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4.7.22

El laboratorio de nuestro futuro: las guerras del narco y el periodismo en México. (I)

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Entrevista a Juan Alberto Cedillo.

Una entrevista al periodista de investigación y corresponsal del semanario Proceso en Nuevo León, Juan Alberto Cedillo, a propósito de su libro Las guerras ocultas del narco (Grijalbo, 2018).

La entrevista gira en torno de la "guerra del narco" en el noreste mexicano, durante los años 2004-2018, a partir de los hallazgos en los expedientes desclasificados de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) y de las confesiones de los capos de la droga en las Cortes norteamericanas, lo cual brinda una nueva perspectiva al origen, consolidación y declive, de uno de los cárteles más sanguinarios en los años recientes: el de los Zetas. No obstante, a la par se reconstruye una trama paralela: el agudizamiento de las facultades para hacer periodismo en un territorio convulsionado por la violencia, la elaboración de protocolos para el cuidado colectivo, el compromiso con la verdad ante la censura impuesta por los cárteles, la generación de secuelas relacionadas con el oficio. Es decir, nos acerca a las condiciones en las que se escribe la 'historia del tiempo presente'. Por ello, aquí se da cuenta del futuro que nace comprometido con la violencia del pasado, generando una sociedad malherida, una vida dañada; desde donde, sin embargo, se busca verdad, justicia y dignidad. He aquí una expectativa de futuro, de la historia que viene.

Se desplazaban en las carreteras y los caminos de terracería de Tamaulipas, patrullando el territorio fronterizo del cártel de los Zetas o custodiando la cocaína para que no pudiera ser hurtada por los cárteles rivales, sea el del Golfo, el de Sinaloa o la Familia Michoacana. Vehículos pesados, blindados con acero y artillados con armas de grueso calibre, eran tanques de guerra ensamblados en talleres clandestinos, que peleaban dentro del territorio nacional y se constituyeron en una división acorazada de combate al servicio del cártel de los Zetas, sus inventores. Con la nueva tecnología de guerra, estos últimos construyeron un ejército imbatible con el que eliminaron a sus rivales y se enseñorearon del Noroeste de México, a poco más de cien kilómetros de la frontera con los Estados Unidos. En la Octava Sede Militar de Reynosa, Tamaulipas, el ejército federal almacena alrededor de 150 de estos narco-blindados, a los que también se les llama "monstruos". 

Con esa espectacular nota periodística, publicada en la revista Proceso en el año de 2012, conocí el trabajo del reportero Juan Alberto Cedillo, quien para entonces había escrito Los nazis en México (Debate, 2007), un libro sobre la Operación Pastorius y la infiltración nazi al sistema político mexicano durante la segunda guerra mundial. Poco después, publicó La cosa nostra en México (1938-1950) (Grijalbo, 2011), donde estudió otra infiltración: la de la mafia que corrompió al gobierno mexicano; y a una bella mujer encargada de todo ello: Victoria Hill. Interesado en conflictos e intrigas, en espías e infiltrados, en guerras y criminales, escribió también Eitingon, las operaciones secretas de Stalin en México. (Debate, 2014), así como Hilda Kruger (Debate, 2016), la espía y actriz que sirvió a los nazis. En esa misma línea, actualmente emprende una investigación sobre los criminales de guerra nazis que pudieron haber huido a México, al igual que lo hicieron en otros países de América Latina. Con ese objetivo, Juan Alberto Cedillo viajó a Chiapas, al Soconusco, antigua tierra de finqueros alemanes que apoyaron al Tercer Reich durante la guerra, desde donde algunos se enrolaron al ejército alemán.

