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19.7.21

La crisis del sistema cubano

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Por Fernando López D'Alesandro

La situación en Cuba representa hoy para todas las izquierdas latinoamericanas un sinnúmero de interrogantes y dificultades que hacen necesario un análisis primero y un debate profundo sobre nuestro posicionamiento respecto de ese proceso.

Debemos antes que nada hacer algunas precisiones. La Revolución Cubana tiene "cargas" en la cultura de toda la izquierda latinoamericana que subjetivizan todos los debates. El impacto de la revolución en América Latina y en su izquierda, sin duda, marcó opciones, rumbos y afectos. En consecuencia, desandar ciertas "verdades" o en su defecto, lazos afectivos, resulta siempre complicado, polémico y nos expone a situaciones incómodas a los que escribimos cosas así. A pesar de ello, creemos que ha llegado el momento de plantear otros enfoques y puntos de vista, pues los tiempos se están agotando.

La Revolución Cubana significó una inmensa esperanza en la década de los 60. La realización de un cambio socialista y revolucionario a 150 kilómetros del imperio más poderoso de toda la historia abrió una nueva opción con el agregado de su fase inicial, donde la promoción del cambio revolucionario continental produjo movimientos políticos, que no vamos a evaluar aquí, pero que no tuvieron mucha suerte, históricamente hablando.

Cuba se presenta con su épica, que todos conocemos, pero la épica no es la historia. Hoy sigue siendo un foco de resistencia al imperialismo, pero la resistencia de medio siglo no significa construir una sociedad mejor desde ella.

Los últimos acontecimientos ¿son circunstancias o son el síntoma de una realidad en crisis? ¿Lo que sucede en el proceso cubano, es producto de las limitaciones del sistema o la consecuencia de agentes externos que atentan contra la revolución?

Llama la atención los enfoques de algunos llamados "marxistas" o "marxistas leninistas" que externalizan todo lo malo de la revolución y ni siquiera se plantean la posibilidad de analizar las contradicciones internas del sistema y sus graves limitaciones. Esos marxistas expresan, casi, una cultura esquizo paranoide, donde todo lo malo lo hacen los otros, mientras que todo lo bueno queda, inevitablemente, de nuestro lado. Esa visión, no sólo es idealista y equivocada, sino que son una expresión épica, y por todo ello, profundamente irreal.

EL PROCESO POLÍTICO. LA BUROCRATIZACIÓN

No vamos a resumir la historia de la Revolución Cubana, no es el objeto de este trabajo. Pero si debemos marcar algunos hechos, algunos procesos y algunos dichos que marcan su devenir histórico.

Cuando en medio de la crisis del comunismo Fidel declaró que en Cuba "copiamos lo bueno, pero también lo malo" del sistema soviético, estaba diciendo mucho más que una simple autocrítica. Tal como en todos los procesos del mundo comunista, Cuba "copió" modelos y ese traslado mecánico de las realidades distintas se tradujo en un costo histórico, de larga consecuencia.

Conforme el proceso revolucionario avanzaba, y el imperialismo apostaba a su destrucción, la Revolución concentró el poder tanto de las organizaciones estatales como de las políticas y sociales. Así, luego de la proclamación del marxismo leninismo y del carácter socialista del proceso, Cuba entró en la órbita soviética, para algunos años más tarde integrarse de lleno al COMECOM. La Revolución fue parte integral del mundo comunista, con todos sus defectos, copiando "lo bueno y lo malo".

En ese camino, la planificación económica jugó un papel central, con efectos y resultados políticos innegables. En primer lugar, el plan central económico obligaba a la concentración política y al desplazamiento de aquellos sectores que no sintonizaban con la construcción "socialista". Así, tanto la caída del presidente Urrutia y la fusión de las organizaciones políticas en la ORI primero y en el PCC finalmente, son los síntomas de un proceso muy rápido donde la opción comunista se afirmó con todos sus vicios. Fidel y el núcleo fundante tuvieron, casi necesariamente, que apoyarse en el ejército popular como forma de manejar la marcha de la revolución. De esta manera nace una alianza que determinó las formas de la construcción política hasta hoy. Fidel Castro fue nombrado Primer Ministro y comenzó a ejercer plenos poderes con el apoyo del Ejército. Este arreglo se convirtió, en lo fundamental, en la estructura de poder que permanece hasta hoy día. El poder nunca pasó a manos de la clase obrera y del campesinado, como proclamaba la nomenklatura, sino que permaneció en manos del ejército y sus grupos del frente político.

