bitacora
ESPACIO PARA PUBLICIDAD
 
 

24.1.22

Sobre la historia de la lucha armada. Entrevista a Emilio López Adán “Beltza” (II)

imagen

Por Emilio López Adán "Beltza" (*)

Y en lo que se refiere a la fuerza, ¿cómo estaba ETA durante la Transición, entre 1975 y 1982?

En aquel entonces ETA era un auténtico ejército, tenía una fuerza impresionante, bien preparada, bien armada, bien financiada y con un apoyo enorme. Los guardias civiles le tenían mucho miedo. Eso sí, ya desde los tiempos de Argala no había fuerza para llevar a cabo la revolución, para obligar al enemigo a la negociación que ETA deseaba. Como los milis, en 1982 mucha gente pensaba que en Euskal Herria seríamos capaces de hacer alguna cosa. Ya entonces veían que no se haría la revolución, pero la negociación era creíble, porque ETA tenía una fuerza enorme. Yo en aquel momento estaba cerca de los autónomos, para mí fue un año muy duro por muchas razones.

En un primer momento, la violencia estaba ligada a la insurrección popular y de esta manera la organización de invistió de capacidad para forzar la negociación. Este es un debate de envergadura y entre los polimilis también se discutió mucho sobre esta cuestión. Tenemos una idea desfigurada de los polimilis, se piensa que se equivocaron, que se hicieron reformistas y acto seguido se hicieron del PSOE o de ¡Basta ya! Algunos recorrieron este camino, pero entre los polimilis había gente con una cabeza muy buena y según su punto de vista, la lucha armada había tocado techo en cuanto a debilitamiento del franquismo y era necesario superarla, con el objeto de crear nuevas oportunidades. Esto tuvo unía influencia en ETA militar. Si decimos que hemos llegado a un límite, ¿qué tenemos que hacer? Nuevas acciones.

¿Fue eso lo que abrió paso a los nuevos modelos de atentados de los ochenta?

Aquí está la clave, sí. Sobre 1985, y después de discusiones bastante duras -a las cuales se hace referencia en el libro-, ETA decide que para conseguir la negociación se tenía que acumular más fuerza, y eso traería muchos cambios.

¿Te refieres a pasar de las acciones de guerrilla a los coches bomba? Además, suponía un menor riesgo para el activista y supuestamente mayor capacidad para presionar al gobierno de España.

Pero no solo eso; se buscó más eficacia y también por este motivo se llevaron los atentados a Madrid. Se asumió otro modelo de lucha. Eso fue fruto de una decisión.

¿Cuándo se tomó?

Este proceso se dio entre 1982 y 1986. En la época de Txomin [Iturbe] se vio bastante claro. Ya estábamos en 1987. En aquel momento la reflexión parecía racional: "Somos fuertes, conseguiremos la acumulación de fuerzas -es decir, más muertos- y negociarán". Pero en ETA y en su entorno, mucha gente no lo veía con buenos ojos. Según algunos, había fuerza para negociar con dignidad. Es decir, para conseguir la amnistía, la legalización de todas las fuerzas políticas y dejar el capital político acumulado en manos de una fuerza política que no estuviera supeditada a una fuerza armada y que lucharía por nuestros objetivos.

Este enfrentamiento se desencadenó durante la gran crisis política que se produjo en la época de Argel. Argia [el semanal] y Larrun [suplemento mensual de Argia] tuvieron su papel en aquella crisis. Mucha gente pensaba que había que persistir en la idea de Txomin, es decir: "Hay que vender la moto mientras todavía funciona, si la queremos vender cuando esté averiada, no nos darán nada".

¿Txomin era partidario de esta estrategia? Frecuentemente hemos escuchado a algunos: "Si Txomin hubiese vivido, se hubiera impuesto la negociación".

El debate persiste y en el libro cito testimonios y textos. Parece ser que al principio Txomin aceptó los coches bomba y similares en pro de la acumulación de fuerzas. Pero también parece que tenía sus dudas y que no mostraba la rigidez ideológica de otros. Ante de ser deportado a Argelia lo deportaron a Gabón y no parece que allí tuviera el apoyo de la dirección de ETA. A la hora de negociar, aquellos cercanos a [Iñaki] Esnaola dicen que sí, que con él se hubiera impuesto la negociación. Otros que ha llegado a la etapa de Sortu dicen que no. Yo no lo he aclarado. En cualquier caso, lo más significativo es que, en opinión de mucha gente, aquel fue el momento de negociar y que eso abrió una crisis muy importante. Al final fue que no.

