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25.7.22

¿Qué socialismo y qué democracia para Cuba? (Una entrevista con Janette Habel) (I)

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Por Janette Habel (*)

Hace un año, el 11 de julio de 2021, hubo una explosión social en Cuba producto del malestar económico, social y político acumulado en un contexto de crisis sanitaria.

Estas movilizaciones volvieron a plantear las grandes preguntas sobre el socialismo y la democracia en la isla. Para renovar el socialismo hay que elaborar un proyecto que articule las opresiones transversales, hay que hacer la crítica de las experiencias históricas y hay que apoyarse en las movilizaciones populares, a menudo de una gran fuerza, pero que tropiezan con la ausencia de una salida, de una perspectiva política emancipadora. Tenemos que entender por qué. Para ello, Rolando Prats, escritor y traductor cubano, conversó con Janette Habel en París y Nueva York y tradujo la entrevista de su original en francés. Las notas son del traductor [JacobinLat]

Como para muchos otros observadores y analistas, para ti los sucesos del 11 de julio de 2021 en Cuba fueron un «estallido», una «revuelta» social que marcó un antes y un después. Sin embargo, en este caso se tiende a convertir los efectos en causas. Cabría perfectamente imaginar que sin el mantenimiento de parte de Biden de la política de bloqueo recrudecida al máximo por Trump y sin la pandemia de COVID-19 (a mi juicio, las dos causas absolutamente decisivas de la situación en que se encontraba el país ese 11 de julio y, me atrevería a decir, tal vez las únicas) no se hubiesen producido tales acontecimientos.

Estés o no de acuerdo con esa hipótesis, ¿podrías abundar en lo que para ti son las causas que explican la revuelta del 11 de julio de 2021 y en sus posibles efectos a largo plazo, más allá de detenciones, procesos judiciales y condenas?

No cabe duda de que el mantenimiento por Joe Biden de las sanciones y del recrudecimiento del embargo decidido por Trump es una de las causas fundamentales del agravamiento de la pobreza y de las dificultades de la situación económica y social, a las que se sumó la pandemia de COVID-19.

Aunque esos factores hayan sido decisivos en las manifestaciones del 11 de julio en Cuba, no son los únicos. Hay otros, de carácter más estructural, que datan de una época anterior, y que son consecuencia de errores de política económica.

Las reformas económicas de mercado introducidas y profundizadas por Raúl Castro han conllevado profundos cambios en la sociedad cubana. La «actualización del socialismo» y su «conceptualización», postuladas en los congresos del PCC, no han estado acompañadas de reformas políticas, de una democratización del sistema institucional de partido único heredado de la antigua Unión Soviética. Lo que no significa que se pueda ya acabar con el sistema de partido único, al menos mientras se mantenga la terrible presión que se ejerce desde Miami y desde la administración estadounidense.

Pero si bien esas reformas económicas eran indispensables ante el estancamiento y los fracasos de la economía cubana, estaba claro que conducirían a un aumento de las desigualdades que es contrario a las tradiciones de solidaridad de la Revolución. Para poder ser controlado, ese cambio de estrategia económica debió haberse hecho de forma transparente, explicando las contradicciones del proceso y todo lo que estaba en juego. Lo cual implicaba acabar con las trabas y las estrecheces burocráticas. 

Sin embargo, nada se hizo en ese sentido. Peor aún, incluso la indispensable unificación monetaria se llevó a cabo en el momento menos propicio, en plena pandemia, con arreglo a modalidades que resultaron lesivas para la población, con aumentos inconcebibles de los precios de bienes esenciales y con medidas que provocaron una profunda división entre los cubanos que tenían divisas y los que no (sobre lo cual volveré más adelante).

Ahora bien, esas reformas coinciden con cambios sociopolíticos y rupturas generacionales. En marcha desde hace muchos años, esos cambios se han subestimado y no se han tenido en cuenta por la dirección del país. En primer lugar, cambios generacionales. Desde 1959, desde el triunfo de la Revolución, ha habido al menos tres o cuatro generaciones que, en particular desde el desplome de la Unión Soviética, no han conocido sino una crisis tras otra. Para los jóvenes, la lucha contra la dictadura de Batista es cosa del pasado. 

