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4.10.21

Retorno al presente: espacios globales, naturaleza salvaje, crisis pandémica (y 2) (I)

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Por Davide Gallo Lassere (*)

En la contribución anterior ("Bienvenidos al pasado.."), el autor asumía el análisis de Andreas Malm, a propósito del Capitaloceno y del vínculo entre capitalismo y energías fósiles, a partir de una perspectiva a

En esta contribución prosigue el diálogo con las tesis de Malm, y en particular con su último texto publicado recientemente, "El murciélago y el capital". Vienen discutidas en particular las hipótesis estratégicas que el autor sueco presenta en la segunda parte del texto y que sintetiza en la fórmula del "leninismo ecológico".

Aclarémoslo desde ahora: el diagnóstico trazado por Malm de la pandemia en curso es esclarecedor pero, si bien estimulante, la propuesta/provocación de un "leninismo ecológico" que avanza en su entusiasta panfleto sobre la Covid-19, nos parece cuanto menos discutible. Lo parece, también, a la luz de los presupuestos epistemológicos y de los análisis históricos elaborados por el mismo Malm en sus trabajos precedentes, que giran en torno a la centralidad política de las luchas sociales. Ello parece, incluso, en contraste con el examen del espacio global que Malm realiza en su ensayo. A tal propósito, las lecturas autonomistas de los clásicos del pensamiento revolucionario y de las geografías contemporáneas del capital ofrecen, en nuestra mirada, una buena vacuna contra aquel febril "deseo de Estado" que emerge de algunas páginas de "El murciélago y el capital" (1).

Procedamos en orden. Los recorridos de la genealogía y de la crítica del Capitaloceno nos llevaron a China -lugar de intensa concentración de múltiples tendencias globales-. Y es justo desde esta región que se necesita recomenzar si queremos comprender los procesos que trastornan de la cima al fondo nuestro presente. Las lógicas temporales en acto tras el cambio climático nos muestran que más el planeta se sobrecalienta, más otras dinámicas complejas y multiescalares retroactúan sobre los ecosistemas, sobrecalentando todavía más a su vez. De aquí la necesidad vital de intervenir con rapidez para invertir la situación, antes que esta difumine cualquier posibilidad de control social y político -vale decir, antes que el dark side de la autonomía de la naturaleza despliegue las velas-.

Aúnque en escala menor, una urgencia análoga la ponen los factores sociales que han generado y difundido la Covid-19. Si este fenómeno no tiene el mismo poder que el calentamiento global de socavar los fundamentos de la vida humana (y de muchas otras especies), la espiral mortífera que el Sars-Covid-2 ha provocado nos llama a actuar con un grado análogo de velocidad y radicalidad. Antes todavía de discutir las perspectivas políticas emanadas de este instant book de Malm, así situado en la coyuntura actual, concentrémonos primero sobre la fase que estamos atravesando, sometiendo a examen los procesos socioeconómicos y las coordenadas espacio-temporales que han provocado esta crisis pandémica.

Horror vacui, deforestación y zoonosis

La lógica de la acumulación capitalista impone conquistar y ocupar incesantemente el espacio geográfico. Dejar vacío un espacio significa no ponerlo en valor. El ensanchamiento sin fin de los circuitos de la reproducción del capital inserta una tendencia expansiva dirigida a saturar el mundo, a invadir todo lugar y todo ambiente, a colonizarlo ulteriormente y a transformarlo siempre más para sostener la dinámica de su desarrollo.

A este propósito, las selvas vírgenes constituyen un terreno a deforestar, invitan a ser penetradas y sometidas a las duras leyes del mercado. Desde el punto de vista de la cartografía del capital, el vacío de ganancias que ellas manifiestan debe ser colmado. Pero, ¿cuáles son las constricciones sistémicas que empujan para hacer avanzar las fronteras del capital hasta estos lugares vírgenes, y para cancelar de los mapas estos espacios vacíos insoportables para lógica del valor? Al inicio del nuevo milenio, la destrucción de las selvas tropicales está fundamentalmente determinada por la producción de mercancías. Más precisamente, cuatro despuntan: en orden decreciente, la carne bovina, la soya, el aceite de palma y la madera.

Considerados en conjunto, estos cuatro circuitos son responsables del 40 % de la deforestación tropical, la cual ha sufrido una aceleración sin precedentes entre el 2000 y el 2021, distribuida mayormente entre siete países del Sudeste Asiático y la América Latina (2). La apropiación compulsiva de territorios remotos y la extracción brutal de recursos raros no han llevado a la domesticación de la naturaleza salvaje: antes bien, han puesto a circular micro-organismos patógenos, los cuales han sido rápidamente absorbidos al interior de los circuitos del capital, tornando necesario el bloqueo o el enlentecimiento de muchos sectores de la economía, y el confinamiento domiciliario por semanas y meses de más de 3 mil millones de personas en el mundo.

