado sin que los ciudadanos tuvieran nada que decir. Por no hablar de la erosión de derechos que una mayoría soberanista y populista comenzaría a promulgar de inmediato.

¿Qué hacer? ¿Quedarse de brazos cruzados ante la esperada e inevitable derrota? En las circunscripciones uninominales, los votantes de centro-izquierda se enfrentan a una elección dramática. ¿Votar a las formaciones que mejor responden a sus aspiraciones ideales, o votar a la coalición que tiene más posibilidades de ganar que las demás? Las perversas leyes electorales y el rumbo mayoritario han debilitado el concepto mismo de representación: la gente ya no vota para verse representada, sino para concederle a alguien, con un voto útil, una oportunidad de gobernar. La experiencia reciente demuestra lo ilusorio de esta expectativa. Pero la situación actual, con las inesperadas y ahora inminentes elecciones del 25 de septiembre, nos enfrenta a una elección en la que hay mucho más en juego que un voto útil instrumental.

Es necesario votar en función del hecho de que nos encontramos en una situación de absoluta emergencia constitucional, con el fin de evitar un éxito de dos tercios del centro-derecha. Es necesario que la coalición liderada por el PD, con la Izquierda y los Verdes, la única capaz de luchar por circunscripciones uninominales en igualdad de condiciones con el centro-derecha, consiga un éxito significativo. Para muchos ciudadanos, votar por ellos se antoja una cesión de su propia soberanía, de sus propias preferencias; una píldora difícil de tragar.

Podemos imaginarnos el torrente de críticas que encontrará esta propuesta en el discurso público. Así, por ejemplo: ¿vamos a confiarle realmente la salvaguarda de la Constitución a un partido que hace pocos años intentó desvirtuarla con la reforma Renzi-Boschi? Pero el peligro inminente no se aborda rememorando el pasado. ¿Qué nos importa más: el éxito temporal de nuestro grupo favorito o la integridad de la Constitución?

Es una prueba dura, pero hay una pregunta en ciernes cuya respuesta depende de hasta qué punto seamos capaces de hacer esa dolorosa elección: ¿gobernará el centro-derecha sólo con una mayoría contenida, o será el árbitro absoluto de nuestro destino constitucional? Estar obligados a votar estratégicamente es desalentador, pero hagámonos una promesa a nosotros mismos: esta es de verdad la última vez. Para la próxima vez queremos una ley electoral digna de ese nombre, que garantice nuestro derecho de voto en igualdad de condiciones. Es nuestra última esperanza.

Fuente: il manifesto global, 16 de septiembre de 2022

 

Pensemos en el 26 de septiembre para entender qué hacer el 25

Aldo Carra

No se puede más que estar de acuerdo de principio a fin con el llamamiento a votar de Norma Rangeri: lo peor de lo peor para la democracia es cuando se elimina la voluntad de votar. Este es el drama que tenemos ante nosotros.

Es un fenómeno dramático que se observa en muchos votantes democráticos y de izquierdas, en la creencia generalizada de que votar no sirve para nada. Si esta es la situación, para contrarrestar la decepción sobre el voto, así como la crisis de la izquierda, necesitaríamos un proyecto de gran impacto, un compromiso extraordinario de sujetos organizados y personalidades individuales que expresen una voluntad "creíble" de cambio de rumbo.

¿Qué se puede hacer hoy, habiendo llegado a la línea de meta? ¿Quizás un compromiso que se aplique a partir del día siguiente, cuando la dura realidad que tememos sea un hecho consumado? ¿Un compromiso para llevar a cabo una revisión conjunta del voto para iniciar una nueva etapa? ¿Un contrato propio y notarial en el que la persona que firma se compromete a dejar el partido/movimiento del que forma parte para participar en un nuevo proceso constituyente?

Entre mi red de conocidos, hay quienes votarán al PD, otros que votarán a la alianza de Verdes- Izquierda Italiana, otros que votarán a la Unión Popular y otros que votarán al M5S (Movimiento Cinco Estrellas). No hablemos de "entusiasmo", dado que ya casi no sabemos lo que significa, pero es que los argumentos en apoyo de determinadas posiciones son a menudo débiles desde un punto de vista racional, y a veces muy similares: con el mismo propósito (cruzar el umbral electoral o poder desempeñar un papel), se eligen opciones muy diferentes, y reina la confusión.

