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7.3.22

Una alternativa para Cuba: democracia política y económica II

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Josip Broz

Planificación capitalista

La planificación nacional de la economía tiene una mala reputación debido a su gran fracaso en la antigua Unión Soviética y en Cuba. Ese fracaso ha sido atribuido a la planificación en sí.

Pero esta atribución ignora que la planificación en esos países acaeció dentro de un sistema político unipartidista, controlado por una burocracia que establece desde arriba lo que se produce, cómo y cuándo, sin la participación ni la información real de los que producen y administran a nivel local y que verdaderamente conocen lo que sucede en los centros de trabajo.

Es ese contexto político de la planificación el que llevó al fracaso económico de la Unión Soviética y a las crisis económicas en Cuba. Lo que las voces críticas de la planificación también ignoran es que ella también existe dentro de las grandes empresas capitalistas. Es, por ejemplo, un aspecto integral del funcionamiento de las gigantescas corporaciones norteamericanas que emplean a millones de personas, desde las más modernas, como Amazon y Microsoft, hasta las más tradicionales como United Airlines y General Motors.

Asimismo, desconocen que en países capitalistas avanzados que son políticamente democráticos, la planificación ha sustituido exitosamente al mercado como instrumento principal para dirigir la economía en tiempos de guerra. Y que esa planificación confrontó y resolvió problemas en el proceso de planificación que, como veremos más adelante, habían sido considerados irresolubles. Todo esto pone en duda la aseveración de que la planificación económica a nivel nacional no funciona independientemente del sistema político dentro del cual existe.

Un ejemplo de planificación nacional que abarcó tanto el sector privado como público de una economía capitalista es la Gran Bretaña de la Segunda Guerra Mundial. Este país, a diferencia de los Estados Unidos, sufrió en su territorio numerosas bajas y daños materiales como resultado de agresiones aéreas, no solo en la capital sino también en ciudades con grandes concentraciones industriales, como Coventry. Pat Devine describe la vida económica del Reino Unido durante esos años no como resultado del funcionamiento del mercado, sino de decisiones administrativas respecto a qué y dónde producir.

Ello no quiere decir que hubiera un plan único que cubriera toda la economía; sino un conjunto de planes sectoriales entrelazados más o menos coherentemente, producto de un complejo proceso de negociación entre diferentes firmas y sectores económicos.

Las únicas decisiones que afectaron a la economía como un todo concernieron a la distribución de recursos entre varias categorías de usuarios -militares, consumo doméstico, exportación- que no requerían un conocimiento detallado de lo que sucedía dentro de cada uno.

Hubo también planificación de la mano de obra que trabajaba para la industria privada y para el sector público. Esta operó a través de una serie de encuestas, llevadas a cabo a partir de 1941, cuyos resultados fueron la base sobre la que se formularon los cálculos de la mano de obra necesaria. Regiones con excedentes y déficits de mano de obra tuvieron que cooperar entre sí, aunque resultó más eficiente llevar el trabajo a la gente que promover el movimiento en gran escala de trabajadores de una región a otra.

La planificación incluyó hasta la agricultura, donde una política de subsidios a los granjeros fue combinada con las instrucciones delWar Agricultural Executive Committee (Comité Ejecutivo Agrario de Guerra) que decidía qué debía cultivarse en diferentes regiones, y hasta tenía la autoridad de incautar las tierras en ciertos casos. Un resultado notable de esa política agraria fue que, entre 1939 y la primavera de 1940, la tierra cultivada en Gran Bretaña aumentó en 1.7 millones de acres. En 1940 y 1941, la campaña para arar (plough up) los campos tuvo éxito en aliviar la escasez de alimentos que ya no se podían importar debido a la guerra.

De acuerdo a Pat Devine, las empresas tuvieron que cooperar para no solicitar más mano de obra de lo que sus contratos justificaban, a pesar de que las sanciones por no cumplir con las metas de producción fueron generalmente mayores que las de solicitar más trabajadores que los necesarios.

