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18.7.22

Pro y contra Putin

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Por Anatol Lieven (*)

Por qué los intelectuales rusos están endureciendo su apoyo a la guerra de Ucrania.

Puede que un artículo de Dmitri Trenin, titulado "Cómo debe reinventarse Rusia para vencer en la 'guerra híbrida' de Occidente: La propia existencia de Rusia está amenazada", sea uno de los más relevantes publicados en Rusia en los últimos tiempos, en parte por lo que dice y en parte por quién lo dice. 

El doctor Trenin, director del Centro Carnegie de Moscú hasta que el gobierno ruso lo clausuró el pasado abril, fue durante muchos años una de las más importantes voces rusas pragmáticas que apoyaban la cooperación con Occidente y la "occidentalización" de Rusia. Era una de las pocas figuras rusas que aún conservaban algunas de las esperanzas de Gorbachov de una "casa común europea" (debo decir que conozco al Dr. Trenin desde que fui periodista británico en Moscú en la década de los 90, y fui colega suyo en la Fundación Carnegie para la Paz Internacional entre 2000 y 2004).

La importancia del artículo de Trenin radica en la evidencia que ofrece de la consolidación de las élites intelectuales rusas en su apoyo al esfuerzo bélico en Ucrania. En muchos casos no se produce por el deseo de conquistar Ucrania (muchas de las figuras que se unen a este nuevo consenso se oponían firmemente a la invasión y aborrecen a Putin), sino por un sentimiento cada vez más fuerte de que los Estados Unidos están tratando de utilizar la guerra en Ucrania para paralizar o incluso destruir el Estado ruso, y que es hoy deber de todo ciudadano ruso patriota apoyar al gobierno ruso.

Escribe Trenin:

"[L]os Estados Unidos y sus aliados se han fijado objetivos mucho más radicales que las estrategias relativamente conservadoras de contención y disuasión empleadas con la Unión Soviética. De hecho, se esfuerzan por excluir a Rusia de la política mundial como factor independiente y por destruir completamente la economía rusa. El éxito de esta estrategia permitiría a un Occidente liderado por los Estados Unidos resolver finalmente la "cuestión rusa" y crear perspectivas favorables a la victoria en la confrontación con China. Tal actitud por parte del adversario no implica espacio para ningún diálogo serio, ya que prácticamente no hay perspectivas de compromiso alguno, primordialmente entre los Estados Unidos y Rusia, que se base en un equilibrio de intereses. La nueva dinámica de las relaciones ruso-occidentales implica una dramática ruptura de todos los lazos y un aumento de la presión occidental sobre Rusia (el Estado, la sociedad, la economía, la ciencia y la tecnología, la cultura, etc.) en todos los frentes".

Y continúa:

"Es la propia Rusia la que debe estar en el centro de la estrategia de política exterior de Moscú durante este periodo de confrontación con Occidente y de acercamiento a los estados no occidentales. El país tendrá que valerse cada vez más por sí mismo... "Restablecer" la Federación Rusa sobre una base políticamente más sostenible, económicamente eficiente, socialmente justa y moralmente sólida se hace urgentemente necesario. Tenemos que entender que la derrota estratégica que Occidente, con los Estados Unidos a la cabeza, está preparando para Rusia no traerá la paz ni el posterior restablecimiento de las relaciones. Es muy probable que el escenario de la "guerra híbrida" simplemente se desplace desde Ucrania hacia el este, hacia las fronteras de Rusia, y que su existencia en su forma actual se vea contestada... En el ámbito de la política exterior, el objetivo más apremiante es claramente el fortalecimiento de la independencia de Rusia como civilización... Para lograr este objetivo en las condiciones actuales -que son más complejas y difíciles que hasta hace poco- es necesaria una estrategia integrada eficaz: política general, militar, económica, tecnológica, informativa, etc. La tarea inmediata y más importante de esta estrategia es lograr el éxito estratégico en Ucrania dentro de los parámetros que se han establecido y explicado a la opinión pública".

Se trata de un llamamiento a las reformas, que incluya medidas anticorrupción; pero forma explícitamente parte de una estrategia de fortalecimiento de Rusia y de la sociedad rusa para resistir a Occidente y tener éxito en los limitados objetivos estratégicos rusos en Ucrania. Resulta especialmente llamativo la apelación de Trenin a fortalecer a Rusia como "civilización" independiente, una idea que nunca habría apoyado en años anteriores.

Sería fácil descartar el cambio de Trenin (ahora miembro del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia) como una simple cuestión de ceder a la presión del régimen. Sin embargo, esto sería ignorar que sólo representa, de forma más brusca y radical, un cambio en la intelectualidad centrista rusa que se ha ido gestando gradualmente durante muchos años.