Durante ese lapso, la URSS comienza a imponer el modelo económico, y la imposición del stajanovismo genera cambios centrales en la revolución. El choque con el Che Guevara y su modelo económico fue quizá el más trascendente. El Che pierde la batalla económica y se marcha, con el resultado que todos conocemos.

Fue a partir de ese momento que la Revolución Cubana creó su formación económico-social casi como la conocemos en la actualidad. Una estructura burocrática conformada desde el partido, el Estado y las Fuerzas Armadas se afirma en el poder, basada en un núcleo ideológicamente fuerte y con un enemigo permanentemente al acecho que instauró una situación de fortaleza asediada. En ese contexto, el apoyo de la URSS se volvió vital para el sustento cubano y, en el marco de la Guerra Fría, Cuba debía ser, y fue en gran medida, una vidriera del modelo comunista.

Ahora bien, ¿como caracterizar esta evolución política? Sin duda, a pesar del paso de los años, "La Nueva Clase" de Mirovan Djilas sigue siendo un punto de referencia central para el análisis estos procesos.

En Cuba, la burocracia se afirma como "la nueva clase" hegemónica, que si bien no expropia los medios de producción y de cambio, ejerce el dominio administrativo de los mismos, operando en los hechos como una clase dominante.

De esta manera, la formación económico social cubana queda a medio camino entre el capitalismo y un nuevo proyecto histórico, conformando un "capitalismo de Estado", un sistema post capitalista, que no es socialismo.

La burocracia, la centralización del poder y el partido único instalan una dictadura; más la planificación central y la eliminación del mercado, crean una formación económico-social donde el poder político y la economía son uno y lo mismo. La economía de planificación central es la política y viceversa. En consecuencia los errores políticos o sus limitaciones se traducen inmediatamente en carencias económicas. Las decisiones desde el poder se imponen burocráticamente y determinan todo el proceso de producción, distribución y consumo, limitando las posibilidades de opción tanto de los individuos como de la sociedad en su conjunto. De esta manera, las relaciones sociales de producción son verticales, no sólo de los trabajadores contra la burocracia sino también contra el propio Estado, pues la ocupación del mismo por la clase burocrática hace que la lucha de clases no sólo sea un proceso socio económico, sino también político y antiestatal. Estado, burocracia y economía están superpuestos, creando un tipo de relación social de producción que en vez de dinamizar las fuerzas productivas, las estanca y, a la larga, las agota.

Como consecuencia de ello, la "nueva clase" debido a su posición relativa en la formación económico-social burocrática, se beneficia materialmente, creando otro tipo de diferencias sociales -distintas a las del capitalismo- pero diferencias sociales al fin.

La sintonía con el modelo soviético y el cerco imperial afirmaron la burocracia que, con justificativos ideológicos y de hecho, apuntaló un sistema burocrático y autoritario. Toda oposición fue reprimida, inclusive a la interna del PCC, donde la persecución a la "microfracción" fue el punto culminante. Luego, el "caso Padilla" hizo recordar a muchos los juicios de Moscú y las "purgas" consiguientes. Fue allí cuando muchos intelectuales, entre ellos Jean Paul Sartre y Simone de Bauvoir, rompieron con la Revolución Cubana.

La inclusión de Cuba en la órbita soviética fue el final para los sueños industrializadores del Che Guevara. Cuba fue un abastecedor del COMECOM en materias primas -azúcar, principalmente- y si bien pudieron desarrollar áreas específicas, como por ejemplo la medicina, la Revolución Cubana no pudo romper el círculo vicioso del subdesarrollo. La reforma agraria fue un hecho real, pero si bien mantuvieron ciertas áreas de propiedad privada, la colectivización de la tierra en el marco de la economía planificada, progresivamente estancó la productividad, más atada a los planes y las cuotas de cumplimiento burocrático que a la economía real.

