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17.1.22

Los socialistas debemos sacar las lecciones correctas de la revolución rusa (II)

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Por Eric Blanc (*)

El Estado y la revolución en la Rusia autocrática

Una de las pocas cosas en las que tanto estalinistas como trotskistas siempre han estado de acuerdo es que la Revolución de Octubre fue posible gracias a que en abril de 1917 Lenin "rearmó" a los bolcheviques con una nueva teoría del Estado y la revolución, que sostenía que era necesario destruir el Estado capitalista y reemplazarlo con un gobierno de consejos de trabajadores desde abajo hacia arriba. Ellos opinan que esta estrategia de "poder dual" para hacer la revolución socialista fue y sigue siendo relevante para todos los países, independientemente de la presencia o ausencia de un parlamento democrático.

Un problema básico con esta interpretación es que de hecho es errónea. Lenin no tuvo que "rearmar" al partido para luchar por el poder soviético en abril de 1917. De hecho, los socialdemócratas revolucionarios en todo el imperio desde 1905 en adelante se habían orientado a establecer un gobierno de trabajadores y campesinos basado en órganos populares como los soviets, para implementar las demandas sociales de los trabajadores y desencadenar la revolución socialista internacional. Esta siguió siendo la orientación de los bolcheviques y sus partidos aliados no rusos hasta octubre de 1917.

Aunque a nivel personal Lenin comenzó a reformular la estrategia del Estado a principios de 1917, para el partido en su conjunto no se produjo una ruptura estratégica hasta mucho después de octubre, cuando los bolcheviques declararon por primera vez que su revolución era "socialista" y un modelo para el resto del mundo. Como ha demostrado la reveladora investigación del historiador James White, los líderes bolcheviques en 1918 comenzaron a cambiar sus relatos históricos de la Revolución Rusa para mejor exportar el modelo soviético a nivel internacional.

Lenin en marzo de 1919.

Incluso asumiendo que la nueva teoría de Lenin hubiera cambiado la práctica de los bolcheviques y los aliados no rusos radicales en 1917, aun así sería un salto injustificable el afirmar que la experiencia de Rusia demostraba la viabilidad mundial de un nuevo modelo de revolución socialista basado en la premisa de destruir el Estado parlamentario existente y reemplazarlo con un gobierno de cabildos (es decir, de soviets).

En la Rusia de 1917, a diferencia de Europa occidental, no existía ni un parlamento ni un Estado capitalista que aplastar. La insurrección de la Revolución de Febrero había desarticulado una monarquía autocrática, dejando un vacío político que fue ocupado tenuemente por un Gobierno Provisional no electo e ilegítimo, y por los cabildos de trabajadores y soldados que recién habían sido creados.

La población veía, con razón, que esta última autoridad era mucho más democrática y representativa que la primera. Tanto antes como después de febrero de 1917, el escenario político en Rusia era fundamentalmente diferente que el de los regímenes parlamentarios de Europa central y occidental, donde para promover una transformación social radical los trabajadores intentaron, de forma abrumadora, utilizar los parlamentos existentes en lugar de descartarlos.

Kautsky, el Estado, y la revolución finlandesa

La estrategia socialdemócrata revolucionaria, compartida por Kautsky, Luxemburgo, Lenin y los marxistas en las zonas fronterizas de toda Rusia, distinguía claramente entre la estrategia socialista en contextos parlamentarios y la estrategia socialista en contextos autocráticos. Al mismo tiempo que apoyaba una orientación llamando por el levantamiento armado en la Rusia zarista, Kautsky rechazaba la relevancia de una estrategia insurreccional para los regímenes parlamentarios, donde la mayoría de los trabajadores trataría de utilizar los canales democráticos existentes para promover sus intereses.

En contradicción a la falacia común que promueven los leninistas, este enfoque no promovía una vía exclusivamente "electoral" al socialismo ni le quitaba importancia a la organización de masas fuera del contexto parlamentario. Al contrario, los socialdemócratas revolucionarios argumentaron que el trabajo electoral era importante principalmente porque ayudó a desarrollar la conciencia de clase y la organización de los trabajadores fuera del ámbito del Estado, una dinámica que ha sido ampliamente comprobada con en el resurgimiento del socialismo en Estados Unidos tras la campaña insurgente de Bernie[2] en el 2015.