Esta cuestión es importante, dado que el acaparamiento de recursos y mano de obra por parte de los gerentes industriales y agrícolas constituyeron una de las contradicciones principales estudiadas por el economista húngaro János Kornai en lo que llamó «economías de escasez» (shortage economies) en los países del bloque soviético.

La necesidad de cooperación sugiere que en la vida real no existe una brecha irreparable entre la economía y el resto de la vida política y social. En otras palabras, son muchas veces los factores supuestamente extra-económicos los que pueden determinar el éxito de este tipo de economía de guerra, como también pudiera ser el caso en una sociedad donde la autogestión democrática en la economía afecta notablemente la motivación de los trabajadores que participan en ella con el entusiasmo, esfuerzo y cuidado que es razonable esperar de personas que tienen un considerable poder de decisión y responsabilidad en sus centros de trabajo.

Es también obvio que cualquier iniciativa para establecer control obrero en la economía tendría que estar basada en un movimiento obrero dispuesto a luchar para obtener esa y otras conquistas. La tasa de ganancia para el capital fue negociada con el gobierno, generalmente a un nivel más bajo que antes de la guerra. Pero la enorme demanda garantizada por la creciente producción bélica aseguró una tasa de utilización industrial de cerca del cien por ciento, sin precedentes en la historia del capitalismo británico. Eso aumentó muchísimo la cantidad total de ganancias de los capitalistas, aunque no necesariamente la tasa de ganancias.

Los ingresos de la población ascendieron, en parte porque hubo poco desempleo debido a la economía de guerra, y la resultante presión inflacionaria fue contenida a través de impuestos, ahorro obligatorio, control de precios y racionamiento. La salud pública mejoró notablemente respecto a las condiciones de trabajo. El sistema riguroso de racionamiento de guerra tuvo éxito porque los británicos más pobres pudieron comer más y de manera más saludable que antes de la guerra. Si bien el nivel y estándar de vida decayó, los bienes disponibles fueron distribuidos con más equidad, aunque ese tipo de distribución temporal no alteró las desigualdades fundamentales de la sociedad británica, que después de todo siguió siendo una capitalista.

Como consecuencia de la movilización militar y laboral provocada por la guerra, la economía británica cambió rápidamente del desempleo prevalente en los años treinta a la escasez de mano de obra de los cuarenta. Hubo una dramática y extendida conversión de la planta industrial a propósitos bélicos, como en los casos de las industrias automovilística y aeronáutica que comenzaron a producir aviones de guerra, tanques, y municiones, entre otros productos de guerra.

El gobierno de coalición presidido por Winston Churchill cooptó a los líderes sindicales con el claro propósito de evitar conflictos laborales, más que nada las huelgas. Con la creación del National Arbitration Council (Consejo Nacional de Arbitraje), las huelgas se volvieron prácticamente ilegales, clara evidencia de la naturaleza clasista de la coalición gubernamental, que de plano estableció la desconfianza a los obreros en los centros de trabajo como guía general de conducta.

Aun así, la política laboral del gobierno de coalición propició un aumento de los sindicalizados y mayor poder local de los obreros en los centros de trabajo. Esto se reflejó en las huelgas importantes que ocurrieron en los últimos años del conflicto bélico en astilleros, fábricas de refacciones y maquinarias, y entre los mineros. Ellas fueron frecuentemente organizadas por comités de base sindicales, en vez de por los líderes nacionales de los sindicatos británicos, cooptados por el gobierno.

Pat Devine estima que el sistema de planificación económica nacional operó razonablemente bien en Gran Bretaña, dependiendo en gran medida del consentimiento, buena fe, y cooperación honesta con las autoridades, todo en aras del éxito contra el nazismo. Según su análisis, en ese país se dieron las dos condiciones necesarias para una planificación coherente: información y motivación adecuada. Como sabemos, esos dos factores generalmente han brillado por su ausencia en Cuba, igual que ocurrió en los países del bloque soviético en Europa.

