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26.7.21

Cuba: 11 de julio. Dossier (II)

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El derecho a la protesta y la 'excepcionalidad' cubana

Yery Menéndez García y Mónica Rivero Cabrera

 

 

La llamada excepcionalidad cubana terminó el domingo 11 de julio de 2021. Quedó desmentida la idea de que en el país no se cumplen, o se cumplen de manera distinta, un grupo de condiciones que diferencian nuestros procesos sociales de otros en la región. Miles de cubanos salieron casi simultáneamente a las calles en todo el país para expresar su descontento y demandas al Gobierno de la isla.

Las primeras noticias llegaron desde San Antonio de los Baños, un pueblo en la provincia de Artemisa cercano a la capital cubana, y luego desde todas las provincias. Hay más de una causa; existen detonantes de carácter político, social y económico, en unas condiciones agravadas por la pandemia de Covid-19. Y no son nuevas: lo que se ha producido es un efecto de acumulación.

También las reclamaciones han sido diversas: algunas se centran en las reformas; otras, en una abierta oposición a los dirigentes del país. Vacunas, medicamentos, no más tiendas en divisas son clamores de la multitud, empujada por el malestar en medio de la extrema crisis económica que atraviesa Cuba. Al mismo tiempo, gritos de libertad, abajo la dictadura, Díaz-Canel, deja el poder se dirigen a un cambio más profundo.

Cuba se encuentra bajo el fuego cruzado de la errática gestión interna y las sanciones estadounidenses, que durante los últimos años han han abarcado y han sido más fuertes que nunca. Faltan alimentos, medicinas y productos de aseo. Los pocos disponibles se encuentran en tiendas en divisas en las cuales hay que hacer largas colas, aun cuando en ellas se paga en divisas y no en la moneda en la que los cubanos reciben su salario; o en un mercado negro donde campea la inflación. Las tarjetas en divisa expedidas por bancos cubanos se mantienen con depósitos en euros, libras, coronas o yenes que provienen, en su mayoría, de remesas familiares; uno de los blancos de las sanciones trumpistas.

La llamada Tarea Ordenamiento, un esfuerzo por organizar la pirámide económica del país y las distorsiones financieras producto del uso del peso convertible, no ha logrado sus objetivos, algo que reconoce el propio Gobierno cubano. Entre su paquete de medidas, una de las más impopulares fue la prohibición del depósito de dólares en efectivo en bancos cubanos, después de haberse dolarizado parcialmente la economía.

A ello se une la escasa disponibilidad de medicamentos. Hospitales y farmacias se encuentran desabastecidos y la mayoría de los cubanos sólo puede encontrar muchas medicinas esenciales en el mercado informal y a muy alto precio; lo cual, además, genera una brecha para los grupos en situación de vulnerabilidad.

Por si fuera poco, en los últimos días el alza de casos de Covid-19 en varias provincias ha provocado el colapso de sistemas hospitalarios; especialmente en Matanzas, foco principal de la pandemia en este momento.

Es importante tener en cuenta las restricciones impuestas y reforzadas por los sucesivos gobiernos estadounidenses. Aunque se usen como justificación de la mala gestión del Gobierno, representan un lastre para el desarrollo económico del país y afectan directamente a la población.

En este contexto, el Gobierno cubano no dispone de mecanismos para gestionar el disenso y para la participación ciudadana efectiva. Los resquicios legales para afrontar las decisiones del poder son rústicos y se castiga toda muestra de inconformidad o desacuerdo mediante la censura, la represión, las detenciones arbitrarias o la cárcel. En los últimos días, los cortes de energía eléctrica por problemas con el suministro han afectado a miles de cubanos por horas.

Como reacción a estas señales, una campaña en las redes sociales bajo la etiqueta #SOSCuba llevó a artistas, influencers, figuras reconocidas y ciudadanos comunes a abogar por el reconocimiento de la crisis y a clamar por ayuda humanitaria. A su vez, esta campaña ha permitido a muchos cubanos organizarse y recolectar donaciones para hacerlas llegar, por medios propios o en alianza con instituciones, a los territorios más vulnerables.