Para algunos, la negociación debería haber sucedido incluso antes. Tú ves 1982 como fecha clave.

Yo venía de posiciones de lucha armada-insurrección popular. El protagonista, el pueblo. Para mí en 1982 se ve claro que los potentes movimientos sociales de finales de los setenta se están debilitando y que no hay un clima social propicio para participar en la lucha armada, y todavía menos para dar apoyo a un grupo políticomilitar especializado que dirija la lucha. Los Comando Autónomos, pongamos por caso, se disolvieron tanto por la represión como por la hostilidad de la izquierda abertzale. Pero en Europa también se dio una crisis equivalente entre lucha armada y movimientos sociales, y yo estaba en aquella crisis: necesitaba nuevos caminos.

Pero, ¿qué pesaba más en tu reflexión? ¿Era una cuestión de correlación de fuerzas, condiciones, táctica, legitimidad...?

Para muchos de nosotros la lucha violenta contra el Estado no había perdido legitimidad. Aquella democracia era fruto de un autogolpe, ligado a la corrupción, garante de la persistencia del capitalismo y el franquismo... Yo no daba suficiente valor a aquella democracia y al Estatuto de Autonomía para abandonar todo lo anterior y si bien cada uno tiene su historia personal, no creo que la mayor parte de los que dejaban la lucha armada lo hiciesen por eso. De todas formas, las investigaciones sobre la opinión pública mostraban claramente que a medida de avanzaba la década de los ochenta había una inflexión de la opinión pública referente a los atentados de ETA: primero más de un 50 % de los ciudadanos en contra, después más de un 70 %... y en esto son claves evidentes las acciones que se llevaron a cabo a partir de 1985, y no tanto la fe que se tenía en la Constitución o el Estatuto.

Alrededor de la discusión sobre Argel convergieron dos problemas: la ruptura estratégica y la ruptura ética y moral. Mucha gente vio que ETA se estaba metiendo en callejón sin salida y que la moto que se quisiera vender después no tendría ningún valor, que los prisioneros quedarían en la cárcel aunque se abandonaran las armas. Eso es lo que ha pasado. Había dos perspectivas sobre un hipotético final: cuando le preguntaban a Txomin, este decía: "Si el pueblo no nos apoya, nosotros a casa". Y la ejecutiva Artapalo respondía a la misma pregunta: "Lo tendremos en cuenta". Lo tendrán en cuenta, pero no estarán al servicio  de este sentimiento popular. Esta diferencia es muy importante. Continuar por el camino sin salida supuso una ruptura estratégica muy importante, principalmente porque todo se hace en torno a la organización, la garantía de la victoria es la fuerza de la organización, no el apoyo del pueblo. Y después está la ruptura ética. Cuando se multiplican las víctimas inocentes, la gente sencilla se identifica con el inocente muerto o con el débil, no con la grandiosa ideología de quien lo ha matado.

Con la perspectiva actual, se podría cuestionar si era realista pensar en hacer la revolución. O conseguir la Alternativa KAS en su totalidad. Pero en aquel tiempo muchas gente en la izquierda abertzale pensaba que sí, tanto en las estructuras como entre el pueblo.

Hoy pienso que en Argel era posible conseguir algo parecido a lo de los polimilis, pero parecía que en todos los intentos posteriores se conseguiría cada vez menos, y eso es lo que ha ocurrido. ¿Por qué no se dieron cuenta de eso los dirigentes de entonces? Y creo que fue por la representación que las organizaciones armadas hacen de ellas mismas, que es una perspectiva autocentrada. La organización se ve fuerte, tiene un gran control de su entorno social... Es la influencia del marxismo leninismo.

Muchas de las acciones que los polimilis y los autónomos hacen en los 80 están relacionadas con las cuestiones sociales. Los milis y los Berezi cada vez más hacen acciones dirigidas al enemigo, a debilitarlo. Se da prioridad a la acción que hace daño al enemigo, y no a las demandas del pueblo. Y para hacer eso, hay una ejecutiva todopoderosa, que piensa que será capaz de amedrentar al enemigo y obligarlo a negociar mediante una guerra larga. A su entender, este punto de vista no admite crítica; cuando la gente se muestra crítica le dicen: "Te has quemado, no estás en condiciones de continuar en la lucha armada, vete a casa y por encima de todo, mantente en silencio, no hay que perjudicar a quien está luchando."