Por otra parte, no hay dudas de que la democracia política británica decayó durante la guerra, ya que se introdujeron limitaciones a las libertades civiles, como la censura militar de la correspondencia y en medios de comunicación. El mero hecho de la coalición gubernamental establecida al inicio de la contienda entre los dos partidos más importantes (Conservadores  y Laboristas), con el apoyo externo del pequeño Partido Liberal, y la cancelación de elecciones en el período, eliminó temporalmente la posibilidad de alternancia en el poder que define a la democracia parlamentaria.

Pero, a pesar de la guerra y la ausencia de elecciones, Gran Bretaña no se convirtió en una dictadura civil o militar. De hecho, poco después de terminada la guerra, el Partido Laborista ganó decisivamente las elecciones de 1945, derrotó a Winston Churchill y al Partido Conservador e instaló en el poder un gobierno que realizó reformas importantes, sobre todo en el área de salud, con la inauguración en 1948 del National Health Service (NHS), una versión de la medicina socializada.

Winston Churchill

Hasta ahora ese sistema de salud pública disfruta de amplio apoyo político en Gran Bretaña, a pesar de las dificultades producidas por la pandemia de Covid y de los cambios y reducciones que el NHS ha sufrido en las últimas décadas a manos de las políticas neoliberales, tanto del Partido Conservador como del Laborista.

Finalmente, queda por aclarar por qué la economía de mercado parece ser incompatible y de hecho ha sido puesta a un lado por los gobernantes en tiempos de guerra -aún en el Reino Unido, cuna del capitalismo industrial. 

Hay muchas razones para ello, pero más que nada se debe a la tendencia inevitable de las grandes corporaciones capitalistas a aumentar su tasa de ganancias por todos los medios posibles, lo que choca con las necesidades de una economía de guerra, que depende de la previsibilidad de la producción bélica y del control de costos de los insumos, que de otra manera se dispararían en un mercado «libre», especialmente cuando confronta una situación de escasez, tanto de armamentos como de artículos de consumo.

Las economías de guerra también tienden a eliminar por todos los medios el malgasto sistemático de recursos que caracteriza al capitalismo «normal». Un ejemplo es el desempleo crónico. Como la economía capitalista «normal» se organiza en base a la competencia, que produce «ganadores» y «perdedores», hay un lapso significativo de tiempo antes de que estos últimos puedan conseguir empleos alternativos; mientras tanto, están desocupados y no contribuyen ni a su bienestar individual ni a la economía nacional. Es este tiempo perdido el que impide que la economía de mercado funcione adecuadamente en tiempo de guerra, debido a que puede conllevar a demoras de insumos bélicos que conviertan una victoria en derrota.  

Nada de esto quiere decir que no haya habido malgasto -las guerras constituyen por definición un malgasto catastrófico de seres humanos y recursos económicos- en las economías de guerra capitalista y que hayan sido óptimamente eficientes. Solamente una economía planeada racionalmente, basada en el control democrático ejercido por los trabajadores y la sociedad en general, en asociación estrecha con técnicos y científicos, puede aspirar a esa meta.

Desde el punto de vista de la izquierda crítica cubana, lo más importante es saber que la planificación económica a nivel nacional no solo es deseable, sino posible. Los grandes problemas y contradicciones de la planificación burocrática al estilo soviético y cubano, no son relevantes y mucho menos agotan las posibilidades de un plan racional y democrático para nuestro país.

 

(*) Samuel Farber nació y se crió en Cuba y ha escrito numerosos libros y artículos sobre ese país, así como sobre muchos otros temas políticos. También es autor de Before Stalinism: The Rise and Fall of Soviet Democracy, reeditado recientemente por Verso Books. Es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.

Fuente: https://jovencuba.com/alternativa-democracia/


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