Ya no es necesario distinguir entre el 25 y el 26. Todos nosotros, ya seamos votantes convencidos, probables abstencionistas o partidarios de votar a dos partidos diferentes para la Cámara y el Senado para abarcar opciones contradictorias, nos veremos obligados a iniciar un nuevo camino. Así que empecemos a trazarlo, y quizás hacerlo nos ayude a tomar mejores decisiones sobre qué hacer el día 25.

En primer lugar, insisto en admitir una cosa: reconocer que somos inadecuados para pasar de los grandes objetivos ideales a la puesta en práctica operativa en términos de recursos, tiempos, formas, para actuar en el espacio entre la cultura de la oposición y la cultura del gobierno. La prueba concreta, para mí, es que hemos aceptado que el PNR [Plan Nacional de Recuperación], un proyecto histórico por las opciones que implica, los recursos que compromete y las condiciones que impone, se aprobara sin debate en el Parlamento. ¿Autoritarismo gubernamental? Sin duda. Pero también falta de preparación de los partidos (incluida la izquierda) y abdicación de la responsabilidad en los tecnócratas (una opción conveniente para ocultar las propias debilidades).

Este vacío debe llenarse construyendo un hilo conductor que conecte las necesidades sociales, su traducción en objetivos, el uso de los recursos y la capacidad de vincular recursos y objetivos, y que, por tanto, haga una estimación de las medidas políticas. Sin ceñirse a lemas (en ese terreno gana el populismo) y sin ponerse en manos de tecnócratas (como Letta, que se suicidó políticamente con la agenda de Draghi).

En segundo lugar, hay que insistir, creo, en el tema de la guerra y el armamento. Sobre el apoyo a Ucrania y la condena a Rusia ha habido un acuerdo amplio, aunque no total. Pero en la búsqueda de una solución diplomática para la paz, y en una línea política de reducción del gasto militar, hemos sido débiles. Nos hemos silenciado por miedo a que nos tachen de prorrusos. ¿Podemos recuperar nuestra autonomía de juicio y de propuestas, sin alinearnos tras los Estados Unidos? ¿Podemos reivindicar la cuestión del desarme y la reducción del gasto militar como cuestiones de paz y de futuro? ¿Y de esta manera, hablar tanto a los jóvenes como al mundo católico?

¿Qué pasa con el silencio sobre la crisis de la globalización y la multipolaridad ante el resurgimiento de las fronteras y los aranceles, los muros comerciales y la nueva división global en bloques ideológicos militares con el resurgimiento de una OTAN global?

Si volvemos a las cuestiones cotidianas más cercanas a la vida de la gente, hemos sufrido bajo un torrente de malestar, conducido con habilidad por el doble conjunto de la derecha de Salvini y Meloni, capaz de conectar directamente con las necesidades populares, con las categorías sociales y económicas afectadas por las crisis. Entrelazando la vieja cultura corporativista y el nuevo populismo, estas fuerzas han relegado a la izquierda a las zonas privilegiadas de las ciudades y las élites. Mientras tanto, los sindicatos se han visto empujados a primera línea para proteger a los trabajadores víctimas de la crisis, buscando formas e instrumentos de defensa. Pero así se acabó abandonando el campo social de la desigualdad, de la nueva pobreza y el desamparo de la juventud.

Vayan como vayan estas elecciones, las fuerzas sindicales y políticas sensibles a estos temas tendrán que encontrar la armonía y la sinergia para influir y cambiar la política. Tendremos mucho que hacer después del 25. Que cada uno mire bien su casa. Porque no todos somos igualmente responsables de la derrota que se avecina. Tampoco podemos salirnos con la nuestra pidiendo ahora disculpas. Tenemos que prepararnos para una extenuante labor de reconstrucción, con mucha, mucha, humildad.

Fuente: il manifesto global, 23 de septiembre de 2022

 

(*) Aldo Carra es periodista del diario italiano il manifesto.

(*) Pancho Pardi es miembro del Senado italiano por el partido Italia dei Valori, participó en el movimiento estudiantil de los años 70 y en Potere Operaio, fue profesor universitario de urbanismo y estudios territoriales hasta su jubilación, y ha sido promotor de innumerables iniciativas cívicas.

Fuente: Il Manifesto Global

Traducción: Lucas Antón


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