Así pues, con todo lo que estás diciendo, quien acertó en 1982 fueron los polimilis. ¿No es así?

Yo no diría tanto. ¿Qué es acertar? ¿Cómo se mide el acierto? Quiero poner el acento en una idea: en 1982 la fuerza y el apoyo que tenía ETA eran enormes, y eso hay que tomarlo en consideración. Las cosas no se pueden valorar atendiendo solo a lo que pasó después, se deben medir valorando la representación directa que había entonces. En aquel momento, ETA pensaba que tenía fuerza suficiente para negociar y que era coherente intentarlo. Pero se equivocaron en la vía para acumular fuerzas para la negociación y aquí hay una responsabilidad. En el libro yo no digo que se debía hacer en aquel momento, intento explicar porque ocurrió lo que ocurrió. En mi opinión, la crisis de pérdida de rumbo es, sobretodo, la de 1995.

Hasta ahora hemos hablado de Argel, pero esta última fecha que has mencionado nos lleva al Acuerdo de Lizarra-Garazi y el alto el fuego de entonces.

La ejecutiva de Artapalo rompió las negociaciones porque pensaba sinceramente que sería capaz de imponer la negociación que deseaba y que el año 1992 (Juegos Olímpicos, Expo de Sevilla...) era una buena ocasión para eso. Pero la negociación no vino en 1992 y además detuvieron a la dirección Artapalo. Me parece que el intervalo que va de 1992 a 1995 se ha investigado muy poco y yo también analizo esta etapa con otros ojos. Conocía a casi todos los actores anteriores, pero de aquel entonces en adelante me tengo que basar en lo que me cuentan. La mayor parte de la gente que apareció después de Artapalo ya no eran compañeros míos.

En aquella época, mucha gente dentro de ETA pensó que en Argel se había metido la pata y que era necesario hacer algo para salir de la lucha armada. En 1993 comenzó una dirección nueva, la de la etapa de Mikel Antza [Mikel Albisu], y en aquel periodo KAS tuvo un peso crucial. ETA recibió una gran bofetada con la caída de la dirección y KAS le ayudó a rehacerse ideológicamente. No conocía a la nueva dirección de ETA pero a los de KAS sí y eran gente buena, muchos de ellos amigos míos. Aquella gente ayudó a ETA a volver a incardinar en la práctica a pie de calle el carácter social de le faltaba. Querían volver a situar la revolución social en el centro, pero buscando el radicalismo se convirtieron en los impulsores de la peor estrategia políticomilitar.

La ponencia Oldartzen surgió en aquel contexto y recogía la idea siguiente: ya que la extensión de 1985 no hemos acumulado suficiente fuerza para amedrentar al enemigo, ahora extenderemos todavía más el ámbito nuestra actividad y actuaremos también contra políticos, periodistas, intelectuales, concejales... Y con esta estrategia la lucha armada pierde todavía más. Si defines el enemigo en un colectivo concreto, como por ejemplo la policía torturadora, es nítido, la gente lo entiende en seguida. Pero si defines al adversario, tal y como se hizo, de una manera ideológica compleja, la lucha armada pierde sentido.

En Herri Batasuna se produjo el debate entre las ponencias Oldartzen y Iratzar, la segunda dirigida por Patxi Zabaleta. ¿También en ETA se dio este debate?

Quiero destacar una idea: entre 1992 y 1993 hubo intentos destacables desde las prisiones y desde dentro de la organización de volver a llevar a ETA a la negociación, porque se veía que estaba perdiendo apoyo popular por diversos motivos. ETA practicó importantes exclusiones en el entorno de Txelis [Jose Luis Alvarez Santacristina] o de Esnaola [Iñaki], una purga absolutamente leninista.

Se asegura que durante la época de Esnaola y la abogada Christiane Fando, estos también tuvieron apoyo de la dirección de ETA, concretamente se habla de Jose Luís Arrieta, Azkoiti.

En el libro se habla de manera extensa de la famosa Operación Azkoiti.  Azkoiti siempre ha sido un hombre leal a la organización. ¿Qué es lo que pensaba? Yo he escuchado muchas cosas. La gente depositaba en él muchas esperanzas, pero creo que Azkoiti no tuvo nunca voluntad de disputar la dirección de la organización. Eso se explica en el libro y se comprende. No obstante, Esnaola y su grupo tenían un cierto apoyo de la organización y pensaban que era suficientemente fuerte para cambiar el rumbo.

