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6.9.21

Buscando en el pasado

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Por Esteban Valenti (*)

La izquierda es sin lugar a dudas un conjunto de ideas, de opiniones, de posiciones y de acciones que abrevan desde siempre en el pasado, son continuidad y cambio, son aprendizaje y ruptura. Sin historia no habría izquierda. Y eso no vale por igual para todas las posturas ideológicas. Algunas han brotado como hongos hace muy poco negando el pasado. Tienen nombres diversos y tendencias de derecha, aunque a veces sean una mezcla difícil de descifrar.

Es por ese motivo genético, que la izquierda tiene un anclaje muy fuerte en los fundadores y en las grandes conmociones y revoluciones de la historia y es una prueba obligada, a veces demasiado pesada y retardataria. Las principales respuestas a los nuevos tiempos que afronta la izquierda en este mundo actual no las encontraremos en un intento de reconstruir nuestra historia. Al contrario, quedaremos atrapados en la peor negación de las ideas de izquierda: el progreso, el cambio, el riesgo, la búsqueda en terrenos nuevos.

No se trata solo ni principalmente de una postura filosófica ni siquiera antropológica, es actual, es urgente, es política, es ideológica y cultural.

Europa ha sido desde siempre el principal origen de nuestras raíces históricas en todas las disciplinas e incluso en sus resultados políticos, las revoluciones, la holandesa, la británica, la francesa, o la sublevación de los esclavos romanos en los años 71 al 73 a.C. La propia revolución independentista norteamericana, no tuvo ni una pizca de influencia nativa, fue totalmente europea en sus protagonistas aunque no naturalmente en sus intereses.

Las ideas independentistas en América Latina desde sus inicios tuvieron de diversas fuentes influencias europeas, a excepción de la primera de todas, la de Haití en 1804, donde los nativos afro-haitianos aun partiendo de su pasado colonial francés, tuvieron ideas y posiciones muy particulares, como por ejemplo haber apoyado de manera decisiva a la gesta bolivariana luego de una gran derrota y su exilio a partir de 1815. Haití es la revolución olvidada y negada porque es la rebelión de los esclavos traídos a la fuerza de su continente natal y rompe todos los moldes.

Pero desde la gesta misma de nuestra independencia de España y Portugal, incluyendo la banda Oriental y Artigas - posiblemente uno de los próceres más influenciados por la Revolución Francesa y la Independencia norteamericana -  las ideas tenían una fuerte predominancia europea. Y lo mismo podría decirse de África, la lucha anticolonial de varios siglos después y de las grandes revoluciones y levantamientos en Asia.

Esta afirmación no niega, al contrario reafirma, que esas ideas originalmente europeas, para triunfar y hacerse banderas de cientos de millones de seres humanos tuvieron que incorporar sus experiencias, sus culturas, sus propias sensibilidades. La revolución china o vietnamita no son la copia de ninguna  experiencia histórica europea, aunque en sus orígenes invoquen los fundadores del socialismo.

En un mundo globalizado como el actual, desde su comercio, sus comunicaciones, sus economías, sus guerras, sus diversiones y hasta sus enfermedades, la tendencia a buscar en ese pasado geo-histórico las respuestas es muy poderosa para una izquierda que vive demasiado al día, demasiado políticamente. Y además tentada por una derecha que desde siempre se ha identificado con la falta de anclas ideológicas, porque el liberalismo actual, es un pálido reflejo del pasado y cuando es necesario, por razones económicas especialmente es atropellado con toda la fuerza del Estado reparador de los desastres de la voracidad financiera del sistema.

Si pretendemos buscar en tiempos pasados, no  nos irá mejor. Ni aún en los autores más osados.

Son parte de nuestra cultura, de nuestro tejido emocional e intelectual, alimentan nuestra imaginación, pero sobre todo deberían alimentar la principal capacidad que los hicieron grandes e influyentes: su capacidad crítica, su avidez y valentía en las preguntas y en la búsqueda de nuevas respuestas. Eso los hizo diferentes y valiosos, no porque se proclamaron seguidores de pensadores antiguos, sino porque supieron observar los cambios de su tiempo y atreverse a proponer, a revolucionar las ideas, porque querían revolucionar el mundo. Estos conceptos también valen a nivel nacional.

