20.9.21
Brasil: el intento de autogolpe de Bolsonaro. Dossier
Por Vladimir Safatle, Flavio Aguiar (*)
El 7 de septiembre, día de la celebración de la Independencia de Brasil, tenía este año una significación muy especial. Los bolsonaristas preparaban una marcha para intimidar al Supremo Tribunal Federal (STF), que tiene a consideración causas que podrían condenar al presidente
La oposición convocó a movilizarse, contra lo que denunciaban como un claro intento de quiebre del orden constitucional. Dos días después Bolsonaro pronunció un mea culpa, que sólo tomó en serio el índice Bovespa de la Bolsa de Sao Paulo. Son múltiples las interpretaciones del curso de los acontecimientos, pero todos coinciden en la gravedad de la actual coyuntura. Ofrecemos la opinión de Vladimir Safatle y Flávio Aguiar, reconocidos intelectuales de la izquierda brasileña. SP
Comenzó el golpe
Vladimir Safatle
Una insurrección nunca necesitó de la mayoría de la población para imponer su voluntad. Necesita de una minoría sustantiva, aguerrida, unificada e intimidante, pues potencialmente armada.
Quien conoce la historia del fascismo italiano sabe las innumerables veces que Mussolini, en su ascenso al poder, fue considerado políticamente muerto, aislado, acorralado, debilitado. Sin embargo, a pesar de los finos análisis de los comentaristas de la vida política italiana, a pesar de las sutiles lecturas que parecían ser capaces de recoger los matices más insólitos, Mussolini, el ignorante Mussolini, llegó a donde quería ir. Esto al menos debería servir para recordarnos la existencia de tres errores que llevan a que cualquiera pierda una guerra, a saber: subestimar la dedicación de su oponente, subestimar su fuerza y, en última instancia, su capacidad de pensar estratégicamente.
Lo mínimo que se puede decir es que la oposición brasileña es excelente al cometer los tres errores contra Bolsonaro y sus seguidores. Ella parece animada por la capacidad de tomar sus deseos por realidad, de justificar su parálisis como si fuese la más madura de todas las astucias. Ahora, a eso agregó una patología que, en los viejos manuales de psiquiatría, se llamaba "escotomización", es decir, la capacidad de simplemente no ver un fenómeno que ocurre a su frente. Incluso con 600.000 muertos a la espalda por negligencia de su gobierno en relación a la pandemia, Bolsonaro logró un 7 de septiembre para llamar a los suyos, con más de 100.000 personas en la (avenida) Paulista y una cifra similar en la explanada de los Ministerios.
Se ha erigido en el líder indiscutible de un singular levantamiento del gobierno contra el Estado, afirmando que no reconoce más la autoridad del Supremo Tribunal Federal (STF). O sea, asumió para el mundo que está en curso de colisión con lo que queda de la institucionalidad de la vida política brasileña. Sus seguidores salieron de ese día con su identificación reforzada y entendiéndose como protagonistas de una insurrección popular que de hecho está ocurriendo, aunque con señales contradictorias. Una insurrección que muestra la fuerza del fascismo brasileño.
De nada sirve decir que esta demostración "fracasó", que sólo estuvo presente el 6% de lo esperado. Una insurrección nunca necesitó de la mayoría de la población para imponer su voluntad. Necesita de una minoría sustantiva, aguerrida, unificada e intimidante, pues potencialmente armada. Bolsonaro tiene las cuatro condiciones, además del apoyo indiscutible de la Policía Militar y de las Fuerzas Armadas, que, por nada en este mundo, pero absolutamente nada, dejarán un gobierno que les promete salarios de hasta 126.000 reales.
Aquellos que se deleitan en creer que el verdadero apoyo de Bolsonaro es el 12%, son los que normalmente hacen todo lo posible para que no hagamos nada. Pero para quienes realmente quieren enfrentar lo que está pasando en Brasil, no hay nada más que decir que "el golpe comenzó". La manifestación del 7 de septiembre marcó una clara ruptura dentro del gobierno de Bolsonaro. De hecho, acierta quien diga que el gobierno se acabó. Pero esto sólo significa que Bolsonaro ahora puede abandonar la máscara de gobierno y asumir a cielo abierto lo que este "gobierno" siempre ha sido desde su primer día, a saber, un movimiento, una dinámica de ruptura que utiliza la estructura del gobierno para expandirse y ganar fuerza.
De esta manera, puede fortalecer su núcleo duro, convertir a los votantes en fieles seguidores sin tener que entregar nada que un gobierno normalmente entregaría, ni siquiera protección contra la muerte violenta producida por una pandemia descontrolada. Nunca un presidente ha hablado al pueblo, en su momento de mayor tensión, que compartía abiertamente el deseo de romper e ignorar una institucionalidad que es simplemente la representación de los clásicos intereses oligárquicos de las élites brasileñas.
