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25.10.21

Colón, los indigenas y el progreso humano

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Por Howard Zinn (*)

Los hombres y las mujeres arawak, desnudos, morenos y presos de la perplejidad, emergieron de sus poblados hacia las playas de la isla y se adentraron en las aguas para ver ma´s de cerca el extran~o barco.

Cuando Colo´n y sus marineros desembarcaron portando espadas y hablando de forma rara, los nativos arawak corrieron a darles la bienvenida, a llevarles alimentos, agua y obsequios. Despue´sColo´nescribio´ en su diario:

"Nos trajeron loros y bolas de algodo´n y lanzas y muchas otras cosas ma´s que cambiaron por cuentas y cascabeles de halco´n No tuvieron ningu´n inconveniente en darnos todo lo que posei´an.

Eran de fuerte constitucio´n, con cuerpos bien hechos y hermosos rasgos. No llevan armas, ni las conocen Al ensen~arles una espada, la cogieron por la hola y se cortaron al no saber lo que era No tienen hierro Sus lanzas son de can~a.

Seri´an unos criados magni´ficos. Con cincuenta hombres los subyugari´amos a todos y con ellos hari´amos lo que quisie´ramos".

Estos arawaks de las Islas Antillas se pareci´an mucho a los indi´genas del continente, que eran extraordinarios (asi´ los calificari´an repetidamente los observadores europeos) por su hospitalidad, su entrega a la hora de compartir. Estos rasgos no estaban precisamente en auge en la Europa renacentista, dominada como estaba por la religio´n de los Papas, el gobierno de los reyes y la obsesio´n por el dinero que caracterizaba la civilizacio´n occidental y su primer emisario a las Ame´ricas, Cristo´balColo´n.

Escribio´ Colo´n:

"Nada ma´s llegar a las Antillas, en las primeras Antillas, en la primera isla que encontre´, atrape´ a unos nativos para que aprendieran y me dieran informacio´n sobre lo que habi´a en esos lugares".

La cuestio´n que ma´s acuciaba a Colo´n era ¿do´nde esta´ el oro? Habi´a convencido a los reyes de Espan~a que financiaran su expedicio´n a esas tierras. Esperaba que al otro lado del Atla´ntico -en las "Indias" y en Asia- habri´a riquezas, oro y especias. Como otros ilustrados contempora´neos suyos, sabi´a que el mundo era esfe´rico y que podi´a navegar hacia el oeste para llegar al Extremo Oriente. Espan~a acababa de unificarse formando uno de los nuevos Estado-nacio´n modernos, como Francia, Inglaterra y Portugal. Su poblacio´n, mayormente compuesta por campesinos, trabajaba para la nobleza, que representaba el 2% de la poblacio´n, siendo e´stos los propietarios del 95% de la tierra. Espan~a se habi´a comprometido con la Iglesia Cato´lica, habi´a expulsado a todos los judi´os y ahuyentado a los musulmanes. Como otros estados del mundo moderno, Espan~a buscaba oro, material que se estaba convirtiendo en la nueva medida de la riqueza, con ma´s utilidad que la tierra porque todo lo podi´a comprar.

Habi´a oro en Asia, o asi´ se pensaba, y ciertamente habi´a seda y especias, porque haci´a unos siglos, Marco Polo y otros habi´antrai´do cosas maravillosas de sus expediciones por tierra. Al haber conquistado los turcos Constantinopla y el Mediterra´neo oriental, y al estar las rutas terrestres a Asia en su poder, haci´a falta una ruta mari´tima. Los marineros portugueses cada di´a llegaban ma´s lejos en su exploracio´n de la punta meridional de Africa. Espan~adecidio´ jugar la carta de una larga expedicio´n a trave´s de un oce´ano desconocido.

A cambio de la aportacio´n de oro y especias, a Colo´n le prometieron el 10% de los beneficios, el puesto de gobernador de las tierras descubiertas, adema´s de la fama que conllevari´a su nuevo ti´tulo Almirante del Mar Oce´ano. Era comerciante de la ciudad italiana de Ge´nova, tejedor eventual (hijo de un tejedor muy habilidoso), y navegante experto. Embarco´ con tres carabelas, la ma´s grande de las cuales era la Santa Mari´a, velero de unos treinta metros de largo, con una tripulacio´n de treinta y nueve personas.

Colo´n nunca hubiera llegado a Asia, que distaba miles de kilo´metrosma´s de lo que e´lhabi´a calculado, imagina´ndose un mundo ma´spequen~o. Tal extensio´n de mar hubiera significado su fin. Pero tuvo suerte. Al cubrir la cuarta parte de esa distancia dio con una tierra desconocida que no figuraba en mapa alguno y que estaba entre Europa y Asia: las Ame´ricas. Esto ocurrio´ a principios de octubre de 1492, treinta y tres di´asdespue´s de que e´l y su tripulacio´n hubieran zarpado de las Islas Canarias, en la costa atla´ntica de Africa. De repente vieron ramas flotando en el agua, pa´jaros volando. Sen~ales de tierra. Entonces, el di´a 12 de octubre, un marinero llamado Rodrigo vio la luna de la madrugada brillando en unas arenas blancas y dio la sen~al de alarma. Eran las islas Antillas, en el Caribe. Se suponi´a que el primer hombre que viera tierra teni´a que obtener una pensio´n vitalicia de 10.000 maravedi´s, pero Rodrigo nunca la recibio´. Colo´n dijo que e´lhabi´a visto una luz la noche anterior y fue e´l quien recibio´ la recompensa.