Los logros de la Revolución, las conquistas sociales, la educación y la salud, fueron para las viejas generaciones elementos muy importantes de apoyo a Fidel Castro y su gobierno. Pero muchos de esos elementos se han visto muy debilitados desde el desplome de la Unión Soviética. Desde entonces, no han cesado las crisis. Hay un cúmulo de dificultades de todo tipo, que se materializan, por ejemplo, en el plano de la vivienda. Muchos jóvenes se ven obligados a vivir con su familia. Los servicios de salud se están deteriorando, a pesar de que Cuba llegó a contar con un sistema de salud pública verdaderamente extraordinario; con la crisis, con la desaparición de la URSS, se restringieron los recursos que se destinaban a la salud. Esos cambios afectan a esas nuevas generaciones que no tienen la misma historia, las mismas referencias que sus padres. Se trata de un fenómeno clásico y universal. Esa diferencia generacional conlleva una diferencia de pensamiento, una diferencia de percepción, una diferencia cultural. 

El segundo aspecto, muy importante, es que las aspiraciones y los debates políticos no se acomodan a las restricciones y a las limitaciones a la democracia que existen en Cuba. Hay una contradicción muy grande a la que se enfrenta una generación culta, educada por la Revolución. El discurso público, los medios de comunicación, la política editorial y la política cultural se ven constreñidos por una censura que no permite que haya debate.

Las nuevas generaciones se han graduado de la enseñanza media o superior, su educación y su formación les han permitido acceder a puestos de trabajo cualificados, muchos jóvenes son hoy cuadros profesionales, lo cual marca una gran diferencia con la situación anterior a la Revolución, con la generación que hizo la Revolución, algunos de cuyos cuadros carecían de una formación y un nivel educacional más allá de la escuela primaria. La generación actual, que posee una sólida formación, se enfrenta a una rigidez política y a prácticas culturales anticuadas. Los intercambios que se produjeron en torno a la nueva Constitución dan fe de esas demandas.

No hay que olvidar que Cuba es un país latinoamericano y que son constantes sus intercambios con América Latina. La juventud cubana, las nuevas generaciones, están al tanto de los debates teóricos, los debates ideológicos, los debates políticos latinoamericanos y europeos. A nivel oficial, jamás se han analizado realmente las causas de la implosión de la Unión Soviética. El sistema soviético no fue nunca objeto de críticas y se omitían las dificultades que la URSS experimentaba desde hacía tiempo. El desplome de la URSS produjo una terrible conmoción, lo cual vino acompañado de una gran incomprensión, sobre todo por la extrema gravedad de la crisis económica que sobrevino tras la ruptura de los intercambios económicos con Moscú. A modo de explicación, hasta se llegó a insinuar que había habido algún complot, que detrás de todo ello bien podría haber estado la mano de la CIA.

Pero los males de la sociedad soviética, la herencia del estalinismo, se pasaban por alto. Nunca se explicó por qué el pueblo soviético no había salido a la calle a defender el régimen. Sin embargo, se sabía que en la Unión Soviética las cosas iban mal, se sabía que cada vez eran más los problemas, al igual que se sabía que en la URSS el partido había convertido el marxismo en un dogma doctrinal. Pero en Cuba, al parecer, no lo sabían. Y nada de eso se analizó en provecho de las nuevas generaciones, de las masas populares. Lo cual fue un error sumamente grave, pues algunos de los elementos políticos que habían conducido al desplome de la Unión Soviética, algunas de las causas institucionales de ese desplome, afectaban también a Cuba.

Según el discurso oficial, se había «copiado demasiado» el sistema soviético, pero no se aclaraba qué era lo que se había «copiado» y qué era entonces lo que había que cambiar también en Cuba, enfrentada a dificultades económicas y políticas. Todo ello provocó el desconcierto, la desmoralización, la confusión y el escepticismo sobre el futuro del socialismo cubano entre los cuadros políticos, los intelectuales y los militantes del PCC.