En definitiva, la Revolución se transforma radicalmente y pasa de ser un proceso revolucionario a ser un régimen, con todas las consecuencias políticas y sociales. El partido único tutela a la sociedad y determina todo, debido, especialmente, a que economía y política son lo mismo y se encuentran superpuestas. Así, hay una "verdad", la que surge del Estado y desde el partido y, por lo tanto, toda discrepancia y toda disidencia son, potencialmente al menos, un acto de traición, un acto contrarrevolucionario. Y, finalmente, la verticalidad, la obediencia al "comandante en jefe" pone el tono final al perfil del proceso cubano devenido en un régimen.

Este resultado choca con las intenciones revolucionarias proclamadas y generan un proceso contradictorio a lo largo de los cincuenta años. Así, la Revolución Cubana -"socialista" al fin y al cabo- se preocupa especialmente por levantar el nivel general del pueblo, generando desde su propio seno una serie de contradicciones internas en el largo plazo.

Son innegables los logros sociales de la revolución en la mejora de la calidad de vida de los cubanos en muchos aspectos. Pero, sin embargo, conforme el nivel cultural de la población fue realizado masivamente, el desarrollo intelectual y técnico de sus trabajadores y profesionales hace que la población tenga mayores niveles de exigencia y que no sea tan fácil hoy imponer el discurso oficial ni las justificaciones desde el poder. Un pueblo más culto es un pueblo más crítico y una sociedad más crítica a la larga exige espacios políticos que el sistema burocrático no está capacitado para ofrecer. La experiencia de la URSS es muy clara al respecto.

Pero en otro orden, no menor en importancia, la fractura en la sociedad cubana post revolucionaria genera una situación peculiar. La revolución expropió a una clase social y esa clase social se afincó, toda, en Miami. Mientras que en otros procesos similares las antiguas clases dominantes se reubicaban de forma dispersa por el mundo, la vieja burguesía cubana se abroqueló a 150 kilómetros de la isla. Esto tiene graves consecuencias en los dos bandos. Por un lado, la "gusanera" opera como un bloque, producto de sus intereses, pero además porque viven en un mismo espacio. Y por otro, en Cuba la existencia de ese bloque unido genera entre la población grandes preocupaciones. La caída del comunismo y la restitución de los antiguos derechos a las clases expropiadas es un temor que existe en el pueblo de Cuba, beneficiado por las expropiaciones. Nadie quiere perder su casa, por ejemplo, ni la burocracia sus dominios sobre el aparato económico. Y toda Cuba sabe muy bien cómo en la antigua URSS les reconocieron los derechos hasta a la antigua nobleza zarista.

Asimismo, las nuevas generaciones tanto en Miami como en Cuba, tienen otras visiones sobre el conflicto y también otras expectativas a futuro. Pero en el caso de la isla ese corte generacional se relaciona directamente con el fracaso del sistema. Si bien por un lado la revolución mantiene una base social firme que se benefició en estos sesenta años, por otro hay importantes sectores de la sociedad cubana que quieren cambios y que son cada vez más críticos del sistema y tienen sus razones.

Mientras existió el campo comunista Cuba recibía apoyo económico que le permitió una existencia decente, tanto a su pueblo como a la burocracia. La caída del comunismo terminó con el espejismo y mostró en forma descarnada las graves carencias del proceso. Quedó en claro que como dijo Fidel, habían "copiado lo bueno, pero también lo malo".

CUBA EN LA ERA POST COMUNISTA.

La caída del mundo comunista se sintió muy duramente en Cuba. El llamado "período especial" fue una prueba para el régimen y para el pueblo. La carestía y la escasez, los apagones constantes, las crisis energéticas y tantos otros factores tensaron la resistencia de la revolución al máximo. El voluntarismo y un fuerte activismo político fueron un imperativo categórico para "salvar el socialismo en Cuba" como decía Fidel en sus discursos. Sin embargo, el "período especial" dejó hondas huellas y grandes enseñanzas sobre el sistema y su capacidad política y, principalmente, económica.