Cuando hablas del pueblo, ¿te refieres a la parte del pueblo que apoya a ETA o a la totalidad del pueblo?

Durante la transición, en la época de las acciones de guerrilla, una mayoría social estaba con ETA y en contra del Estado...

¿Estaba con ETA o no estaba contra ETA?

En las dinámicas revolucionarias, no todo el pueblo se define como en las elecciones: los que se quedan en casa se quedan, no hacen nada; cuenta la gente que se mueve, y entre la gente que se movilizaba, en aquel entonces mucha gente apoyaba a ETA.

Aquella división también se vivió en las prisiones. No hace mucho Karlos Gorrindo ha hablado de ello en el libro El miedo del funambulista (Funanbulistaren beldurra).

Isidro Etxabe Xumai, los Pikabea, más tarde Urrusolo [Jose Luis] y los otros... En el libro he aportado muchos testimonios y me ha llamado la atención una cosa: mucha gente que se considera "oficial" te dice alto y claro que hacia 1985 ya era evidente que aquella vía no era acertada. Peixoto [Joxe Manuel Pagoaga], por ejemplo, lo ve con claridad y dice que lo transmitió a la dirección. Lees a Sarrionandia y lo mismo... Cada vez más gente dice eso, pero añaden: "priorizamos la unidad de la organización".

También mantuve correspondencia con muchos presos y tuve que escuchar palabras muy duras, pero también había aquellos que me decían que se debía continuar por la vía de la crítica. El problema es que se ha definido la organización de los presos de manera muy rígida. ¿Quién es preso de ETA? El que está en el Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK), y quien no está queda fuera de este mundo. Y el EPPK siempre ha dicho que estaba de acuerdo con todo lo que hacía ETA.

Merece la pena abordar el asunto de los beneficios penitenciarios. El IRA los aceptaba, pero durante años el EPPK no ha aceptado varios de ellos, como por ejemplo solicitar la libertad condicional. En tu opinión, ¿por qué se hacía?

Yo no he entendido porqué se obstaculizaba que la gente saliera de la prisión, siempre que se hiciera de manera leal y sin delatar a los compañeros. Creo que ha sido para repartir la responsabilidad de los dirigentes entre todos los militantes. Un ejemplo de ello es la muerte de Yoyes. En Iparralde había comenzado una fase represiva y la situación de los clandestinos era cada día más dura, pero tenían un colchón: había muchos refugiados allí que no tenían grandes deudas con la justicia, pero tenían algún asunto que les impedía volver a Hegoalde [el sur]. Colaboraban en el mantenimiento de una infraestructura, casas, coches... conformando un colchón bastante amplio. Sobre Yoyes se comentaba que fue una ofensiva con el objetivo de proteger aquel colchón. Por decirlo así, si aceptaban que Yoyes volviera a Hegoalde, muchos otros también podían hacer lo mismo y eso habría supuesto perder el colchón.

Hablábamos de la prisión, de los beneficios penitenciarios...

Pasa una cosa similar. ¿Quién pude salir de la prisión? Quien no tiene demasiado... Quien tenga una pena larga no saldrá... Por lo tanto, "o todos o ninguno", y eso significa poner a todos en la piel de quien tiene la pena más larga. Se quiera asegurar una negociación global, la cual solucione también la situación de los dirigentes. No encuentro otra explicación. Del colchón de Iparralde se ha hablado más, pero de este asunto de la prisión no tanto. La gente ha tenido mucho cuidado con criticar a los que estaban en prisión cumpliendo una condena larga, cosa que, por otro lado, resulta comprensible. Sea como fuere, no he reflejado estas apreciaciones mías en el libro, porque considero que la gente todavía tiene que hablar más sobre estas cuestiones para saber con seguridad porqué se hicieron. Por eso, testimonios como el de Gorrindo son importantes.

Las prisiones era otro frente de lucha, además muy utilizado para movilizar a los simpatizantes.

Tenía su relevancia, pero mucho menos de lo que afirmaban algunos, En este ámbito, los que más han sufrido socialmente han sido las familias, pero si bien son muchas, no suponen un movimiento social importante. Para mí, lo más grave de esta cuestión era el tono que se utilizaba contra quien criticaba o aceptaba los beneficios: "Te has quemado, luego calla". En Italia, por ejemplo, se diferenciaban muy bien a los arrepentidos de los disociados. El arrepentido colabora con el enemigo. El disociado, en cambio, dice lo siguiente: "No estoy de acuerdo, me voy", y puede que también haga crítica. La vía Azkarraga [excarcelaciones favorecidas por el exconsejero del Gobierno Vasco Joseba Azkarraga], ya existía en 1984 y todavía hoy defiende que no se exigía la delación de nadie. Pero en la prisión no se aceptó esta interpretación: "sí, dicen que no delatarán a nadie, pero cuando salgan lo harán". Se ha confundido recibir beneficios con la condición de delator.