Usando la misma etiqueta, un sector de cubanos radicados fundamentalmente fuera del país, ha pedido no ayuda, sino intervención humanitaria; es decir, el uso de fuerza militar para impulsar un cambio de régimen.

Gestionar la crisis, una deuda

El Gobierno cubano está basando su gestión de la crisis en deslegitimar las protestas y atribuirlas a campañas externas y a noticias falsas. Hasta ahora, no ha reconocido su alcance ni ha asumido responsabilidad propia por la situación del país.

Los medios de prensa oficiales también desconocen las manifestaciones que tuvieron lugar a lo largo y ancho de la isla, a pesar de tratarse de un evento inédito en más de 60 años que ha atraído los ojos del mundo. El presidente, Miguel Díaz-Canel, se desplazó a San Antonio de los Baños, donde recorrió algunas calles, fuertemente escoltado, para intentar transmitir una imagen de normalidad y control. Ese mismo día, compareció en televisión para llamar al "pueblo revolucionario" a tomar las calles, en medio del pico más alto de contagios de Covid-19 desde que la pandemia llegó a Cuba. "La orden de combate está dada", dijo.

Si bien no está descartado que haya simpatizantes del Gobierno dispuestos a acudir espontáneamente a esta llamada, existe una conocida fuerza parapolicial de individuos que, vestidos de civiles y armados toscamente, reprimen con violencia. La Policía tolera estas agresiones, y se pretende que, a ojos del público internacional, quede la imagen de gente del pueblo que se estaría tomando la justicia por su mano para defender su revolución.

La orden de combate presidencial no ha sido la única estrategia desacertada. Desde toda Cuba se informa de la imposibilidad de acceder a Internet mediante datos móviles. Los ciudadanos tienen que desplazarse a zonas con wifi en espacios públicos o usar VPNs en sus domicilios en caso de contar con Nauta Hogar, un servicio de alcance limitado. Esto tampoco es nuevo: se acostumbra a limitar o bloquear por completo el acceso a Internet a los ciudadanos si ocurre algún evento contra el Gobierno. Aun cuando hace más de 72 horas no hay servicio de datos disponible, el canciller cubano, Bruno Rodríguez, ha esquivado ofrecer una explicación en una conferencia de prensa.

Hasta el momento, el Gobierno cubano ha perdido la oportunidad de reconocer la legitimidad de las protestas y diferenciarlas de los penosos actos vandálicos que se produjeron. No ha propuesto salidas políticas a la crisis ni caminos posibles para el diálogo. Clasificar a los manifestantes, personas de todo el país y de distintas edades y estratos sociales, como "contrarrevolucionarios" o "confundidos" y llamar a los "revolucionarios" a enfrentarse a ellos vuelve a poner el énfasis en la polarización, el discurso del odio y la división entre cubanos sin que ello se ajuste a la realidad. El cubano es un pueblo doliente que necesita libertades y alivio; los triunfalismos hace mucho que perdieron efecto.

La movilización sitúa al país en una situación grave, por su magnitud y por su rareza. A diferencia de agosto de 1994, cuando cientos de habaneros tomaron el malecón para pedir el fin del socialismo, esta vez las manifestaciones se han extendido por toda Cuba y no está descartado que ocurran nuevos episodios. Por otro lado, actualmente no existe el nivel de representatividad política y poder simbólico de entonces, concentrado en la figura de Fidel Castro, sino un Gabinete sobre el que pesa la falta de legitimidad y el cansancio de un país que lleva años esperando una apertura.

Artistas y políticos de todo el mundo han expresado su apuesta por el diálogo, la no violencia y la urgencia de promover los cambios que Cuba necesita. El 11 de julio se envió un mensaje: el pueblo de Cuba es capaz de articularse y salir a la calle. El Gobierno tiene la obligación histórica de asumir su rol de forma creativa y desprenderse de viejos libretos para dar, con urgencia, respuestas demasiado tiempo postergadas.

https://agendapublica.es/el-derecho-a-la-protesta-y-la-excepcionalidad-cubana

 

Cuba hoy: Patria, pueblo y soberanía. Algunas claves de la actual crisis y algunas propuestas

Julio César Guanche

El presidente Díaz Canel acaba de hacer un llamado "a la unidad de los cubanos", al respeto de los cubanos, despojándonos de cualquier sentimiento de odio...".1 En la circunstancia concreta, respecto al domingo pasado, es una declaración que puede ser muy importante.