 Además de periodista, Juan Alberto Cedillo tiene formación de historiador y espíritu de aventurero. Ha estudiado la historia de México entre los años 1930 y 1950, así como la historia del tiempo presente. Seducido por la guerra mundial y los criminales nazis, ha escrito sobre la "guerra del narco" y los capos de los grandes cárteles, en particular el de los Zetas. Ha dejado atrás a las bellas protagonistas de sus historias para enfocarse en los temibles señores de la guerra, quizá porque debajo de temas distintos finalmente persisten los problemas psicológicos y sociológicos que le apasionan: la guerra, los criminales, las intrigas, los poderes velados o encubiertos; la infiltración de la mafia en las cúpulas del poder político y económico en México; la capacidad de agencia de los individuos que tienen el poder de escribir su propia historia, al igual que el de moldear la nuestra. De ahí que, en Las guerras ocultas del narco (Grijalbo, 2018), él muestre la experiencia que ha adquirido sobre estos temas. Su mirada, ubicada en el observatorio del Noreste mexicano durante los años 2004-2018, le ha permitido configurar una especie de historia macro-regional de la guerra del narco, un campo de batalla donde los cárteles de la droga se han disputado la supremacía de Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León. Su experiencia directa sobre el territorio le ha convertido en corresponsal de guerra en su propio país, pero también le ha dado la oportunidad de comparar sus testimonios, escuchar a sus testigos, cotejar lo visto y lo escuchado, sea en el territorio sobrecalentado, sea en los Archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional, sea en las cortes norteamericanas, donde los capos de la droga han sido sometidos a juicio.

Escrito sobre el terreno y con testimonios inexplorados, Las guerras ocultas del narco analiza el flujo migratorio a los Estados Unidos y el trasiego de la droga, en una sociedad profundamente injusta y desigual, así como las grandes batallas de una guerra: Nuevo Laredo, Coahuila, Nuevo León. Las masacres: San Fernando, Allende y Cinco Manantiales. La política militar y el metabolismo del narco: alianzas y enfrentamientos entre cárteles, emergencia de poderes criminales, narcoinsurgencia en movimiento. Así, su experiencia como reportero se ha compaginado con su formación de historiador, cuya mirada sobre el pasado de México le ha permitido comprender mejor su presente: el suyo, el de un testigo de una época particularmente cruenta. Porque nuestra época es tan difícil de vivir como de contar: en nuestro país, silenciar el mensaje es matar al mensajero. Los periodistas han caído por docenas, aunque no haya, como en Siria, una guerra abierta. De ahí que el reportaje sobre lo que ha acontecido en el Noreste de México sea algo más que una historia de los Zetas: es una tragedia colectiva sobre nuestro proyecto social, un laboratorio donde se incinera el futuro.

Aquí se da cuenta de Las guerras ocultas del narco, pero también del oficio de escribir la historia en el momento en que ésta acontece, así como de los problemas psicosociales que han hipotecado el futuro y parecen irresolubles aún ante las promesas del nuevo gobierno. La entrevista fue celebrada un día domingo del 11 agosto de 2019 en la Ciudad de México, devino en una conversación entre dos historiadores oriundos de la frontera Noreste y Sur de México, que nos identificamos, así como lo hacen esos forasteros que arriban a la capital: con la perspectiva que da la distancia, con la invitación a la plática que produce el café, y que tanto recuerda a las fincas de Chiapas, tierra donde se siembran sueños y germinan investigaciones. [1]

 

Carlos Alberto Ríos Gordillo (CARG): Tú eres periodista con formación de historiador y además vives en Monterrey, así que me gustaría comenzar con las características del tipo de investigación periodística que haces: ¿qué significa escribir la historia del narcotráfico en el Noreste de México, en esta época obscura de la historia de nuestro país?  

 

Juan Alberto Cedillo (JAC): Como bien dices, es una etapa obscura. Y por desgracia, al principio la dimensión de la violencia que comenzó a generar el narco no se comprendió más que en la zona donde estábamos. Recuerda que en países como México las cosas más relevantes son las que ocurren en la capital y lo que ocurre en el centro se confunde con lo que ocurre en todo el país. La visión de México que se tiene en el extranjero es lo que se produce, lo que acontece y lo que se publica en el centro del país. A mí me sucede una cosa muy relevante que comencé a estudiar: empiezo a ver que viene una violencia del crimen organizado que va in crescendo, como se diría en la música; pues comienzan a acontecer sucesos que no pasaban en México, como de pronto ver a una persona colgada de un puente.

