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4.10.21

Desmintiendo los mitos del liberalismo (II)

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Por Alexander Zevin (*)

Marx llamó una vez a The Economist "la tribuna de la aristocracia financiera". Como revista dominante entre los liberales de élite, ha jugado un papel importante en la formación y promoción de la ideología del liberalismo, siguiendo sus cambios y continuidades, desde su fundación en 1843 hasta hoy dia.

Pero hay una gran continuidad del liberalismo durante este periodo. Esto incluye una total falta de reflexión sobre qué consecuencias tiene la City de Londres y el control privado de la función de inversión sobre la economía británica, y el apego a una determinada teoría del libre comercio, tanto dentro de la derecha como de la izquierda del Partido Laborista. A veces, surgen nuevas soluciones y adaptaciones porque el movimiento sindical es fuerte o porque la Segunda Guerra Mundial muestra que el estado puede desempeñar un papel más activo en la economía, y las advertencias de Hayek en Camino de servidumbre parecen un poco exageradas. Pero resulta difícil explicar cómo llegamos a 1979 y Thatcher.

Thatcher no salió de la nada. Ella no anuló una forma de socialdemocracia completamente funcional, libre de crisis y nada contradictoria. Ella aprovechó esas contradicciones. Explotó la desorientación dentro del Partido Laborista entre los socialdemócratas. Tengamos en cuenta que James Callaghan, quien fue líder del Partido Laborista y primer ministro a finales de los 70, ya había adoptado una forma de monetarismo y había aceptado los préstamos de austeridad del FMI.

Creo que esos cambios se dieron de forma más gradual, porque el liberalismo nunca desaparece. La forma de liberalismo que defiende The Economist cambia de muchas maneras a lo largo de la década de 1840 y hasta la década de 1940, pero algunos elementos de esta historia están presentes a lo largo de esas transiciones dentro del estudio de la economía.

Voy a formular esta pregunta de manera intencionadamente simplista.

Este punto sobre continuidad versus ruptura es muy interesante. Podría volver y decir que si ve el liberalismo como la ideología generalmente sostenida por la clase dominante capitalista, que está debatiendo cómo esta ideología debe interpretarse e implementarse en algo como las páginas de The Economist, entonces puede ver muchos de los cambios que se dan en la ideología liberal como respuestas a los cambios materiales que tienen lugar y que requieren innovación dentro de esta ideología para facilitar la acumulación de capital en curso.

Eso podría centrarse demasiado en la base económica, pero ¿hasta qué punto cree que hay algo allí que explica parte de la continuidad, pero también los innegables cambios que hemos visto en la ideología liberal durante los últimos 100 años?

No me parece tan simplista. Como materialista o marxista vulgar, acepto esta idea. Lo que vemos es que a lo mejor los liberales están formulando preguntas similares durante estos dos siglos, pero las respuestas cambian según las circunstancias y el contexto histórico.

¿Qué hacer ante la irrupción de la clase obrera en el escenario político? ¿Cómo limitarla? ¿Restringir el sufragio? ¿Aceptar el sufragio universal, pero limitar lo que pueden hacer los parlamentos? ¿Entregar el control de los intereses y la política monetaria a un banco central para que ese tipo de cuestiones, que son tan fundamentales para la acumulación de capital, no competa a las legislaturas?

Las respuestas a estas preguntas cambian según lo que sea posible en un momento dado. Pero las preguntas son bastante parecidas a lo largo de la historia del liberalismo.

En el libro, subrayo la forma en que cambia el liberalismo, pero no hablo tanto como habría podido sobre ese punto de inflexión en la década de 1980, es decir, de la entrada de, como dijo David Harvey, 'la larga marcha de los neoliberales a través de las instituciones'. En los años 20 y 30, estos todavía estaban esperando su momento. Para los años 80, su momento había llegado.