Cuando se acercaron a tierra, los indios arawak les dieron la bienvenida nadando hacia los buques para recibirles. Los arawakvivi´an en pequen~os pueblos comunales, y teni´an una agricultura basada en el mai´z, las batatas y la yuca. Sabi´an tejer e hilar, pero no teni´an ni caballos ni animales de labranza. No teni´an hierro, pero llevaban diminutos ornamentos de oro en las orejas.

Este hecho iba a traer drama´ticas consecuencias: Colo´n apreso´ a varios de ellos y les hizo embarcar, insistiendo en que le guiaran hasta el origen del oro. Luego navego´ a la que hoy conocemos como isla de Cuba, y luego a Hispaniola (la isla que hoy se compone de Haiti´ y la Repu´blica Dominicana). Alli´, los destellos de oro visibles en los ri´os y la ma´scara de oro que un jefe indi´gena local ofrecio´ a Colo´n provocaron visiones delirantes de oro sin fin.

En Hispaniola, Colo´n construyo´ un fuerte con la madera de la Santa Mari´a, que habi´a embarrancado. Fue la primera base militar europea en el hemisferio occidental. Lo llamo´ Navidad, y alli´ dejo´ a treinta y nueve miembros de su tripulacio´n con instrucciones de encontrar y almacenar oro Apreso´ a ma´sindi´genas y los embarco´ en las dos naves que le quedaban. En un lugar de la isla se enzarzo´ en una lucha con unos indi´genas que se negaron a suministrarles la cantidad de arcos y flechas que e´l y sus hombres deseaban. Dos fueron atravesados con las espadas y murieron desangrados. Entonces la Nin~a y la Pinta embarcaron rumbo a las Azores y a Espan~a Cuando el tiempo enfrio´, algunos de los prisioneros indi´genas murieron.

El informe de Colo´n a la Corte de Madrid era extravagante. Insistio´ en el hecho de que habi´a llegado a Asia (se referi´a a Cuba) y a una isla de la costa china (Hispaniola). Sus descripciones eran parte verdad, parte ficcio´n.

"Hispaniola es un milagro. Montan~as y colinas, llanuras y pasturas, son tan fe´rtiles como hermosas... los puertos naturales son increi´blemente buenos y hay muchos ri´os anchos, la mayori´a de los cuales contienen oro... Hay muchas especias, y nueve grandes minas de oro y otros metales".

Los indi´genas, segu´n el informe de Colo´n "Son tan ingenuos y generosos con sus posesiones que nadie que no les hubiera visto se lo creeri´a. Cuando se pide algo que tienen, nunca se niegan a darlo. Al contrario, se ofrecen a compartirlo con cualquiera..." Concluyo´ su informe con una peticio´n de ayuda a Sus Majestades, y ofrecio´ que, a cambio, en su siguiente viaje, les traeri´a "cuanto oro necesitasen... y cuantos esclavos pidiesen". Se prodigo´ en expresiones de tipo religioso "Es asi´ que el Dios eterno, Nuestro Sen~or, da victoria a los que siguen Su camino frente a lo que aparenta ser imposible"

A causa del exagerado informe y las promesas de Colo´n, le fueron concedidos diecisiete naves y ma´s de mil doscientos hombres para su segunda expedicio´n. El objetivo era claro: obtener esclavos y oro. Fueron por el Caribe, de isla en isla, apresando indi´genas. Pero a medida que se iba corriendo la voz acerca de las intenciones europeas, iban encontrando cada vez ma´s poblados vaci´os. En Haiti´ vieron que los marineros que habi´an dejado en Fuerte Navidad habi´an muerto en una batalla con los indi´genasdespue´s de merodear por la isla en cuadrillas en busca de oro, atrapando a mujeres y nin~os para convertirlos en esclavos para el sexo y los trabajos forzados.

Ahora, desde su base en Haiti´, Colo´nenvio´ mu´ltiples expediciones hacia el interior. No encontraron oro, pero teni´an que llenar las naves que volvi´an a Espan~a con algu´n tipo de dividendo. En el an~o 1495 realizaron una gran incursio´n en busca de esclavos, capturaron a mil quinientos hombres, mujeres y nin~osarawaks, les retuvieron en corrales vigilados por espan~oles y perros, para luego escoger los mejores quinientos especi´menes y cargarlos en naves. De esos quinientos, doscientos murieron durante el viaje. El resto llego´ con vida a Espan~a para ser puesto a la venta por el arcediano de la ciudad, que anuncio´ que, aunque los esclavos estuviesen "desnudos como el di´a que nacieron" mostraban "la misma inocencia que los animales". Colo´nescribio´ ma´s adelante. "En el nombre de la Santa Trinidad, continuemos enviando todos los esclavos que se puedan vender".