Los problemas de la transición al socialismo, las dificultades de Cuba, están a la orden del día. Son objeto de diferentes análisis y suscitan interrogantes, habida cuenta de las reformas económicas adoptadas y de sus consecuencias sociales. ¿Qué lugar ha de ocupar el mercado, cuál la planificación, qué tipo de democracia? Los medios de comunicación se hacen poco o ningún eco de esos debates, que se sostienen fundamentalmente en numerosos blogs y plataformas digitales, al margen de los circuitos oficiales. 

En tu artículo «Cuba, 11 de julio de 2021, "un antes" y "un después"» dices: «Desde la explosión social del 11 de julio de 2021 en Cuba, las interpretaciones de los acontecimientos obedecen más a los presupuestos ideológicos de los autores que a un análisis geopolítico». En otra parte de tu artículo te refieres a la Revolución Cubana como a una «paradoja geopolítica». Antes, en otros sitios, has calificado a esa revolución de «anomalía geopolítica». 

Concurro contigo en ambas instancias. ¿No crees entonces que el talón de Aquiles (y su propio mecanismo interno de auto-deslegitimación) de toda contestación -organizada o no- del estado de cosas en Cuba o, más directamente, del sistema mismo, sus figuras y sus instituciones, sigue siendo esa mezcla de ignorancia, irresponsabilidad y hasta oportunismo geopolíticos de al menos una buena parte de esa contestación? ¿O crees, en cambio, que ya han surgido en Cuba voces o colectivos capaces de romper el círculo vicioso que durante décadas ha convertido a toda oposición interna en aliada de facto de la contrarrevolución histórica y de los designios imperiales de los Estados Unidos?

Efectivamente. Creo que durante décadas las voces críticas de quienes defendían las conquistas de la Revolución se vieron atrapadas entre la necesidad de defender la Revolución, de no debilitarla, y al mismo tiempo de criticar y corregir los errores -a veces graves- que se cometían. Se trata de una cuestión decisiva en los debates que tienen lugar en Europa Occidental, en particular en Francia. Hay una falta de comprensión, un desconocimiento de los problemas, de las contradicciones a las que hubo de hacer frente la Revolución Cubana.

Esos problemas están relacionados con eso que he calificado de anomalía geopolítica. Una revolución socialista que nace a 200 kilómetros de las costas de los Estados Unidos, de su flanco sur, de su perímetro de seguridad, en la frontera de lo que a través de la historia ha sido el coto de caza, el patio trasero de los Estados Unidos, de los gobiernos de ese país. Lo cual no podía constituir sino un desafío absolutamente extraordinario.

Para colmo, en una isla, una isla de seis millones de habitantes, que no posee grandes recursos, donde el monocultivo del azúcar dependía del mercado estadounidense. Al principio de la Revolución, además del azúcar, había tabaco, café y níquel. El azúcar, que era el principal recurso, dependía del comercio con los Estados Unidos. Era el Congreso de los Estados Unidos el que determinaba las cuotas y fijaba los precios del azúcar cubano. Una terrible dependencia económica que se injertaba en la dependencia neocolonial en que se encontraba Cuba en el siglo XX; de ahí que existiera una aspiración muy fuerte a la soberanía nacional. No hay que olvidar que Cuba obtuvo su independencia muy tarde en comparación con el resto de América Latina.

En plena Guerra Fría, la Revolución tuvo que hacer frente a las agresiones imperiales. Para ello se une a lo que entonces se denominaba el campo socialista. La Revolución contaba con un apoyo popular abrumador, pero su supervivencia dependía en particular de la ayuda de la Unión Soviética. La sardina enfrentándose al tiburón, como dice la fábula. Habida cuenta de la correlación de fuerzas, al inicio, la posibilidad de que, en condiciones normales, esa revolución sobreviviera era casi inexistente. La excepcional dirección revolucionaria que había derrotado a la dictadura tuvo que hacer frente a desafíos estratégicos, a desafíos geopolíticos.