 

A propósito, había una foto que le dio la vuelta al mundo. Es de una jovencita muy guapa: La pelirroja [Gabriela Muñiz Támez; véase serie 1], quien era novia del capo de un cartel y estaba presa en el penal de Topo Chico. El grupo contrario que controlaba el penal va por ella, la sacan de ahí para, supuestamente, llevarla a la enfermería. Se la llevan el 31 de diciembre de 2010, y ese mismo día, en la madrugada, la cuelgan. Le quitan la blusa y en la espalda le escriben el nombre de su novio. Al darse cuenta de que la van a colgar, ahí mismo se orina en los pantalones y así la cuelgan. Es una mujer muy guapa, jovencita, con buen cuerpo. La foto de ella, colgada con el torso desnudo, se convierte en una foto que le da la vuelta al mundo. Eso nunca había ocurrido en México y ya estaba sucediendo. Así que a mí me daba la impresión de que había que llevar el registro de todo eso, con la salvedad de que no se podía publicar mucho de lo que ocurría. No se podía publicar, porque había muchos riesgos y lo que se publicaba de provincia en la capital eran cosas muy relativas. Y todo eso que venía ocurriendo, una balacera entre un grupo de sicarios contra otro en medio de las calles importantes de la ciudad, con "daños colaterales" (como entonces le decían), ya no era algo natural de México y lo estábamos viviendo. De ahí comenzó a crecer y a crecer una violencia que de pronto invadió todo el Noreste. Vienen acontecimientos como una masacre [la de Allende y Cinco Manantiales] donde matan a 300 personas, que estuvo oculta durante casi dos años; como el incendio de un casino [el Casino Royale] donde mueren 52 personas; como una riña en el penal entre grupos del crimen organizado, donde se matan entre ellos; como balaceras en el mero centro de la ciudad y cosas por el estilo. Y es cuando dices: esto se incendia. Mientras que en la capital no se están dando cuenta de las dimensiones de este asunto; pero ya no era solamente en Monterrey, también era en Tamaulipas y Coahuila. Y pues a mí me pone en entredicho todo esto y había que reportearlo; y si no hay que reportearlo de inmediato, porque las condiciones no te dejan, entonces hay que dejarlo para el futuro. Así que me dediqué a escribir dos tipos de notas: las que tenía que mandar a la prensa, y el registro de lo que acontecía, lo que no podía contar. Armé los archivos, elaboré las entrevistas, conocí las versiones de los miembros del crimen organizado quienes me contaban sus historias para, posteriormente, plasmarlas en el libro. Este era un fenómeno que estaba cambiando el rostro del país. Si alguien nos hubiera dicho, en los noventa, de que México iba a estar incendiado, nadie lo hubiera creído. Y como lo he planteado en otros momentos, a este período se le va a conocer como el segundo más importante después de la Revolución mexicana. 

 

 

CARG: En este estado de excepción que tú registras, ¿cuáles son los riesgos a los que se enfrenta un reportero que, además, es avecindado en la zona? y ¿cuáles serían las secuelas del hecho de observar una realidad tan cruenta? 

 

JAC: Lo más relevante para el periodismo es cómo planteas todo esto. Primero, porque el periodismo de investigación se proscribió. Recuerda que para los periodistas un buen reportaje debe tener varias fuentes: documentar, confirmar o verificar todo lo que se va a plasmar en una investigación rigurosa, casi de corte académico. Desafortunadamente, en México el periodismo es extremadamente laxo y como estaba proscrito, cómo podías confirmar un acontecimiento entre narcotraficantes, con qué fuentes. El narco no te va a dar un boletín ni te va a decir que algo fue así o no fue así (risas). Entonces, mucho de lo que tenías que escribir para la investigación no se podía contar. Y los que lo hacían escribían leyendas urbanas, aderezadas con hechos que ocurrieron, pero en general eran versiones muy pobres para documentar por qué ocurrieron las cosas, cómo ocurrieron y cuáles fueron las consecuencias. ¿Cómo podías hacerlo? Simplemente no podías, porque, además, estábamos en una zona donde los Zetas impusieron una censura a lo que se publicaba. Tamaulipas, en un momento dado, se convirtió en una zona del silencio. En esos años, durante el gobierno de Yarrington [1999-2005] no ocurría nada. Teóricamente no ocurría nada porque no se publicaba, no se difundía. Donde podíamos difundir más era en Monterrey, porque a pesar de que teníamos la censura del crimen organizado era una gran metrópoli. Para las notas y lo poco que podíamos escribir teníamos ya un código. Te tenías que suscribir a los hechos, a los datos y quitar toda especulación, todo tipo de investigación y sólo decir: "mataron a cinco", "fue así", "llegó la policía y abrió una carpeta de investigación". Y se acabó: no podías contar nada más. Era una cosa muy limitada lo que podías publicar; e incluso, a veces no querían que publicaras eso, pues como corresponsales, cuando enviabas las notas a la prensa nacional, calentabas la plaza; entonces la clase política se veía obligada a intervenir porque estaban pasando muchas cosas. En un momento dado, el crimen organizado llamó a los reporteros -gracias a que tenían reporteros infiltrados- para decir qué sí podían publicar y qué no. Te ofrecían diez mil pesos por mes para no publicarlo o cuarenta mil para publicarlo. Había un enlace que te decía qué sí, o qué no, podías publicar. Y además estaban las amenazas. Así que teníamos una situación muy difícil para hacer periodismo. 