Lamentablemente, que el "pueblo" en cuestión era la masa de aquellos que sueñan con intervenciones militares, que aman a los torturadores, que abrazan la bandera nacional para ocultar su infame historia de racismos y genocidios, eso era algo que pocos podrían haber imaginado. Por otro lado, por más que ciertos sectores del empresariado nacional simulen descontento con su presencia, lo que realmente cuenta es que Bolsonaro les entrega a ellos todo lo que promete, sabe preservar sus ganancias como nadie, lucha por profundizar la explotación de la clase trabajadora sin temor, sea lo que sea.
No por otra razón, su 7 de septiembre fue precedido por manifiestos de empresarios defendiendo la "libertad": una nueva contraseña para el "derecho" de intimidación y de amenaza. Mientras tanto, la oposición brasileña piensa que todavía estamos en el campo de los enfrentamientos políticos. Se prepara para las elecciones, finge soñar con frentes amplios, olvidando que, desde el fin de la dictadura, siempre nos hemos regido por frentes amplios y mira hacia dónde hemos llegado. Todos los gobiernos eran alianzas de la "izquierda a derecha". No es por falta de un frente amplio que nos encontramos en esta situación. El cálculo simplemente no es este. La izquierda necesita entender de una vez por todas la naturaleza del enfrentamiento, escuchar a los más dispuestos al enfrentamiento, esos que no temieron hoy en salir a la calle, y asumir una lógica de polarización. Esto implica que necesita movilizarse desde su propia noción de ruptura, alto y claro. Una ruptura contra otra. No queda nada por salvar o preservar en este país. Terminó. Un país cuya fecha de independencia se conmemora de esta manera simplemente acabó. Si es para luchar, que no sea para salvarlo, sino para crear otro.
El País, edición Brasil, 8-09-2021
Sobre las manifestaciones del 7 de septiembre
Flavio Aguiar
La única vez que la izquierda brasileña interrumpió la trayectoria de un golpe de Estado ya en marcha fue defendiendo la legalidad, hace 60 años.
Desde luego voy diciendo que observé el 7 de septiembre con mi telescopio, a 12 horas de vuelo (por lo menos) del aeropuerto de Guarulhos, que es donde suelo aterrizar cuando voy a Brasil. Por lo tanto, es más fácil observar el tamaño del bosque que los detalles de cada árbol, arbusto y senda.
Con la advertencia, vamos.
Mirando todo el bosque, antes, durante y ahora, en el día después del 7 de septiembre, teniendo en cuenta las protestas a favor y en contra de Bolsonaro, los debates oficiales, no oficiales, las reacciones que pude ver en los sitios web y grupos a los que tengo acceso, quedo con la sensación de que el juego del 7 de septiembre terminó en un empate técnico.
Sin embargo, recuerdo que un empate es siempre un resultado ambivalente: sabe a derrota para una persona, sabe a victoria para otra. Sin duda, el empate suena a derrota para el Ku-Klux-Koizo (KKK) /1/, aunque para el rival todavía no suena a victoria.
El KKK esperaba una victoria holgada y fracasó. De hecho, ni siquiera pudo ganar. Esperando un millón y medio, tuvo que arreglárselas con miles que, en esta coyuntura, suenan como granos de maíz traqueteando dentro de una lata oxidada, como los vehículos blindados humeantes que desfilaron por Brasilia días atrás para intimidar las votaciones del Congreso.
Estas consideraciones tienen una premisa mayor: Brasil es muy grande. Seis mil kilómetros de norte a sur, otros seis mil de este a oeste en su latitud más amplia, más de 210 millones de personas distribuidas de manera desigual en este vasto territorio. Todo en Brasil es grande, no como en la República Popular China, donde una manifestación de 100.000 personas puede considerarse pequeña. Aun así, 100 o 150 mil personas (junto con las manifestaciones pro-KKK en São Paulo, Brasilia y Río), para quienes esperaban superar el millón y medio, es muy poco. Y faltaban personajes importantes: PM armados o desarmados, con uniforme o sin él; soldados de uniforme, de civil o en pijama; no aparecieron. O desaparecieron del medio esa ralea política.
Las observaciones tienen una premisa menor. Hablemos también de dimensiones. Recuerdo la portada de una revista, de esas que apestaban a odio a la izquierda y desprecio al país, en un momento en que Brasil tenía una diplomacia altiva, proactiva y soberana, desafiando al ALCA y otros dictados imperialistas. La portada representaba una pelea desigual: el canario Piu-Piu, aquel que el gato Frajola anhelaba comerse, con cara de bravo, desafiando a la portentosa águila estadounidense, que, con su mirada distante, ignoraba al pigmeo oponente. Así, una buena parte de nuestra élite económica nos ve y, a través de los medios corporativos que les atienden y se instalan en sus "dependencias laborales", esta imagen servil se transmite a gran parte de la población. Introyectamos el mapa de Mercator, donde Brasil parece mucho más pequeño que Groenlandia, cuando en realidad es cuatro veces mayor.
Pero volvamos al 7 de septiembre. Del lado de las derechas, eructando grandezas y amenazas, buscando sembrar el pánico y allanar el camino para aventuras más osadas, que incluso podrían desembocar en un golpe de Estado. En el lado izquierdo, en las escaramuzas verbales intra y extra grupales, emergieron tres grandes tendencias: la de los alarmistas, la de los alarmados y la de los "relajados". Pongo esta última tendencia entre comillas porque, en rigor, nadie se relaja ante el país en llamas o sin luz que atravesamos.