En cierto sentido, esa historia es innegablemente cierta. Sin embargo, lo que me interesa es que los periodistas de The Economist no se describen a sí mismos como neoliberales. De hecho, hace poco yo estuve mirando los archivos de la revista y vi que el término 'neoliberal' en realidad siempre se pone entre comillas, como un concepto empleado por los izquierdistas latinoamericanos para describir un conjunto de políticas aplicadas en sus países después del golpe de Estado en Chile.

No se considera una descripción fiel de una visión del mundo político-económico, y mucho menos una que adoptaría The Economist. Y esto a pesar del hecho de que, a finales de la década de 1980, The Economist se ve, con razón, como un bastión del pensamiento de libre mercado. Se celebra a Reagan y Thatcher en las páginas de The Economist, donde se realiza una defensa sin fisuras de la globalización. No se lee el término "neoliberal" en el Financial Times, The Economist u otros periódicos financieros. El FMI no pareció reconocer que esta corriente de pensamiento existía hasta hace relativamente poco.

Ello me hace pensar que, desde el punto de vista de quienes la defendían, esta transición entre liberalismo y neoliberalismo no siempre es tan clara. Muchas de las formas en que se implementa el neoliberalismo como un conjunto de políticas, ya sea de austeridad, desregulación o privatización, surgen a través de personas que se ven a sí mismas como liberales clásicos o incluso liberales de centro izquierda. Esa es la clave para comprender la forma en que se lleva a cabo la transición.

Hoy en día, se está produciendo un cambio en el sentido común económico, ya sea que se observe la reacción contra la austeridad en algunas de las grandes instituciones económicas internacionales o simplemente las políticas económicas más dirigistas que se están implementando en respuesta a la pandemia. Todo esto tiene lugar en respuesta a las necesidades cambiantes del capital.

¿Cree que esto se va a reflejar en otro cambio de la ideología liberal? Si es así, ¿hasta qué punto será este un nuevo cambio o un intento de volver a un modelo más socialdemócrata para intentar reinsertar los mercados en un contexto nacional? Y en cualquier caso, ¿funcionará?

EE. UU., Gran Bretaña y varios otros países han abierto los grifos, han gastado ampliamente a fin de apuntalar la economía durante la pandemia, han hecho más generoso el seguro de desempleo y, en general, han hecho todo tipo de cosas en favor de las empresas para que la economía siga funcionando.

Cuando entró Biden, había una sensación desde el principio de que él iba a implementar políticas más económicamente impresionantes en su amplitud de lo que muchos en la izquierda habían imaginado. Ciertamente, vimos el paquete que extendía el tipo de gasto que Trump ya había implementado, así como algo de ayuda a los estados, de modo que se pudiera evitar algo de la austeridad a nivel estatal que se había dado posterior a la crisis de 2008. (Los estados no pueden tener déficits en los EE. UU., y muchos municipios, como donde estoy en la ciudad de Nueva York, fueron devastados por Covid de una manera muy particular, ya que la economía aquí depende mucho del turismo).

Pero ahora, cuando Biden comienza a enfrentarse a una resistencia real a su agenda dentro del Partido Demócrata, así como por parte de los republicanos, para aumentar las tasas de impuestos corporativos, para implementar realmente un plan de infraestructura en su totalidad, no está claro hasta qué punto va a haber una ruptura.

Sin una resistencia real por parte de sindicatos y la izquierda, me pregunto hasta qué punto el simple hecho de que el estado aumente el gasto público y que se acumulen déficits cuando las tasas de interés son bajas puede de verdad traer un cambio duradero a la economía política. No tengo ninguna respuesta clara al respecto, y las cosas están cambiando muy rápidamente en este momento en respuesta a una crisis sin precedentes.

Hace poco, Cédric Durand escribió muy bien sobre este tema en el New Left Review's Sidecar, y formuló algunas preguntas muy interesantes sobre lo que podría significar este momento en que estamos viviendo. El neoliberalismo ya no es la descripción correcta. ¿Qué es? Tengo algo de escepticismo sobre el alcance de esa ruptura, pero en realidad tengo bastante curiosidad por saber lo que piensas tú.