Mientras las cosas sigan así, debemos esperar la emergencia de otras pandemias en los años por venir. Y en efecto, hace ya dos decenios que asistimos a la comparecencia sobre la escena global de numerosas enfermedades virales. Aún si sus picos epidémicos no habían tocado las cotas de la Covid-19, la influenza aviar en muchos países del mundo, la SARS prevalentemente en el Sudeste Asiático, la MERS en Medio Oriente o el Ébola en África subasahariana, resultan entre las más funestas. Más allá de las diferentes tasas de contagiosidad, de los grados de mortalidad, del número absoluto y de la composición social de las muertes, en el origen de estas infecciones opera el así llamado "salto de especie".

¿De qué se tratan, y por qué el cambio climático y los procesos de deforestación juegan un rol tan decisivo en los fenómenos de salto de especie? Por salto de especie se entiende el pasaje de un agente patógeno de un animal a otro perteneciente a una especie diferente. El nuevo animal puede revelarse hostil a la reproducción del virus o presentarse, por múltiples razones, como un huésped más favorable, un "huésped amplificador" -factor que permite el relanzamiento de la difusión del virus en una escala más vasta-. Como se ha dicho, muy frecuentemente "las grandes fábricas producen las grandes gripes" (3).

El biólogo Robert Wallace, en efecto, ha demostrado que la cría industrial de animales destinados al matadero constituye una peligrosa incubadora de contagio. Las crías industriales intensivas, como los recintos de engorde de cerdos o los criaderos de pollos -donde los animales sufren procesos de selección dudosos-, ofrecen un ambiente propicio a la evolución de los agentes patógenos agresivos, a causa de la alta densidad de organismos huéspedes cuerpo a cuerpo, de sus débiles sistemas inmunitarios dadas las condiciones de cría, y sus breves ciclos de vida. Cuando el salto de especie se efectúa de un animal a un ser humano -con la posibilidad de animales intermediarios que vehiculan el virus de uno al otro haciéndolo evolucionar-, se habla entonces de zoonosis, como se sabe masivamente ahora. "Una palabra del futuro -escribía Quammen en el 2012- destinada a devenir más común en el curso de este siglo" (4).

En el caso del Sars-Covid-2, el lugar que ha cumplido la función de transmisión del virus no ha sido una granja industrial -como sucedió con la gripe aviar al final del siglo XX, y probablemente con la gripe española en 1918-, sino un mercado húmedo, donde decenas de especies animales diferentes coexisten una al lado de la otra (como ya se sabe, los mercados húmedos son así definidos por tener a los ejemplares vivos a la venta, y por los repetidos enjuagues que se aplican a la carne recién sacrificada).

En cualquier caso, es la penetración de los intereses capitalistas en los ángulos casi inexplorados de las selvas tropicales la que nos hace entrar en contacto, directa o indirectamente, con los animales salvajes que transportan los virus respecto a los cuales nuestros sistemas inmunes están desarmados, virus que hasta ahora permanecían circulando sólo en lo profundo de las selvas. A este propósito, América Latina, África Central y el Sudeste Asiático constituyen las regiones más expuestas. Con la puesta a pastoreo de áreas boscosas, la expansión de monocultivos del agrobusiness (aceite de palma, soya, caña de azúcar, productos frutícolas, etc.) representa el frente más avanzado de la infiltración y devastación de ambientes naturales, hasta este momento (casi) intactos. Luego, la deforestación aumenta el riesgo de encuentro, contagio y transmisión de aquellos virus que golpean a los animales y los seres humanos.

Pero eso no es todo. Hay que poner a la cuenta de la deforestación otras dos cuestiones. En primer lugar, la deforestación libre y desregulada conlleva la pérdida de biodiversidad, lo cual inserta no En lo que toca a la Unión Europesolamente numerosos efectos en cascada que desestabilizan los ecosistemas, sino que está íntimamente relacionado al spillover o derrame. La variedad de especies de hecho aumenta la probabilidad para los virus de terminar en un huésped desfavorable, produciendo un efecto de dilución que obstaculiza el "salto": en otros términos, a mayor biodiversidad, menor es la posibilidad de salto y zoonosis.

En segundo lugar, la deforestación fragmenta las zonas forestales, y esto implica la aceleración de la evolución de los agentes patógenos por dos razones: ante todo, porque los animales que hospedan un virus son así recluidos en hábitats de dimensiones reducidas, donde los contactos son más frecuentes; y además porque estas condiciones de estrés crónico los empujan a efectuar largas migraciones, favoreciendo así la difusión global del virus. En suma, "los puntos calientes para la zoonosis son las zonas de más intensa deforestación, y ambos se encuentran entre los trópicos" (5).