En ese contexto, la posibilidad de supervivencia a largo plazo de la Revolución entrañaba la necesidad de que en América Latina la acompañaran otras revoluciones. Así lo comprendieron los dirigentes cubanos, en particular Fidel Castro y Che Guevara. Era ese el sentido de las dos Declaraciones de La Habana. La cordillera de los Andes iba a ser la Sierra Maestra latinoamericana. Era un llamado a la insurrección. De ahí que se prestara ayuda a la insurgencia latinoamericana. Porque los dirigentes cubanos comprenden que no pueden marchar solos. Defenderse solos era difícil y la ayuda que recibían de la Unión Soviética y de China no estaba exenta de contrapartidas, contrapartidas políticas que con el paso de los años resultarían problemáticas.

Cuando se habla de Cuba, de sus dificultades actuales, de su evolución tras seis décadas de Revolución, tenemos que empezar por analizar todo eso. Es obvio que se puede hablar en este caso de un talón de Aquiles, de una debilidad terrible. Por eso hay que contextualizar, explicar, lo que no significa que a la dirigencia haya que darle el sello de aprobación, que haya que absolver a nadie.

Hay errores que no son consecuencia del embargo estadounidense, que son producto de la herencia del sistema soviético. La ayuda de la URSS fue decisiva al principio de la Revolución, pero a largo plazo fue un desastre. Moscú tenía un intermediario político en Cuba y ese intermediario era muy poderoso. El Partido Socialista Popular (PSP), es decir, el antiguo partido comunista de Cuba, contaba con militantes, contaba con cuadros, con un aparato político experimentado, una organización estructurada, lo cual no era el caso del Movimiento 26 de Julio. El PSP importó a Cuba prácticas políticas inspiradas en el estalinismo, cuyas consecuencias se hicieron sentir cuando se produjo el desplome de la Unión Soviética. 

Aun así, en Cuba, a nivel oficial, jamás se ha hecho un análisis del saldo del estalinismo. Lo cual explica muchos errores. Sin embargo, las crisis que al principio de la Revolución tuvieron lugar en relación con el PSP podrían haber permitido profundizar en esos procesos. La llamada crisis del sectarismo, la microfracción, el juicio a Marcos Rodríguez... fueron todas oportunidades parcialmente perdidas, que se redujeron a episodios coyunturales en los que se dirimían responsabilidades individuales, sin indagar por las causas estructurales de esos acontecimientos.

Para responder a la segunda parte de tu pregunta, se observa hoy una voluntad de reflexión histórica y política por parte de militantes, de dirigentes políticos, de intelectuales, un análisis, una investigación crítica a fin de soltar esos lastres, de abandonar esa herencia negativa. Resulta muy lamentable, sin embargo, que no se haya sabido distinguir entre una disidencia dispuesta a alinearse con los intereses del Gobierno de los Estados Unidos, por un lado, y, por el otro, la expresión crítica desde el punto de vista político y cultural de las nuevas generaciones que revelaba la necesidad de hacer cambios en el sistema político e institucional.

Habrá que hacer cambios en ese sistema sin por ello olvidar las restricciones y las limitaciones que las severas sanciones estadounidenses suponen para la democracia. Solo que esas sanciones no justifican que se excluya de la universidad a ningún profesor porque no siga la línea del Partido, como llegó a decir la Viceministra de Educación Superior. Según ella, ¡no se puede ser profesor si no se está de acuerdo con la línea del Partido! Lo cual es una aberración total. También son censurables las sanciones contra determinados artistas. No es mediante actos de represión que se debe lidiar con las diferencias políticas (siempre que estas no sean violentas). El hecho de que no se hayan hecho esos análisis explica por qué hoy muchos jóvenes identifican el socialismo con la falta de libertad, con la represión.