Los puntos que comentaba anteriormente sobre las tensiones entre el liberalismo y la democracia desde sus inicios son muy importantes. Creo que estamos viendo resurgir esta tensión hoy. La visión tradicional de la izquierda sobre por qué un estado capitalista podría simplemente aumentar continuamente su gasto de la manera que hemos visto en algunos estados durante la pandemia habría sido una especie de visión kaletskiana: que va a empoderar a los trabajadores e interrumpir la acumulación de capital en el favor del trabajo, que es un argumento ligeramente diferente dado el ataque contra el movimiento obrero que hemos tenido en los últimos cuarenta años, pero también dado el papel masivo que ya jugaba el estado dentro de la acumulación de capital.

La gran mentira del neoliberalismo, que se ha desvelado muchas veces, es que iba de la mano de la contracción del estado, que por supuesto no fue así. Simplemente implicó una reorientación del estado y un cambio hacia el establecimiento de las reglas del juego, hacia aumentos masivos en la regulación, particularmente la regulación en el sector financiero, que era necesaria para apuntalar esa gran burbuja que vimos. No era menos estado, sino un tipo diferente de estado. Fue la erosión del poder de los trabajadores y el uso del estado para impulsar el poder del capital.

Pero eso también se asoció con que el estado era más visible y participada en muchos más ámbitos de la vida. Creo que el desafío actual no es necesariamente que, si gastas más dinero, habrá más empleo, inclinando la balanza a favor del trabajo. El desafío actual es que un estado que está haciendo muchas cosas tiene que justificar por qué está haciendo algunas cosas y no otras. Tiene que ser capaz de justificar eso ante una población que, especialmente en los lugares donde el neoliberalismo ha llegado más lejos, es cada vez más insegura, precaria, mal pagada y obligada a arreglárselas con pésimos servicios públicos. Mientras que la gente de a pie experimenta todo esto, también observamos demostraciones masivas y muy abiertas del poder del capital con respecto al estado, ya sea que estén consiguiendo enormes recortes de impuestos, subsidios o lo que sea.

El desafío de hoy, y la cuerda floja por la que caminan muchos políticos liberales, es entre poder satisfacer las necesidades del capital y usar el estado para satisfacer las necesidades del capital, pero al mismo tiempo tener que decir que el papel del estado debe tener límites. Si estamos en un sistema democrático, ellos tienen que convencer a la gente de que hay ciertas cosas que el pueblo no puede pedir. Por ejemplo, no se puede pedir que se anulen las privatizaciones, o que se deroguen las leyes antisindicales, o que saquen del mecanismo del mercado algunas de las cosas que este necesita para sobrevivir, o que se construya más vivienda pública. Todo esto señala las dificultades que tendrán los liberales a la hora de legitimar el sistema a partir de ahora.

Para la izquierda, lo importante va a ser preguntar cómo afirmamos la democracia y nuestro derecho a decir "no", cómo podemos realmente pedir estas cosas, pedir, exigir y hacer campaña por estas cosas. Todo lo cual nos trae nuevamente a la tensión entre liberalismo y democracia.

Parece que hubo un momento durante la pandemia en que, de una manera muy clara, surgieron preguntas sobre la equidad, la justicia y quién obtiene qué. Para la izquierda, se trata de extender ese ámbito de politización en torno a cuestiones de quién hace qué trabajo, qué formas de compensación reciben, cómo se clasifican, quién es esencial y también el asunto de cómo se deciden estas cuestiones y quién las decide.