 

¿Qué pasaba cuando tú estabas viendo hechos horribles? Por ejemplo, a mí me tocó cubrir la masacre de Allende y pude saber todo lo que sucedió. ¿Qué pasaba con las extorsiones, los secuestros, las matanzas, las víctimas, los desaparecidos, las familias de los desaparecidos?, ¿Cómo te afectaba? Como periodista yo estaba en otros proyectos de investigación y sentía que no me afectaba. Para contrarrestar las experiencias del día me tomaba un vino tinto, escuchaba a Mozart y leía. Me gustaba leer literatura como para liberarme del asunto. Así que yo me sentía inmune, pero no sabía que tenía un nivel de locura que hasta ahora, más recientemente, admití. Y ese nivel de locura me afectaba precisamente porque yo estaba en la provincia, sintiendo lo que aquí ocurría, mientras que en el centro todo esto no se percibía. Tú mismo, como chiapaneco, entiendes que el centro tiene una capacidad brutal para ver y entender lo que ocurre en la provincia, pero a veces simplemente no entiende y en términos de la violencia es peor. Aquí no se estaban dando cuenta del asunto y yo les mandaba reportes internos, en ese entonces al periódico El Universal, que en Monterrey no podía publicar. Y yo les decía: "Te estoy mandando una nota que es muy delicada y no le metas tijera porque si le cambias algo, me pones en riesgo". Para entonces, la mayoría de los medios locales ya había quitado de las notas los nombres de los reporteros: todo era "Redacción" o "Staff". Eso comenzó en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Así que mientras eso sucedía allá, aquí un editor que se está comiendo una torta de tamal, decía: "ah, pues éste no puso esto", y le ponía o le cambiaba lo que quería. No entendían y yo tenía una polémica acendrada porque decía: "estos chilangos no me entienden", "mira cómo está el asunto acá". Y esa era mi locura, cómo todo esto me estaba afectando realmente. 

 

CARG: En ese sentido, el Noreste de México se convierte en un laboratorio donde se experimenta el periodismo de guerra, que se adelanta varios años respecto del centro en dos tipos de circunstancias: la censura de los carteles y el silenciamiento impuesto voluntariamente para mantener la cordura y la vida. ¿Consideras que el tipo de periodismo practicado en esa zona es un experimento que se adelanta al resto del país?  ¿qué técnicas o protocolos siguieron ustedes?

 

JAC: En Nuevo Laredo se impone el modelo para cubrir las noticias. La ciudad se incendia en el 2004 y hay un periódico emblemático de la región, El mañana, al que le disparan en la fachada, le avientan granadas, le queman la redacción, amenazan al equipo de reporteros y matan a un director. En un momento dado, El mañana compra chalecos antibalas a sus reporteros, impone autocensura y firma las notas como "Redacción", para que no se identifique quién es el reportero que la escribió. Este fue un primer paso, hasta que vieron que sus medidas fueron inútiles. Tomaron la decisión, en una editorial, de no publicar nada de esto, porque consideraron que era una guerra que no era suya y estaba provocando muchas muertes. Este fue el primer diario del país que decidió no publicar nada del narco. 