 Para seguir citando de tu artículo, cuando dices que «[a]l cabo de los años la sociedad cubana se ha diversificado social y culturalmente [y] se ha fragmentado políticamente» tocas un tópico que se ha convertido casi en artículo de fe para quienes, desde esta o aquella otra perspectiva ideológica o política, no ven alternativa a la inevitabilidad de cambios que irían mucho más allá de las reformas en marcha o de posibles reformas dictadas por la necesidad de resistir, sobrevivir y superar la crisis.

En otro lugar me he referido al hecho de que esa diversificación no era ni inevitable ni necesariamente endógena ni tenía por qué traducirse en fragmentación política. En otras palabras, la tan llevada y traída diversificación es a la vez efecto y causa de la quiebra del consenso social y político otrora tan mayoritario que se hubiese dicho irreversible. Para mí es obvio que detrás de palabras como «cambios ineludibles», dígalas quien las diga y desde donde las diga, se secreta, cada vez menos secretamente, un deseo y un imaginario capitalistas y constitutivamente contrarrevolucionarios, imposibles de satisfacer sin un cambio de régimen, aun cuando este ocurra sin una intervención directa de los Estados Unidos.

¿Podrías establecer nexos más claros o directos entre esa diversificación social y cultural y la fragmentación política a la que aludes? ¿Queda margen en Cuba para la reconstitución del consenso sin que la condición sine qua non de esa reconstitución sea un cambio de régimen político?

Creo haber respondido en parte a esa pregunta en mi respuesta anterior. En el mundo de hoy no me parece realista la idea de una sociedad socialmente homogénea. Los cambios civilizatorios que estamos viviendo, los avances tecnológicos, la globalización, abren paso a una gran diversidad social, por no hablar de los efectos de las opresiones transversales que están dando lugar a nuevas movilizaciones populares, al auge del feminismo, al reconocimiento cada vez mayor de las personas LGBT, etc.

Todo eso ocurre como consecuencia de la globalización capitalista. Todos esos cambios deberán encararse desde una perspectiva de consenso, de emancipación, y no de división. En teoría, el socialismo debe hacerlos suyos. Como ya he dicho, no ha sido ese el caso. Tenemos que entender por qué. En la situación actual de Cuba, la conceptualización de las reformas económicas y su aplicación han sido muy negativas. Han agravado las desigualdades, el racismo, las frustraciones de los jóvenes. Se necesitan reformas, pero no solo económicas. Lo que se ha llamado la «actualización del socialismo» ha sido una actualización burocrática, decidida desde arriba.

El consenso revolucionario se asentaba en dos pilares: la soberanía nacional, por un lado, y la justicia social, la solidaridad, la igualdad, por otro. Ahora la igualdad se ve cuestionada por la propia concepción de las reformas y se ve menoscabada por las consecuencias de la unificación monetaria tal como esta se ha llevado a cabo. Como decimos en francés, no hay que cortar la rama en la que estás sentado. Cambio político no significa cambio de régimen, no significa vuelta al capitalismo... todo depende de los cambios políticos que se quieran hacer.

En los primeros años de la Revolución, la gran mayoría de la población estaba de acuerdo con las propuestas de los dirigentes del país, tanto en lo social como en lo político. A pesar de las dificultades, antes de la caída de la Unión Soviética se elevó el nivel de vida de los más pobres y de los trabajadores. Funcionaba la movilidad social. La educación masiva y la campaña de alfabetización transformaron las condiciones de vida en el campo. Es cierto que se vivía una vida sobria, incluso austera, pero no por ello había dejado de ser un paso adelante para millones de personas, por no hablar del establecimiento de un sistema universal y gratuito de salud pública, algo que nunca antes había existido.

El reconocimiento de esos avances no era unánime: las minorías privilegiadas del antiguo régimen se marcharon del país y muy pronto los primeros exiliados comenzaron a llegar a los Estados Unidos. Pero hay que señalar que, más allá de esas conquistas sociales, existían ya prácticas políticas muy cuestionables, sobre todo con respecto a los artistas y los intelectuales. Prácticas políticas heredadas de concepciones estalinistas provenientes de la Unión Soviética. Esas prácticas eran transmitidas por los cuadros del antiguo PSP.

