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23.8.21

Haití la gran vergüenza del mundo

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Por Esteban Valenti (*)

Esa media isla en medio del Caribe, con un mar de un color que nunca se olvida, con sus 27.500 Km2, sus más de 11 millones de habitantes, su miseria y su pobreza sin posibilidades de un relato, de esconder bajo ninguna estadística, es la mayor vergüenza de nuestra América y posiblemente del mundo. Y ahora fue azotada por un terremoto que hasta ahora causó 1.300 muertos y 5.700 heridos. Y estas cifras seguirán creciendo.

Es como si una fuerza superior, humana y geológica se hubiera ensañado con esa gente, nuestra gente, los precursores de la independencia, que ya en 1804 se liberaron de la opresión colonial francesa, aunque recién fueron reconocidos en 1825.

En Haití, en esa porción de isla que le corresponde, se han concentrado los mayores niveles de miseria, de mortalidad infantil, de desesperación y de devastaciones por motivos geológicos y naturales. Además arrastra una historia horrorosa desde su dictador Papá Doc Duvalier a su inestabilidad política permanente.

Y todos sus sufrimientos tienen el mismo origen, su miseria, su incapacidad económica de desarrollarse mínimamente para satisfacer las necesidades de la mayor parte de la población. En estos días he leído tantos textos que describen esa mezcla infame entre seres humanos, basura, miseria, sumisión, delincuencia, bandas armadas, atrocidades de todo tipo, que no me animo a ser descriptivo. Ya está, todos lo sabemos o podemos saberlo sobre Haiti, pero ¿Qué hacemos?

En 20 años de la invasión de los EE.UU. a Afganistán, que acaba de culminar en una derrota total y la reconquista por parte de los talibanes del poder en Kabul y en todo el territorio, Washington gastó en operaciones militares, entre 760.000 a un millón de millones de dólares. 50.000 millones de dólares anuales. El PBI del Uruguay entero, dos veces y medio el PBI completo de Haití.

Y me refiero a los gastos militares, a pagar para que asesinaran a decenas de miles de muyahidines, de mujeres, de hombres y de niños afganos, para luego de dos décadas retirarse con la cola entre las patas, habiendo perdido totalmente su credibilidad política, militar y moral ante el mundo, incluso ante sus propios aliados. No hablo de su población porque está vacunada contra todo, menos contra el covid. En los estados del sur.

¿Ustedes se imaginan si se hubiera invertido una parte importante de ese río de dinero dilapidado y pagado por los impuestos de los norteamericanos, en salvar, en poner de pie a Haití? ¿Qué niveles de desarrollo hubiera alcanzado?

Eso sí, los contratistas, los fabricantes de armas y pertrechos militares norteamericanos serían más pobres, o mejor dicho serían menos inmensamente ricos. Esta comparación que realizo, es la síntesis de los peor del mundo actual, los dos extremos, las dos morales, la humanidad y la inhumanidad más absoluta. Y nosotros, los otros seres humanos, la hemos visto impasibles durante 20 años, incluso en seriales de televisión, en películas y libros. Y ni siquiera nos ha conmovido y muchos se la creyeron.

No es una maldición divina la que azota a Haití, ni es un dios propio de la guerra el que protege a los talibanes de sus agresores en la historia, el imperio británico, la URSS y los EE.UU. es la infamia de la gente, del poder.

Los socorristas, sin herramientas ni medios, siguen buscando, cavando con sus brazos. El sismo fue de magnitud 7,2 y se produjo el sábado 14 de agosto a las 8.29 horas locales a unos 160 km de la capital haitiana, Puerto Príncipe. Pero la tragedia no termina, los esfuerzos para ayudar a las víctimas podrían verse obstaculizados a medida que se acerca la tormenta tropical Grace, con la posibilidad de que se produzcan lluvias torrenciales e inundaciones. ¿Qué fuerza superior y generosa se ha ensañado con esa gente?

Hay varios países que ahora, en medio del desastre han ofrecido ayuda y promesas.

El país más pobre de América tiene todavía fresco el recuerdo del terremoto de magnitud 7 del 12 de enero de 2010, que dejó gran parte de Puerto Príncipe y las ciudades cercanas en ruinas. Más de 200.000 personas murieron y otras 300.000 resultaron heridas, mientras un millón y medio de haitianos se quedaron sin hogar. Los esfuerzos del país por recuperarse de la catástrofe se vieron frenados por la grave inestabilidad política. Once años después, la isla sigue sumida en una aguda crisis sociopolítica, agravada por el asesinato del presidente Jovenel Moise el mes pasado.

Las lluvias pasarán, los muertos serán sepultados y su cifra crecerá sin duda, los heridos serán atendidos en hospitales de mala muerte y en pésimas condiciones, los titulares y las noticias desaparecerán de los medios de prensa y Haití será todavía más pobre, más desgraciada, más olvidada que nunca.

No se trata de hablar de grandes cifras, de estadísticas globales, sino de mirar fijamente y con los ojos llenos de lágrimas y dolor a 11 millones de seres humanos que viven en el caribe y que día tras día se precipitan un poco más en la desesperación sin que haya de parte de la comunidad internacional una reacción adecuada, que dé muestras de que existen vestigios de algo de humanidad.

Los países de América Latina y el Caribe no somos ricos, pero somos lo suficientemente pudientes para encabezar un movimiento mundial de ayuda integral a Haití. Es nuestra América, la de esa OEA cada día más inútil y vergonzante.

Un plan de ayuda integral, que obligue a los poderosos a participar. No es por los haitianos, es por nosotros, para sentirnos menos miserables, menos inhumanos, menos mezquinos, aunque tengamos que destinar recursos que no nos sobran, pero que pueden salvar millones de vida desesperadas.

Uruguay tiene un PBI por habitante 10 veces superior al de los haitianos, Estados Unidos 40 veces más alto y Francia, su colonizadora, 30 veces superior al de Haití. ¿Tendríamos que hacer algo más, mucho más?

Como todos los argumentos directos, comparativos, puede resultar simplistas, pero lo que no es simple es comprender como en pleno siglo XXI tenemos en nuestro mundo un país entero sometido, sumergido en la peor de las miserias y casi no hacemos nada. A lo sumo mandamos soldados y policías y gotas de ayuda.

Haití es la síntesis de un extremo de este mundo, pero los extremos tienen la elocuencia y el significado de contener un resumen brutal de nuestra esencia, de nuestra sensibilidad y humanidad.

 

(*) Esteban Valenti. Periodista, escritor, director de Bitácora (bitacora.com.uy) y Uypress (uypress.net), columnista de Wall Street Internacional Magazine  (wsimag.com/es) y de Other News (www.other-news.info/noticias). Uruguay


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