 

Los reporteros tenían protocolos intuitivos que después adoptamos en Monterrey, porque ahí está la zona de resonancia que permite transmitir lo que estaba ocurriendo en Tamaulipas, y que allá no se podían publicar; o transmitir lo que pasaba en Coahuila, mientras los Zetas se adueñaban del territorio, conseguían el respaldo del gobierno y comenzaban a controlar todo. Así que nosotros teníamos la oportunidad de trasmitir al centro del país y por eso mismo adoptamos los protocolos, porque todos los medios quieren tener exclusivas, primicias y la nota antes que nadie, y el periódico El Norte, que es más poderoso que muchos diarios de la capital del país y que en algún momento llegó a tirar más de cien mil ejemplares, tenía una independencia financiera gracias a la publicidad empresarial y es el emporio periodístico de Monterrey: tienen a los mejores contactos en la policía, en el gobierno y entre los empresarios; sus periodistas se enteran antes que nadie, les filtran mucha información. Este emporio era el dueño de un periodiquillo, de los vespertinos especializados en la nota roja, El Sol. Sus reporteros siempre tenían conocimiento de todo lo que ocurría en la ciudad, casi al momento. Así que viene esta oleada de colgados, asesinatos múltiples, ejecuciones, cabezas regadas por ahí; entonces, en un primer momento, ellos están teniendo esas primicias y se dan cuenta de que llegar de inmediato a la zona del crimen comienza a tener un riesgo.

 

Sin decirle a la empresa, empiezan a compartir la primera cobertura con los demás colegas. Son los primeros que se dieron cuenta de que el crimen organizado tenía halcones [espías e informantes], de que a veces los sicarios regresaban a recoger los cuerpos y de que los policías estaban comprados. Tú llegabas a cubrir la nota y un policía municipal te filmaba, te tomaba fotos y te preguntaba: "¿De qué medio eres? Es para el reporte oficial"; cuando en realidad era para el narco. Así que se dieron cuenta del riesgo en la cobertura del muerto y se organizaron para llegar todos juntos. Porque, en una ocasión llegaron dos y todavía estaban ahí los criminales: los golpearon, les quitaron las cámaras. Fue así como la cobertura se volvió colectiva, para reducir el riesgo; y eso comenzó a ser un protocolo para moverse en zonas rurales y cómo practicar la autocensura, porque los criminales querían que se publicaran muchas notas donde ellos dejaban narcomensajes. ¡En una ocasión nos avisaron de un muerto que todavía no mataban! Llegamos al lugar y el muerto llegó 5 minutos después. Para entonces, ya nos habían dado la ficha con el nombre y la dirección del difunto, pero el cuerpo todavía no llegaba. Al rato llegaron en una camioneta y lo tiraron: "acá está el muerto". Y dejaron el narcomensaje: "Señor procurador deje de involucrar a gente del cartel de Sinaloa, si no van a seguir los muertos".

 

Así que trabajar con todo esto se vuelve intuitivo. Ante el peligro y las amenazas hay una desbandada de reporteros; la mayoría pide cambio de fuente: "Yo me voy para deportes", "a mí métanme a la redacción"... Y durante el mayor auge de la violencia, de los 40 reporteros que cubríamos todo eso ya éramos entre 8 y 11. Todos temerosos. 2 o 3 usaban chalecos antibalas y el resto nos colocábamos atrás de ellos. A mí me tocaron, por lo menos, 5 o 7 balaceras en proceso. Llegabas y quedabas en medio; te tenías que tirar al suelo o tenías que retirarte porque todavía se estaban dando de balazos. Todo esto cambió la manera de hacer periodismo y los protocolos fueron intuitivos. Creamos una red para compartir estos protocolos que hicimos: la cobertura colectiva, la seguridad digital, entender cómo funcionan los halcones, cómo te están vigilando siempre, etcétera. 

 

CARG: ¡Qué impresionante! Esta experiencia está plasmada en Las guerras ocultas del narco; no la cuentas y sin embargo está ahí y me parece que le confiere al libro ese grado de originalidad y radicalidad que no tienen otras publicaciones de su tipo. Eso tiene que ver con el tratamiento que tú le das a los testimonios y cómo lees las fuentes, porque tienes la experiencia directa. Sin embargo, también te asumes como narrador de hechos terribles y para ello exploras diversos tipos de testimonios, por un lado, los archivos de la Secretaria de la Defensa sobre los Zetas, y por el otro, los juicios de los narcotraficantes aprehendidos en Estados Unidos. ¿Cómo lees estás fuentes?, ¿cómo las críticas?, ¿cómo contribuyen a visibilizar lo que ha sucedido? 