Además de la crisis del sectarismo en 1962, tuvieron lugar varias polémicas en el plano artístico. En 1963, Blas Roca, que había sido secretario general del PSP, sometió a una virulenta crítica la película de Federico Fellini La dolce vita, a lo que Alfredo Guevara, Director del ICAIC, terminó respondiendo de manera mordaz. Años más tarde, en 1970, se prohibió la excelente revista de ciencias sociales Pensamiento Crítico. Esa decisión anunciaba lo que el escritor Ambrosio Fornet llamaría el quinquenio gris y otros llegaron a calificar de decenio gris.

Ese complejo y a veces inestable equilibrio político se rompió tras la caída de la URSS. A partir de los años 1989 y 1990, se derrumba todo un sistema. Con la implosión de la Unión Soviética, toda una serie de referencias y certidumbres se desmorona. Desaparece el marco ideológico de la Revolución. Era necesario entender lo que había sucedido, organizar debates sobre las causas de ese desplome y sobre cuáles habían sido los errores. Fidel así lo reconoció: «Hemos copiado», dijo. Pero no bastaba con decirlo. Era necesario explicar lo que se había «copiado» para poder combatirlo, reconocer los errores y reflexionar sobre los cambios que era necesario hacer desde la perspectiva de un socialismo democrático, no de una vuelta al capitalismo. Es cierto que entre una minoría nunca ha dejado de estar presente la contrarrevolución, pero hay que combatirla por medios políticos. Como dijo el Che, las ideas se combaten con ideas, no censurándolas.

Debo referirme ahora a la cuestión del pluripartidismo. En Cuba, en las condiciones actuales, mientras haya fondos de financiación procedentes de Miami o de la National Endowment for Democracy (NED) de los Estados Unidos, cuyo objetivo declarado es provocar un cambio de régimen, lograr el derrocamiento del régimen actual, no es posible aceptar la existencia de organizaciones políticas financiadas por esos fondos. Sin embargo, lo que sí se puede hacer es organizar debates en el seno el partido y fuera de él, como ocurre ahora en blogs y otros medios.

¿Explica la diversificación social la fragmentación política? En parte. Cuando la sociedad está unida y cohesionada por la lucha contra un enemigo común, es menos propensa a dividirse políticamente. Es lo que suele ocurrir en épocas revolucionarias, es decir, en circunstancias excepcionales. ¿Por qué? Porque los intereses sociales individuales pasan a un segundo plano frente al interés general. Fue ese el caso de Cuba durante los primeros años de la Revolución. Pero en épocas «normales» ninguna sociedad es homogénea. Cuando se intenta imponer esa homogeneidad fuera de períodos excepcionales, se cae en el totalitarismo. 

Cuando en Cuba se habla de «cambios ineludibles», se observa una gran ambigüedad. Que las reformas económicas son necesarias es un hecho innegable, si bien existen diferentes concepciones de las reformas. Se intenta justificar una concepción mercantil de las reformas económicas, al tiempo que se pasan por alto reformas políticas igualmente necesarias. Ahora bien, no existe una concepción genérica de las reformas económicas. Las reformas hasta ahora aplicadas han dado lugar a nuevas categorías sociales con intereses específicos. Los cuentapropistas no tienen los mismos intereses que los trabajadores a quienes emplean. Ciertos discursos equiparan los intereses del jefe de una pequeña empresa o de un pequeño restaurante y los de los empleados, a veces sobreexplotados. En Cuba, entre las pequeñas y medianas empresas las hay que pueden tener hasta cien empleados. Los salarios combinados de cien empleados no son iguales a las ganancias del dueño. De modo que existen intereses sociales antagónicos y esos antagonismos se traducen de diferentes maneras en el plano social y político.

En el plano social, hay que proteger y defender a los trabajadores. La represión no es una respuesta a esas contradicciones. La respuesta es política y pasa por el establecimiento de un sistema democrático. Es cierto que esa sigue siendo una respuesta abstracta, algebraica y general, a una pregunta a la que históricamente no se le ha podido dar una respuesta satisfactoria, pues los llamados regímenes socialistas fracasaron estrepitosamente en ese sentido y, de ese modo, propiciaron la ofensiva de la derecha liberal.