A la vez, existe ya una historia de tres días documentada en videos confirmados que jamás se borrarán de la memoria nacional. Hay que hacer todo el esfuerzo cívico y patriótico para procesar el escenario de modos que mejoren las soluciones, y no empeoren aún más la crisis que vive la nación.

Quién es el pueblo de Cuba

El artículo 3 de la Constitución regula que la soberanía reside en el pueblo: "del cual dimana todo el poder del Estado". Ese texto -aprobado por 86% de votos- obliga a respetar la soberanía popular y los derechos fundamentales.

El derecho de resistencia se regula contra "cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución", e incluye todas las vías. Por ser un recurso extremo, requiere el empleo previo de otros recursos.

El primero es buscarle soluciones políticas a la protesta. Luego, declarar el estado de emergencia con garantías para los derechos fundamentales. Saltarse todo eso, y pretender sin más el "derecho de resistencia" sería un uso ilegítimo, y plantearía un escenario completamente trágico para la nación.

El nacionalismo democrático (inclusivo, antimperialista, antixenofóbico) es uno de los contenidos más fuertes de la historia cubana hasta hoy. El contenido popular es su clave. En las calles cubanas no están los esclavistas del XIX, los oligarcas de 1912, los granburgueses de 1952. 

Está el pueblo de Cuba, o parte de él, que es tan pueblo como el resto, guste o no como hable, como actúe o como piense. El pueblo cubano, en su conjunto, es el soberano. El estado cubano está obligado a escucharlo, a respetarlo y a protegerlo.

Los llamados de cubanos a la intervención y a la violencia en el caos

Existe un llamado a la intervención estadunidense por partes del sector extremista del exilio cubano. Pagan por acciones violentas, producen a conciencia noticias falsas, incentivan a incendiar, saquear bienes, matar policías y a "poner el cuerpo" desde la trinchera de sus teléfonos. Cualquiera sea el resultado de esta situación, y de lo que se sufra en Cuba, van a seguir en su lugar.

Esa línea -que en caso alguno es todo el exilio, y menos la diáspora cubana- hará todo lo que tenga que hacer para lograr su versión del ya "se acabó". Es imprescindible, en mi entender, distanciarse y oponerse a esa agenda por parte del espectro patriótico cubano, por radicales que sean las impugnaciones que se tengan sobre el Estado y el estado de la Isla.

En ningún caso, esa zona explica toda la protesta ni transfiere automáticamente su agenda a todos los que protestan. Es imprescindible distinguir y separar el uso instrumental de esas exhortaciones a la violencia civil, de las demandas y sujetos populares que hacen parte del escenario, y reconocer el espectro de las demandas en pugna.

El hecho de la intervención en sí es absolutamente inaceptable, pero más allá de su posibilidad real, la mera percepción de la amenaza de intervención incentiva el cierre de todo el campo posible de críticas hacia lo interno, y lo traslada hacia la defensa compacta de la nación, con justo derecho.

Cuba tiene un serio problema con la política estadunidense, pero también tiene problemas consigo misma y es imprescindible abrir el espacio para encararlos.

Los Estados Unidos y el golpe blando

El presidente Biden ha continuado la política de sanciones, y no la ha modificado incluso en medio de la fase más grave de la pandemia. La política de bloqueo es una afrenta a la nación cubana, por ser de orden estrictamente colonial, y es un crimen contra el pueblo cubano. La actitud de Biden contradice la propia política que defendió durante la administración Obama, que aseguró que no podían alcanzarse nuevos objetivos a través de medios fracasados.

El que piense que esta situación empieza y termina aquí, o que solo se explica por el "golpe blando", confunde el centro del problema.

El proyecto del golpe blando ha sido una realidad en varios procesos alrededor del mundo. El que sea agente comprobado de ese interés debe responder por ello, por ponerse al servicio de una potencia extranjera, pero no se puede cubrir toda la protesta social como si fuese una completa creación de tal empeño.

