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19.9.22

¿Van a pagar los trabajadores la factura de la guerra de Putin?

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Por Malte Lübker, Thilo Janssen (*)

En el año en curso, es probable que los trabajadores de toda Europa vayan a sufrir un descenso substancial del poder adquisitivo de sus salarios.

Esto resulta válido para todos los países de la Unión Europea, con una caída media prevista de los salarios reales del 2,9%. La profundidad y la amplitud de este descenso salarial no tienen precedentes. No se trata de predicciones de los agoreros, sino de las previsiones oficiales de la Comisión Europea.

La desaceleración del crecimiento y el aumento de los precios de la energía, los alimentos y otros productos básicos se citan a menudo para explicar la tendencia a la baja. Si a ello se añade la incertidumbre y la prolongación de la guerra en Ucrania, las perspectivas de los sindicatos y de la negociación colectiva suponen un desafío, tal y como argumentamos en el último Informe sobre negociación colectiva europea del Instituto de Investigación Económica y Social (WSI) de la Fundación Hans Böckler.

¿Espiral de precios y salarios?

Muchos de los comentarios de los medios de comunicación hacen hincapié en el peligro de una espiral creciente de precios y salarios. Según los economistas ortodoxos, la amenaza de un "sobrecalentamiento" de los salarios está a la vuelta de la esquina y hay que prevenirla. Sin embargo, estas advertencias no encajan bien con el crecimiento de los salarios que observa en la economía real, que sigue siendo tenue.

Los salarios nominales aumentaron solo un 4,2% en 2021 y es probable que el crecimiento salarial se reduzca a un 3,7% en 2022, según los datos de la Comisión. El seguimiento prospectivo de los salarios por parte del Banco Central Europeo en la zona euro apunta a un crecimiento salarial aún menor, de alrededor del 3% este año. Esto es compatible con la estabilidad de los precios, teniendo en cuenta las tendencias a largo plazo de la productividad laboral y el objetivo de inflación del BCE. Philip Lane, miembro del Comité Ejecutivo del BCE, dijo lo mismo a principios de este año.

En medio de la crisis del coste de la vida, se ha prestado mucha menos atención a las numerosas empresas que registran elevados beneficios y pagan miles de millones de euros en dividendos. Los trabajadores no pueden aumentar unilateralmente el precio de su trabajo, pero muchas empresas sí lo han hecho con sus productos.

Tomemos el ejemplo de la industria automovilística alemana, que va como un tiro pese a las interrupciones en la cadena de suministro. Al leer los últimos informes empresariales de los tres principales fabricantes alemanes, la "mejora del posicionamiento de los precios" aparece como una razón clave de su último año de abundantes beneficios. Para los accionistas, es una buena noticia. Para la opinion públicao, es inflación en ciernes.

En el conjunto de la economía, se acumulan los precios más elevados en el concesionario de automóviles y en la caja del supermercado, al igual que los dividendos en las cuentas de corretaje de los accionistas. Disimulada por la agitación económica, el año en curso podría caracterizarse por una importante redistribución de la renta a costa de los trabajadores. La Comisión prevé que la proporción de la producción económica asignada a los salarios -la parte del trabajo- disminuya en 2022. Por el contrario, se prevé que aumente la proporción de las rentas empresariales y de la propiedad. Esto resulta aún más notable, dado que la proporción de los beneficios suele disminuir durante una crisis.

Esta vez es diferente

Esta crisis, dicho de otro modo, es diferente. ¿Van a pagar los trabajadores la factura económica de la guerra de Vladimir Putin? Para contrarrestarla, están justificadas las exigencias salariales elevadas en aquellos sectores con buenos beneficios. También pueden verse satisfechas por parte de las empresas afectadas.

Esta valoración optimista se ve respaldada por los principales datos económicos. Según las estimaciones preliminares de Eurostat, el producto interior bruto del segundo trimestre de 2022 fue un 4% mayor en la UE que en el mismo periodo del año anterior. En sus perspectivas más recientes, a mediados de julio, la Comisión seguía previendo un crecimiento medio del PIB del 2,7% para el año (2,6% para la zona euro).