Y bien, entre los candidatos al premio del mejor agente transmisor de virus, el murciélago es sin dudas el favorito. O mejor: es el campeón de la zoonosis. Con sus 1200 especies en el mundo, el murciélago tiene detrás suyo más de 65 millones de años de especiación, que le han permitido modificar su genoma y desarrollar un sistema inmunitario muy potente. Es así que, junto a los roedores, ha devenido un portador sano de una enorme cantidad de virus. Y el hecho de ser un mamífero facilita todavía más la transmisión -muy frecuentemente con el concurso de un huésped amplificador- al ser humano.

Además de su historia ancestral, su formidable capacidad de adaptación y de resistencia a los virus derivan de al menos otras dos características específicas. El murciélago es el único mamífero con la capacidad de volar, y es un animal gregario. El reverso de la medalla del primer factor es una temperatura corporal de alrededor de 40°, dado que para emprender vuelo y planear en el aire, el murciélago es constreñido a batir frenéticamente las alas. Tal temperatura no parece turbar al mamífero, pero torna a los virus más fuertes y capaces de resistir aquel mecanismo de autodefensa que es el estado febril. Además, viven en colonias que pueden llegar a varios miles de ejemplares, con refugios escondidos entre las grutas y las grietas. Tal concentración en ambientes así cerrados es una fórmula excelente para la inmunidad de rebaño.

Todas estas razones explican que el murciélago sea un prodigioso huésped-reserva de virus (6). Y en efecto, ellos hospedan más de 3000 especies de coronavirus diferentes. Cierto, no todos estos virus tienen la capacidad de saltar de una especie a la otra, de aterrizar sobre los seres humanos y proliferar entre nosotros. Sin embargo, es claro que fenómenos tan perturbadores para los ambientes naturales como las deforestaciones y el calentamiento climático, obligarán a los murciélagos a migrar para buscar hábitats más confortables. Y es asimismo claro que el vuelo permite a los enjambres de estos animales atravesar largas distancias y aumentar así las posibilidades de interceptar un alto número de huéspedes potenciales.

Dicho de otra manera, los fundamentos de la vida del murciélago infringen las dos principales reglas de las limitaciones pandémicas del 2020: no trasladarse y no amontonarse (7). He aquí por qué proteger los espacios de la vida natural del cambio climático y de la deforestación significa intervenir sobre las causas mismas de la pandemia, y salvaguardar así la habitabilidad del planeta, fenómenos que implican una inversión drástica e inmediata de los carriles sobre los cuáles la globalización capitalista ha avanzado hasta hoy.

Y la globalización va

Las tendencias sistémicas de la acumulación capitalista han generado como contra-efecto el desastre de la Covid-19:

"Hacinen a los animales salvajes uno junto al otro y la caja de Pandora pandémica se abrirá tarde o temprano, consecuencia previsible del tratamiento reservado a la vida natural" (8).

Si bien algunos sectores del gran capital, como los GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple), o los gigantes de la seguridad, están acumulando cantidades extraordinarias de riqueza, nos encontramos al centro de una de las más devastadoras crisis económicas de la historia del capitalismo. Pero, ¿cómo está estructurada sobre la escala global la compleja red de relaciones financieras, productivas y comerciales que se apropia de los animales y pone en circulación nuevos virus, conectando entre ellas las diferentes regiones del planeta? ¿Qué nos enseña la cronología global de las víctimas de la Covid-19 y el impacto socialmente diferenciado de la crisis sanitaria y económica? ¿Cuáles son las lecciones políticas que podemos recabar del conjunto de estos procesos?

Para comprender los efectos eco-pandémicos de la globalización desenfrenada, Malm acuña la expresión "intercambio ecológicamente desigual y patológico" (9). Esta fórmula identifica, en su origen, la ligazón indisoluble que persiste entre los recursos bio-físicos incorporados en los bienes destinados a los mercados occidentales, y la generación de condiciones favorables al desarrollo de enfermedades virales en /desde el Sur global. La aparente equidad de las transacciones monetarias que regulan el comercio internacional se funda en una asimetría radical: los consumos de los países del Norte del mundo absorben, de hecho, la biodiversidad y la tierra de todos los otros continentes. Detrás del equivalente universal de la moneda se esconde, por lo tanto, entre varias, la específica desigualdad en el drenaje de materias primas.

En este sentido, Europa, América del Norte y Japón constituyen los epicentros de los flujos globales de mercancías que caracterizan el "intercambio ecológicamente desigual y patológico". Para satisfacer sus necesidades, no solamente las alimentarias, estas regiones dependen como todas las otras de las importaciones. Si fuese contabilizado por consumo de la tierra y pérdida de la biodiversidad y no en dólares, el balance general de los intercambios internacionales sería profundamente desequilibrado en favor de los países del Sur global. Otro modo, por lo demás convincente, de calcular la deuda ecológica del Norte global.