El uso desmedido de ese enfoque comporta un gran peligro político: no deja espacio a la legitimidad de ninguna demanda social que se exprese bajo protesta. Esa comprensión solo puede conducir a la represión de toda protesta. Reconocer la legitimidad de demandas que están hoy en juego es un golpe fuerte contra cualquier pretensión de golpe blando.

Qué se puede hacer

Se pueden y deben hacer algunas cosas ahora mismo. Comparto las siguientes desde la urgencia y la necesidad de ser útil, seguramente insuficientes, pero no irrelevantes.

Detener de inmediato toda represión policial sobre población desarmada, que se exprese pacíficamente. Contener con normas de proporcionalidad, y reglas claras de responsabilidad, las acciones violentas civiles contra personas y bienes. Prohibir el uso de armas letales excepto en caso inminente de peligro de muerte para cualquier persona. Ningún militar vestido de civil en la calle. Ninguna convocatoria a centros de trabajo, unidades del servicio militar, etc, a participar de respuestas violentas contra protestas.

Asimismo, procesar solo a personas que hayan cometido delitos graves sobre otras personas o bienes, teniendo en cuenta la gravedad de las consecuencias y el contexto en el que se produjo. Promesa, con garantías, de revisar la actuación policial con sanción firme para casos de excesos, con información precisa sobre los detenidos, retirada de cargos para todos los manifestantes pacíficos, y debido proceso para los actores civiles de violencia con daños calificables acorde a Derecho. Asegurar el servicio de internet. Facilitación de servicios de chequeo de fake news. Convocatoria a la paz social, en sentido fuerte, con ampliación y aplicación de derechos de participación y expresión, como el de manifestación pacífica.

También, adelanto urgente del plan legislativo de todas las leyes pendientes relacionadas con derechos civiles y políticos. Aceleración y puesta en práctica inmediata, con información precisa de sus cronogramas, de medidas de beneficio popular, como impulso mayor a los proyectos de producir alimentos en el ámbito nacional, con suspensión temporal de inversiones de largo plazo, y su recolocación en planes sociales de emergencia (ya se anunciaron medidas de este tipo, pero es necesario mucho más), con medidas renovadas de protección social especiales para los sectores más desfavorecidos como la vejez, los hogares unipersonales de personas con bajos ingresos,  las madres solteras, y los barrios más empobrecidos, con beneficios aduanales para productos de primera necesidad, y con la aceleración de la revisión y aceptación de demandas de la emigración cubana sobre sus derechos en y sobre el país.

Ya sabemos que Diubis Laurencio Tejeda ha muerto. Se ha repetido por años que el "primer muerto" sería un beneficio para el programa oficial estadunidense de agresión contra Cuba, pero hay algo anterior a ello: es la ética revolucionaria de la vida, para la que resulta intolerable un solo muerto, sea del "bando" que sea, y "beneficie a quien beneficie" su muerte.

Parte de esa ética es plantearse a fondo la pregunta sobre las causas de la rabia política y el odio radical que hemos visto recorrer el país, más allá de etiquetas como los "odiadores de siempre", o los "mercenarios habituales", que solo estigmatizan, esconden y reproducen el problema.

La protesta pacífica es un derecho, no lo es agredir personas ni bienes sociales. Todos los revolucionarios tienen derecho a defender sus convicciones, también de modo pacífico. Ni golpe blando, ni bloqueo, sí democratización, como decía Martí: pan y libertad, que como el verso, o se salvan juntos, o se condenan los dos.