 

JAC: Lo más relevante para mí y para este libro fue escucharlos, porque estás hablando de testimonios de primera mano. Lo único que te da la versión oficial es: "cayeron tres muertos", "utilizaron tales armas", "recogimos tales casquillos", que es una pequeña radiografía del hecho, pero finalmente el problema es responder por qué, quiénes, cómo. Y eso no te lo responde la versión oficial. La ventaja de muchos de los reporteros de provincia es que estuvimos en el lugar de los hechos. ¿Qué ventaja te da? Pues que escuchas cosas de más, ves lo que ocurrió, ves detalles que no se publican (porque la nota finalmente es una síntesis de un acontecimiento); entonces oyes cosas de más, escuchas los rumores: por qué pasó, quiénes eran, pero como no se confirman no se pueden publicar. Esa ventaja de estar en la zona de guerra, sin duda es una parte relevante para poder escribir, pero no entiendes el por qué, el cómo, quiénes. Así que cuando escuchas a los testigos de primera mano, a los mismos capos contar sus testimonios, todo cambia. Allá en Estados Unidos solamente se les podía juzgar por dos delitos: por lavado de dinero y por el narcotráfico. Las leyes y los delitos están resumidos en esto. Para la justicia norteamericana lo que hicieron en México es irrelevante. 

 

CARG: De ahí que cuenten alegremente todo lo que hicieron...

 

JAC: ¡Porque además son tipos que tienen mucho que contar! Ellos hicieron historia, le cambiaron el rostro a México. Ni López Obrador le va a cambiar el rostro a México como los narcos lo hicieron. Ellos son capos de un nivel, como Heriberto Lazcano, inusitado para México. Innovaron, crearon situaciones de guerra. Si los ves como un personaje histórico de la maldad, podrían ser un hitlercito. Hicieron cosas sin precedentes para la historia de México. Así que oír su testimonio, ver cómo lo narraban, cómo contaban sus aventuras, fue impresionante. Yo digo en el libro que, en un momento dado, los tenían que callar porque el juicio se basa en responder las preguntas y los tipos se soltaban y contaban todo, mientras yo intentaba apuntar todo en friega (risas). Tenías que aprender taquigrafía. La ventaja es que como tenían que hablar en español, y después los traducían al inglés, te daba la ventaja de escribir. Gracias a mis amigos, después tuve la ventaja de leer las transcripciones, pero para entonces ya lo había escuchado. Y esa fue la ventaja fundamental, para mí, de este libro. 

 

CARG: Claro, por un lado, eres un testigo directo de lo que ocurrió, pero por el otro, escuchas a los capos y, finalmente, pones a prueba tanto lo que has visto como lo que has escuchado. ¿En qué medida tu propia experiencia como reportero te sirve de filtro, de crítica?

 JAC: Mira, estar dentro te daba conocimiento y acceso a fuentes cercanas; por ejemplo, nosotros estábamos cerca de la inteligencia militar y ellos nos daban una versión. En ocasiones, hacían operaciones especiales que la SEDENA [Secretaría de la Defensa Nacional] les prohibía contar, porque ésta quería que la gente denunciara y todos los golpes contra el narco se los atribuía a una denuncia anónima, cuando ya los oficiales de inteligencia militar habían hecho su trabajo, pero no podían decirlo porque la versión oficial era: "gracias a una denuncia anónima..", así que ellos se quedaban sin el crédito, pero a nosotros sí nos contaban todos los detalles de la operación. El gran problema que tuvo Calderón [2006-2012] y que tiene el Estado mexicano para combatir el narco y esta violencia, es que sigue con la estrategia de los grandes capos; y cuando capturan a uno de los grandes hay diez que están listos para reemplazarlo. Así que cuando nos contaban los detalles, nos dábamos cuenta de cómo operaba la red, las conexiones con la policía local, la complicidad que iba subiendo por los jefes policiacos, los procuradores. Y entonces, comenzabas a entender. 