Pero a diferencia de Bernie-y a diferencia de los socialistas democráticos en todo el mundo después de 1917-el enfoque intransigente de Kautsky por promover el objetivo final del socialismo lo llevó, por lo general, a rechazar compromisos parlamentarios y a argumentar que los socialistas sólo deberían asumir cargos ejecutivos como la presidencia en el contexto de una revolución socialista.

Kautsky argumentó que era necesario tener una orientación que consistentemente busque ganar una mayoría socialista en el parlamento y democratizar el Estado existente para generar suficiente poder, legitimidad popular y fuerza institucional para liderar una ruptura revolucionaria cuando llegara el momento. Y dado que la clase capitalista inevitablemente buscaría evitar la transformación socialista por todos los medios a su disposición, habría que recurrir a la acción de masas y, de ser necesario, a la autodefensa armada para defender la decisión de los votantes por el cambio socialista.

La viabilidad de esta estrategia quedó bien ilustrada en Finlandia. Después de 1905, el Partido Socialdemócrata de Finlandia buscó implementar el enfoque "probado y comprobado" de Kautsky de amasar el poder concentrado de la clase trabajadora por medio de la organización paciente y una actividad parlamentaria encaminada a realizar el objetivo final del socialismo. En cambio los socialistas clandestinos de Rusia se enfocaron mucho más en las huelgas disruptivas, ya que las condiciones autocráticas hacían imposible la construcción de sindicatos fuertes y un trabajo parlamentario constructivo.

En 1907, más de cien mil trabajadores se habían afiliado al partido finlandés, convirtiéndolo en la organización socialista más grande, per cápita, del mundo. Y en julio de 1916 la socialdemocracia finlandesa hizo historia al convertirse en el primer partido socialista de cualquier país en obtener la mayoría en el parlamento.

Las urnas no resultaron ser el ataúd de los revolucionarios, como tantas veces se ha argumentado. En el caso de Finlandia, las urnas resultaron ser su cuna.

Los acontecimientos de 1917 tuvieron lugar de manera muy similar al escenario revolucionario que por largo tiempo fue previsto por los socialdemócratas revolucionarios. Después del derrocamiento del zarismo en febrero de 1917, los líderes socialistas de Finlandia utilizaron el parlamento y su mandato electoral popular para impulsar una serie de reformas democráticas y sociales radicales, incluyendo la disolución de la policía y la creación de una milicia popular dirigida por los trabajadores. Como respuesta, las élites gobernantes de Finlandia y Rusia disolvieron arbitrariamente el parlamento finlandés en julio, preparando el escenario para una toma defensiva del poder-liderada por los socialistas en enero de 1918-para restaurar la mayoría socialista elegida democráticamente e implementar su mandato político.

Para citar al académico finlandés Risto Alapuro, "las urnas no resultaron ser el ataúd de los revolucionarios, como tantas veces se ha argumentado. En el caso de Finlandia, las urnas resultaron ser su cuna". Fiel al impulso de Kautsky por una verdadera democracia republicana, el nuevo proyecto de constitución del Gobierno Rojo estableció la república democrática que los socialdemócratas revolucionarios habían imaginado durante tanto tiempo.

La experiencia de Finlandia respalda el argumento por los socialistas democráticos de que la ruptura anticapitalista en condiciones parlamentarias probablemente requiere antes que nada la elección de un partido de los trabajadores a las instituciones democráticas del Estado. Pero hoy debemos tener cuidado de no generalizar demasiado partiendo de las tácticas intransigentes que propuso Kautsky para Alemania o Finlandia antes de la guerra: con monarquías constitucionales de "baja inclusión" y libertades políticas y sindicales precarias, restricciones al sufragio local, un poder ejecutivo no electo e irresponsable, y un parlamento con poderes restringidos.

Una política socialista efectiva va a ser diferente en una autocracia, en un régimen parlamentario de baja inclusión, o en un Estado democrático de bienestar social en el que existen oportunidades mucho más amplias para fomentar reformas legislativas transformadoras y un sindicalismo robusto.