La salida a la crisis estructural del régimen fue abrir controladamente la economía. En principio se permitió la apertura turística y las transnacionales hoteleras europeas, principalmente, se abrieron paso aceleradamente. El resurgimiento del turismo tuvo un fuerte impacto en la isla, y socialmente llegó a generar fenómenos hasta repugnantes, como la prostitución tanto femenina como masculina. En el caso de las jineteras, Fidel las llegó a justificar sosteniendo que, por lo menos, eran "las más cultas y sanas del mundo...¨

Pero también la apertura habilitó un incremento de la corrupción. En el área turística la corruptela fue de tal magnitud que el régimen tuvo que echar mano a su más firme instrumento para poder manejarlo: las Fuerzas Armadas. El Ministerio de Defensa, en la época en que lo dirigía Raúl, pasó a controlar toda el área turística, como la única manera que tuvo el régimen de parar la ola de escándalos -escándalos palaciegos, por supuesto- que se generaron en un sector muy tentador para el dinero fácil y rápido. El pilar central de la alianza burocrática que decíamos más arriba, controla la fuente principal de ingresos y de ganancias...

Luego, el régimen creó un doble sistema monetario, donde el peso convertible busca una manera de atraer divisas extranjeras, el dólar fundamentalmente, mientras que el peso común, subvaluado, es el de giro habitual en el país, limitando el poder de compra de la población. Pero la revolución también tuvo su cuota de suerte; el vuelco hacia la izquierda en América Latina -primero en Venezuela y luego en todo el continente- ofreció un poco de "aire" al régimen, tanto en lo político como en lo económico.

En este nuevo contexto, la revolución no pudo encontrar salida a sus limitaciones. Y la situación de los trabajadores cubanos es la demostración cabal del fracaso.

Dirigida por la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), la clase obrera cubana no puede crear sindicatos independientes. Controlada por el partido, la CTC es una correa de transmisión del régimen, justificando y promoviendo las medidas que toma la burocracia central, de la que forma parte. La dirigencia de la CTC vela más por el régimen que por la defensa de los trabajadores. Así, la burocracia, como nueva clase dominante, recicla permanentemente su dominación apropiándose masivamente de la plus valía y los trabajadores no tienen ningún instrumento para defenderse. Las cifras son contundentes. En primer lugar, la calidad de la mano de obra es muy buena. Cuba tiene una población económicamente activa de 5 millones de trabajadores, aproximadamente, de los cuales 400 mil tienen sólo educación primaria, mientras que 1 millón trescientos cincuenta mil tiene formación media, dos millones y medio cursaron la enseñanza media superior y 726 mil tienen cursados estudios superiores. Es esperable que una clase trabajadora de este nivel tenga expectativas laborales acordes a sus capacidades, sin embargo sucede lo contrario.

Para aquellos trabajadores empleados por las empresas extranjeras -la hotelera, por ejemplo- la agencia empleadora es el Estado, por tanto, el salario que paga la empresa en dólares lo cobra el Estado, y el trabajador recibe sólo el 3% del monto. Así, por ejemplo, un trabajador de cualificación media de la industria hotelera cobraría 420 dólares al mes, pero al final el Estado cubano le paga 260 pesos, 13 dólares aproximadamente. Los de alta cualificación deberían recibir los 525 dólares que paga la empresa, al final reciben 335 pesos cubanos. Lo mismo le sucede a los ejecutivos y directivos de la industria hotelera, deberían percibir un salario de entre 629 y 664 dólares, pero apenas reciben del Estado entre 410 pesos y 435. O sea, un trabajador cubano de una empresa extranjera recibe 3 centavos de dólar o de euro por cada dólar o euro que la empresa paga al gobierno como salario del trabajador. El Estado se apropia del 90 al 95% por ciento del salario original, y quien dice Estado en Cuba, dice burocracia. El justificativo político es que este nivel de exacción sirve para financiar solidariamente los servicios sociales, como salud y educación. Pero esta situación se ha mantenido larga en el tiempo y, según fuentes confiables, el malestar entre los trabajadores va creciendo, pues todos se preguntan por cuánto tiempo más deberán deprimir su nivel de vida en aras de financiar servicios sin garantías de que la burocracia no se quede con su excedente salarial.