De todas formas, no quisiera profundizar demasiado en estos temas, porque de lo contrario parece que buscamos todos los errores de ETA, para criticarlas a conciencia. Aunque en esta entrevista no hayamos hablado mucho, quiero destacar que en el libro la represión ocupa un lugar primordial y que resulta fundamental la fraternidad que genera la represión. Mucha gente ha asumido cosas muy graves porque pensaba que era lo mejor para mantener la unidad del movimiento y dar apoyo a los presos y refugiados que se encontraban en situación más precaria. Y no lo digo para evitar hacer patentes las responsabilidades que correspondan, sino porque la represión feroz permite comprender muchas decisiones equivocadas que se tomaron.

Vayamos a la etapa de Lizarra-Garazi. El acuerdo se firmó en 1998, después vino el alto el fuego de ETA, más tarde la ruptura...

Herri Batasuna estaba sufriendo mucho con la estrategia surgida de la ponencia Oldartzen -atentados contra concejales y políticos...- y en su seno mucha gente quería una nueva negociación. El problema estaba en ETA. ¿ETA apoyó sin ambages Lizarra-Garazi? No lo creo. En la organización muchos sabían desde el principio que aquel proceso fructificaría y por este motivo mantuvieron activo el aparato logístico: suministro, entrenamiento... Estuvieron preparando a la gente para la ruptura, sobre la cual se dieron muchas explicaciones, qué se había pactado entre ETA y los partidos abertzales y qué no... En el libro se habla de todo esto. La cuestión es que el alto el fuego se rompió y que incluso entonces algunos continuaban creyendo que solo con la fuerza de la organización se conseguiría la anhelada negociación, la buena. Este era el principal problema.

En HB había una corriente mayoritaria partidaria de acabar con la lucha armada, pero manteniendo la unidad, y eso es lo que finalmente se ha impuesto. Hay diversos trabajos destacados que analizan cómo vivió HB toda aquella fase, pero todavía no hay suficientes que analicen cómo la vivió ETA. Creo que la disociación orgánica entre ETA y HB comenzó en la época de Lizarra-Garazi, aunque todavía no se hablara de ello. En realidad, dentro de HB mucha empezó a preparar Lizarra-Garazi justo después de Argel. Quizá así se entiende que la Alternativa Democrática surgiera en paralelo a la ponencia Oldartzen. En un primer momento es ETA quien redacta los textos de la Alternativa Democrática, pero más tarde lo hace HB. El escrito que se leyó en el acto del Velódromo [Anoeta, 2004], y que ETA asumió más tarde, estaba redactado por HB.

Se dice que mientras ejercía de parlamentario [2001-2003], Josu Urrutikoetxea preparó aquel camino con Arnaldo Otegi. En el Velódromo, HB presentó como se tenía que hacer la transición desde el punto de vista técnico, pero a mi entender, durante Lizarra-Garazi ya tenía aquella sensibilidad. En este largo proceso no queda claro porqué a ETA le cuesta tanto dar el paso. Para entenderlo mejor habrá que ver quien se mantiene durante todo aquel tiempo en la dirección militar. Sin los nombres no se comprende cómo sucede esto. ¿Qué pasó? Ahora se oye mucho que ETA tenía capacidad para continuar, pero el pueblo no le siguió. ETA mantuvo el modelo político militar hasta el 2009, en los textos y en la práctica, mostrando con claridad quién mandaba y quién no.

Hacemos historia continuamente, construyendo una narración de los últimos sesenta años. Estamos en la fase del relato. Mirando a la historia, ¿qué conviene que quede claro?