El pluralismo es una condición del consenso. No es un lujo de la pequeña burguesía. También es una condición para la eficacia de las reformas, especialmente las económicas. La forma en que se ha llevado a cabo la unificación monetaria ha suscitado numerosas críticas. No puedo volver sobre este problema aquí, pero algunos de los errores podrían haberse evitado si se hubiera escuchado a algunos economistas. Y también a algunos sociólogos.

Tomemos como ejemplo el nuevo Código de las Familias. Provocó numerosos debates. Entre febrero y abril se llevó a cabo una amplia consulta en el país sobre el Código y finalmente este se aprobó. A ese respecto el corresponsal de AFP escribió: «Barrio por barrio, Cuba debate el matrimonio gay y la maternidad subrogada». La iglesia católica se opuso, al igual que los evangélicos. Hubo una época en que en Cuba se reprimía a los homosexuales, pero hoy es posible constatar los avances logrados en ese sentido gracias a los esfuerzos, entre otros, de Mariela Castro. La aprobación del Código de las Familias es una medida consensuada a pesar de las diferencias. 

La nueva Constitución, aprobada a principios de 2019, que también ha generado numerosos debates, sigue sin aplicarse cabalmente, sobre todo lo dispuesto en su artículo 56, que garantiza «los derechos de reunión, manifestación y asociación, con fines lícitos y pacíficos» (aunque con una salvedad: «siempre que se ejerzan con respeto al orden público y el acatamiento de las preceptivas establecidas en la ley»). Si ese artículo sigue siendo letra muerta, el precio será alto. Las instituciones deben ser representativas de la diversidad y la complejidad de la sociedad cubana actual.

 Se suele establecer una relación de continuidad entre la sentada del 27 de noviembre de 2020 y las manifestaciones y los actos de vandalismo del 11 de julio de 2021; también se lo hace entre quienes son movilizados por la protesta contra el Decreto Ley 349, por un lado, y, por el otro, Luis Manuel Otero Alcántara, Denis Solís y Maykel Osorbo -los mencionas por su nombre en tu artículo- quienes, más allá de su estatura o importancia como artistas, políticamente al menos son irrecuperables para todo proyecto que se detenga a las puertas de la reanexión de facto de Cuba a los Estados Unidos. Me atrevería a decir que Alcántara, Solís y Osorbo apenas rebasan la categoría de mano de obra política barata del establishment de la actual industria político-cultural de Miami, de Otaola a «Patria y Vida».

Dicho esto, la inmensa mayoría de quienes salieron a la calle el 11 de julio no eran artistas ni escritores ni intelectuales abiertos o veladamente hostiles o desde un principio ajenos al proyecto revolucionario. Como siempre, estos últimos están tratando de capitalizar en su provecho los acontecimientos del 11 de julio. Por otra parte, sería ingenuo e irresponsable desconocer que los manifestantes del 11 de julio son solamente la punta del iceberg, o por lo menos de algún iceberg capaz de hacer encallar y hundirse la nave.

¿Cómo empezar a recuperar ahora mismo a esa masa para el proyecto revolucionario y dejar de regalársela a Miami y, por ese medio, a Washington? ¿No es esa precisamente la tarea a la vez más ardua y urgente de la Revolución? ¿Acaso no es una ilusión fatal imaginar que haya que esperar a poder llenarles el refrigerador para poder volver a ocupar su conciencia política?

En Cuba hay dificultades de todo tipo. No diría que estamos ante un círculo vicioso, pero sí casi ante la cuadratura del círculo. A Cuba se le exige que satisfaga normas democráticas al mismo tiempo que el país, estrangulado económicamente por el embargo, ha sufrido terriblemente por la pandemia. Ahora bien, los efectos de la pandemia se han visto agudizados por la estrategia económica aplicada; en particular, por la prioridad otorgada al turismo.


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