Durante algún tiempo, desde la caída de la Unión Soviética hasta mediados de la década de 1990, la actitud de la mayor parte de la intelectualidad rusa hacia Occidente fue de ciega adulación, y el cambio de ésta atravesó toda una serie de etapas. El cambio comenzó con la decisión de ampliar la OTAN, algo que en general se consideraba una traición en Rusia. El temor a la expansión de la OTAN aumentó con el ataque de la OTAN a Serbia durante la guerra de Kosovo. La invasión de Irak en 2003 se consideró una prueba de que los Estados Unidos querían imponer a otros unas normas que no tenía intención de cumplir.

Un punto de inflexión clave fue el que se produjo con la oferta de futura adhesión a la OTAN a Ucrania y Georgia en 2008, seguida del ataque de Georgia a posiciones rusas en Osetia del Sur, y la tergiversación por parte de Occidente de este hecho como un ataque ruso a Georgia. El apoyo de Occidente a la revolución ucraniana de 2014, generalmente considerada en Rusia como un golpe nacionalista contra un presidente elegido, acabó por condenar un verdadero acercamiento entre los intelectuales centristas rusos y sus homólogos occidentales.

Sin embargo, las esperanzas rusas de alcanzar algún tipo de compromiso limitado con los Estados Unidos o con Europa persistieron durante muchos años. Realistas hasta la médula, a los miembros de la clase dirigente rusa les resultaba difícil entender por qué los Estados Unidos, enfrentados a problemas insolubles en Oriente Medio y al ascenso de una poderosa China, no intentaban reducir las tensiones con una Rusia mucho menos peligrosa. Del mismo modo, se mostraban desconcertados por lo que consideraban la incapacidad europea de entender que, teniendo a Rusia como amiga, no se enfrentarían a ninguna amenaza militar en su propio continente.

Tres acontecimientos en particular mantuvieron vivas estas esperanzas. En primer lugar, la intermediación de Francia y Alemania en el acuerdo de paz de "Minsk II"  sobre el Donbás de 2015 permitió a los rusos creer en la posibilidad de un acuerdo con París y Berlín sobre Ucrania, aunque esta esperanza se desvaneció, ya que franceses y alemanes no hicieron nada para que Ucrania aplicara realmente el acuerdo. Más tarde, la elección de Donald Trump en 2016 dio esperanzas de una América más amistosa, de una ruptura entre Europa y América, o de ambas cosas. Y finalmente, la priorización de China como amenaza por parte de la administración Biden reavivó las esperanzas de una menor hostilidad de los Estados Unidos hacia Rusia.

Las esperanzas rusas de cooperación con Francia y Alemania podrían revivir si estos gobiernos buscan una paz de compromiso en Ucrania, con o sin los Estados Unidos. Sin embargo, de no ser así, el artículo de Trenin indica que no sólo el círculo íntimo de Putin, sino gran parte de la clase dirigente rusa en general, abordará la guerra en Ucrania con un espíritu de sombría determinación, al menos hasta que exista la posibilidad de un acuerdo de paz que satisfaga las condiciones rusas básicas. 

Ahora bien, la determinación de un analista político de Moscú es, por supuesto, una cosa diferente y menos exigente que la determinación que se le exige a un soldado ruso que lucha en Ucrania. Sin embargo, es potencialmente un importante contrapunto a la esperanza que existe en muchas capitales occidentales de un pronto colapso de la voluntad colectiva rusa de luchar, o de un golpe de estado de la élite contra Putin. 

Parece haber una creciente creencia en las élites rusas -entre ellas, la de muchos que se horrorizaron por la propia invasión- de que los intereses vitales, y quizás hasta la supervivencia, del Estado ruso están hoy en juego en Ucrania. A diferencia de las masas rusas, a estos personajes bien informados no les ha lavado el cerebro la propaganda de Putin. La mayoría de ellos ven claramente el terrible desbarajuste en el que Rusia se ha metido en Ucrania y el terrible sufrimiento infligido a los ucranianos de a pie. Pero la única forma que parecen ver para salir de ello pasa por algo que al menos pueda presentarse como una victoria. 

Responsible Statecraft, 6 de junio de 2022 

 

 El ministro ucraniano Kuleba acusa a los críticos de ser "propiciadores de Putin"

Los sentimientos expresados en el artículo de Foreign Affairs de esta semana por el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba, son muy comprensibles, considerando la invasión, la destrucción y las atrocidades que ha sufrido Ucrania, pero no deben convertirse en base de la estrategia occidental.