Pero aquí y ahora no me refiero al país en su conjunto, solo al 7 de septiembre. Resumiendo, un tanto y simplificando los argumentos, podemos decir que para los alarmistas el KKK tenía el cuchillo, el queso y todo lo demás en la mano, incluidos la Policía Militar (PM) y las Fuerzas Armadas, además del Centrão y los descentrados o descerebrados, y podían hacer lo que le diese la mente, invadir el Congreso o el Supremo Tribunal Federal (STF) o tomar por asalto lo que resta de Brasil.
Los alarmados no veían tanto poder en manos del KKK, pero temían (y no sin razón) el comportamiento de los kkk /2/. El inicio del 7 de septiembre, en la noche del 6, cuando un grupo de insensatos, en Brasilia, rompió el cordón de la Policía Militar (o se abrió) e invadió la explanada de los Ministerios, reforzó sus argumentos. Pero el tsunami de los kkk se redujo a una ola en la madrugada del día 7, cuando intentaron invadir la Praça dos Três Poderes y fueron contenidos por la misma policía que los había dejado pasar horas antes.
Los "relajados" siempre han argumentado que todo eran olitas y micaretas y que el esfuerzo de la horda de barbarie terminaría en pizza.
Confieso que, para mí, desde esta distancia, fue difícil dar plena razón a alguna de las tendencias. Pero una consideración se impone. El KKK había logrado imponer su pauta con respecto al día 7. Inicialmente este día se destacó en la agenda como un día de protestas contrarias al KKK en todo Brasil y en algunos otros países. De repente lo que se había empezado a discutir era quién ocuparía la Avenida Paulista y lo que ocurriría con y en las manifestaciones favorables a él. Por lo tanto, punto para KKK.
Entonces amaneció el 7 de septiembre, comenzando con la derrota del grupo de kkk's que pretendía tomar la Praça dos Três Poderes. Lo que siguió fue decepcionante para ellos. Unas treinta mil almas perdidas se reunieron en la Explanada, para escuchar un discurso refritado de las amenazas de siempre, pronunciadas por quienes tienen dificultad para articular sujeto, predicado, complementos, comas y puntos. Luego vino la (avenida) Paulista, con una multitud más numerosa pero aún insatisfactoria, y un discurso más rencoroso, rencoroso y bilioso, que rima con su apodo preferido, Bozo. En él se anunció una lucha de brazos entre él, el KKK, y su ahora enemigo más cercano, el ministro del Supremo, repentinamente transformado en nuestro valiente Kojak, Alexandre de Moraes. A ver.
Para los que esperaban más, ya fueran descerebrados del otro lado, alarmistas o alarmados por este lado, era poco. Para los que no esperaban nada o casi nada, desde el lado de los "relajados", fue un poco mucho. Empate. De nada sirve que los chiflados del otro lado canten la victoria: ella no mostró la cara, y mucho menos les sonrió.
Bueno, un empate técnico deja en el aire la idea de un desempate. Para que esto nos sea favorable, por este lado, me parece necesario recurrir a dos vías, para que se pueda retomar la iniciativa de la agenda
Lo primero es mantener la presión en las calles, con todos los límites que nos impone la pandemia. Al otro lado no le importa el Covid, al menos eso intenta aparecer. Bueno, esta es nuestra condición, ¿qué hacer?
La segunda es mantener la presión institucional, seguir construyendo el Frente Más Amplio posible contra el KKK y su pandilla, manteniendo el 2022 en el horizonte, porque aún es una incógnita si esta presión conducirá a un proceso de impeachment o no, aunque en el día 7 el usurpador del Palacio de Planalto. ha dado más munición a la hipótesis positiva.
Hay quienes acusan a la izquierda de un relativo inmovilismo, por continuar pensando en términos electorales, cuando el KKK y sus kkk's piensan cada vez más en otros términos. Bueno, ¿qué otra posibilidad existe? Desde huelgas de hambre o sacerdotes inmolándose frente al Palacio del Planalto hasta el sinsentido de veladas insinuaciones de lucha armada, como he visto, nada me atrae como alternativa. Tampoco veo ninguna verosimilitud en la idea de una multitud enfurecida que asalte el Palacio de Planalto y expulsando al usurpador. En el fondo, no sé si esto sería deseable.
Por limitante que sea, recuerdo que la única vez que las izquierdas brasileñas interrumpió la trayectoria de un golpe de Estado que ya estaba en marcha fue defendiendo la legalidad, hace 60 años atrás.
Notas:
1. Ku-Klux-Koizo; apodo de Jair Bolsonaro por el apoyo de David Duke, líder del KuKluxKlan;
2. kkk: grupos de choque de Bolsonaro.
laterraeredonda.com 8-09-2021
(*) Vladimir Safatle es titular del Departamento de Filosofía de la Universidad de São Paulo
(*) Flavio Aguiar periodista y escritor, profesor jubilado de literatura brasileña en la USP.
Fuente: Varias
Traducción: Carlos Abel Suárez