Pero en el cautiverio mori´an demasiados esclavos. Asi´ que Colo´n, desesperado por la necesidad de devolver dividendos a los que habi´an invertido dinero en su viaje, teni´a que mantener su promesa de llenar sus naves de oro. En la provincia de Cicao, en Haiti´, donde e´l y sus hombres imaginaban la existencia de enormes yacimientos de oro, ordenaron que todos los mayores de catorce an~os recogieran cierta cantidad de oro cada tres meses. Cuando se la trai´an, les daban un colgante de cobre para que lo llevaran al cuello. A los indi´genas que encontraban sin colgante de cobre, les cortaban las manos y se desangraban hasta la muerte.

Los indi´genasteni´an una tarea imposible. El u´nico oro que habi´a en la zona era el polvo acumulado en los riachuelos. Asi´ que huyeron, siendo cazados por perros y asesinados.
Los arawaks intentaron reunir un eje´rcito de resistencia, pero se enfrentaban a espan~oles que teni´an armadura, mosquetes, espadas y caballos. Cuando los espan~oleshaci´an prisioneros, los ahorcaban o los quemaban en la hoguera. Entre los arawaks empezaron los suicidios en masa con veneno de yuca. Mataban a los nin~os para que no cayeran en manos de los espan~oles. En dos an~os la mitad de los 250.000 indi´genas de Haiti´ habi´an muerto por asesinato, mutilacio´n o suicidio.

Cuando se hizo patente que no quedaba oro, a los indi´genas se los llevaban como esclavos a las grandes haciendas que despue´s se conoceri´an como "encomiendas". Se les haci´a trabajar a un ritmo infernal, y mori´an a millares. En el an~o 1515, quiza´ quedaban cincuenta mil indi´genas. En el an~o 1550, habi´an quinientos. Un informe del an~o 1650 revela que en la isla no quedaba ni uno solo de los arawaksauto´ctonos, ni de sus descendientes.

La principal fuente de informacio´n sobre lo que paso´ en las islas despue´s de la llegada de Colo´n -y para muchos temas, la u´nica- es Bartolome´ de las Casas. Como joven sacerdote habi´a participado en la conquista de Cuba. Durante un tiempo fue el propietario de una hacienda donde trabajaban esclavos indi´genas, pero la abandono´ y se convirtio´ en un vehemente cri´tico de la crueldad espan~ola. Las Casas transcribio´ el diario de Colo´n y, a los cincuenta an~os, empezo´ a escribir una Historia de las Indias en varios volu´menes.

En la sociedad india se trataba tan bien a las mujeres que los espan~oles quedaron ato´nitos. Las Casas describe las relaciones sexuales:

"No existen las leyes matrimoniales; tanto los hombres como las mujeres escogen sus parejas y las dejan a su placer, sin ofensa, celos ni enfado. Se reproducen a gran ritmo, las mujeres embarazadas trabjban hasta el u´ltimo minuto y dan a luz casi sin dolor, al di´a siguiente se levantan, se ban~an en el ri´o y quedan tan limpias y sanas como antes de parir. Si se cansan de sus parejas masculinas, abortan con hierbas que causan la muerte del feto. Se cubren las partes vergonzantes con hojas o trapos de algodo´n, aunque por lo general, los indi´genas -hombres y mujeres- ven la desnudez total con la misma naturalidad con la que nosotros miramos la cabeza o las manos de un hombre".

"Los indi´genas," dice Las Casas, "no dan ninguna importancia al oro y a otras cosas de valor. Les falta todo sentido del comercio, ni compran ni venden, y dependen enteramente de su entorno natural para sobrevivir. Son muy generosos con sus posesiones y por la misma razo´n, si deseaban las posesiones de sus amigos, esperan ser atendidos con el mismo grado de generosidad..."

Las Casas habla del tratamiento de los indi´genas a manos de los espan~oles:

"Testimonios interminables... dan fe del temperamento benigno y paci´fico de los nativos... Pero fue nuestra labor la de exasperar, asolar, matar, mutilar y destrozar, ¿a quie´n puede extran~ar, pues, si de vez en cuando intentaban matar a alguno de los nuestros? El almirante, es verdad, fue tan ciego como los que le vinieron detra´s, y teni´a tantas ansias de complacer al Rey que cometio´ cri´menes irreparables contra los indi´genas".

El control total conllevo´ una crueldad igualmente total. Los espan~oles "no se lo pensaban dos veces antes de apun~alarlos a docenas y cortarles para probar el afilado de sus espadas." Las Casas explicaco´mo "dos de estos supuestos cristianos se encontraron un di´a con dos chicos indi´genas, cada uno con un loro, les quitaron los loros y para su mayor disfrute, cortaron las cabezas a los chicos".