Proyectando el poder dual en el extranjero

Después de 1917, ignorando las lecciones de la experiencia finlandesa, la nueva dirección bolchevique rompió con la estrategia socialdemócrata revolucionaria al insistir que para establecer el socialismo era necesario privar de legitimidad y destruir las instituciones parlamentarias elegidas por sufragio universal.

En 1920, bajo la dirección de Lenin y Trotsky, la tesis sobre "El partido comunista y el parlamentarismo" de la nueva Internacional Comunista declara que en todos los países "La tarea del proletariado consiste en romper la maquinaria gubernamental de la burguesía, en destruirla, incluidas las instituciones parlamentarias, ya sea las de las repúblicas o las de las monarquías constitucionales".

Argumentando que las tácticas de los bolcheviques para con la Duma del régimen zarista-un parlamento ilegítimo y falso establecido después de 1905-eran relevantes para el resto del mundo, las tesis concluían que el "nuevo parlamentarismo [comunista]... es una de las formas de destruir el parlamentarismo". Los parlamentos seguirían siendo una plataforma útil para la agitación radical, pero de ninguna manera podrían convertirse en el escenario de la lucha por las reformas, por la mejora de la posición de la clase trabajadora.

Aunque algunos autores leninistas se han opuesto recientemente a calificar este enfoque de "insurreccional", las tesis insistían explícitamente en que reemplazar un régimen parlamentario por consejos de trabajadores en todas partes requería "la preparación inmediata, política y técnica, de la sublevación proletaria". Durante las siguientes décadas, Trotsky continuó afirmando que la insurrección era un paso necesario en cualquier estrategia de poder dual, ya que el viejo Estado no cedería voluntariamente el paso a los consejos obreros.

La crítica socialista democrática de este enfoque no se basa, como algunos han sugerido, en "un fetiche de la violencia" o un "golpismo" minoritario. Su principal problema radica en otra parte: al subestimar drásticamente la legitimidad popular y la naturaleza contradictoria de las verdaderas instituciones parlamentarias, marginalizó a los radicales e hizo que fuera menos probable la transformación social anticapitalista.

Los debates de la izquierda de hoy todavía están moldeados por esta tendencia de tratar a los parlamentos como, en el mejor de los casos, sólo plataformas para la agitación socialista en lugar de también escenarios en los que los socialistas deberían tratar de ganar genuinamente una mayoría para aprobar políticas a favor de los trabajadores. Y mientras que los socialistas de inspiración bolchevique tienden a darle prioridad a las protestas y a la "construcción de las bases" por encima del trabajo en la arena electoral, los socialistas democráticos argumentan, y han demostrado en la práctica, que el trabajo laboral y electoral son igualmente importantes estratégicamente y que pueden y deben reforzarse mutuamente.

Conferencia Nacional del Partido Laborista de Noruega, 1923.

Con respecto a la estrategia a largo plazo, los leninistas no lograron presentar un caso coherente de por qué los socialistas no podían, como tradicionalmente esperaban los marxistas de la Segunda Internacional, ganar y ejercer una mayoría en los órganos parlamentarios para promover el cambio revolucionario, tanto contra los capitalistas como contra la policía no electa, el ejército, y las estructuras burocráticas del Estado. El señalar los obstáculos muy reales que enfrenta un proyecto de este tipo y las numerosas capitulaciones de izquierdistas en el poder no es prueba de que exista una alternativa estratégica viable.

Las innovaciones estratégicas del leninismo en cuestiones de Estado y revolución aislaron a los radicales durante la ola revolucionaria de 1918-21. En un momento en el que una gran mayoría de los trabajadores intentó utilizar los parlamentos para impulsar la transformación socialista, los primeros comunistas malgastaron sus energías argumentando en contra de tales intentos y denunciando a los líderes reformistas. La ironía de este enfoque es que favoreció solamente la hegemonía de los socialdemócratas moderados que apoyaron el capitalismo en Alemania, Austria y más allá en aras de defender el régimen parlamentario.

No sólo resulta que no hubo insurrecciones victoriosas en las democracias capitalistas, sino que, como explica la socióloga Carmen Sirianni, en ninguno de esos países existió apoyo, siquiera simbólicamente, por una estrategia de poder dual entre más que una minoría de los trabajadores, incluso en los momentos de máxima intensidad revolucionaria.