Escribiendo el libro, mientras colocaba los ladrillos, me daba cuenta que en aquellas paredes quedaban unos agujeros impresionantes entre ladrillo y ladrillo. En el libro hay más agujero que pared, pero he trabajado con lo que había. Eso sí, una cosa es evidente: este trabajo no se ha hecho para conseguir o favorecer el consenso institucional. No es posible. Tampoco para erigir un especie de bondad sobre las víctimas. La mía es la historia del conflicto y a ser posible una historia contextualizada. ¿Por qué en un momento dado mucha gente aceptó la violencia armada? No solo era necesaria, no solo era legítima, también era una obligación moral contra la represión. Quiero defender la dignidad ética y revolucionaria de aquella generación del comienzo y de las que le siguieron. Y esto desde el primer militante que entró hasta el último. Aun así, está claro que no hemos vencido. La Euskadi socialista, independiente, euskaldun [vascoparlante]...  no se ha conseguido. Tampoco hemos conseguido los objetivos de KAS: territorialidad, amnistía, autodeterminación...

La pregunta, entonces, es inevitable: ¿para qué ha servido todo esto?

Bajo mi punto de vista, la pregunta no es esta. La primera pregunta es: ¿por qué hemos perdido? Debemos saber por qué no fuimos capaces de dar nuevos pasos hacia la consecución de la independencia o, al menos, de acabar con dignidad, con la legalización, la amnistía y el reconocimiento de la integridad de los militantes. Aun así, ¿ha valido la pena? Por supuesto. Debes hacer y medir las cosas en relación a la situación en que te encuentras.

¿Crees que la izquierda abertzale actual ha hecho suficiente crítica acerca de este proceso?

No, de ninguna manera. Sortu niega la posibilidad de hablar sobre el valor de la lucha armada y la dignidad de los militantes en activo. No lo quiere hacer, así de claro. Ha emprendido el camino de la socialdemocracia, está bajo el control de la ideología securitaria y no lo quiere hacer. En lo que respecta a quienes siguen prisión, por ejemplo, se tendría que hablar menos de victimología y más del significado de los que se ha hecho.

Por otro lado, desde el PNV, el Gobierno Vasco y muchos otros lugares todavía se presiona a la izquierda abertzale para que reconozca que la violencia siempre ha sido injusta.

Eso es una barbaridad. La violencia armada es un elemento de la vida humana. Desgraciadamente hay opresores y oprimidos, desgraciadamente hay muchas situaciones injustas y los estados y otros responsables las mantienen con violencia. Siempre ha habido gente que se ha rebelado con dignidad contra estas situaciones. Hacerlo es uno de los mejores componentes de la humanidad. Es incomprensible decir que en política la violencia siempre es injusta, si no es porque se quiere mantener la situación actual. Eso sí, la revuelta contra la injusticia se debe hacer con principios éticos, estratégicos, técnicos y críticos.

Estamos hablando de la historia de la lucha armada cuando todavía no se ha cerrado del todo el capítulo de la lucha armada. Todavía hay muchos presos.

Si estuviésemos en una situación más normal, yo vería con buenos ojos algo similar a la amnistía como primera medida. Una amnistía solo puede ser consecuencia de la paz social. El Estado podría decir algo como: "Aquí hace tiempo que no hay violencia armada; sabemos que en la representación subjetiva de los insurgentes, actuaron en pro de la justicia. No reconoceremos nunca que fuese así, pero teniendo en cuenta en el País Vasco todavía mucha gente siente que esto ha sido un capítulo de la lucha por su libertad, concedemos la amnistía sin realizar ningún juicio político. Se ha acabado". Si pasase eso, estoy seguro que algunos de nosotros harían autocrítica a otro nivel o darían informaciones fundamentales para aclarar muchos episodios. Así pues, hay que luchar por la amnistía y hay que recordar los motivos políticos y morales de la revuelta.

Larrun, 28 de marzo de 2021

(Entrevista realizada por Xabier Letona Biteri, publicada el 28 de marzo de 2021" en el suplemento Larrun del semanario Argia).

(*) Emilio López Adán "Beltza" militó en ETA. Dejó la organización a mediados de los años 70. Después de huir de Euskal Herria, acabó en Bruselas los estudios de medicina y desde entonces ha vivido en Angelu (Lapurdi, País Vasco Norte) dedicado profesionalmente a la ginecología. Ha publicado numerosos libros, analizando principalmente el punto de vista del nacionalismo vasco y de clase y también es autor de centenares de artículos publicados en la prensa vasca, muchos de ellos en ARGIA.

Fuente: https://www.argia.eus/argia-astekaria/2726/emilio-lopez-adan-beltza-borroka-armatuaren-historiaz

Traducción: Xabier Egurrola Hormaetxea


Atrás

 

 

 
Imprimir
Atrás

Agrandar texto

Achicar texto

linea separadora
rss RSS