Nota:

1 La cita completa es esta: "Díaz-Canel hizo un llamado "a la unidad de los cubanos, y llamando al respeto de los cubanos, despojándonos de cualquier sentimiento de odio, despojándonos de cualquier vulgaridad, de cualquier comportamiento indecente pero por supuesto exigiendo las normas de disciplina, las normas que garantizan en nuestra sociedad esa tranquilidad social. Y ya veremos, cuando en otro momento evaluemos lo que significó este momento y lo que quisieron hacer con Cuba y con nuestro pueblo, (...) cuánta mentira, cuánto odio, cuánta saña, cuánta maldad se calculó para todo esto".

https://oncubanews.com/opinion/columnas/la-vida-de-nosotros/cuba-hoy-patria-pueblo-y-soberania/

 

Un alarido


Leonardo Padura

Parece muy posible que todo lo ocurrido en Cuba a partir del pasado domingo 11 de julio lo hayan alentado un número mayor o menor de personas opuestas al sistema, pagadas incluso algunas de ellas, con intenciones de desestabilizar el país y provocar una situación de caos e inseguridad. También es cierto que luego, como suele suceder en estos eventos, ocurrieron oportunistas y lamentables actos de vandalismo. Pero pienso que ni una ni otra evidencia le quitan un ápice de razón al alarido que hemos escuchado. Un grito que es también el resultado de la desesperación de una sociedad que atraviesa no solo una larga crisis económica y una puntual crisis sanitaria, sino también una crisis de confianza y una pérdida de expectativas.

A ese reclamo desesperado, las autoridades cubanas no deberían responder con las habituales consignas, repetidas durante años, y con las respuestas que esas autoridades quieren escuchar. Ni siquiera con explicaciones, por convincentes y necesarias que sean. Lo que se impone son las soluciones que muchos ciudadanos esperan o reclaman, unos manifestándose en la calle, otros opinando en las redes sociales y expresando su desencanto o inconformidad, muchos contando los pocos y devaluados pesos que tienen en sus empobrecidos bolsillos y muchos, muchos más, haciendo en resignado silencio colas de varias horas bajo el sol o la lluvia, con pandemia incluida, colas en los mercados para comprar alimentos, colas en las farmacias para comprar medicinas, colas para alcanzar el pan nuestro de cada día y para todo lo imaginable y necesario.

Creo que nadie con un mínimo de sentimiento de pertenencia, con un sentido de la soberanía, con una responsabilidad cívica puede querer (ni siquiera creer) que la solución de esos problemas venga de cualquier tipo de intervención extranjera, mucho menos de carácter militar, como han llegado a pedir algunos, y que, también es cierto, representa una amenaza que no deja de ser un escenario posible.

Creo además que cualquier cubano dentro o fuera de la isla sabe que el bloqueo o embargo comercial y financiero estadounidense, como quieran llamarlo, es real y se ha internacionalizado y recrudecido en los últimos años y que es un fardo demasiado pesado para la economía cubana (como lo sería para cualquier otra economía). Los que viven fuera de la isla y hoy mismo quieren ayudar a sus familiares en medio de una situación crítica, han podido comprobar que existe y cuánto existe al verse prácticamente imposibilitados de enviar una remesa a sus allegados, por solo citar una situación que afecta a muchos. Se trata de una vieja política que, por cierto (a veces algunos lo olvidan) prácticamente todo el mundo ha condenado por muchos años en sucesivas asambleas de Naciones Unidas.

Y creo que tampoco nadie puede negar que también se ha desatado una campaña mediática en la que, hasta de las formas más burdas, se han lanzado informaciones falsas que al principio y al final solo sirven para restar credibilidad a sus gestores.

Pero creo, junto con todo lo anterior, que los cubanos necesitan recuperar la esperanza y tener una imagen posible de su futuro. Si se pierde la esperanza se pierde el sentido de cualquier proyecto social humanista. Y la esperanza no se recupera con la fuerza. Se le rescata y alimenta con esas soluciones y los cambios y los diálogos sociales, que, por no llegar, han causado, entre otros muchos efectos devastadores, las ansias migratorias de tantos cubanos y ahora provocaron el grito de desesperación de gentes entre las que seguramente hubo personas pagadas y delincuentes oportunistas, aunque me niego a creer que en mi país, a estas alturas, pueda haber tanta gente, tantas personas nacidas y educadas entre nosotros que se vendan o delincan. Porque si así fuera, sería el resultado de la sociedad que los ha fomentado.