En lo que toca a la Unión Europea, más allá de las profundas divergencias internas entre los países de su centro y los de su periferia, sus intercambios comerciales totales con los países del Sur del mundo registran un surplus monetario más o menos importante, mientras se estima que en 2007 el consumo de suelo y recursos naturales incorporado en los consumos de la UE correspondía a la superficie de la India (10). Es sobre la base de una tal desproporción ecológica que se crean las condiciones objetivas para la expansión de las infecciones virales. El intercambio ecológico desigual no es entonces solamente una de las principales razones que mantiene a los países y las poblaciones del Sur global en un estado de dependencia y miseria económica respecto al Norte, sino también un potente motor de "los procesos de deforestación, por lo tanto de pérdida de la biodiversidad y de saltos zoonóticos" (11).

Esta herencia siempre presente desde la época colonial se está transformando sin embargo en un insidioso Caballo de Troya. En una época atormentada por el devenir-crónico de las epidemias, ser un centro neurálgico de los flujos globales de mercancías constituye un arma de doble filo. En lo que toca a la Covid-19, los lugares de más alta difusión del virus -al menos en una primera fase- han sido muchos de los nodos cruciales de la circulación mundial del capital: Lombardía, Isla de Francia-París, las áreas metropolitanas de Londres, Madrid y Bruselas, New York y su hinterland..

Estos nodos, además de focos de difusión de la Covid-19 y lugares centrales de los intereses del gran capital, están también entre los corazones pulsantes de la movilidad de las personas a escala mundial. Esto define el cierre del círculo, vale decir, la coincidencia cuasi perfecta entre la circulación de las mercancías, la circulación de los seres humanos y la del virus. La red de los transportes planetarios se ha revelado así no solamente un catalizador de la pandemia, sino como su verdadera y propia condición sine qua non. Sin embargo, la existencia de este fenómeno no representa una novedad en sí. Ya durante los episodios pandémicos precedentes las enfermedades se trasladaban de un centro a otro del mercado global, antes todavía de alcanzar los campos.

Lo que es inédito es la rapidez del proceso. En el pasado, los virus y los parásitos viajaban al ritmo de los veleros y las caravanas, de los trenes y los barcos a vapor. Con la invención de los aviones y la democratización de su uso, los patógenos han tenido acceso en poquísimo tiempo a territorios y vetas de población muy vastas. La compresión espacio-temporal vuelta posible por el desarrollo de las fuerzas productivas -para recuperar un viejo concepto siempre actual-, ha desencadenado un efecto dominó paradojal. En efecto, todas las regiones del mundo y todas las capas de la sociedad han sufrido la Covid-19, en el primer momento fueron las zonas y clases ricas las que encajaron el golpe, y sólo en un segundo momento las pobres. En paralelo a que las crisis sanitaria y económica se expandían, han sido las clases subalternas las que van pagando el precio más alto. Una vez más, aquellos que han tenido una responsabilidad menor en provocar las causas del desastre sufren sus consecuencias más devastadoras.

Para trazar un diagnóstico de las catástrofes climáticas y pandémicas en curso, debemos entonces reconocer el carácter social e histórico no sólo de aquellas condiciones que favorecen la exposición de frente a eventos trágicos, sino también de las dinámicas que determinan su emergencia. En la fase actual de la globalización, la impronta capitalista permea los procesos mismos que causan los shocks, y no se limita a intervenir post festum. Tradicionalmente la crítica de los desastres naturales atribuye a las relaciones sociales una función de amplificación de los daños. De la lectura rousseauniana del terremoto de Lisboa a las teorías críticas de la vulnerabilidad, el acento es puesto justamente sobre la dimensión social del desastre más que sobre la natural: si la sociedad no fuera así desigual, entonces el balance de éste o aquel cataclismo habría sido menos dramático.

Al contrario, la epidemiología crítica y la biología marxista muestran que no sólo las consecuencias, sino también las causas profundas y los procesos dinámicos al origen de las catástrofes naturales son cada vez más marcadamente sociales. La combustión de fuentes fósiles, la emisión de CO2 y otros gases de efecto invernadero, en lo que toca al cambio climático; la deforestación y la extinción en masa de la biodiversidad, en lo que toca a las epidemias/pandemias: aquello que provoca siempre más sequías, incendios, ondas anómalas de calor y frío, inundaciones, tempestades y huracanes, de un lado, y siempre más zoonosis del otro. En consecuencia, la crítica de la violencia neoliberal -incluidas sus gobernanzas securitaria y sanitaria-, ya no puede quedar separada de la puesta en discusión radical de las tendencias capitalistas estructurales de la dominación y mercantilización de la naturaleza.


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