Peor aún es la situación de los trabajadores que no tienen la "suerte" de trabajar para las empresas extranjeras. Según la Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba (ONE) el salario promedio es de 415 pesos cubanos, oscilando desde los 562 que cobran los trabajadores de minas y canteras a los 365 que cobran los trabajadores del comercio, hoteles y restaurantes. En síntesis, un trabajador cubano cobra entre 20 a 30 dólares por mes, debajo de los 1.25 dólares diarios que son el mínimo requerido por la ONU para clasificar a una población como "pobre".

El trabajador cubano es explotado por el Estado -su único empleador- y el tiempo socialmente necesario para la subsistencia lo hace pobre, luego de sesenta años de revolución "socialista". Es la burocracia cubana la gran beneficiaria de la apropiación de esta plus valía, que le permite su mejor nivel de vida en términos relativos y el mantener un sistema cada vez más duro, temerosa de las respuestas que pueda empezar a dar el pueblo cubano ante esta realidad.

Cuando bajamos estas cifras a la realidad cotidiana, las condiciones son aún peores. Un salario de 480 pesos cubanos (20 dólares) -recordemos que el salario promedio es de 415- se esfuma en 13 días. La libreta de abastecimiento, el tan nombrado "subsidio del estado", cuesta 150 pesos (el 31% del salario), que abastecen en aceite, arroz, pan, café, jabón -y cada mes se debe optar por uno de lavar ropa o para higiene personal- la pasta dental y algunas otras pocas cosas. Los cubanos deben pagar el agua, la electricidad y el gas "por la libre" y casi siempre alguna cuota de algún electrodoméstico comprado a plazos. Luego, la gente tiene que afrontar sola la compra de artículos de primera necesidad que el Estado no "subsidia". Dada esta situación, muchos en Cuba comienzan a preguntarse: "¿Quién subsidia a quién?" ¿El Estado a los trabajadores o los trabajadores al Estado? Obviamente que se empezaron a oír voces de protesta, pero eso lo veremos más adelante.

Si bien el gobierno flexibilizó las políticas laborales y permitió el pluriempleo, según Pavel Vidal, el contexto externo e interno no favorecen estas políticas de flexibilización, que parecen estar fuera de lugar en medio de la centralización y baja autonomía empresarial. Una de las causas de los últimos estallidos fue la pasmosa lentitud de la apertura para pequeñas y medianas empresas, una promesa que Díaz Canel había realizado al asumir y que la burocracia impide.

Al fin de cuentas, esta grave situación de explotación y pobreza se resume por el fracaso del sistema de planificación central, o sea, el fracaso del modelo comunista como totalidad. Cuando Raúl Castro, en su discurso de asunción, sostuvo que "constituye hoy un objetivo estratégico avanzar de manera coherente, sólida y bien pensada, hasta lograr que el salario recupere su papel y el nivel de vida de cada cual esté en relación directa con los ingresos que recibe legalmente, es decir, con la importancia y cantidad del trabajo que aporte a la sociedad", marcaba claramente un problema que, hasta hoy, no ha tenido solución. Es muy difícil que la burocracia resigne su apropiación de la plus valía, y las consecuencias de este proceso en la dinámica productiva del régimen sólo han llevado al estancamiento. Y por más que se ensayen soluciones, de una u otra forma todas chocan contra las trabas burocráticas... o con el poder de la "nueva clase".

Cuba no tiene capacidad de producir lo básico para la subsistencia de su pueblo; o falla a nivel productivo o fracasa en los mecanismos de distribución. Y en medio de todo el proceso económico la burocracia y la corrupción hacen que poco a poco el sistema colapse.

Cuando la nomenclatura tomó la decisión de priorizar aquellas áreas rentables -turismo, biotecnología, venta de servicios médicos- tiró por la ventana el mantenimiento de áreas fundamentales de la economía agrícola. Resultaba más "rentable" importar de Estados Unidos -sí, de Estados Unidos- pollo, arroz, granos, aceite y huevos, que encargarlo a los campesinos cubanos y desarrollar el campo. El gobierno prefirió invertir varios cientos de millones de dólares en el mercado norteamericano y "realizarlos" en las tiendas de divisa y el turismo, antes que estimular la producción campesina en Cuba. Las tierras dejaron de producir por falta de estímulo.