La manera espontánea, sin la atadura a ningún liderazgo, sin recibir nada a cambio ni robar nada en el camino, con que también una cantidad notable de personas se ha manifestado en las calles y en las redes, debe ser una advertencia y pienso que es una muestra alarmante de las distancias que se han abierto entre las esferas políticas dirigentes y la calle (y así lo han reconocido incluso dirigentes cubanos). Y es que solo así se explica que haya ocurrido lo que ha ocurrido, más en un país donde casi todo se sabe cuando quiere saberse, como todos también sabemos.

Para convencer y calmar a esos desesperados el método no puede ser las soluciones de fuerza y oscuridad, como imponer el apagón digital que ha cortado por días las comunicaciones de muchos, pero que sin embargo no ha impedido las conexiones de los que quieren decir algo, a favor o en contra. Mucho menos puede emplearse como argumento de convencimiento la respuesta violenta, en especial contra los no violentos. Y ya se sabe que la violencia puede ser no solo física.

Muchas cosas parecen estar hoy en juego. Quizás incluso si tras la tempestad regresa la calma. Tal vez los extremistas y fundamentalistas no logren imponer sus soluciones extremistas y fundamentalistas, y no se enraíce un peligroso estado de odio que ha ido creciendo en los últimos años.

Pero, en cualquier caso, resulta necesario que lleguen las soluciones, unas respuestas que no solo deberían ser de índole material sino también de carácter político, y así una Cuba inclusiva y mejor pueda atender las razones de este grito de desesperación y extravío de las esperanza que, en silencio pero con fuerza, desde antes del 11 de julio, venían dando muchos de nuestros compatriotas, esos lamentos que no fueron oídos y de cuyas lluvias surgieron estos lodos.  

Como cubano que vive en Cuba y trabaja y crea en Cuba, asumo que es mi derecho pensar y opinar sobre el país en que vivo, trabajo y donde creo. Ya sé que en tiempos como este y por intentar decir una opinión, suele suceder que «Siempre se es reaccionario para alguien y rojo para alguien», como alguna vez dijera Claudio Sánchez Albornoz. También asumo ese riesgo, como hombre que pretende ser libre, que espera ser cada vez más libre.

En Mantilla, 15 de julio de 2021.

https://jovencuba.com/alarido/

 

(*) Jessica Dominguez Delgado. Licenciada en Periodismo en 2014 en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Interesada en temas de participación, política y trabajo con datos. Editora web del Toque desde 2017, actualmente a cargo de DeFacto.

(*) Ailynn Torres Santana, académica y militante feminista cubana. Es investigadora del International Research Group on Authoritarianism and Counter-Strategies (IRGAC) de la Fundación Rosa Luxemburgo e investigadora asociada de FLACSO Ecuador. Forma parte del Consejo Editorial de la revista Cuban Studies (Universidad de Harvard) y del comité de redacción de Sin Permiso.

(*) Yery Menéndez García. Licenciada en Periodismo por la Universidad de la Habana y máster en Artes, Media Practice for Development and Social Change por la Universidad de Sussex (Reino Unido). Su trabajo cubre habilidades de información para la participación social en espacios locales cubanos. Miembro de Red de Politólogas.

(*) Mónica Rivero Cabrera. Reportera y editora en 'Matria' y 'elTOQUE' Periodista por la Universidad de La Habana (2012). Directora editorial web de 'OnCuba News' entre 2016 y 2019. Cofundadora de 'Revista Late'. 'Humphrey Fellow' en la Walter Cronkite School of Journalism and Mass Communications (ASU, EE.UU.).

(*) Julio César Guanche. Historiador y jurista cubano. Es miembro del comité de redacción de Sin Permiso.

(*) Leonardo Padura. Novelista, guionista, periodista y crítico literario, autor de ensayos y volúmenes de cuentos. Uno de los escritores más reconocidos de Cuba, es el renovador en su país del género de la novela negra y el autor, entre otros muchos libros de ficción, de la serie «Las cuatro estaciones», protagonizada por el detective Mario Conde. En 2009 publicó El hombre que amaba a los perros y en 2013 Herejes. Su último libro es Como polvo en el viento (todos ellos publicados en la editorial Tusquets).

Fuente: Varias


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