A raíz de estas preocupantes derrotas, el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista de 1922 proyectó de manera más bien ambigua la posibilidad de que la elección de un "gobierno obrero" en el Estado existente podría convertirse en un punto de partida para una revolución socialista. La promoción de gobiernos de este tipo por parte de los leninistas marcó un retroceso significativo hacia la socialdemocracia revolucionaria, lo que ayuda a explicar por qué muchas corrientes leninistas han rechazado tanto la letra como el espíritu de este enfoque.

Los primeros comunistas malgastaron sus energías argumentando en contra de tales intentos y denunciando a los líderes reformistas. La ironía de este enfoque es que solo favoreció la hegemonía de los socialdemócratas moderados.

Otros, sin embargo, usaron este ajuste pragmático a los contextos parlamentarios como base. Por ejemplo, no hay mucha diferencia entre la visión de Kautsky y las formulaciones defensivas del líder trotskista estadounidense James P. Cannon en 1940 sobre una transición al socialismo respaldada por el sufragio universal que sólo tendría que recurrir a la fuerza si, como sería de esperarse, los capitalistas se negaran a respetar la voluntad popular.

En la medida en que los pensadores y las organizaciones más imparciales de la tradición leninista-desde los "eurocomunistas de izquierda" en la década de 1970 hasta corrientes como los Anticapitalistas en España hoy-han seguido trabajando sobre este enfoque del "gobierno obrero" y se han alejado al mismo tiempo de los esfuerzos por construir "partidos de un nuevo tipo", no está claro qué es lo que los hace claramente leninistas.

Habiendo dicho esto, la reorientación misma de la Internacional Comunista en 1922 fue solamente un cambio parcial hacia la socialdemocracia revolucionaria, porque aunque ahora se reconocía que la elección de una mayoría socialista al parlamento podría ser un paso hacia la revolución, los comunistas seguían declarando, de manera inverosímil, que los cabildos eran la única forma posible de un gobierno de los trabajadores.

Los leninistas nunca han presentado un caso convincente de por qué los trabajadores deberían "dejar atrás las instituciones parlamentarias liberales" en las que las fuerzas capitalistas han perdido su hegemonía política. La experiencia desde 1917 ha demostrado de manera inequívoca que las instituciones de la democracia participativa "de las bases hacia arriba", como los cabildos, los comités de huelga y las asambleas vecinales pueden convertirse en complementos esenciales de los parlamentos dirigidos por la izquierda-pero no pueden reemplazarlos.

Reunión de trabajadores en la planta Putilov, en Petrogrado, en julio de 1920. (Documentos de Boris Souvarine - Fotos de la Rusia soviética / Biblioteca Kathryn y Shelby Cullom Davis)

Debido a que los leninistas tienden a enfocarse más en exponer que en transformar los Estados existentes, el proyecto de democratizar el Estado-a través de iniciativas como subordinar los cuerpos gubernamentales no electos al parlamento, eliminar estructuras antidemocráticas como la Corte Suprema de Estados Unidos, y otorgar a los empleados públicos y los sindicatos poderes de gobernanza sustanciales-ha perdido la centralidad que tenía en las primeras estrategias socialistas. Esta es una limitación particularmente importante en Estados Unidos, que es con creces el menos democrático de los países capitalistas avanzados del mundo.

Por un lado, tenemos un poder ejecutivo electo, un parlamento con poderes sustanciales, verdaderas libertades civiles y una larga historia de incorporación de la clase trabajadora al sistema político, razón por la cual el politólogo Konstantin Vössing califica a Estados Unidos como un país con la "más alta inclusión".

Por otro lado, instituciones y leyes antidemocráticas son los principales obstáculos a un gobierno por la mayoría y en la lucha por lograr reformas a favor de los trabajadores-aunque no sean inevitablemente insuperables, como lo demostró la historia del New Deal en la década de 1930. Pero ninguna de estas cosas hace que sea relevante una estrategia de poder dual, ya que sin duda los trabajadores tendrán la fuerza suficiente para democratizar el régimen de Estados Unidos mucho antes de que sean lo suficientemente fuertes como para derrocar el Estado por completo.