En estos tiempos en que hay países europeos donde en extraña confluencia se han forjado fuerzas política rojipardas, es decir con una mezcla de origen proletario y fascista, nacionalistas, antinmigrantes, antifeministas, racistas,  en Italia, en Alemania, en Francia, en España, en Gran Bretaña en Europa del este, que han ido creciendo electoralmente pero sobre todo en propalar con la palabra y con la violencia un mazacote político que expresa un peligro para democracia, la libertad y la convivencia.

No sucede lo mismo en América Latina, pero en Brasil con Bolsonaro, aún en la proximidad de su posible derrota, su origen es exactamente el mismo, e incluso en los Estados Unidos el proceso Trump tiene exactamente la misma raíz. ¿La izquierda no debe tomarlos en cuenta, no debe interrogarse sobre su posible extensión? ¿En Argentina, en El Salvador y en Nicaragua y Venezuela aunque en estos dos últimos casos invoque supuestas posiciones de izquierda?

Cuando la izquierda simplifica su debate ideológico entre la distribución de la riqueza, los nuevos derechos, la nueva estructura social y productiva de nuestros países y por lo tanto su impacto en la realidad social y política del bloque de los cambios, en el mundo del trabajo y del cuidado del medio ambiente y por lo tanto de sus contenidos programáticos que necesariamente deben incluir los aspectos democráticos, morales y republicanos, evade sus actuales responsabilidades.

Cuanto más corta sea nuestra mirada, más reducida a la lucha por porciones de poder, más influenciada por las mismas bases de la derecha: los cargos, las posiciones, los sillones y la flotación en lugar de navegar hacia puertos muy ambiciosos y ambiciosos y que por lo tanto requieren audacia, investigación, capacidad política pero también intelectual, no podemos debilitar nuestro futuro y el de nuestros pueblos.

¿Cómo combinar las responsabilidades de gobernar, en algunos casos a niveles nacionales o locales, de enfrentar desafíos políticos diarios, permanentes, de los cambios mundiales y regionales y de no ahogarse intelectualmente? Ese dilema es mucho más agudo que antes, los hechos se suceden a una velocidad desconocida, los cambios de todo tipo, incluso los tecnológicos y los culturales.

La izquierda necesita reconstruir una nueva relación con la academia, con los intelectuales sin pretender construir una fuerza disciplinada y propia, debe dedicar cuadros, atención, imaginación a la labor de creación ideológica y cultural que siempre será crítica y llena de polémicas, que hay que saber sintetizar y transformar en fuerza, en rumbo.

La batalla no es solo la que se libra en las redes y los medios de información tradicionales, muchas veces entremezclados y donde la derecha uruguaya está dedicando una especial atención política y profesional, incluso en ese terreno hay que crear, no hay que quejarse, hay que aprender y combatir.

La izquierda no puede definirse solo a partir de los sectores sociales que deberían ser su principal rasgo distintivo, debe ampliar su horizonte partiendo de su propia experiencia histórica en Uruguay y en todo el mundo. No es un proceso natural, automático, requiere atención, inteligencia y sensibilidad. Y sobre todo no pretender adueñarse de esas fuerzas intelectuales. En su libertad, en su diálogo abierto y constructivo con la política y con la sociedad civil está su fuerza y la multiplicación de las posibilidades para todos. Una de las principales banderas de la izquierda debe ser precisamente esa renovada relación con nuevos y amplios sectores de la sociedad, en particular con la cultura y la intelectualidad.

No intentar reproducir el pasado, cuando éramos oposición permanente, sino en este nuevo tiempo donde los necesitamos para encarar nuevas realidades de forma constante. Cambiar es uno de los ejercicios intelectuales más complejos y exigentes.

 

(*) Esteban Valenti. Periodista, escritor, director de Bitácora (bitacora.com.uy) y Uypress (uypress.net), columnista de Wall Street Internacional Magazine  (wsimag.com/es) y de Other News (www.other-news.info/noticias). Uruguay


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