Mientras que los hombres eran enviados muy lejos, a las minas, las mujeres se quedaban para trabajar la tierra. Les obligaban a cavar y a levantar miles de elevaciones para el cultivo de la yuca, un trabajo insoportable:

"De esta forma las parejas so´lo se uni´an una vez cada ocho o diez meses y cuando se juntaban, teni´an tal cansancio y tal depresio´n... que dejaban de procrear. Respecto a los bebe´s, mori´an al poco rato de nacer porque a sus madres se les haci´a trabajar tanto, y estaban tan hambrientas, que no teni´an leche para amamantarlos, y por esta razo´n, mientras estuve en Cuba, murieron 7.000 nin~os en tres meses. Algunas madres incluso llegaron a ahogar a sus bebe´s de pura desesperacio´n... De esta forma, los hombres mori´an en las minas, las mujeres en el trabajo, y los nin~os de falta de leche... y en un breve espacio de tiempo, esta tierra, que era tan magni´fica, poderosa y fe´rtil.. quedo´ despoblada. Mis ojos han visto estos actos tan extran~os a la naturaleza humana, y ahora tiemblo mientras escribo".

Cuando llego´ a Hispaniola en 1508, Las Casas dice "Vivi´an 60.000 personas en las islas, incluyendo a los indi´genas, asi´ que entre 1494 y 1508, habi´an perecido ma´s de tres millones de personas entre la guerra, la esclavitud y las minas. ¿Quie´n se va a creer esto en futuras generaciones?"

Asi comenzó la historia de la invasión europea, hace quinientos años, de los asentamientos indígenas en las Américas. Ese comienzo, cuando se lee a Las Casas, incluso si sus cifras son exageradas (¿había tres millones de indios, menos de un millón, como han calculado algunos historiadores, u ocho millones, como creen otros historiadores), es de conquista, esclavitud, muerte. Todo comienza con una heroica aventura, sin derramamiento de sangre, incluso se celebra el Día de Colón.

Samuel Eliot Morison, el historiador de Harvard, fue el biografo más ilustre de Colón. Autor de una biografia en varios volu´menes, y e´l mismo se hizo a la mar para reconstruir la ruta de Colo´n a trave´s del Atla´ntico. En su popular libro Cristo´balColo´n, marinero, escrito en 1954, nos cuenta el tema de la esclavitud y las matanzas "La cruel poli´tica iniciada por Colo´n y continuada por sus sucesores desemboco´ en un genocidio completo".

Esta cita aparece en una de las pa´ginas del libro, sepultada en un entorno de gran romanticismo. En el u´ltimopa´rrafo del libro, Morison hace un resumen de sus impresiones sobre Colo´n:

"Teni´a defectos, pero en gran medida eran defectos que naci´an de las cualidades que le hicieron grande -su voluntad indomable, su impresionante fe en Dios y en su propia misio´n como portador de Cristo a las tierras allende los mares, su tozuda persistencia a pesar de la marginacio´n, la pobreza y el desa´nimo que le acechaban. Pero no teni´ama´cula ni habi´a fallo alguno en la ma´s esencial y sobresaliente de sus cualidades -su habilidad como marinero".

Se puede mentir como un bellaco sobre el pasado. O se pueden omitir datos que pudieran llevar a conclusiones inaceptables. Morison no hace ni una cosa ni la otra. Se niega a mentir respecto a Colo´n. No se salta el tema de los asesinatos en masa; efectivamente, lo describe con la palabra ma´s desgarradora que se pueda usar genocidio.

Pero hace otra cosa. No se entretiene en la verdad, y pasa a considerar las cosas que le resultan ma´s importantes. El hecho de mentir demasiado descaradamente o de hacer disimuladas omisiones comporta el riesgo de ser descubierto, lo cual, si ocurre, puede llevar al lector a rebelarse contra el autor. Sin embargo, el hecho de apuntar los datos para seguidamente enterrarlos en una masa de informacio´n paralela equivale a decirle al lector con cierta calma afectada: si´, hubo asesinatos en masa, pero eso no es lo verdaderamente importante. Debiera pesar muy poco en nuestros juicios finales, no deberi´a afectar tanto lo que hagamos en el mundo. La verdad es que el historiador no puede evitar enfatizar unos hechos y olvidar otros. Esto le resulta tan natural como al carto´grafo que, con el fin de producir un dibujo eficaz a efectos pra´cticos, primero debe allanar y distorsionar la forma de la tierra para entonces escoger entre la desconcertante masa de informacio´ngeogra´fica las cosas que necesita para los propo´sitos de tal o cual mapa.

Mis cri´ticas no pueden cebarse en los procesos de seleccio´n, simplificacio´n o e´nfasis, los cuales resultan inevitables tanto para los carto´grafos como para los historiadores. Pero la distorsio´n del carto´grafo es una necesidad te´cnica para una finalidad comu´n que comparten todos los que necesitan de los mapas. La distorsio´n del carto´grafo, ma´s que te´cnica, es ideolo´gica; se debate en un mundo de intereses contrapuestos, en el que cualquier e´nfasis presta apoyo (lo quiera o no el historiador) a algu´n tipo de intere´s, sea econo´mico, poli´tico, racial, nacional o sexual.

Adema´s este intere´sideolo´gico no se expresa tan abiertamente ni resulta tan obvio como el intere´ste´cnico del carto´grafo ("Esta es una proyeccio´nMercator para navegacio´n de larga distancia, para las distancias cortas deben usar una proyeccio´n diferente"). No. Se presenta como si todos los lectores de temas histo´ricos tuvieran un intere´scomu´n que los historiadores satisfacen con su gran habilidad.