Hipotéticamente, si el objetivo fuera mantener estable la distribución entre el capital y el trabajo, dando por hecho el crecimiento de la productividad y la inflación, ¿cuánto tendrían que aumentar los salarios? En aras de la argumentación, aceptemos la postura que suelen mantener los empresarios: que ellos también sufren el aumento de los precios del mercado mundial de los combustibles fósiles y de muchas otras materias primas que utilizan como insumos, lo que hasta cierto punto es cierto. Por eso, al definir la "inflación" en el informe del WSI, no sólo utilizamos el índice de precios al consumo, sino también las variaciones del deflactor del PIB (que elimina el efecto de los precios de las importaciones).

Tanto la productividad del trabajo como el deflactor del PIB están relacionados con el valor añadido nacional y, por tanto, determinan la capacidad de las empresas para pagar salarios (nominales) más altos. Combinando las medidas, y utilizando los datos de las previsiones de la Comisión, calculamos un "margen neutral de distribución para el crecimiento de los salarios". Se trata de una estimación de la tasa de crecimiento de los salarios nominales que mantiene constantes los porcentajes de los salarios y los beneficios en el valor añadido nacional, es decir, que estabiliza la distribución funcional de la renta.

El resultado es sorprendente: en el año en curso, los salarios nominales tendrían que crecer alrededor de un 6% de media en toda la UE para mantener la participación de los salarios sin cambios, sin erosionar la participación de los beneficios. No estamos argumentando que los salarios deban crecer un 6% de forma generalizada, sino que, desde un punto de vista macroeconómico, es posible un aumento relativamente alto de los salarios nominales en algunos sectores, sin que se produzca una disminución de los beneficios.

Compartir la carga

El discurso dominante sobre la inflación ignora en gran medida el impacto distributivo de la crisis. Sin embargo, la caída de los salarios reales y el aumento de los beneficios no pueden ser el modelo para compartir la carga económica de la guerra en Ucrania. Al tratar de trasladar la responsabilidad de la inflación a los trabajadores, y al pedir a los sindicatos que ejerzan la contención salarial en nombre de un "interés general superior", muchos comentaristas andan descaminados.

Lo que falta en el debate -y resultaría más apropiado- es un llamamiento a las empresas para que practiquen la "contención de beneficios". El aumento de los precios, aunque se reformule eufemísticamente como "mejora del posicionamiento de los precios", no debe considerarse una prueba de la excelencia de la gestión.

La negociación colectiva no sirve para maximizar el valor de los accionistas. Tampoco dicta la política monetaria. A lo largo de muchos años posteriors a la crisis financiera mundial, el riesgo de una espiral deflacionaria fue la principal preocupación monetaria. Un mayor crecimiento salarial habría contribuido a evitarlo, tal y como subrayó el BCE. Sin embargo, pocos empresarios captaron la indirecta y aceptaron acuerdos salariales más elevados.

Ahora, sindicatos como el alemán IG Metall se aferran a su política a largo plazo y tienen en cuenta la tasa de inflación objetivo del BCE del 2% (en lugar de la tasa real) en sus demandas salariales. Sin embargo, se enfrentan a una reacción violenta por haber desencadenado supuestamente una espiral de precios y salarios.

La negociación colectiva tiene otros fines legítimos. Los objetivos de distribución están en el centro de muchas negociaciones salariales y son aún más relevantes en el contexto actual. Si los sindicatos no velan por los intereses de los trabajadores y ponen la distribución en el orden del día, ¿quién lo hará?

Sin duda, la negociación colectiva no puede resolver por sí sola la crisis del coste de la vida. Para ello, necesitamos una respuesta decisiva por parte de los estados de bienestar europeos. Pero para evitar que los trabajadores paguen solos la factura de la guerra de Putin, se necesitan acuerdos salariales justos. Conseguirlo, por supuesto, no es tarea fácil para los sindicatos de toda Europa en medio de las actuales turbulencias.

(*) Malte Lübker. Investigador del Instituto de Investigación Económica y Social (WSI) de la Fundación Hans Böckler. Sus principales áreas de interés son los salaries, la negociación colectiva, la distribución de la renta (individual y funcional) y la redistribución a través del Estado del bienestar.

(*) Thilo Janssen. Investigador del Instituto de Investigación Económica y Social (WSI) de la Fundación Hans Böckler y corresponsal de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo (Eurofound). Sus principales áreas de interés son las relaciones laborales europeas y la integración europea.

Fuente: Social Europe, 7 de septiembre de 2022

Traducción: Lucas Antón


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