La afirmación de Lenin de que las repúblicas democráticas son el "mejor caparazón" del capitalismo ignora el hecho de que la democracia parlamentaria fue ganada en gran medida por los trabajadores, y para los trabajadores. Como han dejado bien claro el trumpismo y los eventos del 6 de enero de 2021, la presión por restarle legitimidad a las instituciones mayoritarias existentes (en lugar de expandirlas) es generalmente un proyecto de la derecha.

Haciendo la apuesta acertada

Nadie puede predecir exactamente qué forma tomará la transición al socialismo. Pero eso no significa que todas las estrategias socialistas que han sido propuestas sean iguales, o que sea imposible sopesar sus méritos relativos hoy en día.

Debido a que nunca ha habido un derrocamiento socialista victorioso en una democracia capitalista avanzada que nos pueda dar un ejemplo claro de cómo lograr la transformación socialista, hoy todas las estrategias de izquierda pueden y deben ser juzgadas principalmente por la medida en que puedan realmente ampliar la organización de la clase trabajadora y de las fuerzas socialistas. Hay que encontrar lo que funciona y llevarlo tan lejos como sea posible, sin quitar los ojos de la meta: un mundo socialista libre de la dominación capitalista.

En la medida en que hoy en día las estrategias inflexibles inspiradas por los bolcheviques en las democracias capitalistas obstaculizan y subestiman los esfuerzos demostrablemente exitosos -ya sea mediante el trabajo laboral o electoral- por construir un mayor poder en aras de una visión particular del futuro levantamiento revolucionario, socavan cualquier avance concebible hacia el socialismo. Incluso en el caso extremadamente improbable de que en el futuro las condiciones de crisis engendren una oportunidad para la insurrección en una democracia capitalista bien establecida, sólo un movimiento socialista poderoso y bien organizado tendría realmente el poder de aprovechar adecuadamente una apertura de ese tipo.

La tarea central, y el dilema político clave, es cómo luchar por reformas transformadoras que fortalezcan y unifiquen a la clase trabajadora, especialmente de tal manera que abran, en lugar de cerrar, otras vías que organicen más todavía a los trabajadores para que puedan sobreponerse a la dominación capitalista.

Es más, es posible que nunca tengamos la oportunidad de derrocar al capitalismo mundial en el futuro a menos que, en la década venidera, podamos evitar el desastre climático ganando reformas socialdemócratas verdes -una tarea que requiere, ante todo, un aumento masivo de la fuerza organizada de los trabajadores tras más de cuarenta años de atomización neoliberal, declive sindical y descomposición de los partidos socialdemócratas en todo el mundo.

Sin tener que cargar con una estrategia poco realista y demasiado prescriptiva para la transformación socialista, una cosa que distingue a los socialistas democráticos hoy en día en todos los ámbitos de la lucha de clases es el enfoque consistente en identificar y ampliar las prácticas, campañas y formas organizativas que, de manera verificable, están obrando por fortalecer el poder laboral y socialista al tiempo que va ganando victorias tangibles para el pueblo trabajador.

En pocas palabras, la tarea central y el dilema político clave es cómo luchar -tanto dentro como fuera del Estado- por reformas transformadoras que fortalezcan y unifiquen a la clase trabajadora, especialmente de maneras que abran, en lugar de cerrar, formas de organizar aún más a los trabajadores para superar la dominación capitalista.

Aunque aprender las lecciones correctas de 1917 de ninguna manera garantiza el éxito socialista, el aferrarse a las incorrectas garantizará el fracaso continuo. El consejo estratégico de Karl Marx en la década de 1850 no ha perdido nada de su relevancia para hoy: "La revolución social del siglo XIX no puede tomar su poesía del pasado sino sólo del futuro. No puede comenzar a ser ella misma sin haber eliminado antes toda superstición sobre el pasado".

 

(*) Eric Blanc, autor de los libros Revolutionary Social Democracy: Working-Class Politics Across the Russian Empire, 1882-1917 (Brill 2021) y Red State Revolt: The Teachers' Strike Wave and Working-Class Politics (Verso 2019), es candidato a doctorado en sociología en la Universidad de Nueva York, donde investiga la organización laboral del sector público, las tecnologías de la informática y las comunicaciones, y la política de la clase trabajadora.

Fuente: https://world-outlook.com/es/2021/10/13/reforma-o-revolucion-un-debate-primera-parte


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