El hecho de enfatizar el heroi´smo de Colo´n y sus sucesores como navegantes y descubridores y de quitar e´nfasis al genocidio que provocaron no es una necesidad te´cnica sino una eleccio´nideolo´gica. Sirve -se quiera o no- para justificar lo que paso´.

Lo que quiero resaltar aqui´ no es el hecho de que debamos acusar, juzgar y condenar a Colo´n in absentia, al contar la historia. Ya paso´ el tiempo de hacerlo, seri´a un inu´til ejercicio acade´mico de morali´stica. Quiero hacer hincapie´ en que todavi´a nos acompan~a la costumbre de aceptar las atrocidades como el precio deplorable pero necesario que hay que pagar por el progreso (Hiroshima y Vietnam por la salvacio´n de la civilizacio´n occidental; Kronstadt y Hungri´a por la del socialismo, la proliferacio´n nuclear para salvarnos a todos). Una de las razones que explican por que´ nos merodean todavi´a estas atrocidades es que hemos aprendido a enterrarlas en una masa de datos paralelos, de la misma manera que se entierran los residuos nucleares en contenedores de tierra.

El tratamiento de los he´roes (Colo´n) y sus vi´ctimas (los arawaks) -la sumisa aceptacio´n de la conquista y el asesinato en el nombre del progreso- es so´lo un aspecto de una postura ante la historia que explica el pasado desde el punto de vista de los gobernadores, los conquistadores, los diploma´ticos y los li´deres. Es como si ellos -por ejemplo, Colo´n- merecieran la aceptacio´n universal; como si ellos - los Padres Fundadores, Jackson, Lincoln, Wilson, Roosevelt, Kennedy, los principales miembros del Congreso, los famosos jueces del Tribunal Supremo- representaran a toda la nacio´n. La pretensio´n es que realmente existe una cosa que se llama "Estados Unidos", que es presa a veces de conflictos y discusiones, pero que fundamentalmente es una comunidad de gente de intereses compartidos. Es como si realmente hubiera un "intere´s nacional" representado por la Constitucio´n, por la expansio´n territorial, por las leyes aprobadas por el Congreso, las decisiones de los tribunales, el desarrollo del capitalismo, la cultura de la educacio´n y los medios de comunicacio´n.

"La historia es la memoria de los estados", escribio´ Henry Kissinger en su primer libro, A WorldRestored, en el que se dedico´ a contar la historia de la Europa del siglo XIX desde el punto de vista de los dirigentes de Austria e Inglaterra, ignorando a los millones que sufrieron las poli´ticas de sus estadistas. Desde su punto de vista, la "paz" que teni´a Europa antes de la Revolucio´n Francesa quedo´ "restaurada" por la diplomacia de unos pocos li´deres nacionales. Pero para los obreros industriales de Inglaterra, para los campesinos de Francia, para la gente de color en Asia y Africa, para las mujeres y los nin~os de todo el mundo -salvo los de clase acomodada- era un mundo de conquistas, violencia, hambre, explotacio´n -un mundo no restaurado, sino desintegrado.

Mi punto de vista, al contar la historia de los Estados Unidos, es diferente: no debemos aceptar la memoria de los estados como cosa propia. Las naciones no son comunidades y nunca lo fueron. La historia de cualquier pai´s, si se presenta como si fuera la de una familia, disimula terribles conflictos de intereses (algo explosivo, casi siempre reprimido) entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados por razones de raza y sexo. Y en un mundo de conflictos, en un mundo de vi´ctimas y verdugos, la tarea de la gente pensante debe ser - como sugirio´ Albert Camus- no situarse en el bando de los verdugos.

Asi´, en esa inevitable toma de partido que nace de la seleccio´n y el subrayado de la historia, prefiero explicar la historia del descubrimiento de Ame´rica desde el punto de vista de los arawaks, la de la Constitucio´n, desde la posicio´n de los esclavos, la de Andrew Jackson, tal como lo veri´an los cherokees, la de la Guerra Civil, tal como la vieron los irlandeses de Nueva York, la de la Guerra de Me´xico, desde el punto de vista de los desertores del eje´rcito de Scott, la de la eclosio´n del industrialismo, tal como lo vieron las jo´venes obreras de las fa´bricas textiles de Lowell, la de la Guerra Hispano-Estadounidense vista por los cubanos, la de la conquista de las Filipinas tal como la veri´an los soldados negros de Luzo´n, la de la Edad de Oro, tal como la vieron los agricultores suren~os, la de la Primera Guerra Mundial, desde el punto de vista de los socialistas, y la de la Segunda vista por los pacifistas, la del New Deal de Roosevelt, tal como la vieron los negros de Harlem, la del Imperio Americano de posguerra, desde el punto de vista de los peones de Latinoame´rica. Y asi´ sucesivamente, dentro de los li´mites que se le imponen a una sola persona, por mucho que e´l o ella se esfuercen en "ver" la historia desde otros puntos de vista.