 

Yo tuve la suerte de que con otros dos compañeros periodistas visitábamos un antro de mala muerte, que después se convirtió en un antro de mala muerte propiedad del crimen organizado, pero gracias a que teníamos años yendo éramos parte de la clientela que no generaba sospecha. Al estar ahí, las meseras nos contaban de todo: eran la mejor fuente de información porque eran novias de los capos. Todos esos datitos que se fueron juntando se convirtieron en el principal filtro para descifrar el marasmo: qué es lo que es necesario ocultar, cuál es la verdad, cuál es la mentira; y hay cosas que, definitivamente, tienes que dejar a un lado. Yo no quise meterme del lado de las víctimas, pero tengo muchas narraciones de tragedias y tristezas; por ejemplo, los marinos de las fuerzas especiales que llegan de la Ciudad de México a Monterrey ya tienen la dirección de un capo, saben dónde vive y van a ir por él; buscan la dirección, tocan la puerta, les abre el supuesto capo y ellos no lo esperaban, así que le disparan. Después buscan las armas, las drogas y no encuentran nada. ¡Resulta que se habían equivocado de número! Se equivocaron de casa y mataron a un pobre ciudadano que ni la debía ni la temía, pero ya habían cometido el error, así que entonces le siembran la droga, le siembran las armas, le ponen pólvora en las manos y lo presentan como un gran capo. ¡Había miles de esas historias! pero entonces, ¿cómo las cuentas?

 

CARG: Mira, a mí me parece que el plan de la obra surge de todo esto. La perspectiva de análisis que has adoptado no es la historia nacional del narcotráfico, sino una escala macro macrorregional: el Noreste. De ahí que haya una configuración espacial propia y una cronología anterior a la de la "guerra del narco", que genera una narrativa a contracorriente de los procesos nacionales y de la cronología oficial. 

 

JAC: La narrativa de la "guerra del narco" se impone desde el centro del país, con las desventajas de no tener todos los elementos que se podían encontrar en las regiones. Así que, en ocasiones, lo que publican los periodistas de la capital es que el gobierno federal es responsable; y en esta historia, al narco se le ha quitado el papel individual. Para la narrativa oficial, el narco no es más que un peón del Estado que responde a ciertos intereses, a cierta dinámica. Claro que el Estado tiene complicidad, pero al narco le quitan el papel de emprendedor, de formador de la historia, que hace las cosas por su propia dinámica y no, como siempre se le ha querido ver desde la capital del país: al Estado como titiritero de los narcos. Por eso el libro parece que fuera dos maneras de ver una sola realidad: la que se ha contado y la realidad tal y como se ve desde aquí. 

 

CARG: Tú has hecho referencia al diseño de una política militar transnacional entre los Estados Unidos y México, que es anterior al sexenio de Felipe Calderón. ¿Cómo se creó esta política militar de contención a partir del Plan Mérida y cómo se adaptó por el gobierno mexicano?

 

JAC: Quien ha escrito muy claramente la historia de cómo el narcotráfico en México ha evolucionado de la mariguana a los gomeros, etcétera, es Luis Astorga. Él cuenta que en las famosas campañas antiamapola en la zona de Sinaloa, el gobierno de los Estados Unidos financia al gobierno mexicano para que destruya la producción de amapola y para que la heroína no llegue a los Estados Unidos. Y le pide que sea el Ejército el que vaya a las lomas de los narcos gomeros y destruya las cosechas de amapola. De hecho, el proyecto de la génesis de la violencia en México yo lo sitúo cuando a los militares los mandan de civiles a combatir al narco, que son los Zetas. Se tenía el concepto de que las policías civiles eran demasiado corruptas y el ejército era lo más disciplinado, lo más decente y lo menos corruptible; así que quisieron que éste fuera el encargado. Para entonces, ya estaba bien corrompido; el narco ya lo había infiltrado: había comprado a generales regionales y varios mandos. Pero, cuando Calderón dice, y esa es la gran decepción: "vamos a implementar la presencia del ejército para contener toda esta violencia", los generales ya están con el bando contrario. Todo eso está en los documentos WikiLeaks, otra de las grandes fuentes del libro. Ahí, incluso se le propone a Calderón una policía para la zona sur, una policía migratoria. 

 

CARG: Por un lado, está un factor que es la política militar en el Noreste, pero, por el otro, hay condiciones sociales que sirven de caldo de cultivo para la fermentación de una violencia que se va recrudeciendo poco a poco. Tú has señalado al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que para el 2004 lleva ya diez años de operación. Son diez años de una política económica basada en la maquila, el congelamiento de los salarios, la mano de obra barata, la pauperización social, el hacinamiento del proletariado en las ciudades. ¿Cómo afecta esta situación social? 

