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6.9.21

Cualquier tiempo pasado

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Por Xandru Fernández (*)

Ninguno de los intentos de la izquierda por volver al pasado para identificar el rumbo correcto de la Historia ha conseguido explicarnos adónde va el tiempo cuando te despiertas y no eres ya un activista de veinticuatro años sino un asalariado de cuarenta.

¿Adónde va el tiempo? He ahí una pregunta con dos posibles interpretaciones y ninguna de ellas tiene respuesta en un sentido convencional. Tampoco es una pregunta muy recomendable para empezar con ella una columna dominical, y mucho menos la primera de una serie de columnas, lo que viene siendo un peristilo. Pero no es de mí ni de mis dotes para la retórica de lo que quería hablarles. O tal vez sí.

¿Adónde va el tiempo que ha pasado, ese que venía hacia nosotros desde el futuro y fue interceptado por nosotros en el presente, a la manera de una señal de tráfico que vemos desde el coche, en la distancia, haciéndose cada vez mayor hasta que pasamos por delante de ella? ¿Adónde van las señales de tráfico, los árboles, los postes de la luz? Los vemos hacerse pequeños, otra vez, por el retrovisor, es evidente que van a algún lado, pero ¿y el tiempo que pasa? ¿Adónde va? ¿Y el otro tiempo, el tiempo que surcamos, el tiempo entendido no como instantes que van pasando hacia atrás, hacia el pasado, sino como la carretera que se prolonga hacia adelante, la ruta que seguimos? ¿Adónde va la carretera? ¿A Priego o a Praga? ¿A Loja o a Lieja? Lo sabremos cuando lleguemos, en el peor de los casos. No así con el tiempo.

¿Adónde conduce el tiempo-carretera? ¿Adónde se ha ido el tiempo-señal de tráfico? Por regla general, si nos preguntan dónde, de dónde o adónde, podemos probar a señalar en una dirección. Pero con el tiempo no podemos hacer eso: el atrás donde ponemos el pasado no es un atrás que podamos señalar con ninguna parte del cuerpo, y tampoco el horizonte del futuro es, en sentido estricto, un horizonte, algo que podamos indicar con el dedo y decir: "es ahí".

Solo sabemos algo del tiempo cuando lo tratamos como lo que no es, esto es, como un espacio. Como un hito o un camino

Solo sabemos algo del tiempo cuando lo tratamos como lo que no es, esto es, como un espacio. Como un hito (una señal de tráfico, un árbol, un poste de la luz) o un camino (una carretera, una ruta, un río). Hacemos fotos del presente y las colgamos en la pared y no sabemos adónde ha ido ese instante pero, cuando pensamos en ese "entonces", señalamos la foto y suponemos que está "ahí". Es un hito. Podemos llenar las paredes de casa con instantes congelados de nuestro pasado, y es habitual que lo hagamos aunque no lo es tanto que las miremos, tan solo de vez en cuando nos fijamos y decimos: "me acuerdo".

Igual que las publicaciones de un perfil de Instagram, las fotos de la pared cuentan una historia. Quizá en Instagram la voluntad de contar sea más explícita, pero la tendencia a unir unas fotos con otras en el hilo de un relato es la misma. Si no hay fotos, es posible que haya, en mi memoria, recuerdos, y que convierta esos recuerdos en imágenes al hablar de ellos, fabricando con ellos (de nuevo) un relato. Así construyo mi biografía, el perfil de Instagram de los que no tenemos perfil en Instagram.

También las ciudades, los países, las comunidades de cultura, afinidad o creencias religiosas y políticas: perfiles identitarios con sus imágenes unidas por el hilo invisible de un relato. Así también nos preguntamos, sin ironía, dónde y adónde: ¿dónde está ahora nuestro matrimonio? ¿Adónde se dirige la izquierda?

Si quisiéramos saber adónde va un país, o la humanidad en su conjunto, o una tradición de pensamiento (la fenomenología, el psicoanálisis, el islam), tendríamos que buscar las señales que nos indiquen adónde y por dónde. Si nos desorientamos o no tenemos muy claro qué camino tomar en un determinado momento, la experiencia nos sugiere mirar atrás, tratar de identificar dónde nos extraviamos, en qué punto empezamos a errar sin rumbo definido. ¿Cabe hacer lo mismo con nuestra vida? ¿Podemos escoger un punto de restauración, volver atrás y empezar otra vez desde ahí pero en otra dirección?

 

Cuando un colectivo, sea sólido como los sindicatos, líquido como las parejas o gaseoso como las religiones, pierde el rumbo o se le hace largo el camino, intenta orientarse retrocediendo a un pasado que parecía más ligero, donde la ruta estaba más clara y no había dudas ni distracciones. Volvamos al refugio, descansemos, miremos el mapa y empecemos otra vez. ¿Te acuerdas de cómo era Maricarmen antes de raparse la cabeza? ¡Qué felices éramos en esa foto, todos con nuestras greñas, también ella, pero luego se rapó y se jodió todo! ¡Volvamos a las felices greñas del pasado, Maricarmen! ¿Te acuerdas de cómo era todo antes de lo queer, de los derechos LGTB, del feminismo? ¿Cuando podías llamar maricón al picoleto sin que ninguno de los tuyos te llamara la atención? ¿No podemos reiniciar el sistema desde un punto de restauración antes del apocalipsis fucsia, no podemos volver al camino trillado?

Las analogías duran lo que duran: no hay caminos trillados, el pasado no está en ninguna parte, la vida no discurre por ningún sendero ni el futuro es un horizonte al que nos dirigimos siguiendo las indicaciones del GPS. Los puntos de restauración son, en la vida de uno, relatos construidos a partir de fotos amarillentas: ninguna de esas fotos representa el momento ideal antes de que todo se torciera. Si lo que se nos tuerce es el rumbo de la humanidad en su conjunto, es difícil no caer en la tentación de proponer puntos de restauración aleatorios, incompatibles entre sí e incluso absurdos.

No está muy claro a qué lugar del pasado reciente podríamos remontarnos para poder identificar el rumbo correcto de la Historia. Hace ya bastante tiempo que se nos dijo que, muy probablemente, la Historia había llegado a su final. Que ya habríamos llegado al final del trayecto, por más que el paisaje fuera decepcionante y la comida escasa e insípida. Esto es lo que hay, dijo Fukuyama: lo tomas o lo dejas. Desencantada, la izquierda probó a retroceder a un punto de restauración anterior al relativismo posmoderno, anterior al estalinismo, anterior incluso a la Ilustración. Hasta hubo algún comunista que probó a embutirse en el hábito franciscano, a ver si así. Pero ni así. Por descontado que ya se había ensayado con creces lo de retroceder al hogar familiar, al aroma incomparable del terruño, a la autenticidad de los lazos de la sangre y la tradición. Algunas versiones de ese despropósito se llamaron fascismo. Otras, de otra manera. Ninguna de ellas consiguió explicarnos adónde va el tiempo cuando te despiertas y no eres ya un activista de veinticuatro años sino un asalariado de cuarenta y dos. Ninguna de ellas nos dirá cómo hacer que la vida humana sea digna de ser vivida sin poner en cuestión los beneficios de la banca.

 

(*) Xandru Fernández. Es profesor y escritor.


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