Mi li´nea no sera´ la de llorar por las vi´ctimas y denunciar a sus verdugos. Esas la´grimas, esa co´lera, proyectadas hacia el pasado, hacen mella en nuestra energi´a moral actual. Y las li´neas no siempre son claras. A largo plazo, el opresor tambie´n es vi´ctima. A corto plazo (y hasta ahora, la historia humana so´lo ha consistido en plazos cortos), las vi´ctimas, desesperadas y marcadas por la cultura que les oprime, se ceban en otras vi´ctimas.

No obstante, teniendo en cuenta estas complejidades, este libro contemplara´ con escepticismo a los gobiernos y sus intentos, a trave´s de la poli´tica y la cultura, de engatusar a la gente ordinaria en la inmensa telaran~a nacional, con el camelo del "intere´scomu´n". Intentare´ no obviar las crueldades que las vi´ctimas se hacen unas a otras mientras las meten apretujadas en los furgones del Sistema. No quiero mitificarlas. Pero si´ recuerdo (echando mano de una para´frasis aproximada) una declaracio´n que una vez lei´: "El grito de los pobres no siempre es justo, pero si no lo escuchas, nunca sabra´s lo que es la justicia"

No quiero inventar victorias para los movimientos populares. Pero el hecho de pensar que los escritos sobre historia tan so´lo tienen como finalidad recapitular los fallos que dominaron el pasado es convertir a los historiadores en colaboradores de un ciclo interminable de derrotas. Si la historia tiene que ser creativa -para asi´ anticipar un posible futuro sin negar el pasado- deberi´a, creo yo, centrarse en las nuevas posibilidades basa´ndose en el descubrimiento de esos episodios olvidados del pasado en los que, aunque so´lo sea en breves pinceladas, la gente mostro´ una capacidad para la resistencia, para la unidad y, ocasionalmente, para la victoria. Estoy suponiendo -o quiza´s tan so´lo anhelando- que nuestro futuro se pueda encontrar en los furtivos momentos de compasio´n que hubo en el pasado antes que en los densos siglos de guerra.

Lo que hizo Colo´n con los arawaks de las Islas Antillas, Corte´s lo hizo con los aztecas de Me´xico, Pizarro con los incas del Peru´ y los colonos ingleses de Virginia y Massachusetts con los indios powhatanos y pequotes.

Parece ser que en los primitivos estados capitalistas de Europa hubo verdadera locura por encontrar oro, esclavos y productos de la tierra para pagar a los accionistas y obligacionistas de las expediciones, para financiar las emergentes burocracias mona´rquicas de Europa Occidental, para promocionar el crecimiento de las nuevas economi´as monetaristas que surgi´an del feudalismo y para participar en lo que Carlos Marx despue´sllamari´a "la acumulacio´n primitiva de capital". Estos fueron los violentos inicios de un sistema complejo de tecnologi´a, negocios, poli´tica y cultura que dominari´a el mundo durante cinco siglos.

Jamestown, Virginia, la primera colonia permanente de los ingleses en las Ame´ricas, se establecio´ dentro del territorio de una confederacio´n india liderada por el jefe Powhatan. Powhatan observo´ la colonizacio´n inglesa de sus tierras, pero no ataco´, manteniendo una posicio´n de calma. Cuando los ingleses sufrieron la hambruna del invierno de 1610, algunos se acercaron a los indios para poder comer y no morirse. Cuando llego el verano, el gobernador de la colonia envio´ un mensaje para pedirle a Powhatan que devolviera a los fugitivos. Powhatan, segu´n la versio´n inglesa, respondio´ con "respuestas nacidas del orgullo y del desde´n". Asi´ que enviaron soldados para "vengarse". Atacaron un poblado indio, mataron a quince o diecise´is indios, quemaron sus casas, cortaron el trigo que cultivaban en las inmediaciones del poblado, se llevaron en barcos a la reina de la tribu y a sus hijos, y acabaron por tirar los hijos por la borda, "hacie´ndoles saltar la tapa de los sesos en el agua". A la reina se la llevaron para asesinarla a navajazos.

Parece ser que doce an~osdespue´s, los indios, alarmados por el crecimiento de los poblados ingleses, intentaron eliminarlos de una vez por todas. Hicieron una incursio´n en la que masacraron a 347 hombres, mujeres y nin~os. Desde entonces se declaro´ una guerra sin cuartel.

Al no poder esclavizar a los indios, y no pudiendo convivir con ellos, los ingleses decidieron exterminarlos. Segu´n el historiador Edmund Morgan, "en el plazo de dos o tres an~os desde la masacre, los ingleses habi´an vengado varias veces todas las muertes de ese di´a".