Para el liberalismo, podría decirse que, a largo plazo, un desafío mayor que el Covid es el ascenso de China. Por el momento, estamos viendo a Biden intentar construir un eje anti-China. Podría decirse que muchas de sus concesiones en términos de aceptar, por fin, que tiene que trabajar con Europa para tomar medidas drásticas contra la evasión fiscal, principalmente por parte de los gigantes tecnológicos de EE. UU., tiene como objetivo alentar a los países europeos a resistir de forma más agresiva el ascenso de China.

¿Cuáles serán las consecuencias para lo que algunos llaman el orden mundial basado en reglas liberales? Claramente, esta no fue una crisis que comenzó y terminó con Trump. Es algo mucho más estructural. ¿Cómo van a reaccionar y responder los liberales?

Está claro que aquello de 'America First' que oíamos bajo Trump y la manera en que este empleaba una retórica que hacía pensar en una nueva Guerra Fría con China ya existían bajo Obama. Si miramos lo que Biden ha hecho hasta ahora y escuchamos la increíble entrevista que dio Hillary Clinton, en que habló sobre el ascenso de China y los medios de producción, mientras Trump la utilizó de manera muy efectiva como una herramienta retórica y de movilización ante sus votantes, está claro que Biden está haciendo lo mismo.

Varias de las medidas de estímulo se expresan en el lenguaje de la necesidad de competir con China: trasladar a suelo nacional la producción de semiconductores, impedir que los fabricantes chinos se apropien de esta tecnología, proteger la propiedad intelectual, formar una mano de obra que pueda volver a capacitarse y ser competitiva en industrias de mayor valor, etc. Todo este lenguaje sobre la industria en los EE. UU., su declive y su reactivación están codificados en una retórica anti-china que parece venir de una hoja de ruta distribuida a los demócratas en el Senado, el Congreso y la Casa Blanca.

Veo eso como algo que está aquí para quedarse, y no lo veo como algo positivo, a diferencia de algunos de la izquierda, que podrían pensar que es una forma inteligente de lograr objetivos progresistas. En realidad, lo veo como bastante característico de la manera en que el liberalismo puede lograr y, en efecto, logra sacar partido del nacionalismo. El liberalismo no siempre ha sido una doctrina de cosmopolitas desarraigados. A menudo ha echado mano del nacionalismo para conseguir sus fines o para alcanzar el poder.

Pensando en el caso británico, abundaban los imperialistas en el Partido Liberal a principios del siglo XX. Hicieron hincapié en esta idea de eficiencia después de la Segunda Guerra de los Bóers. La clase trabajadora que fue y peleó en esa guerra estaba desnutrida, se consideraba demasiado baja de estatura, etc. Hubo todo tipo de quejas sobre el "linaje racial" del pueblo británico, lo que dio lugar a una serie de elementos de legislación social progresista que buscaban garantizar que se realizaran controles médicos en la escuela o que se distribuyeran alimentos y leche.

Este es solo un ejemplo para hablar sobre la forma en que la idea de eficiencia y la idea de imperio pueden ser un acicate dentro del liberalismo hacia una legislación social más progresista en casa. Este tipo de estrategias contra el caso del ascenso de China parece bastante consistente con, por un lado, el fin de lograr una reforma social y, por el otro, el de intensificar un proyecto imperial. Y en lugar de que los dos estén separados, en la historia del liberalismo, a menudo van de la mano.

No hay razón alguna para aceptar esta idea hipócrita de parte de Occidente, que es el contrincante más fuerte. Otra cuestión importante a considerar en estas discusiones sobre política exterior es quién es más poderoso y quién tiene más que ganar con este moralismo en torno a la idea de democracia y derechos humanos. Desde Carter, y tal vez incluso desde antes, la respuesta es Estados Unidos. Para más ejemplos, podríamos hablar de cómo esta idea se usa en otros contextos: Irán, que se halla completamente rodeado por bases militares estadounidenses, Corea del Norte, China y Cuba.