Juventud Rebelde dio cuenta de la situación. El periódico de la Juventud Comunista informaba de la enorme cantidad de productos del agro que se pierden en el campo, ya cosechados, porque no hay envases y el aparato burocrático centralizado del transporte, acopio y distribución no puede recogerlos pues los camiones "no pueden viajar vacíos una parte del trayecto". También relataba el abandono de maquinarias empacadoras costosas, por falta de pequeñas inversiones, pues ya no producen para el mercado en divisa, que es el que le interesa al Estado. El precio que paga Acopio -un ente estatal que se ocupa de la distribución- al productor es mínimo en comparación con los altos precios al por menor en los agro-mercados del Estado. ¿Quién se guarda esa gran ganancia mercantil intermediaria? ¿Por qué los mercados tienen que seguir vendiendo al precio que le impone el Estado sin importar las pérdidas? ¿Por qué se pudre tanto alimento en su camino de la tierra al plato? ¿Quién paga por ese encarecimiento, sino el pueblo? En definitiva, luego de sesenta años, el régimen cubano es incapaz de producir y distribuir legumbres. La Revolución puede curar en todo el mundo, pero no puede plantar lechugas en su propia tierra, y cuando lo hace, tiene dificultad para distribuirla.

Los efectos de lo anterior son notorios. Nadie se esfuerza, nadie pone nada de sí para mejorar la situación y los agentes económicos, entrampados en la red burocrática, quedan a la espera de que el Estado "resuelva" o, como veremos, "resuelven" los individuos a su manera.

Raúl Castro intentó solucionar la situación echando mano a la iniciativa privada. Hasta fines del pasado año se habían entregado a más de 100.000 personas un total de 920.000 hectáreas de tierra ociosa, que equivalen a 54 por ciento de las áreas aptas y sin cultivar del país. Pero el proceso marcha lento y con dificultades, en parte por el "exceso de papeleo y burocracia" y la falta de medios de labranza, según investigadores locales. "Se ha cambiado la propiedad, pero no se ha permitido un entorno de mercado para la adquisición de insumos, equipamiento o tecnología, para financiamiento, la compra de divisas y la comercialización final", comentó el economista cubano Pável Vidal en un artículo sobre el tema. Vidal y otros expertos coinciden en que uno de los elementos fundamentales que conspira contra los resultados agrícolas es el control estatal de la comercialización final y la forma ineficaz en que ésta se ha llevado a la práctica mediante la empresa estatal nacional. Ese mecanismo centralizado de comercialización establece a los productores el compromiso de entrega al Estado de hasta 70 por ciento de la producción a precios excesivamente bajos, dejando en algunos casos sólo 30 por ciento para su comercialización en los mercados agropecuarios. El Estado burocrático expropia a los campesinos, pero no ofrece soluciones económicas ni al sector ni al sistema productivo en su conjunto.

Toda esta maraña económica, burocrática y social habilita la corrupción y, al día de hoy, a niveles muy preocupantes. El propio Fidel Castro fue contundente en uno de sus últimos discursos públicos en la Universidad de La Habana, cuando sostuvo: "Esta revolución puede destruirse por sí misma. Los que no pueden destruirla hoy son ellos (el enemigo); nosotros sí, y sería culpa nuestra". Fidel hablaba de la burocracia y de la corrupción, pero sucede que tales fenómenos son la consecuencia casi inevitable de la formación económico social cubana y del unicato como modalidad política.

Efectivamente, el modelo de planificación central habilita la "economía paralela", un eufemismo con el que se designa al mercado negro, desde hace ya mucho tiempo el eje más importante de la economía cubana para poder subsistir. El propio Raúl Castro denunció la situación cuando apeló a la conciencia social para repeler la corruptela: "Sin la conformación de un firme y sistemático rechazo social a las ilegalidades y diversas manifestaciones de corrupción, seguirán no pocos, enriquecidos a costa del sudor de la mayoría, diseminando actitudes que atacan directamente a la esencia del socialismo". Pero a la conciencia revolucionaria le cuesta mantener los bolsillos y las heladeras vacías.