En ese primer an~o de presencia del hombre blanco en Virginia (1607), Powhatanhabi´a dirigido una peticio´n a John Smith. Resulto´ ser profe´tica. Se puede dudar de su autenticidad, pero se asemeja tanto a tantas declaraciones indias que si no se puede considerar el borrador de esa primera peticio´n, por lo menos si´ lleva su mismo espi´ritu:

"He visto morir a dos generaciones de mi gente. Conozco la diferencia entre la paz y la guerra mejor que ningu´n otro hombre de mi pai´s. ¿Por que´ toman Uds por la fuerza lo que pudieran obtener por vi´apaci´fica? ¿Por que´ quieren destruir a los que les abastecen de alimentos? ¿Que pueden ganar con la guerra? ¿Por que´ nos tienen envidia? Estamos desarmados y dispuestos a darles lo que piden si vienen en son de amistad. No somos tan inocentes como para ignorar que es mucho mejor comer buena carne, dormir tranquilamente, vivir en paz con nuestras esposas y nuestros hijos, rei´rnos y ser amables con los ingleses, y comerciar para obtener su cobre y sus hachas, que huir de ellos y malvivir en los fri´os bosques, comer bellotas, rai´ces y otras porqueri´as, y no poder comer ni dormir por la persecucio´n que sufrimos".

Cuando llegaron los primeros colonos a Nueva Inglaterra -los PilgrimFathers- tambie´n se instalaron en territorio habitado por tribus indias, y no en tierra deshabitada. Los indios pequote habitaban en lo que hoy es Connecticut del Sur y Rhode Island. Los puritanos los queri´an echar, codiciaban sus tierras.

Asi´ empezo´ la guerra con los pequotes. Hubo masacres en ambos bandos. Los ingleses desarrollaron una ta´ctica guerrera que antes habi´a usado Corte´s y que despue´sreapareceri´a en el siglo veinte, incluso de forma ma´ssistema´tica: los ataques deliberados a los no- combatientes para aterrorizar al enemigo.

Asi´ que los ingleses incendiaron los wigwams de los poblados. William Bradford, en su libro contempora´neo, History of The Plymouth Plantation, describe la incursio´n de John Mason en el poblado Pequote:

"Los que escaparon al fuego fueron muertos a espada, algunos murieron a hachazos, y otros fueron atravesados con el espadi´n, y asi´ se dio buena cuenta de ellos en poco tiempo, y pocos lograron huir. Se piensa que murieron unos 400 esa vez. Verles frei´r en la sarte´n resulto´ un terrible especta´culo".

Un pie de pa´gina en el libro de VirgilVogel, Thislandwasours (1972), dice lo siguiente "La cantidad oficial de Pequotes que ahora quedan en Connecticut es de veintiuna personas".

Durante un tiempo, los ingleses lo intentaron con ta´cticasma´s suaves. Pero despue´s se decantaron por el exterminio. La poblacio´n de 10 millones de indios que vivi´a en el norte de Me´xico al llegar Colo´n se reduciri´a finalmente a menos de un millo´n. Enormes cantidades de indios moriri´an de las enfermedades que introdujo el hombre blanco.

Detra´s de la invasio´n inglesa de Norteame´rica, detra´s de las masacres de indios que realizaron, detra´s de sus engan~os y su brutalidad, yaci´a ese poderoso y especial impulso que nace en las civilizaciones y que se basa en la propiedad privada. Era un impulso moralmente ambiguo, la necesidad de espacio, de tierras, era una aute´ntica necesidad humana. Pero en condiciones de escasez, en una e´pocaba´rbara de la historia, marcada por la competencia, esta necesidad humana se vei´a traducida en la masacre de pueblos enteros.

De Colo´n a Corte´s, de Pizarro a los puritanos, ¿era toda esta sangri´a y todo este engan~o una necesidad para el progreso -desde el estado salvaje hasta la civilizacio´n- de la raza humana?
Si efectivamente hay que hacer sacrificios para el progreso de la humanidad, ¿no resulta esencial atenerse al principio de que los mismos sacrificados deben tomar la decisio´n? Todos podemos decidir sacrificar algo propio, pero ¿tenemos el derecho a echar en la pira mortuoria a los hijos de los dema´s, o incluso a nuestros propios hijos, en aras de un progreso que no resulta ni la mitad de claro o tangible que la enfermedad o la salud, la vida o la muerte? Ma´salla´ de todo ello, ¿co´mo podemos estar seguros de que lo que se destruyo´ fuese inferior? ¿Quie´nes eran esas personas que aparecieron en la playa y que llevaron a nado presentes para Colo´n y su tripulacio´n, que observaban mientras Corte´s y Pizarro cabalgaban por su campin~a y que asomaban sus cabezas por los bosques para ver los primeros colonos blancos de Virginia y Massachusetts?

Colo´n les llamo´ "indios" porque calculo´ mal el taman~o de la tierra. En este libro les llamamos "indios" con algo de precaucio´n porque demasiadas veces ocurre que a los pueblos les toca apechugar con las etiquetas que les han colgado sus conquistadores.

Cuando llego´ Colo´nhabi´a unos 75 millones de personas ampliamente repartidas por la enorme masa terrestre de las Ame´ricas, 25 de los cuales estaban en Ame´rica del Norte. En consonancia con los diferentes entornos de tierras y clima, desarrollaron cientos de diferentes culturas tribales y unas dos mil lenguas distintas. Perfeccionaron el arte de la agricultura, y se las apan~aron para cultivar el mai´z, que, al no crecer por si´ so´lo, tiene que ser plantado, cultivado, abonado, cosechado, descascarado y pelado Su ingenio les permitio´ desarrollar una serie de verduras y frutas diferentes, asi´ como los cacahuetes, el chocolate, el tabaco y el caucho.