La furia, por muy justa que sea, no es un buen moldeador de la política. Además, a diferencia de los ucranianos, los funcionarios y analistas norteamericanos y occidentales no están bajo el mismo tipo de fuego o amenaza. Por tanto, no tienen excusa para permitir que su juicio se vea empañado por la emoción. Su deber profesional para con su propio país les obliga a mantener la cabeza fría y los nervios templados.

Kuleba trata de identificar a Occidente con objetivos puramente ucranianos, sin tener en cuenta los costes más generales para la humanidad. Algunas partes de su artículo se leen como si el lenguaje lo hubieran elaborado profesionales norteamericanos de relaciones públicas.  Pero el deber principal de los ciudadanos norteamericanos es para con su propio país. Kuleba declara, de forma gratuitamente ofensiva, que:

"Cada vez son más los comentaristas afines al Kremlin que proponen vender Ucrania en aras de la paz y la estabilidad económica en su propio país. Aunque se hagan pasar por pacifistas o realistas, se les entiende mejor como facilitadores del imperialismo ruso y de los crímenes de guerra".

Hay un gran deseo de ayudar al pueblo ucraniano a defenderse de la invasión ilegal y brutal. Pero al presidente de los Estados Unidos lo eligen los ciudadanos norteamericanos y ha jurado defenderles a ellos y defender también sus intereses. Y en eso se incluye proteger la economía norteamericana y mantener a los Estados Unidos fuera de conflictos que no son de interés vital para la seguridad de los Estados Unidos, o de enfrentamientos que conducirían a una devastación y una matanza sin sentido fuera del país. 

El aspecto más peligroso del artículo de Kuleba es la forma en la que se desliza repetidamente entre la petición de ayuda militar occidental para la "completa y total victoria ucraniana" y la afirmación de que este auxilio está destinado a ayudar a los ucranianos a presionar a las fuerzas rusas para hacer que el régimen de Putin "negocie de buena fe" y a ayudar a Ucrania a negociar "desde una posición de fuerza".

Estos objetivos son obviamente contradictorios. Si Ucrania consigue una victoria total, no habrá necesidad de negociar nada con Rusia, salvo la rendición incondicional, un resultado militar extremadamente improbable. Pero si hay que negociar, habrá que buscar algún tipo de compromiso, al menos provisional. De hecho, en marzo pasado, el gobierno ucraniano ofreció una serie de propuestas razonables que satisfacían algunas de las principales demandas de Rusia. ¿Sigue siendo ésta la posición oficial de Ucrania o no?

Escribe Kuleba:

"[S]i las tropas rusas deciden retirarse o se ven obligadas a hacerlo, Ucrania podrá hablar con Rusia desde una posición de fuerza. Podemos buscar un acuerdo diplomático justo con una Rusia debilitada y más constructiva. En última instancia, esto significa que Putin se vea obligado a aceptar los términos de Ucrania, aunque lo niegue públicamente".

Pero, ¿Cuáles son los "términos de Ucrania"? La semana pasada le escuché declarar a un embajador ucraniano en Europa que Ucrania debe luchar durante "veinte años, si es necesario", para expulsar a Rusia de todo el territorio que mantiene en su poder desde 2014, incluyendo Crimea y la base naval de Sebastopol.

Dado que, según Rusia, Crimea es ahora territorio soberano ruso, esto es algo que ningún gobierno ruso, de cualquier color político, puede aceptar, a menos que Rusia haya sido, de hecho, completamente derrotada militarmente, y Rusia también luchará durante 20 años si es necesario para evitarlo. ¿Es éste también el objetivo de Kuleba? Si es así, debería declararlo, para que en Occidente sepamos exactamente a qué nos comprometemos en Ucrania.

Kuleba es aún más contradictorio en su descripción de la amenaza militar rusa. Por un lado, afirma -con razón- que la resistencia ucraniana respaldada por el armamento occidental derrotó al ejército ruso en las afueras de Kiev y consiguió que se empantanara en el Donbás, convirtiendo allí el conflicto en una agobiante guerra de desgaste por porciones muy reducidas de territorio. Utiliza esto para argumentar que disponer de más armamento occidental ayudará a Ucrania a obtener una victoria completa.