 

JAC: Acuérdate que el TLCAN es el beneficio que obtendrán los Estados Unidos para competir con China. Las grandes empresas estadounidenses cada vez tienen menos capacidad competitiva y deciden que los salarios bajos son la manera de reducir costos a sus productos y así competir con Europa y con China. En un primer momento sí les funciona: toda la franja fronteriza, de Matamoros hasta Tijuana, se llena de grandes maquiladoras y ensambladoras que contienen la migración centroamericana porque el empleo está en auge, pues las empresas vienen a buscar la mano de obra barata y la evasión de leyes rigurosas sobre el medio ambiente. Así que vienen para evadir restricciones legales muy rigurosas allá y muy laxas en México. Pero eso funciona en un período de tiempo muy corto, pues ni siquiera esa logística que abarata sus productos les compensa ante los bajos salarios chinos. Y cuando esta gran maquila que se estableció en México regresa rápidamente ¿qué sucede en las grandes zonas fronterizas donde hay una gran población flotante? Se queda ahí, huérfana de oportunidades.

 

Por eso no es casual que donde empieza la violencia en México es en las zonas maquiladoras. Los primeros brotes de la gran violencia en México suceden en Nuevo Laredo, Tijuana, Chihuahua, Reynosa, Matamoros. Es ahí donde nace esta gestación; y cuando, por diversas circunstancias (el cierre de la frontera, cambios en el consumo) la droga ya no se vende en los Estados Unidos, es en estas mismas zonas donde se empieza a quedar la droga, y entonces esta población flotante comienza a consumir droga barata.

 

CARG ¿Cuáles son las características de esta población flotante, en cuanto a sexo, edad, origen?

 

JAC: Básicamente, son jóvenes migrantes que se quedaron ahí. Los feminicidios en Chihuahua, que tanto nos asustan, son solamente la punta del iceberg de lo que venía sucediendo, porque como el feminicidio se vuelve políticamente más importante se pierde de vista que por cada mujer que estaban matando, también estaban matando a seis hombres. Entonces, hay un nivel de violencia que refleja el fenómeno que está ocurriendo: en Ciudad Juárez se está quedando la droga y el narcotráfico cambia su sistema de operación. Durante decenas de años operó para pasar la droga a los Estados Unidos, no para operar en México, porque las ganancias estaban allá. La cocaína no se consumía en México. Y cuando tienes una plaza local para vender la droga, necesitas la protección de la policía local, necesitas narcotienditas y narcoconsumidores. La cocaína era para el consumo de las élites, pero estos tipos la comienzan a hacer masiva gracias a los antros, los table dance y a que las mujeres entran ahí; entonces tenemos que, gracias a una encuesta de la ONU [Organización de las Naciones Unidas], de que las mujeres comienzan a ser las principales consumidoras de cocaína en México, en esta franja fronteriza, y a partir de 1996. 

 

CARG. Me parece que todos los elementos que ahora planteas, y que se encuentran en el comienzo del libro, son problemas sociológicos muy amplios. Tú señalas la emergencia de la "narcoinsurgencia", la "narcoguerra", la "guerra de baja intensidad", lo cual implica que la violencia organizada disputa al Estado el territorio, la soberanía, la justicia, el trabajo, los impuestos y la recaudación fiscal. ¿Qué implica pensar estas guerras del narco, en el Noreste, desde la perspectiva de la "narcoinsurgencia"?

 

JAC: Durante la investigación conversé con funcionarios colombianos que hicieron el combate al narcotráfico: a Pablo Escobar, los hermanos Orihuela, al cartel de Medellín, al de Cali, y ellos me plantearon algo fundamental que para mí fue como una revelación. Y es que, según sus investigaciones, la violencia en realidad se venía gestando durante los últimos treinta años; que este fenómeno no es sino la gestación de muchas cosas que vinieron evolucionando desde hace treinta años. Entonces, entendí que el fenómeno que se estaba expresando era una descomposición del país en muchos aspectos.

 

En realidad, el fenómeno que se destapa a partir del 2006, con Calderón, es un fenómeno que se gesta en la descomposición del sistema mexicano en varios órdenes durante los últimos treinta años. Lo que sí queda claro es que el Estado abandona sus responsabilidades sociales, que las familias se descomponen, que hay un cambio de paradigmas culturales; son factores que llevan a esta situación. La investigación de los académicos perm


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