Cuba, pese a un embargo económico, ya creó dos vacunas gracias a un sector de biotecnología que es uno de los más fuertes del mundo, a apenas noventa millas de la costa de Florida. Pero les ha sido imposible conseguir las jeringas y el equipo técnico que necesitan. Es un crimen y no tiene nada que ver con las cualidades morales de ese régimen.

La cuestión de la política exterior y el imperialismo liberal es fundamental para comprender toda la orientación de la izquierda. Una de las cosas tan refrescantes de Corbyn fue que representó una verdadera ruptura con un Partido Laborista que siempre había sido bastante nacionalista en su perspectiva. Por supuesto, esa fue una de las cosas menos aceptables para sus correligionarios y ??una de las razones por las que la derecha laborista hizo todo lo posible para tumbarlo.

Finalmente, ¿por qué la izquierda no tiene su The Economist - y podemos cambiar esta realidad?

Al leer The Economist y sus archivos, queda bastante claro que la izquierda siempre se ha estado interesado por él. Marx leía The Economist en la British Library en las décadas de 1840 y 50 para intentar comprender por qué las revoluciones de 1848 habían fracasado. En su opinión, se debió en parte a la mejora de las condiciones económicas, lo cual confirmó por medio de su estudio de los precios, las citas y los índices en The Economist. Isaac Deutscher, el gran biógrafo de Trotsky e historiador de la Revolución rusa, en realidad escribió para The Economist y fue corresponsal durante la Segunda Guerra Mundial sobre lo que estaba sucediendo en Europa del Este y Rusia.

La izquierda siempre ha mirado The Economist con cierta fascinación, así que me veo a mí mismo como parte de esa tradición que la ve como tribuna de una clase dominante liberal, de una aristocracia financiera -así la llamó Marx, 'la tribuna de la aristocracia de las finanzas'- para comprender la orientación política de estos líderes y mercados y cómo cambian y se desplazan.

The Economist cumple una función particular para una clase dominante global. Siempre ha tenido una orientación internacional y siempre se ha enviado al exterior a Buenos Aires, a París, a todo tipo de ciudades del mundo interesadas en el comercio y la inversión de capital extranjero. Estructuralmente, la izquierda, que es esencialmente opositora, no hegemónica e intenta crear una nueva modalidad política, no podría haber creado de manera orgánica nada parecido a The Economist porque no exigir cuentas al capital como lo hace esta revista. Tal vez sea un objetivo de la izquierda ser tan comprehensiva y totalizadora como The Economist al informar sobre la actualidad del mundo entero, al pensar en las formas en que la política interna y la política exterior están conectadas, y al ser muy inteligente y clara en las formas en que el surgimiento de los nuevos movimientos políticos de izquierda en algún lugar como México o Brasil no solo va a desafiar a los capitalistas nacionales, sino a los capitalistas internacionales.

No tengo una respuesta a la pregunta de por qué la izquierda no tiene nada como The Economist, pero a mí me parece que tiene que ver con una verdad estructural sobre la forma en que funciona la izquierda insurgente y la clase dominante. Al leer The Economist, la izquierda ha encontrado una herramienta para comprender el capital de manera clara. David Singer, un periodista de izquierda que antes trabajó para The Economist, llegó a decir: "en The Economist uno escucha a la clase dominante hablar consigo misma y se da cuenta de que lo hace con bastante claridad". Quizás la pregunta no sea exactamente por qué la izquierda no tiene su propia versión de The Economist, sino cómo la izquierda, al leer The Economist y tomarse en serio tanto la revista como la visión del mundo que esta defiende, puede hacerse más fuerte y ganar cierta aceptación en este mundo que quieren derrocar.

'Liberalism at Large: The World According to the Economist' se ha publicado en la editorial Verso.

 

(*) Alexander Zevin, profesor asistente de historia en la City University of New York y editor de New Left Review

Fuente: https://tribunemag.co.uk/2021/06/myths-liberalism

Traducción: Paul Fitzgibbon Cella


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