Los indi´genas de Ame´rica estaban inmersos en la gran revolucio´nagri´cola que estaban experimentando otros pueblos de Asia, Europa y Africa en ese mismo peri´odo aproximado.
Mientras que muchas de las tribus retuvieron las costumbres de los cazadores no´madas y de los recolectores de alimentos en comunas errantes e igualitarias, otras empezaron a vivir en comunidades ma´s estables en sitios ma´s provistos de alimentos, con poblaciones mayores, ma´sdivisio´n del trabajo entre hombres y mujeres, ma´s excedentes para alimentar a los jefes y a los brujos, ma´s tiempo de ocio para las labores arti´sticas y sociales, y para construir casas. Entre los Adirondacas y los Grandes Lagos, en lo que hoy en di´a es Pennsylvania y la parte superior de Nueva York, vivi´a la ma´s poderosa de las tribus del noreste, la Liga de los Iroqueses. En los poblados iroqueses la tierra era de propiedad compartida y se trabajaba en comu´n. Se cazaba en equipo, y se dividi´an las presas entre los miembros del poblado.

En la sociedad de los iroqueses, las mujeres eran respetadas. Cuidaban los cultivos y se encargaban de las cuestiones del poblado mientras los hombres cazaban y pescaban. Como apunta Gary B. Nash en su fascinante estudio de la Ame´rica primitiva, Red, White and Black, "asi´ se comparti´a el poder entre sexos, y brillaba por su ausencia en la sociedad iroquesa la idea europea del predominio masculino y de la sumisio´n femenina".

Mientras que a los hijos de la sociedad iroquesa se les ensen~aba el patrimonio cultural de su pueblo y la solidaridad para con su tribu, tambie´n se les ensen~aba a ser independientes y a no someterse a los abusos de la autoridad.

Todo esto contrastaba vivamente con los valores europeos que importaron los primeros colonos, una sociedad de ricos y pobres, controlada por los sacerdotes, por los gobernadores, por las cabezas -masculinas- de familia.

Gary Nash describe asi´ la cultura iroquesa:

"Antes de la llegada de los europeos, en los bosques del noreste no habi´a leyes ni ordenanzas, comisarios ni polici´as, jueces ni jurados, juzgados ni prisiones -nada de la parafernalia autoritaria de las sociedades europeas. Sin embargo, estaban firmemente establecidos los li´mites del comportamiento aceptable. A pesar de enorgullecerse del individuo auto´nomo, los iroqueses manteni´an un sentido estricto del bien y del mal. Se deshonraba y se trataba con ostracismo al que robaba alimentos ajenos o se comportaba de forma cobarde en la guerra, hasta que hubiera expiado sus malas acciones y demostrado su purificacio´n moral a satisfaccio´n de los dema´s".

Y no so´lo se comportaban asi´ los iroqueses, sino tambie´n otras tribus indi´genas.

Colo´n y sus sucesores no aterrizaban en un desierto baldi´o, sino que lo haci´an en un mundo que en algunas zonas estaba tan densamente poblado como la misma Europa, donde la cultura era compleja, donde eran ma´s igualitarias las relaciones humanas que en Europa, y donde las relaciones entre hombres, mujeres, nin~os y la naturaleza estaban quiza´sma´s noblemente concebidas que en ningu´n otro punto del globo.

Eran gentes sin lenguaje escrito, pero que teni´an sus propias leyes, su poesi´a, su historia retenida en la memoria y transmitida de generacio´n en generacio´n, con un vocabulario oral ma´s complejo que el europeo y acompan~ado con cantos, bailes y ceremonias drama´ticas. Prestaban mucha atencio´n al desarrollo de la personalidad, la fuerza de la voluntad, la independencia y la flexibilidad, la pasio´n y la potencia, a sus relaciones interpersonales y con la naturaleza.

John Collier, un estudioso americano que convivio´ con los indios en los an~os veinte y treinta en el suroeste americano, comento´ de su espi´ritu: "Si pudie´ramos adoptarlo nosotros, habri´a una tierra eternamente inagotable y una paz que durari´a por los siglos de los siglos".

Quiza´s haya un resquicio de romanticismo mitolo´gico en esa aseveracio´n. Pero au´n a expensas de la imperfeccio´n que conllevan los mitos, baste para que nos haga cuestionar -en ese peri´odo y en el nuestro- la excusa del progreso que respalda el exterminio de las razas, y la costumbre de contarse la historia desde la o´ptica de los conquistadores y los li´deres de la civilizacio´n occidental.

 

(*) Howard Zinn (1922-2010), historiador y politólogo estadounidense, fue coautor, junto con Anthony Arnove, de Voices of a People'sHistory of theUnitedStates [Voces de en la historia del pueblo estadounidense]. Su último libro fue A PowerGovernmentsCannotSuppress [Un poder que los gobiernos no pueden suprimir]. Esta nota es en realidad el primer capítulo de su popular A People'sHistory of theUnitedStates (Historia popular de los Estados Unidos).

Fuente:https://humanidades2historia.files.wordpress.com/2012/08/la-otra-historia-de-ee-uu-howard-zinn.pdf


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