Por otra parte, en su llamamiento al apoyo incondicional de Occidente, necesita argumentar que Occidente se encuentra bajo una amenaza mortal, y por lo tanto pinta una imagen de la fuerza rusa y de la amenaza universal que habría sido exagerada para la Unión Soviética y el comunismo en la cúspide de su poder y ambición ideológica:

"Rusia es un país revanchista empeñado en rehacer el mundo entero por la fuerza. Trabaja activamente para desestabilizar a los estados africanos, árabes y asiáticos, tanto a través de su propio ejército como de sus representantes. Estos conflictos han creado sus propias crisis humanitarias y, si pierde Ucrania, no harán más que agravarse. Con una victoria, Putin se envalentonaría para provocar más disturbios y crear mayores desastres en todo el mundo en desarrollo. El incremento de la agresión de Putin no se limitaría al mundo en desarrollo.  Se inmiscuiría con más vigor en la política de los Estados Unidos y Europa. Si consigue conquistar el sur de Ucrania, podría adentrarse más en el continente invadiendo Moldavia, donde los apoderados rusos ya controlan una parte del territorio".

¿Cómo es posible que una Rusia que se enfrenta a las mayores dificultades para capturar un par de pequeñas ciudades en el Donbás plantee este tipo de amenaza? ¿Y es realmente necesario señalar que son de hecho los Estados Unidos -y no Rusia- quienes en varias ocasiones desde la Guerra Fría han tratado de "rehacer el mundo por la fuerza" y han ocasionado ingentes crisis humanitarias con sus intervenciones? Al menos en Oriente Medio, es Rusia -y no Estados Unidos- la que ha actuado de hecho como potencia del status quo.

Esto me recuerda vívidamente las conversaciones y entrevistas durante las diversas guerras y guerras civiles en el Cáucaso a principios de la década de 1990, que cubrí como periodista británico. Los georgianos que apoyaban al presidente Zviad Gamsajurdia presentaban su lucha contra el presidente Eduard Shevardnadze como algo esencial para la seguridad de Occidente frente a Rusia, al igual que los azeríes que luchaban contra Armenia por el control de Nagorno-Karabaj, mientras que los armenios, por otro lado, presentaban a sus enemigos azeríes como puntas de lanza de una ola islamista que, si no era derrotada en algún miserable villorrio de montaña, se lanzaría a conquistar París y Londres. Nada de esto guardaba la menor relación con la realidad.

Kuleba describe este conflicto como "existencial" para Ucrania. Al principio de la invasión rusa, había argumentos para ello. Está claro que la intención original de Rusia era capturar Kiev, subyugar o sustituir al gobierno ucraniano y reducir a Ucrania a un Estado clientelar. 

Sin embargo, como afirma el propio Kuleba, esta estrategia rusa fue ampliamente derrotada. En la actualidad, la guerra en Ucrania se ha convertido en una guerra limitada por cantidades relativamente pequeñas de territorio en disputa en el este y el sur de Ucrania. El derrumbe de los imperios y los estados multinacionales ha creado muchos conflictos de este tipo en la historia moderna, de Cachemira a Kosovo. El enfoque estadounidense ante ellos ha variado enormemente, y generalmente se ha guiado al final por el pragmatismo y los intereses de los Estados Unidos, más que por principios abstractos o por la legalidad internacional (normalmente muy complicada).

Kuleba descarta en dos frases las amenazas de la guerra y las sanciones occidentales para las economías occidentales y mundiales, y para el suministro mundial de alimentos. En su opinión, citando al presidente Roosevelt, "lo único que tenemos que temer es el propio miedo".

Bueno, en realidad, no. Lo que tenemos que temer es la recesión mundial, que, entre otras cosas, reforzaría enormemente el extremismo y la inestabilidad internas, que son las verdaderas amenazas a la democracia occidental; y la escasez de grano, que provocará lo mismo hambrunas que disturbios masivos en sociedades vulnerables.

También es de temer el recrudecimiento de este conflicto hasta llegar a un enfrentamiento directo entre fuerzas norteamericanas y rusas, lo cual podría tener consecuencias desastrosas para Ucrania y el mundo, además de para quienes combatan; y el riesgo de que el aumento de las tensiones con Rusia conduzca a un intercambio nuclear accidental, del tipo del que evitamos por poco durante la Guerra Fría.  

Es natural que un funcionario ucraniano no tenga en cuenta estas preocupaciones. De hecho, podría decirse que es su deber obrar así. Sin embargo, el presidente de los Estados Unidos tiene obligaciones y responsabilidades más amplias, sobre todo para con el pueblo norteamericano.

Responsible Statecraft, 17 de junio de 2022 

 

(*) Anatol Lieven, periodista y analista británico de asuntos internacionales, es profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry". Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Trabajó también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.

Fuente: www.sinpermiso.info, 3-7-2022

Traducción: Lucas Antón


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