Con el agua al cuello, Raúl Castro creó una Contraloría, encargada de auditar todas las empresas. La decisión es un paso importante, a pesar de que pasaron cincuenta años para que la tomaran. Y, como es notorio, la medida no deja de ser vertical y desde arriba, y los controles también serán así. En realidad, la corrupción podrá tener remedios temporales gracias a la vigilancia desde el aparato, pero no van al núcleo del problema. Mientras no haya democracia, libertades y transparencia fundada en una legalidad y no en el arbitrio del poder, la corrupción encontrará canales para seguir adelante, pues no es una desviación, es un fenómeno objetivo que surge como consecuencia del fracaso del sistema, y sólo transformando la estructura política que lo genera se podrá controlar un flagelo que, al fin y al cabo, es producto de las taras democráticas del régimen y de su incapacidad para darle una vida decorosa al pueblo.

Son ya comunes las denuncias públicas sobre los "robos" en los almacenes del Estado de los más diversos productos que alimentan el mercado negro. Y hay mercado negro de todo, inclusive laboral en todos los oficios, hasta mercado negro para proveer alojamientos, taxis, cambio de monedas y todos los servicios posibles. El Estado mira para otro lado, pues sería ilusorio luchar contra las leyes de la economía.

Las voces críticas se hacen sentir desde adentro mismo del sistema. Esteban Morales Domínguez -director honorario del Centro de Estudios sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana- publicó en la web de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba hace años, un duro artículo donde sostiene que "que la contrarrevolución, poco a poco, va tomando posiciones en ciertos niveles del Estado y del Gobierno". Denuncia que "que hay gentes en posiciones de gobierno y estatal, que se están apalancando financieramente, para cuando la Revolución se caiga, y otros, que pueden tener casi todo preparado para producir el traspaso de los bienes estatales a manos privadas, como tuvo lugar en la antigua URSS". Morales Domínguez va más lejos, hasta sostener que en la distribución de tierras en usufructo hubo "fraudes, ilegalidades, favoritismos, lentitud burocrática". La corrupción, en esta dura denuncia interna, es la "verdadera contrarrevolución" porque "resulta estar dentro del gobierno y del aparato estatal, que son los que realmente manejan los recursos del país".

Mostrando el hartazgo general, Morales denuncia el robo al Estado para volcarlo al mercado negro, en todos los rubros y mercaderías. Y concluye que el fenómeno representa "toda una economía sumergida que el Estado no logra controlar y que será imposible de ordenar mientras existan los grandes desequilibrios entre oferta y demanda que caracterizan aun hoy a nuestra economía".

Las críticas a la burocracia, pero también las tensiones internas provocadas por el hastío que genera una situación estancada, habilitan las disidencias tanto fuera como dentro del Partido Comunista de Cuba. Las declaraciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y tantos otros, ¿son reacciones esporádicas o denotan una corriente interna en la revolución? Apostamos por esto último. Las reacciones de blogueros y artistas independientes a lo largo de 2021 muestran el hartazgo ante la censura y la represión.

Sin embargo, la respuesta desde la cúpula burocrática ha sido de reafirmación de su poder, y significa un gran paso atrás. En primer lugar, hubo un gran retroceso generacional. En el último período de Fidel, el comandante se preocupó de que en la cúpula ministerial entrenara el relevo, llevando a la casi totalidad de las carteras a jóvenes que oscilaban entre los 50 y los 40 años. Raúl dio marcha atrás y además, afirmó el poder del ejército en la elite burocrática, confirmando así la alianza política interna que decíamos más arriba. Las empresas económicas militares están dirigidas por el Grupo de Administración Comercial del ministerio de Defensa. Las fuerzas armadas controlan una cadena de cientos de comercios y una agencia de turismo que maneja más de 30 hoteles. Los generales se han convertido en líderes de una nueva clase militar empresarial, un substrato de la burocracia comunista.

Para intentar cambiar, el régimen no genera democracia, no puede hacerlo. Sólo puede centralizar más el poder, afirmando a la élite y a la burocracia.


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